La primera de dos entrevistas entre Verónica Gago y Silvia Federici sobre fascistización y el movimiento feminista hoy
Entrevista • Verónica Gago y Silvia Federici
7 de marzo 2023
La historiadora Silvia Federici y Verónica Gago, investigadora y miembro de Ni Una Menos en Buenos Aires, se sentaron en la ciudad de Nueva York el mes pasado para entrevistarse y acompañar el nacimiento de Ojalá.
Se entrevistaron para abrir pistas relevantes sobre los desafíos actuales de los feminismos populares hoy.
Federici, autora del libro Calibán y la Bruja, señala los crecientes ataques contra la reproducción de la vida, el incremento brutal de la explotación y el despojo de tierras, aguas y tiempo. Nos habla del fascismo económico que se oculta en la confrontación entre bloques políticos y de la importancia del gozo en la lucha feminista.
La entrevista ha sido ligeramente editada y traducida del inglés.
Vero Gago: En estos últimos años somos contemporáneas de un período de movilización, de protesta y de expansión multiescalar de los feminismos. ¿Cómo podemos leer este “crecimiento político”? ¿Es esa la expresión que mejor describe lo que pasa? ¿En relación a qué ejes y problemas podemos pensar en esta efervescencia?
Silvia Federici: Bueno, yo creo que cuando hablamos de crecimiento político no hablamos del movimiento feminista en general.
Este crecimiento no es algo visible en todo lugar. Pienso que lo que ha sucedido y sucede en América Latina es especialmente importante. Pienso que el impacto de las políticas del feminismo popular –lo que llamamos feminismo popular– es tan fuerte que también ha impactado movimientos mucho más allá, como en Europa, por ejemplo.
Ha habido un crecimiento de conciencia que se ve reflejado en los discursos y estrategias que los movimientos intentan conseguir, son retos que no se pueden lograr a menos de que vivamos un proceso de cambio social realmente amplio. Uno de los primeros elementos es el anticapitalismo, que ha estado en el trasfondo de gran parte de la historia del movimiento feminista.
Pero, hoy día, el anticapitalismo está cada vez más y más al frente. Muchas de las luchas que hemos visto estos últimos años se han dirigido directamente al mundo empresarial, particularmente, las luchas contra la privatización de la tierra y contra la expulsión de millones de personas de sus territorios.
La imposición de programas de ajuste estructural ha creado austeridad masiva, empobrecimiento masivo y devastación ecológica. El movimiento feminista se ha enfrentado a algunos de los problemas más fundamentales que cualquier movimiento debe confrontar para crear otro tipo de sociedad, incluyendo el gran problema de los cercamientos capitalistas de la vida.
Hemos visto la formación de un movimiento feminista abolicionista que ha luchado contra el encarcelamiento y por retirar el financiamiento a la policía (defund the police). Además, está la creciente importancia que le da el feminismo a la lucha contra la colonialidad, contra el sistema, y al creciente papel de las feministas negras, las feministas anticoloniales.
VG: He estado pensando en la combinación entre masividad y radicalidad como una característica de este ciclo de feminismo. ¿Cómo podemos pensar en ciclos y ritmos diferentes, en momentos en que la masividad no es tan fuerte?
No sé si deberíamos hablar sobre momentos de retaguardia activa o si deberíamos pensar en una geometría diferente de movimientos y fuerzas. También me gusta pensar sobre las diferentes formas de lo masivo que no siempre son públicas.
SF: Creo que hay al menos tres tareas interconectadas que un movimiento feminista debe enfrentar hoy, y quiero hablar de cada una de ellas.
Primero está construir una visión de a dónde vamos, qué tipo de sociedad queremos construir. Obviamente nuestra imaginación colectiva está todavía muy limitada por todo el capitalismo que interiorizamos y el tipo de sociedad en la que vivimos. Es necesario experimentar.
En segundo lugar, está la importancia de construir estrategias. Ya que tenemos una idea, viene después la cuestión de la estrategia. Una estrategia implica entender y construir debates, investigación y otras vías para entender a dónde va el capitalismo.
¿Qué está planeando el capital? ¿Cuál es el punto más débil del capitalismo? ¿Cuál es el terreno más crucial para unificar el movimiento, donde podamos superar la manera en la que hemos sido divididas?
Y, tercero: ¿qué herramientas necesitamos? Ya sean proyectos de medios, películas o documentales… ¿Cómo construimos esta red? ¿Cómo construimos un terreno común?
Los momentos en que el movimiento no está en la calle o no está confrontando directamente al estado y al capital son momentos de construcción. Ésta es una cuestión estratégica clave.
La lucha no puede ser sólo de oposición, tiene que ser positiva y constructiva. Esa positividad, esa construcción, es el terreno de la experimentación.
