EL 9-11 SIONISTA Y LA “SOLUCIÓN FINAL”
Por Rafael Bautista S.
El mundo de la posverdad relativizó toda apelación a la verdad, disolviendo la posibilidad del consenso efectivo, atomizando sus alcances en márgenes demasiado sectarios para, de ese modo, anular sus capacidades de amplificación. La verdad es sustituida por la autoridad, haciéndole creer a los individuos que tal autoridad radica en su propia conciencia (aunque sea del todo inconsciente), siendo, en los hechos, una autoridad apropiada por los medios de comunicación, generando un poder que destruye los hechos e impone la dictadura de las puras interpretaciones.
Es en este contexto que los operativos llamados de “falsa bandera” son tan eficaces y sirven como el mejor justificativo para desatar las más perversas acciones en nombre de los valores más sagrados. Si no hay verdad, tampoco nada es sagrado. Ese es precisamente el objetivo de una operación que se ejecuta en la conciencia social: generar una legitimación de tal envergadura, que pueda arrastrar al mundo entero a justificar las acciones más perversas e inimaginables.
Situemos las cosas. El régimen sionista de Netanyahu, con su proyecto de reforma judicial (en el que ningún tribunal pueda jamás objetar las decisiones gubernamentales), estaba arrastrando a la nación judía a lo que podría considerarse como la crisis nacional más profunda de Israel, desde su creación como estado en 1948. Precisemos que ese tipo de proyecto, no es sólo un atrevimiento sionista, sino que marca el rumbo que están configurando las políticas de los países de Occidente, ante el paulatino desmoronamiento cultural, social y civilizatorio de sus propias naciones.
También forma parte de la Agenda 2030 que, sobre todo, el Club de Davos tiende a impulsar como su propuesta de gobernanza global o “nuevo orden mundial”. Todo ello bajo el paraguas de la retórica de las “nuevas amenazas globales”. Desde el 9-11 y el auto-atentado de las torres gemelas, todo ha consistido en la invención de amenazas absolutas, tan monstruosas y horrendas que, por constituir un “atentado a la humanidad”, sólo queda su aniquilación total.
Ese es el lenguaje en el que se expresó Bush junior, transformando el dolor en venganza deleitable y complaciente, es decir, placentera, de una sociedad que, sin saberlo, se transformaba en cómplice de un genocidio de millones de gentes que ya no les importaba, mientras carguen infinitamente con la deuda que impone el deicidio cometido contra el dios dólar. Ese lenguaje es el mismo que ahora usa Netanyahu y su gobierno. En los tres objetivos de la operación “espadas de hierro” lo dice abiertamente: “limpiar” a las fuerzas enemigas; que los enemigos paguen un “precio que nunca han conocido” por sus acciones; el fin es “la victoria”. ¿En qué consistiría la victoria sino es, siguiendo lo que los objetivos sugieren sin pudor: el genocidio como “solución final”?
La kristallnacht que los nazis desataron contra los judíos en 1938, fue la antesala de la política de “solución final”. Ahora son los sionistas los que preparan el mismo escenario (haciendo cómplice a toda su nación, incluso a todos aquellos –que no son pocos– que resistieron la reforma judicial de Netanyahu), con un victimismo eficaz ante los todavía poderes mundiales que controla la ONU, o sea, Occidente. Esto nos enseña una lección moral: el victimismo puede conducir a la víctima a ser el nuevo verdugo, cuando la venganza ciega sus acciones y ya no es capaz de distinguir quién o qué es el verdadero enemigo.
En la crisis civilizatoria que atraviesa Occidente y que está arrastrando al mundo entero (que es también una crisis de sentido, o sea, existencial), inventarse enemigos no es sólo una demagogia moral sino el tipo de respuestas mínimas que abanica un poder en plena decadencia. Como ya no puede sostener su hegemonía en pleno desplome, entonces no le queda más que reducir sus opciones a la implosión de todo. Si no tengo lo que quiero, que nadie más lo tenga.
