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Argentina_Patagonia: fracking
Sauzal Bonito, la tierra que tiembla: el fenómeno sísmico de la Patagonia
Verónica Bonacchi 18.4.23
Fotografía de Anita Pouchard Serra
https://gatopardo.com/
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Vaca Muerta era una tierra de oportunidades, el primer desarrollo de fracking en América Latina. Una veintena de empresas llegaron a perforar el suelo y fracturarlo día y noche. Debajo yacía una promesa descomunal: millones de metros cúbicos de gas, millones de barriles de petróleo, miles de millones de dólares. Cerca de ahí, en Sauzal Bonito, las oportunidades se convirtieron en un tembladeral. Sus habitantes sufren enjambres sísmicos que no tienen explicación.
Aquí, bajo esta tierra, hay riqueza. Tres kilómetros y medio por debajo de este suelo inhóspito y árido, en el norte de la Patagonia argentina, la promesa es descomunal.
Ahí abajo, lo que alguna vez fue un océano es ahora la segunda reserva de gas no convencional más grande del mundo y la cuarta de petróleo no convencional. Las cifras que exhiben los balances anuales suenan extraordinarias: millones de metros cúbicos de gas al día, millones de barriles de petróleo, miles de millones de dólares. Esa fortuna subterránea se llama Vaca Muerta, una formación sedimentaria del Jurásico de treinta mil kilómetros cuadrados que abarca, allá abajo, casi toda la provincia de Neuquén, pero también un poco de sus vecinas, Río Negro, La Pampa y Mendoza. Fue un geólogo estadounidense, Charles Weaver, el que la descubrió y le puso ese nombre aciago y sin razón en 1931, pero pasaron más de ochenta años antes de que la petrolera de bandera argentina Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) confirmara su potencial. Ahora, más de veinte empresas, tanto nacionales como extranjeras, se dedican a perforar este suelo, lo fracturan día y noche, le inyectan agua y arenas y químicos a presión para sacarles el jugo a esas piedras prehistóricas, adormecidas 3 500 metros abajo.
Aquí arriba, sobre esta tierra y muy cerca de esos pozos, está Sauzal Bonito. Aquí, en este paraje rural, los números no son prodigiosos: 350 habitantes, 124 casas modestas, un puñado de chacras, una enfermera, cuatro mercados, la vida sencilla alrededor de una única calle de tierra. Aquí hay que comprar garrafas (tanques de gas) para cocinar, leña para calefaccionarse, porque no hay gas, y aunque a quinientos metros corre un río, la poca agua que sale de las canillas no se puede tomar. Aquí lo único que abunda son los sismos. Desde 2015, Sauzal Bonito se sacudió cuatrocientas veces, algo así como un episodio por semana. Pero los promedios pueden engañar: durante la pandemia de covid-19, que detuvo el mundo y el trabajo, en los yacimientos no hubo un solo movimiento; en cambio, en un solo día, el 9 de mayo de 2022, por ejemplo, aquí arriba la tierra tembló en 36 ocasiones.
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Instalaciones petroleras en la zona de Vaca Muerta. Sauzal Bonito es un poblado se encuentra muy cerca de ahí.
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La Ruta Provincial 17, que une puntos neurálgicos de la actividad hidrocarburífera de esta región, no descansa: la recorren camiones blancos; camionetas 4×4 blancas; combis, también blancas, que trasladan operarios. Casi no se ven autos particulares ni de otro color, y todos tienen la identificación de alguna empresa petrolera. Todos van y vienen, todo el día, todos los días, sin descanso. Aquí, bajo el área que atraviesa la Ruta 17, en el centro de la provincia de Neuquén, está el corazón de Vaca Muerta, y al corazón de Vaca Muerta se le hace cirugía mayor. Solo el año pasado se le hicieron 12 522 punciones.
El léxico de la actividad petrolera se parece al médico. Se dice punciones, fractura, estimulación, fluidos, inyectar. Se dice todo eso para decir que hay que llegar tres kilómetros y medio abajo, hasta la roca que tiene atrapado el petróleo o el gas. Y para eso hay que perforar la tierra, primero en forma vertical y luego en forma horizontal. Pero no solo. Como el petróleo y el gas que hay abajo no brotan naturalmente hacia la superficie, hay que punzarlos y estimularlos. Por eso se los llama no convencionales. Y por eso, también, necesitan que se les inyecten millones de litros de agua, con toneladas de arenas silíceas y químicos, para fracturar la roca, mantener abierta la grieta y que finalmente ese tesoro enquistado empiece a fluir.