VG: ¿Puedes hablar un poco más sobre esta experimentación?
SF: Nuestras actividades reproductivas nos permiten reproducir la lucha en aquellos momentos en los que no estamos presentes en las calles de forma masiva. El hacer común es una condición para la reproducción de una lucha. De hecho, es una forma de medir nuestro éxito, de medir nuestro poder feminista.
Creo que, en esos momentos en que no hay tanta movilización en las calles, hay mucho trabajo invisible. El trabajo de construir conexiones y fortalecer las relaciones afectivas entre las personas.
VG: ¿Cómo caracterizas el rechazo al feminismo en ese momento de neoliberalismo extremo? Y, ¿cuáles son las diferencias entre hoy y las represalias a las luchas feministas de los años setenta?
SF: Hay diferencias importantes.
Obviamente hay similitudes también, pero tal vez la principal diferencia es que en los 70, tuvimos que pelear no sólo contra la derecha sino también contra la izquierda. Pasó mucho tiempo antes de que los hombres de la izquierda empezaran a mostrar siquiera un atisbo de respeto o a admitir que podrían tener algo que aprender del movimiento feminista.
Algunas de las primeras respuestas [de nuestros compañeros de lucha] fueron escandalosas. Se les chiflaba a las mujeres en los 60, la respuesta fue a menudo muy hostil. Eso ciertamente ha cambiado hoy.
Pienso que, hoy, la respuesta de la derecha es casi más violenta porque ha habido un largo, largo proceso para la derecha en este país, Estados Unidos. Ha habido un proceso de fascistización muy complicado. Pienso que el movimiento feminista necesita analizar este proceso mucho más cuidadosamente de lo que lo hemos hecho hasta ahora.
VG: ¿En qué sentido usas fascistización?
SF: Hay una especie de concepción congelada de lo que es la derecha. Producimos esquemas tomados del periodo fascista, del periodo nazi, etcétera, donde hay una ala derecha y luego hay otra de centro.
Hoy esto es mucho más complicado y las dos alas están mucho más entremezcladas de lo que parecen.
Ha habido una fascistización de la economía. La fascistización es una estrategia y una política que da más y más poder al capital. Reduce la inversión en la reproducción y los espacios de poder de la clase obrera, y crea nuevas y más profundas divisiones entre las personas alrededor de las líneas de clase y raza.
La idea de dos bloques, ya sabes, el centro (o la izquierda) y la derecha, de los demócratas y republicanos, por así decirlo, puede ser muy engañosa. En todos los países se está produciendo una fascistización general.
En Italia, por ejemplo, las mujeres me dicen que la situación es muy grave. El gobierno es tan de derecha, hay una militarización de la vida cotidiana. Mujeres que caminan solas en la estación del tren o en espacios públicos han sido detenidas por la policía para exigirles sus documentos.
Tenemos que ver esta fascistización como algo que está continua e inseparablemente producido por políticas económicas.
VG: Esta idea de la fascistización de las economías arroja luz sobre las violencias cotidianas. Al mismo tiempo hablas sobre militancia gozosa, pero esto no significa que las condiciones para organizarnos sean fáciles.
SF: La militancia gozosa es otra forma de decir que la revolución es ahora.
Ya basta de esta idea de la revolución que sucederá en el futuro, para que algún día los hijos de mis hijos vivan mejor. No. La revolución es ahora.
Tenemos una vida. Cada día es precioso. No podemos pensar en la revolución en el futuro. Si luchamos, es porque la vida que tenemos es insoportable y dolorosa.
Tenemos que averiguar qué significa hacer algo positivo. Lo primero que significa es salir del aislamiento. Luchar significa conectar con otras personas, no confrontar sola al sistema y al dolor y el sufrimiento en tu vida. Significa sentir que tienes alguna protección.
Existe la idea de generar una nueva afectividad emocional, yendo más allá del sofocamiento y la soledad de la familia nuclear. Adquirir nuevos conocimientos, adquirir nuevos amantes, no sólo en el sentido sexual, sino en personas que cuidas y que te dan fortaleza.
Se vuelve un tejido que permite conectar con otras personas. Ésa es la revolución, y si no tienes eso, no tiene sentido luchar.
Traducción por María José López
https://www.ojala.mx/es/ojala-es/silvia-federici-la-revolucion-es-ahora
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Silvia Federici: Desafiar la trampa de los cuidados
Entrevista • Verónica Gago y Silvia Federici
24 de marzo 2023
Apenas unas semanas después de que, en enero, más de 7,000 enfermeras ganaron su huelga exigiendo mejores condiciones laborales en dos hospitales de Nueva York, la investigadora y activista Verónica Gago se sentó junta con Silvia Federici. Hablaron sobre el trabajo de las mujeres y del trabajo reproductivo, las trampas de etiquetar el trabajo de las mujeres como trabajo de cuidados, y la necesidad de construir estrategias no punitivas para la justicia dentro del movimiento feminista.
