EL TERRORISMO COMO ESPECTÁCULO
Cuando el terrorismo puso el ojo en el Imperio, descubrió que las torres gemelas no tenían rostro ni fachada.
Eran gemelas y simétricas.
Quizá la idea de Al Qaeda era romper esa simetría y crear una asimetría para que emergiera una singularidad.
Y lo espantoso del hecho es que lo lograron, pues nunca el mundo estuvo tan controlado como a partir de aquel 11 de septiembre.
Ahora las torres tenían rostro, cientos de rostros lacerados por la locura de un exceso de mundo, un exceso de realidad imposible de digerir por una sociedad anestesiada de falsa seguridad.
La agresión al ego del sueño unipolar fue doble y tuvo un sentido: al chocar un solo avión podríamos haber pensado que era un accidente.
Sólo el segundo impacto es lo que confirma el atentado terrorista. Doble agresión a la simetría y a lo simbólico que se derrumba casi como un castillo de naipes.
La imagen está en donde ocurre el acontecimiento, el problema es que la imagen sustituye al acontecimiento, repetida miles de veces hasta el hastío, agotando, socavando al acontecimiento mismo.
Se consume hasta la saturación la imagen y no el acontecimiento.
En los medios de comunicación ésta es la estrategia que hace emerger la información como un espectáculo vacío de sentido, parodia del verdadero dolor de tantas vidas destrozadas en apenas unos segundos de diferencia.
El terror aparece justo en el momento en que la híper- realidad satura las pantallas de la televisión y todos volvemos nuestra cabeza ante la sorpresa de que el peligro no es una ficción, sino que existe en la vida real.
VIOLENCIA SIMBÓLICA
El terrorismo sabe que en la actualidad el que comienza una guerra está en la búsqueda de la ausencia política por otros medios.
En este sentido, en cierta normalidad, la imagen sirve para los medios de comunicación cómo un refugio para poder mostrar el acontecimiento, pero en el caso de las torres gemelas produce el efecto contrario.
Precisamente esto sucede porque hay una fusión entre la imagen y el acontecimiento mismo, ya que se produce el suceso en tanto imagen y de golpe ya no es ni virtual, ni mediático ni real.
Es puro acontecimiento.
En el aspecto político no hay representación posible de este acontecimiento, ya que es irrepresentable en cualquier discurso.
Se ha producido una incertidumbre demasiado grande porque rompe la linealidad de los acontecimientos y además la continuidad lineal de las imágenes.
La violencia política es simbólica y genera desestabilización.
LA MUERTE DEL SISTEMA
En el fondo el terrorismo no tiene objetivos ni sentido y no se mide por sus consecuencias, sino que muestra el suicidio del sistema en respuesta a los muertos y suicidios que provoca el mismo sistema.
Pero el sistema y el poder no escapa de un compromiso simbólico que se reproduce a medida que avanzamos o retrocedemos: la obligación de perderle el rostro a la realidad.
El 11 de septiembre se produce la cuarta herida al narcisismo freudiano al atacar el centro político de la potencia más poder del mundo, se hiere los símbolos centrales del capitalismo y esto hace cambiar el imaginario social en dos sentidos:
Por un lado descubrimos que el miedo a morir es real y que forma parte de la vida cotidiana. Estado ha demostrado su incapacidad para proteger a sus ciudadanos.
Por otro lado, el concepto del Mal lo proyectamos íntegramente en el Otro, en lo diferente, en el insoportable universo de la otredad que debemos exterminar.
En conclusión, el terror no es una violencia real o histórica. Es un fenómeno externo y es más violento que la violencia misma.
Ni siquiera es la negación de la negación.
Es la muerte del sistema.
Alejandro Lamaisón