Esa técnica se llama fracking. Y esa es la operación que el año pasado, en el corazón de Vaca Muerta, cerca de donde está el pueblo de Sauzal Bonito, se repitió 12 522 veces. Fue un récord.
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El paraje de nombre pintoresco es una sorpresa al final de un camino de ripio y vegetación achaparrada, un valle discreto a orillas del río Neuquén, que corre encajonado en mesetas a veces rojas, a veces grises. Parece un error en un desierto opaco; una línea verde en medio de la nada. Aquí no hay sombra ni rastro de los sauzales bonitos que a mediados del siglo pasado se supone que vio un policía llamado Gregorio Troncoso, quien le dio nombre al pueblo, inspirado en una obviedad que, al menos ahora, no es obvia. Lo que hay en Sauzal Bonito son alamedas. Pero esa es la menos inquietante de las paradojas.
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Arriba: Mabel Panero, dueña de un mercadito y de una casa derrumbada, donde posa para la foto. Desde hace unos meses tiene una casa antisísmica que le construyó el gobierno.
Abajo: la antigua casa de Mabel Panero en Sauzal Bonito.
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Desde hace unos meses, Mabel Panero vive enfrente de la que era su casa. De los restos de la que era su casa. Lo único que quedó en pie en ese sector es su mercadito, aunque está cerrado y vacío. Al lado, el lugar donde tenía la cocina comedor, el baño y las dos habitaciones en las que vivió con sus seis hijos y luego con sus nietos es una ruina. Solo quedan algunas paredes. Las de la habitación de los chicos, por ejemplo, que son color celeste. Una de ellas, de un lado aún tiene pegada una foto descolorida de Messi. Del otro exhibe una grieta larga con una fecha escrita en lápiz negro: 16-01-19. La fecha la anotó personal del gobierno de la provincia de Neuquén que vino a relevar los daños de uno de los sismos que se sintieron fuerte y agrietaron muchas casas. Pusieron un testigo sobre la rajadura para comprobar si había más temblores. Hubo once movimientos en una semana; después, quince en veintiséis horas; uno de magnitud 4.5. La casa no sirvió más, hubo que derribarla.
A Mabel el gobierno le construyó una vivienda antisísmica del otro lado de la calle, en un terreno más alto, más seco, sin árboles. Alrededor de su casa nueva todo es tierra arcillosa, salvo un cuadradito en el que crecieron algunas verduras y una flor. En mayo de 2022, después de una seguidilla de temblores y de algunas protestas que incluyeron cortes de ruta, el gobernador de Neuquén, Omar Gutiérrez, anunció cincuenta viviendas resistentes a los movimientos. La de Mabel, entregada cinco meses después, es una de las dos que se han hecho hasta la fecha. Es imposible no verlas: son blancas, nuevas, de madera.
“Nosotros tuvimos hasta cuarenta movimientos en un día. Y cuando empieza, no sabés si salir corriendo, quedarte parada, gritar o llorar. En el último salí corriendo, porque fue lo que me salió hacer, y cuando me di cuenta, volví a buscar al bebé de mi hijo. El techo era todo polvillo. Yo pensé que se nos caía encima, y entonces me largué a llorar”.
A Mabel los sismos se le volvieron miedo, rictus apretado. Ella es una de las treinta personas que se atienden con la psicóloga que también puso a disposición el gobierno para que ayude a superar el terror incierto de no saber qué va a pasar ni en qué momento. La psicóloga vive a 43 kilómetros y viaja hasta aquí dos veces a la semana, los martes y jueves. “Cuando empezaron los sismos, el gobernador nos trató de locos. Acá hay gente que durmió en carpas o en el auto por miedo a que el techo se le cayera encima. Locos, nos decía. Uno puede estar loco, capaz dos. Pero ¿todo el pueblo va a estar loco?”, pregunta Mabel en su casa nueva, las paredes relucientes decoradas con cuadros que ella misma hizo en el taller de arte que dicta una vecina.
