El reciente informe del INDEC sobre la pobreza expuso en frías cifras el drama social que nos atraviesa. La toma de tierras en Guernica lo mostró en carne viva. No alcanza con el asistencialismo, hay que poner en discusión la riqueza.
Pobreza e indigencia, también la desocupación, ocupan cada tanto las tapas de los medios y hegemonizan los comentarios y críticas durante algunos días, luego desaparecen de la escena pública. Así pasó a principios de año cuando el recién asumido gobierno de Alberto Fernández comenzó a esbozar planes asistencialistas para paliar una situación por demás preocupante, incluso se llegó a proponer una Renta Universal Garantizad, que a poco quedó en la nada. Unos días después esos datos y debates fueron opacados y desplazados por el arreglo de la deuda con los Fondos de Inversión, por la corrupción, la inflación, la grieta…la pandemia.
Lo mismo ha pasado a principios de este mes cuando el informe trimestral del INDEC mostró la profundidad de la crisis y el impacto de la pandemia. Pobreza e indigencia volvieron a ocupar las primeras planas de todos los medios de comunicación, no era para menos, es que alcanzaron al 40.9 y al 10.5% respectivamente en el primer semestre. Pero estos porcentuales son resultado de un promedio, si se toman los datos del segundo trimestre la pobreza trepó al 49.7, (21.4 millones de pobres y 4.8 millones de indigentes). El 56% de los niños hasta 14 años viven en hogares pobres o indigentes. Una semana antes se conocieron los datos del desempleo dando cuenta que en el segundo trimestre se perdieron 3.6 millones de puestos de trabajo, 13.1% de la población económicamente activa, si se tiene en cuenta los que dejaron de buscar empleoo estaría arriba del 15%, cerca de 3.000.000 de personas.
Una vez más, la conmoción duró un par de días, la crisis cambiaria, la caída de reservas la posición oficial sobre Venezuela, la decisión de la corte por el traslado de tres jueces, entre otras cuestiones volvieron a desplazarlas. Siempre es igual: cuando se dan a conocer las cifras hay impacto, pero luego esos datos se naturalizan y todo sigue un curso previsible.
El diferencial es que en esta oportunidad el informe del INDEC coincidió con una oleada de tomas de tierras para sentar una casilla precaria o a veces solo una carpa donde cobijarse. Guernica resume esta actualidad, es la expresión concreta de esta pobreza, que no debe medirse solo por ingresos, también por el acceso a una vivienda digna, a la asistencia sanitaria y educacional.
Una tendencia mundial
La pobreza como la desocupación no son producto de la naturaleza ni de un hecho divino, sino que son políticas concretas que tienen que ver con la lógica de la acumulación y reproducción de capitales en cada período histórico.
Como respuesta a la crisis mundial de los años ’70 del siglo pasado el capital puso fin a sus 30 años dorados -1945-1975- y lanzó un proceso de reestructuración de sus espacios industriales y de servicios bajo la hegemonía del capital financiero, anticipado por una fuerte ofensiva sobre el trabajo. Ofensiva generalizada –se desplegó sobre el conjunto de las conquistas obreras que los trabajadores levantaron, generación tras generación, para protegerse de la voracidad del capital- y sostenida en el tiempo, llega hasta nuestros días. El resultado más general ha sido una caída estructural de los salarios a nivel mundial y un aumento de la desocupación global. La combinación de estas dos tendencias a lo largo de varias décadas ha redundado en un aumento sustancial de la pobreza en el mundo. El capital pasó así de un modelo de acumulación basado en el consumo intensivo a un consumo selectivo y fragmentado.
Esta situación se ha agudizado al extremo en medio de la crisis sanitaria. En su reciente informe para su reunión de otoño conjunta con el FMI, el Banco Mundial estimó que la pandemia arrojará entre 88 y 115 millones de personas a la pobreza extrema este año, que podrían llegar a 150 en el 2021. El BM define como pobreza extrema a vivir apenas con menos 1,90 dólares por día!!!
Argentina es un ejemplo muy claro de esta evolución mundial: En los ’70 la pobreza no superaba el 7% de la población, a mediados de los ’80 ya era del 18.4, en los ‘90 trepó a 47.5, en el 2002 llegó al récord del 57.5, bajó a 32.2 en el 2005 y ahora está en el 49.7. Este martes el organismo oficial nos informó que la Canasta Básica Total aumentó 3.4% en septiembre, por lo que una familia tipo necesita ingresos por 47.216 pesos al mes para no ingresar en la pobreza.
Falsas soluciones
Cada crisis deja un nuevo umbral de pobres e indigentes, porque implican fuertes transferencias de ingresos que aumentan las desigualdades. Así, pasan los gobiernos pero la pobreza permanece y se incrementa. Es que el Estado y los gobiernos de turno no han hecho otra cosa que recurrir una y otra vez a medidas asistenciales que aparecen como soluciones progresistas pero que en la práctica solo atienden la emergencia. En el fondo son conservadoras, porque no alcanzan para sacar de la exclusión de la producción y del consumo a millones de personas, por el contrario muchas veces las mantienen en esa llamada “situación de vulnerabilidad”, o si las sacan en la próxima crisis vuelven a caer.
Cambiar el enfoque
Es demasiado evidente, la pobreza es ya un rasgo estructural que se reproduce a sí misma. Es necesario cambiar radicalmente el enfoque. Lo que se presenta como problema no es la pobreza, tampoco la falta de equidad como quiere la iglesia, aferrándose a este concepto decimonónico. Por el contrario el problema es la riqueza que para acumularse necesita de la expansión de la pobreza. Guernica es un ejemplo más que emblemático, parte de las tierras que más de 2000 familias ocupan con la esperanza de acceder a una vivienda digna, está destinada por quienes dicen ser sus dueños a un nuevo barrio privado.
La solución entonces no pasa por mayor asistencialismo a los pobres, aunque en la coyuntura resultan un paliativo necesario, tampoco por hacer más eficiente esas asistencias, aunque sería bueno mejorarlas. Por el contrario se necesita una política tributaria progresiva que financie un plan de efectivo desarrollo de las fuerzas productivas, acompañado por un salario social garantizado por el Estado. El impuesto a las grandes fortunas si se aprueba será un primer paso, solo eso. Todo pasa por hacer que los ricos de toda riqueza contribuyan a un país más igualitario.
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda-