El poder es opaco, necesita de esa opacidad para operar. Las nuevas derechas en la Argentina vienen trabajando con un poder de persuasión que utiliza las redes y algunos medios de comunicación como replicadores de un supuesto “sentido común” que es en realidad una restauración de un orden. Por eso sus principales blancos son los transfeminismos, la militancia política –porque ellos encarnan “algo” que no sería política, sino un estado de naturaleza–, las políticas públicas. De lo que se trata es de azuzar pasiones. Descalifican actores políticos y sociales, los señalan como el origen de los males y lideran ataques por las redes que resultan en linchamientos.
El fenómeno viene siendo estudiado por investigadores como Pablo Stefanoni, en su libro La rebeldía se volvió de derecha, y Natalia Aruguete, coautora junto a Ernesto Calvo de Fake news, trolls y otros encantos.
Lo que hicieron les seis periodistas que durante un año trabajaron en La Reacción Conservadora fue echar luz sobre esas formas de actuar, conectar sus estrategias, ponerlos en evidencia. ¿Listas negras? Si tienen actuación pública, están expuestos y los datos recabados son todos verificables. Así, la acusación a este grupo de periodistas que tomó ribetes delirantes con el hashtag “Gestapo” tiene su origen en un malentendido que estos sectores se ocupan de sembrar de manera evidente: ellos –que en realidad están organizados y agrupados—necesitan aparecer como “espontáneos”, portadores de un bien y un sentido común que se opone a un “poder organizado” que sería el feminismo. En el reino del revés, aseguran que el problema es que ellos no se “arrodillan” frente a una agenda de ampliación de derechos, claro que no la llaman así.
¿Por qué entonces, al ser puestos en evidencia hablan de persecución? ¿Será que su principal activo es la opacidad? Que formen parte de una derecha organizada, con objetivos claros y precisos como la instalación de candidatos para las elecciones, no debería ser un problema en una sociedad democrática.
¿Por qué entonces el ataque personal, insidioso, dirigido a cada una de las personas que participó de la investigación? ¿Por qué la descalificación masiva en redes y también a través de los medios masivos de comunicación?
En La Reacción Conservadora hay información veraz, firmada, chequeable y verificable. Los mecanismos del terror son bien diferentes: las fake news con acusaciones que apuntan a provocar la reacción indignada de quienes leen. Se hace con fake news, se hace en base a las opiniones de esas periodistas o figuras. Ahí sí hay persecución. Inventan noticias, las lanzan en las redes, y en pocos minutos hay cientos de twits arrobando a la persona cuestionada. Generalmente tiene que ver con el dinero: parece que los obsesiona que la gente cobre por su trabajo. Convierten una tarea remunerada en algo ilícito: tal periodista cobró tanto por tal trabajo. Y sí, las personas venden su fuerza de trabajo haciendo lo que saben hacer. Así se organiza este sistema económico.
Dicho así puede sonar un poco abstracto, pero lo que se evita es reproducir la cantidad de ataques con mentiras que recibieron las periodistas que hicieron esta investigación y antes, otras tantas personas. La artillería de hashtag y mentiras no se utiliza sólo contra periodistas: el tema es con los feminismos, el veganismo, el activismo lgttbiq y cualquier militancia que no sea de derecha. Y así, en una curiosa reapropiación de términos, hablan de listas negras -pero ellos son los que se la pasan acusando a gente en las redes sociales y en los medios de comunicación-, y hablan de feminazis, cuando son ellos los que apuntan a acallar a otres.
¿Cuál es el problema de ser mencionados por su actividad pública? Quienes instalaron “es de La Cámpora” como una descalificación -y se recuerda que La Cámpora es un espacio político de la democracia- salen a gritar que es persecución un mapa donde se relacionan cuentas en redes sociales y personas a partir de sus actividades.
La embestida es más grave de lo que parece, y ya parece grave. Desde hace años, periodistas y otras figuras públicas ven peligrar su participación en redes sociales -o directamente se van- porque los ataques organizados son cíclicos. Es importante saber quiénes los organizan. Es necesario que la sociedad sepa que no son “espontáneos”, que no es una reacción “natural” de una “sociedad enojada”, sino una puesta orquestada para señalar a algunos sectores, a algunas figuras, y convertirlas en chivos expiatorios.
¿Un mapa de los feminismos en la Argentina? Está a la vista: los debates son públicos, las formas de hacer son transparentes, nadie oculta donde milita y qué ideas lleva adelante. A quienes hoy se dicen perseguidos, la opacidad les permite actuar como si fueran muchos, demasiados, contra quienes sí hacen su trabajo a plena luz.
Por eso, lo ocurrido en estos tres últimos días resulta inaceptable. La información es un derecho. Saber quiénes forman parte de las nuevas derechas y cómo están coordinados es información pública necesaria para entender este momento de la sociedad.