Lorena Sandoval nació en el paraje hace veintinueve años. Es una de las hijas de Mabel y vive al lado, en una vivienda prefabricada. Estuvo en el corte de ruta, junto con los vecinos. “El gobierno vino a enfriar un poco la situación haciendo dos casas, como la de mi mamá. Pero esto no va a parar. A los gobiernos y a las grandes empresas no tenemos cómo ganarles. A nadie le importa Sauzal”, dice Lorena, pelo rizado y bien corto, la voz suave en un cuerpo fuerte, alto, acostumbrado a cargar dos hijos y a limpiar las malezas que rodean su casa.
Tenía diecinueve años cuando Vaca Muerta empezó a ser lo que es ahora: una tierra de promesas transformada en el castigo de un tembladeral. El 28 de agosto de 2013, la Legislatura neuquina ratificaba por mayoría un convenio entre la petrolera nacional y la provincia, y avalaba así el “acuerdo YPF-Chevron”, un documento confidencial que fue revelado recién tres años después y mostró un entramado de empresas offshore para esquivar las denuncias que Chevron tenía en Ecuador, donde se la responsabilizaba de haber arrojado los desperdicios de la actividad hidrocarburífera en plena Amazonía, de haberlos incendiado después y de verter petróleo en Lago Agrio, lo que perjudicó a los treinta mil habitantes de la región. El caso terminó en la Corte de La Haya con un fallo a favor de Chevron, en 2018, que no pagó los 9 500 millones de dólares que le reclamaba Ecuador.
Aquí, en 2013, a 41 kilómetros de Sauzal Bonito y con YPF-Chevron en la línea de largada, se inauguró el primer desarrollo de fracking masivo en América fuera de Estados Unidos y Canadá, los dos países pioneros de la actividad. Ese fue el comienzo de Vaca Muerta. Las protestas de ese día tampoco ganaron: en las puertas de la Legislatura, mientras se aprobaba el convenio, la policía reprimió una marcha de organizaciones políticas, sociales y de comunidades mapuches que se oponían al acuerdo y al fracking. Hubo heridos y un docente internado con una bala alojada en el cuerpo. “No vamos a dejar que echen por tierra una perspectiva brillante”, dijo el entonces gobernador de Neuquén, Jorge Sapag, considerado el “padre de Vaca Muerta”, hombre fuerte del Movimiento Popular Neuquino, la fuerza política creada por su padre en 1961 y que lleva gobernando la provincia desde entonces, con la interrupción de la dictadura militar. Como compensación por avalar el convenio, negoció con el gobierno nacional una suma millonaria para acompañar con obras el desembarco de la industria no convencional.
A unos pocos pueblos de la región las obras llegaron a cuentagotas. A Sauzal Bonito solo llegaron los temblores.
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El sol de la mañana cae como un telón pesado sobre la tierra gris. En medio del paraje, frente a la oficina comunal, hay un cartel: una madera tallada, apenas más arriba del suelo, que para el recién llegado dice “Bienvenidos a Sauzal Bonito”, y del otro lado, como despedida al que se va, un “Que Dios los vendiga [sic]” cincelado a mano.
Dos mujeres jóvenes rastrillan la tierra que rodea el cartel. Graciela Fuentes y Gladis Acuña nacieron y se criaron en este paraje, y ahora trabajan para la comuna, como la mayoría de los jóvenes que viven acá. Las dos recuerdan la primera vez que todo tembló. Fue en 2015. Graciela estaba en su pieza y sintió una explosión que hizo que se cayera la repisa. “Después te acostumbrás; si te gusta esto, te acostumbrás”, dice Gladis, y alza la vista para abarcar esto, Sauzal Bonito.
Acá todos recuerdan su primer sismo: dónde estaban (en la cama, en el baño, en la cocina), qué estaban haciendo (durmiendo, lavándose los dientes, viendo la tele), qué sintieron (una explosión, un zumbido, unas ondas bajo el piso, como si te chocara un camión). El resto —las otras 399 veces— es una maraña de fechas, intensidades, grietas, gritos, miedo, enojos y una palabra: horrible. Así dicen que es vivir entre sismos, horrible.
