Sucede un domingo, el Club Atlético Ignacio Coliqueo sale a jugar como lo hace en cada partido de la Liga de Los Toldos, como un brazo deportivo de la comunidad mapuche. El equipo, que juega en la Liga de Los Toldos, a 300 kilómetros de Buenos Aires, lleva el nombre del cacique mapuche Coliqueo que murió en 1871 y fue fundado en 1984 por descendientes de pueblos originarios.
En el corazón del fútbol chacarero, el club lleva el nombre del lonco que en el siglo XIX condujo a su tribu desde la Araucaria hasta tierras bonaerenses: en Los Toldos viven descendientes del pueblo mapuche que respondía al cacique Ignacio Coliqueo. El equipo de fútbol, que juega en la Primera División de la liga local masculina pero también tiene inferiores femeninas, es otro ejemplo de ese proceso de transculturización. “Que yo sepa, somos el único equipo anotado en la AFA con nombre originario”, dice el presidente del club, Diego Salazar. “Es nuestro sentimiento de pertenencia”, confirma Lisandro Coliqueo, tataranieto del cacique.
Según Andrés Vázquez, periodista toldense, “hasta no hace mucho en Coliqueo jugaban futbolistas con descendencia aborigen directa: Carranza, Véliz, Colin, Huechuqueo. Y detrás de un arco, en todos los partidos, estaba Dionisia Carranza, una señora vestida según la tradición mapuche que alentaba con palabras de su idioma: ‘Vamos mi pichiches, dale mis pichiches’ (vamos mis niños)”. En la actualidad, en el club no se habla mapuche pero los chicos de las inferiores reciben charlas sobre la historia del club y la biografía de su inspirador, el lonco.
Aun por detrás de los tres equipos grandes de un pueblo de 15.000 habitantes, Viamonte, Alsina y el River local, Ignacio Coliqueo vive una recuperación deportiva y social. Después de varios años de ocupar los últimos puestos, el equipo llegó a semifinales en 2019 y este año apunta a ser protagonista. Enfrentará a River de Los Toldos como local en su estadio, un predio al que se ingresa por una tranquera y que honra al cacique que le dio nombre al club: el escudo de Coliqueo, un indio a caballo, está pintado en las paredes de los vestuarios y adorna las camisetas de los futbolistas. El apodo del equipo, el Cacique, también alude a su inspirador. Es un club joven, fundado en 1984, pero con raíces muy anteriores.
“En verdad somos descendientes de boroanos, muy cercanos a los mapuches, pero entiendo que es una diferencia menor para la gente que no está al detalle de los pueblos originarios”, dice Lisandro Coliqueo, médico, de 61 años. “Mi tatarabuelo nació en Boroa, la Auracanía que hoy es territorio chileno, y lideró a su tribu a cruzar la cordillera de Los Andes y llegar hasta acá. La tribu quedaba, o todavía queda, a 5 kilómetros de Los Toldos, en Cuartel Segundo. Cuando más tarde fue fundado Los Toldos, el nombre se eligió en referencia a las tolderías de la tribu de Coliqueo”, explica.
Sigue Salazar, el presidente: “Durante décadas, en la tribu vivía mucha gente que trabajaba en el campo. Como a los descendientes de los aborígenes no les dejaban presentar equipos en la liga de Los Toldos, armaban su propio torneo. Jugaban Resplandor, Independiente, La Pradera. Pero para trabajar mil hectáreas antes se necesitaban muchas personas y ahora con una máquina se resuelve, así que la gente empezó a irse de los campos y a emigrar a las ciudades. La tribu de a poco se quedó sin habitantes y sin equipos. Resplandor entró a la liga y fue campeón en 1981, pero en 1983 dejó de jugar. Así que en 1984 todos los equipos de la tribu se aglutinaron y formaron un nuevo club, Coliqueo. Somos la unión de los equipos mapuches”.