Esa es la segunda parte de su conversación. Lee la primera parte aquí.
Verónica Gago: Creo que podemos decir que una de las principales cuestiones en el movimiento es la cuestión del trabajo, y especialmente el trabajo reproductivo, que fue posible por la práctica colectiva de la huelga feminista. Mencionaste la reciente huelga de enfermeras en Nueva York, ¡y su victoria!
También está surgiendo un debate en torno a la palabra ‘cuidados’. ¿Puedes explicar un poco más qué significa esto? ¿Qué piensas sobre la cuestión del trabajo como parte del movimiento feminista?
Silvia Federici: La lucha de las enfermeras ha sido emblemática. Es una lucha especialmente importante porque es una lucha sobre el terreno de la reproducción, que tradicionalmente ha sido visto por el movimiento revolucionario como un terreno sobre el que no se puede construir poder anticapitalista.
Esta lucha ha encontrado grandes obstáculos debido al chantaje que se ha ejercido contra las enfermeras, que es también el chantaje contra todas las mujeres que trabajan en el hogar. El chantaje consiste en la idea de que si tú retiras tu trabajo, vas a lastimar a las personas más cercanas a ti o vas a hacer daño a las personas a tu cargo.
Esta ha sido una herramienta muy poderosa para sofocar la lucha de las mujeres en el hogar, y de las enfermeras en los hospitales. Y las enfermeras han podido romper con esto, se han negado a ser chantajeadas. Han dejado de trabajar y han exigido mejores condiciones para ellas.
Al aumentar las horas de trabajo y reducir la compensación, los patrones han producido una situación en la que toda la fuerza de trabajo está agotada y con más probabilidades de no poder prestar los servicios que se necesitan.
Desmitificar esto es parte del trabajo que intentamos hacer en la campaña de salarios por el trabajo domestico. El trabajo que las mujeres hacen beneficia sobre todo a los empleadores. Negarse a hacer ese trabajo y rechazar las condiciones que nos imponen es una forma de limitar la reproducción de las personas como trabajadores explotables.
Quiero añadir que la lucha de las enfermeras no es la única lucha. A nivel internacional hemos visto desde hace años, particularmente en España, la construcción del movimiento de trabajadoras del hogar. Es un movimiento internacional que ahora se está volviendo realmente organizado.
Muchas de ellas son inmigrantes y luchan en condiciones especialmente precarias. Aquellas que viven con una familia, cuya libertad está muy limitada, viven una explotación sin fin. Aun así, sus movimientos se están expandiendo y han logrado cambios en las leyes internacionales, como el famoso Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, que básicamente dice que las trabajadoras del hogar tienen el derecho a los mismos beneficios que cualquier otro trabajador, como una jornada laboral regular con pensión, vacaciones, y demás.
Esta es mano de obra de mujeres que están siendo explotadas y que, al mismo tiempo, han sido capaces de construir un movimiento y convertir su explotación en poder.
Todavía necesitamos un mejor análisis de la genealogía del concepto de trabajo de cuidados.
Es un concepto que sé que nunca usamos en los años 70. Muchas organizaciones de trabajadoras del hogar lo han usado para demostrar que el trabajo que hacen—particularmente con las infancias—no sólo es trabajo físico, sino que tiene implicaciones más amplias.
Hay debate sobre esto. Una de los aportes más importantes en Estados Unidos es el de la feminista negra Premilla Nadasen, que escribió una crítica del concepto de trabajo de cuidados. Sostiene que usar el término trabajo de cuidados en relación al trabajo de las trabajadoras del hogar resta importancia a los derechos laborales de las mujeres.
Existe un llamado para que ellas tengan derechos, para que no sean tan explotadas porque realizan trabajos de cuidados, no porque son trabajadoras y tienen derechos laborales.
Nadasen dice, primero, que el concepto ‘cuidado’ resta reconocimiento a sus derechos laborales y, segundo, que impone una nueva carga a las mujeres trabajadoras. No basta con que estas mujeres hagan el trabajo, sino que además se espera que trabajen con una disposición emocional particular.
Ella argumenta que este es un mal uso del concepto de cuidado y que tenemos que ser muy cuidadosas al usar ese término. Ha trabajado mucho sobre la historia de las trabajadoras domésticas en Estados Unidos, particularmente las trabajadoras del hogar negras. Hablar de ellas como cuidadoras es decir que son mujeres que serán reconocidas solo porque tienen un apego emocional a las personas para las que trabajan.
