La historia rosarina, desde la democracia recuperada en 1983, tenía un solo crimen político: 8 de febrero de 1986, el asesinato del entonces diputado provincial de la Democracia Progresista, Mario Armas. El martes 14 de julio de 2020 se agregó el del ex concejal y pastor, Eduardo Trasante. Cerca de las tres de la tarde, dos balazos terminaron su vida dedicada a pelear por cada piba, por cada pibe para que no sean explotados o esclavizados al servicio de las bandas narcopoliciales que ya le habían arrebatado a dos de sus hijos, Jeremías, uno de los tres muchachos del triple crimen de Villa Moreno, el primero de enero de 2012 y Jairo, en febrero de 2014.
Por Carlos del Frade.
-El asesino de mi hijo se confesó conmigo. Lo perdoné…
Esto le dijo el pastor Eduardo Trasante a este cronista que por entonces integraba la comisión investigadora independiente de aquel hecho.
Desde entonces pensé en el fenomenal tamaño del alma de Eduardo. Había perdonado al asesino de su hijo y además lo asistía espiritualmente.
Y como si fuera poco, seguía disputando alma por alma de las chicas y los chicos que eran cooptados por las bandas narcopoliciales en los arrabales rosarinos.
Fue concejal durante un año y siempre siguió encontrando respuestas para su feligresía y la gente en los barrios, aún en medio de las incontables necesidades que multiplicó la pandemia.
Los que impulsaron el asesinato saben que su crimen tiene efectos profundos en la política y las distintas pastorales que lejos de resignarse ante los infiernos que producen la desigualdad, insisten, como Eduardo, en construir un reino de justicia en estos territorios porque aquí se ama, se sufre y se sueña.
En abril de 2014, Eduardo dio una nota en la que sintetizaba su visión de una sociedad atribulada por los negocios ilegales y violentos del capitalismo.
-A mí me interesa la vida. Si el individuo cambia su manera de pensar, modifica su forma de vivir. Nosotros tratamos de llevar la mente del hombre a un renunciamiento y liberación de aquellas cosas que lo llevaron a delinquir y a caer en las adicciones… Para mí, fue una batalla interna muy dura. Mis pensamientos iban acompañados de sentimientos. Todo esto chocaba en mi cabeza. Me aparecían imágenes. Me preguntaba: ¿cómo lo hizo? ¿Era él quien portaba la ametralladora? Jeremías fue el único de los tres chicos asesinados que tenía impactos de bala de ametralladora y un tiro en la sien de calibre 9 milímetros. Entonces, hubo dos personas que esgrimieron armas. Se cree que Rodríguez portaba la ametralladora, pero otro joven que estaba con él tenía una pistola. Yo después traté de librar la batalla y de no ir en contra de mis principios y mis ideales.
Y decía Eduardo: En medio de la amargura y del dolor se cruzaron otras cosas. Pero por suerte cuidé mi corazón. Como dice el dicho: “Los problemas hay que dejarlos en la puerta de tu casa”. Así debe ser. La muerte de mis hijos era mi problema. Yo creo en el cambio. A algunas personas les cuesta más, con resultados que les pueden durar toda la vida, y a otras no… En la iglesia yo tengo muchas personas que han sido narcotraficantes y delincuentes muy pesados que hoy son otras personas. Ellos se dieron a conocer y esperaban de mí una reacción diferente. Se sorprendieron. Terminamos abrazados y llorando. A partir de ese día empezaron a cambiar. Nosotros dijimos públicamente que los asesinos estaban perdonados. Con el correr de las semanas hubo una apertura y me contaron grandes verdades, la realidad que vivían en su casa, con sus familiares, sus adicciones.
Decía Eduardo: “Hay que compartir y ser transparente. En la cultura tumbera hay mucha desconfianza. A uno lo estudian, lo miden. No es fácil poder entablar una relación…Yo soy un confesor. Creo que si algo tiene que salir a la luz, Dios lo va a sacar. Dios no transa y siempre va a hacer justicia. Eso es lo que le decimos a la gente que tiene la cabeza batallada cuando piensa hacer justicia por mano propia. Esto no se arregla con más injusticia y violencia. Creo que hay valores que por un montón de situaciones se han ido perdiendo, a los que se sumaron un montón de anomalías. Por ausencias de pensamiento y de formación, hoy se viven experiencias que en Rosario provocaron mucho dolor y que se han extendido por todo el país…
“Cuando nosotros vinimos a vivir aquí, yo, de alguna manera, fui resistido por abogar por la paz y estar en contra de los vicios. Hace cinco años este barrio estaba muy convulsionado. Era muy violento. Había muchos quioscos de droga y un malestar muy importante. Nosotros no íbamos en contra de la gente, sino en contra de estos problemas. El triple crimen quebró el corazón de la gente del barrio. Fue muy notable. Los que no me saludaban comenzaron a acercarse. Esto ocurrió por cómo querían a estos chicos, que trabajaban en el barrio con algo que no tenía nada que ver con lo religioso. Jeremías, con su militancia política, tuvo relación mucho más rápido con la gente del barrio. Ahora es diferente. Se ha pacificado y ha cambiado mucho”, decía Eduardo.
Siempre con una palabra calma pero segura, con una sonrisa y la repetida palabra a favor de la paz, el pastor Trasante fue el blanco de esas mafias que siguen intentando imponer su poder en esta afiebrada geografía cotidiana de la ex ciudad obrera.
Eduardo era un cristo de los arrabales y su crucifixión a manos de un sicario experto no hace más que denunciar la impunidad de aquellos que hoy creen ser los dueños del templo de la existencia colectiva.
Es imprescindible, una vez más, insistir en juicio y castigo y entender que la consigna del momento es mafias o democracia.