Las instalaciones de Ignacio Coliqueo quedan en Cuartel Segundo, el territorio mapuche de Los Toldos. A 300 metros está el límite con el pueblo, señalado por un momento al lonco. El estadio limita con el campo: de fondo se ven vacas y chanchos. “En el club tenemos tres generaciones -retoma Salazar-: la primera fue la que lo fundó, los descendientes de los indios, los que jugaban en los equipos de la tribu. Después se sumó la gente de Los Toldos que eran hinchas de otros clubes. Y la tercera generación es la de los chiquitos que ahora juegan en el club. Estamos en una comunidad muy grande y nos mezclamos todos”.
“Al no existir un cacique, la tribu se fue mestizando y mezclando con la cultura de los blancos -agrega Coliqueo-. Solo el 15 por ciento en Cuartel Segundo somos descendientes de aborígenes. Yo vivo en la tribu, a dos kilómetros del pueblo, pero la gran mayoría se mudó: acá quedamos unos 500. Tenemos contacto con los mapuches del sur, aunque no mucho. Hace poco vinieron dos mujeres a darnos un curso de telar mapuche”.
El fútbol en el pueblo natal de Eva Duarte de Perón es amateur, por supuesto: los jugadores del equipo de Primera trabajan como albañiles, profesores de educación física o repartidores de delivery. El técnico, Alejandro Esquivel, un joven de 29 años que atiende la caja del Banco Provincia, habla con un entusiasmo notable: “Empecé en Coliqueo como coordinador de las inferiores. Conseguimos que Vélez viniera a probar futbolistas de la zona y fuimos cinco años seguidos a River a jugar con nuestros pibes. El club no está bien desde lo económico pero conseguimos darles la merienda a los chicos. En 2019 asumí en Primera y subí a muchachos de la Quinta. Tratamos de hacer lo más profesional posible: análisis de rivales por video y alimentación adecuada. Antes salíamos últimos todos los años y ahora estamos en la pelea”.
Al presidente le dicen Motoco porque manejaba una moto de mensajería en Buenos Aires pero en realidad es un polifacético: dejó su verdulería, ahora conduce un camión de mercaderías entre el pueblo y los campos aledaños y, como presidente del club, se encarga de revitalizar las instalaciones. “La única tribuna del estadio la compré hace cuatro años en una feria de remates en O’Brien, a 45 kilómetros de acá -dice Salazar-. Cuando traía los tablones, volqué el auto y lo tuve que vender como chatarra. Después tardamos dos semanas en armarla. Y al final la pintamos. Entran como 100 personas. Es el lugar en el que la gente se junta a charlar, me encanta”.
Según el reconocimiento de Bartolomé Mitre en 1861, cuando era gobernador de Buenos Aires, Ignacio Coliqueo también fue denominado “cacique principal de los indios amigos y coronel del Ejército nacional”. Ingrid de Jong, investigadora del Conicet y profesora en la carrera de Antropología de la UBA, explica el contexto: “A partir de 1820 algunos caciques y sus seguidores se instalaron en la frontera de Buenos Aires, que pasaba por la mitad de la provincia, acordando el apoyo militar a los fortines y pequeños poblados a cambio de raciones en ganado y otros productos como harina, tabaco, azúcar. Coliqueo no fue el primero ni el último en incorporarse a este tipo de pacto político de reciprocidad con el Estado: raciones por protección. Coliqueo ingresó a la frontera en 1861 pero los indios amigos ya habían comenzado a funcionar en el último gobierno de Rosas (1835-1852). Desde la perspectiva indígena esto no era una traición a su causa porque el arreglo con el gobierno criollo, blanco, winka, se entendía como un pacto entre iguales. Además la sociedad indígena se basaba en la más completa autonomía de decisión de cada cacicazgo”.
Si el fútbol argentino está lleno de clubes que les rinden homenaje a los hombres que construyeron el país, como San Martín, Belgrano, Guillermo Brown o Sarmiento, nuestro deporte no suele ser generoso con los pueblos originarios. Una excepción está en el rugby de Formosa, con un puñado de equipos qom: Aborigen Rugby Club, Norec Rugby Club y Qompi Rugby Club. Incluso con su amateurismo, Ignacio Coliqueo juega al galope de un orgullo.
Por Andrés Burgo