Pienso que en el mundo post-Covid, la crisis de mujeres que hacen trabajo reproductivo tanto en el hogar como en las instituciones—como las enfermeras que arriesgan sus vidas en el trabajo— se volvió más visible.
Ahora muchas de ellas se van a huelga porque les indigna lo que han visto y cómo las han tratado, y cómo se trató a la gente en los hospitales.
VG: Otro tema central es la cuestión de la justicia y la justicia reproductiva. Es importante tratar el problema de la reacción negativa al feminismo y cómo se relaciona con la idea del punitivismo. ¿Cómo pueden las demandas de justicia del movimiento feminista evitar contribuir a la expansión de “soluciones” basadas en el castigo?
SF: La cuestión de la justicia reproductiva es muy, muy importante.
En Estados Unidos, la Suprema Corte ha eliminado el precedente legal Roe contra Wade, pero este es el último acto de un largo, largo, largo proceso que tiene muchos elementos, muchos episodios y muchas etapas.
El asesinato de médicos que practican abortos, la introducción en estado tras estado de legislación para restringir el derecho al aborto… Incluso antes de que interviniera la Suprema Corte, en muchos lugares el aborto ya era inexistente. Se creó un movimiento que ha perseguido a las mujeres que buscan abortar, con personas que van a la puerta de las clínicas gritando “asesinato asesinato asesinato”.
La cuestión del aborto en la historia del capitalismo está conectada con la cuestión de la construcción de la fuerza de trabajo. El estado se atribuye el derecho a controlar el proceso de procreación, a fin de forzar a las mujeres a reproducirse y a garantizar un número adecuado de trabajadores.
En años recientes hemos visto también otro aspecto de esto. Hoy tenemos una clase capitalista internacional que tiene a su disposición muchos más trabajadores que, por ejemplo, en el siglo 16, debido a que muchísimos han sido expulsados de sus tierras, desencadenando movimientos migratorios masivos.
Hoy la disponibilidad de la fuerza de trabajo es mucho más amplia. Y entonces vemos la otra función del aborto y del control estatal de la procreación de los cuerpos de las mujeres, la conducta de las mujeres, que tiene que ver con la cuestión de la disidencia sexual.
Negar el aborto implica disciplinar los cuerpos y la sexualidad de las mujeres. Es un poder que se otorga a los hombres. Los hombres se convierten en policías de los cuerpos de las mujeres.
No podemos luchar con eficacia por el aborto si no luchamos también por el derecho de las mujeres a tener hijos.
En Estados Unidos, hemos visto que la negación de la maternidad ha sido tan poderosa como la negación del aborto, especialmente para las mujeres negras, a quienes desde la esclavitud hasta el presente se les ha negado la maternidad. Hoy, para una mujer negra, especialmente una mujer negra pobre, embarazarse es un riesgo. Corre el riesgo inmediato de ser arrestada, encarcelada y perseguida.
Se ha creado un sistema de vigilancia que conecta hospitales, médicos y enfermeras con la policía, de modo que si algo parece anormal durante los procedimientos médicos que atraviesa una mujer embarazada, ella corre el riesgo de ser criminalizada.
Muchos estados han legislado algo que se conoce como leyes de protección fetal. Algunos han llegado al extremo de decir que, desde el momento en el que estás embarazada, puedes deducir el embarazo de tus impuestos.
Es muy importante evitar caer en la posición de algunas mujeres en los años 70, cuando las feministas declararon precipitadamente que el derecho al aborto era el derecho a decidir. Necesitamos decidir en el ámbito de la reproducción. Decidir significa poder tener hijos y poder no tenerlos. El auténtico control de nuestros cuerpos es la posibilidad de hacer ambas cosas.
Sobre la cuestión del punitivismo, creo que este es otro problema fundamental en el movimiento de las mujeres.
Durante la primera fase del feminismo en Estados Unidos, la respuesta a la violencia contra las mujeres fue exigir penas más severas [para los agresores]. Cada vez es más claro que las penas severas siempre aplican contra las personas que ya son vulnerables: personas negras, inmigrantes y personas ya sobreexpuestas al encarcelamiento y a la brutalidad policial.
Alejarse del punitivismo es un gran avance que impulsaron las mujeres negras, que experimentaron de primera mano el efecto de las políticas punitivas en sus comunidades. Las mujeres negras han entendido desde siempre lo que hace la policía y lo que hace el supuesto sistema de justicia. Ahora esa conciencia se está expandiendo, gracias al trabajo que las feministas negras han hecho.
Ahora tenemos un movimiento abolicionista, un movimiento abolicionista feminista, que lucha por abolir las cárceles y prisiones y abolir la policía. Me parece que la próxima tarea es construir alternativas, construir formas de justicia basadas en la comunidad.
Traducción por María José López.
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