MIEDO

Hoy soy un hombre con miedo. Como en un hechizo de luna, encandilado por la perplejidad y la confusión, camino junto con mis compatriotas hacia el abismo.
AÚN PERSISTE EL MIEDO DE QUE UN CANDIDATO NOS LLEVE AL SUICIDIO COLECTIVO.

DEL MIEDO AL SUICIDIO COLECTIVO

Hoy soy un hombre con miedo.

Como en un hechizo de luna, encandilado por la perplejidad y la confusión, camino junto con mis compatriotas hacia el abismo.

Quizá el temor se deba a mi propio fracaso.

Faltan menos de dos semanas para el suicidio colectivo y ni siquiera fui capaz de encender siquiera una chispa de reflexión en la sosegada melancolía de la experiencia colectiva.

Los jóvenes y los amigos no advierten el miedo que me produce el inminente salto al vacío y ya no se si vale la pena hablarles de lo que fuimos.  Pero yo no puedo olvidar.

Pese al calor de octubre, un viento frío estremece mis huesos agobiados por la soledad, por la dolorosa orfandad de estar rodeado de personas que, a pesar de haber vivido, niegan la memoria. Madres, Abuelas y nietos recuperados no entienden lo que pasa. Yo tampoco.

¿Quién se robó la realidad y nos dejó la presunción, quien ocultó la esencia y nos dejó la apariencia, cuándo fue que linchamos festivamente la cordialidad, el respeto y la ternura para despertar con la amarga resaca de un mundo violento y enfermo de crueldad?

La mayoría de los argentinos no nos hemos enamorado de un hombre que blande una motosierra y actúa como un orate encolerizado. Nos hemos enamorado de una metáfora cruel, brutal e intolerante.

Por miedo a nosotros mismos, nos hemos enamorados de un alter ego.

Milei no es un candidato.

Milei es el reservorio de todas nuestras frustraciones, de la humillante ignominia de haber soportado tantos años que nos metan el dedo en el culo y lo revuelvan jocosamente mientras gozan por habernos despojado de la dignidad y el decoro de buscar nuestra propia utopía.

Milei es el remanente (y todos lo somos) de una sociedad post pandémica que ha tomado conciencia del miedo irracional que nos provoca descubrir la finitud de la vida y para ello sólo el borramiento de la memoria y la ausencia de futuro hace que la supervivencia del presente sea lo suficientemente llevadera.

Milei es el resultado de una rebelión nihilista contra un sistema que oprime y deshumaniza. Su motosierra se vuelve un arma de venganza y sus diatribas una declaración de guerra. Su rostro se vuelve una bandera de anarquía y una invitación al delirio, patética máscara de quien oculta inconfesables designios.

Milei es un personaje que tiene mucho que perder, pero utiliza el inconsciente colectivo para no arriesgar nada, mientras que es el pueblo el que podría perderlo todo si se sometiera a sus chaplinescos delirios de estadista fascistoide.

MIEDO A LA MEMORIA

Para Jorge Alemán, existen una multiplicidad de razones socioeconómicas que pueden explicar este miedo suicida, en un clima de época donde las ultraderechas negacionistas están en su apogeo, “pero lo que sucede actualmente en Argentina vuelve a las otras ultraderechas del mundo cuasi-racionales. El impudor con el que los personajes de las ultraderechas argentinas presentan los disparates más absolutos, inevitablemente al servicio de humillar, denostar y degradar al rival político, dado que aún se trata de un sistema democrático, inauguran un interrogante muy serio sobre qué les ocurre, que ha ocurrido, con los argentinxs”.

Con su espantosa sonrisa socarrona en los anodinos debates presidenciales, Milei no se burla de sus adversarios políticos, se ríe de la religión, de la democracia, de los derechos humanos, se mofa de los principios más profundos que forjaron nuestra cultura y nuestra historia, paradójicamente utilizándolos para empoderarse a sí mismo.

Falta pocos pasos para llegar al límite del precipicio y miro a la masa que camina junto a mí.

Algunos miran hipnóticamente hacia adelante, la mayoría sus pequeñas pantallas iluminadas de promesas algorítmicas, y yo la línea final del horizonte, la ausencia de perspectiva, sin cielo, sin extensión, sin espacio y sin porvenir.

En una etapa remota intenté hacer que mi pueblo recordara la vida cuando el mundo era joven y les anticipé que todos aquellos bellos momentos de goce se perderían en el tiempo, como lágrimas en la lluvia, pero casi nadie escuchó.

Hoy, al borde del barranco, sospecho con tristeza que muchos caerán al vacío sin siquiera haber intentado el ejercicio de la memoria, esa evocación del alma atrofiada por la larga noche de la represión.

Otros, como yo, acompañaremos la fatídica decisión ya sin miedo, con la mansedumbre imperturbable de la resignación, dejando atrás para siempre una Argentina sin historia, en donde todo fue, es y será pura aspiración.

Alejandro Lamaisón

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