Hoy en día, los poderes y los poderosos, en todas sus variantes (y lo estamos viendo en Bolivia), ya no se reflejan en el nuevo escenario discordante y distópico que desata una crisis global que ha puesto incluso en caducidad la propia taxonomía política. Quieren sobrevivir a toda costa, aunque la propia realidad les haya dado la espalda.
En ese sentido, la apuesta del régimen sionista de Israel, tiene sobre sí (como espada de Damocles), el de facto G2 que ya no lo compone USA (como habrían deseado Brzezinski y Kissinger), sino China y Rusia, además del BRICS+, como el nuevo tablero geopolítico del siglo XXI; en el cual ya no tiene tanto margen de acción como le brindaba Europa y USA, como mandamases mundiales. En un equilibrio geopolítico regional, Israel tendría que ceder, o sea, aceptar lo que siempre se negó a hacerlo: la existencia de dos Estados.
En ese contexto, ¿qué le queda al régimen sionista? Volcar las circunstancias a su favor. Un operativo de “falsa bandera” entonces se presenta como una apuesta plausible en el callejón geopolítico que deviene de la pérdida de autoridad de Occidente en la región. Si el plan sionista tiene éxito, la nación entera habrá caído en una trampa diseñada para aceptar todo lo que el régimen sionista pretendería impulsar de aquí en adelante (además con apoyo internacional). Nada como un atentado semejante para unir macabramente a toda una nación en la aniquilación de otra. La resistida reforma judicial de Netanyahu sería apenas un apéndice de lo que se pretendería realizar más adelante.
Si bien “Hamas” ha demostrado, entre otros, haber aprendido más de los conflictos mundiales que la infatuada jactancia del ejército israelí. Resulta “curioso” que el “Mossad”, catalogado como una de las mejores agencias de inteligencia mundiales, no haya hecho seguimiento a los planes de “Hamas”, sabiendo la gran cantidad de material bélico que se traficó, desde Ucrania, hacia otros destinos (como el Medio Oriente); tomando además, en cuenta, que el ataque, siguiendo la significación de las fiestas judías, se dio en plena culminación de la celebración de Succot, donde se sitúa (según ciertas interpretaciones esotéricas) la conflagración entre Gog y Magog. A no ser que esto también haya sido calculado, para darle fuerza a una respuesta religiosa con capacidad de unificación de toda la nación judía, en Israel y en la diáspora. Si es así, hasta el presunto enemigo es usado, en sus propias expectativas, para legitimar su propia aniquilación con el beneplácito del circo occidental. De eso trata un operativo de “falsa bandera”, cuyo objetivo es la “solución final”.
En tal caso, la hipocresía de Occidente no puede ser más elocuente, como bien lo expresó el embajador de Palestina en España: “hoy Palestina es noticia, no por Palestina sino por lo que afecta a Israel (…) a lo largo de los años, la suma de asesinatos, de confiscación de tierras, de construcción de asentamientos, de judaización del territorio palestino, de provocaciones, profanación y ocupación de los lugares santos de los musulmanes y cristianos, no es noticia. A lo largo de este año, 268 palestinos fueron asesinados. Esto no es noticia. La invasión de los colonos no es noticia. Simplemente es noticia cuando se trata de Israel y cuando se afecta a Israel”.
Ello retrata una constante en la historia de Occidente que, el mundo moderno, ha naturalizado por medio de su “humanismo”, clasificando racializadamente a la humanidad, decidiendo unilateralmente quién es ser humano y quién no: el verdugo es inocente de toda culpa, porque toda la culpa es de la víctima y, por ser culpable y haber nacido culpable, contrae una deuda infinita que el verdugo se encarga moralmente de cobrar.
La Paz, Chuquiago Marka, 8 de octubre de 2023
Rafael Bautista S., autor de: “El tablero del siglo XXI.
Geopolítica des-colonial de un orden
global post-occidental”,
CICCUS ediciones, Buenos Aires, Argentina.
Dirige “el taller de la descolonización”
rafaelcorso@yahoo.com