En 1995 Diego Maradona armó un sindicato de futbolistas con reconocidas figuras de la época como Eric Cantoná y el apoyo de Jorge Burruchaga o Fernando Redondo. La Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales (AIFP) lo eligió como presidente natural. Gracias a la presión conjunta lograron mejorar algunas condiciones laborales de los jugadores profesionales con la llamada “ley Bosman”.
El 28 de septiembre de 1995 el rebelde del fútbol fundó en París, junto a destacados jugadores como Eric Cantoná y George Weah, la Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales (AIFP), del sindicato también formaron parte Ciro Ferrara, Gianfranco Zola, Gianluca Vialli, Hristo Stoichov, Laurent Blanc, Michael Preud’Homme, Rai, Thomas Brolin, entre otros. Diego fue elegido presidente y Cantoná vicepresidente.
“El jugador de fútbol es lo más importante y vamos a defender sus reivindicaciones hasta la muerte”, dijo Maradona sin pelos en la lengua al presidir una de las reuniones de la AIFP. El “10” estaba enfrentado con la cúpula de la FIFA y, fiel a su origen popular, buscó apoyo entre sus pares. Los jugadores profesionales frente a los capitales monstruosos que metían la cuña en el negocio del fútbol eran vulnerables, meras piezas lujosas de la empresa deportiva, que los usaba y los desechaba a su antojo. Diego buscó equilibrar la balanza.
Uno de los logros más importantes de la asociación fue conseguir el apoyo del belga Jean Bosman, quien consiguió derrotar a la poderosa UEFA ante los tribunales, determinando la apertura de las ligas de la Unión Europea para los jugadores comunitarios. Su reclamo se conoce como la “ley Bosman” y permitió el libre traspaso, sin indemnizaciones ni cupos extranjeros, de los jugadores profesionales comunitarios de las ligas de la Unión Europea de Asociaciones de Fútbol (UEFA).
El sindicato planteaba que los jugadores debían recibir un porcentaje de los millonarios contratos televisivos, que los horarios de los partidos no podían ser al mediodía, porque afectaban el rendimiento físico y la salud. Se declaró también en contra de los grandes capitales volcados a comprar las licencias de los clubes.
Estas iniciativas no prosperaron en su momento pero sentaron un precedente. “Los futbolistas somos gente demasiado individualista, tenemos mucho que aprender para que esto tire hacia adelante”, dijo el brasileño Sócrates tras aquel fracaso.
Ya entrado el siglo XXI, con jugadores multimillonarios con contratos poderosos, las normas de la FIFA se hicieron más flexibles sobre las transferencias al punto que dependen de la voluntad del futbolista.