Lorena, como Graciela, Gladis y otros cien vecinos, integran un grupo de WhatsApp que se llama Sismos en Neuquén, en el que se avisan si pasa eso: si hay sismos en Neuquén. En el grupo también está la Red Geocientífica de Chile, que registra los movimientos desde el país vecino. El gobierno de la provincia no reconoce esa fuente, dice que no es oficial, que son aficionados. La primera explicación que les dio a los vecinos fue que el paraje está ubicado sobre una falla tectónica, la dorsal de Huincul, y que esa podía ser la razón de los temblores que comenzaron en 2015. Pero a mediados de 2019, después de las protestas, dispuso medir los sacudones. Para eso, firmó un convenio con el Instituto Nacional de Prevención Sísmica (Inpres), un organismo estatal que tiene su sede en una de las provincias con más terremotos de la Argentina, San Juan, y el 27 de junio de 2019 se instalaron dos sismógrafos: uno en Sauzal Bonito y otro a 41 kilómetros, ahí donde todo empezó.
El 30 de junio de 2019 —tres días después de instalado, cuatro años después de que comenzaran los temblores—, el instrumento recibió una señal y el gobierno de Neuquén publicó el primer informe oficial: fue un movimiento de intensidad 2.7 ocurrido a las 13:00 horas. Desde ese día, la provincia publica en su página web el “Informe semanal de sismicidad”, con el detalle de los temblores registrados, y cada semana repite que “se está gestionando en este momento la instalación de […] la red de sismógrafos (dieciséis equipos en la zona) y que permitirá contar con más y mejores datos”. Celeste Herrera, funcionaria del Ministerio de Energía, del que depende la actividad en Vaca Muerta, asegura que desde noviembre de 2022 ya son ocho los sismógrafos que están funcionando en la zona. Es lo único que dirá ese ministerio clave sobre lo que ocurre en Sauzal Bonito. Es lo único que dirá todo el gobierno de Neuquén sobre el paraje y las posibles causas de los temblores: que ya hay ocho sismógrafos.
Gerardo Sánchez, jefe de Investigaciones Sismológicas del Inpres, es uno de los encargados de seguir los movimientos del paraje. “Estamos muy lejos de poder decir que la actividad de las petroleras sea la causante”, dice el licenciado en Geofísica. Para que se pueda conocer el origen de los movimientos, dice, deberían estar funcionando los dieciséis sismógrafos que se están gestionando desde 2019. Y una vez que eso ocurra, “deberían medirse, durante un año más, o dos”. Para eso, entonces, falta.
Desde hace cuatro años, Javier Grosso, geógrafo de la Universidad Nacional del Comahue, estudia los sismos de Sauzal Bonito con obsesión. En el tráiler que montó cerca de su casa, a doscientos kilómetros del paraje, tiene mapas con marcas verdes y rojas pegados a las paredes, apuntes sobre el escritorio, material bibliográfico esparcido por ahí. Empezó a estudiarlos porque le sorprendieron la frecuencia, el lugar y un dato que lo hizo sospechar: que fueran tan superficiales. “Era un lugar en el que antes no había sismos. Hay una falla tectónica, es cierto, pero no estaba activa. Y lo más llamativo es que son sismos de una profundidad muy coincidente con la formación Vaca Muerta”, dice Javier Grosso y señala un mapa repleto de triangulitos verdes y rojos donde se superponen sismos y pozos de fracking. “Técnicamente, los temblores de Sauzal son de baja magnitud para sismicidad natural, pero para sismicidad inducida son de intensidad elevada”. La sismicidad inducida es aquella en la que interviene el hombre, que altera un equilibrio que existía hasta entonces. “Inyectan millones de litros de agua y miles de toneladas de arena, con una presión gigantesca. No hay forma de que eso no modifique el equilibrio preexistente. Por supuesto que hay lugares que son más sensibles, y por eso hay áreas de Vaca Muerta que tienen muchos pozos de fracking y no tiemblan”, asegura.
La relación entre el fracking y la sismicidad es materia de estudio, de polémica, de regulaciones. El fracking —prohibido en la mayoría de los países de Europa y practicado sobre todo en Estados Unidos, Canadá y China, pero también en México y Chile— está cuestionado en buena parte del mundo no solo porque aumenta la sismicidad, sino también por la cantidad de agua que necesita para las fracturas; por los químicos que se le agregan, una mezcla cuya composición no se da a conocer; por la posibilidad de que ese caldo contaminado se filtre en los acuíferos, y por la transformación del territorio que ocupan, que altera las economías regionales, la fisonomía de los pueblos, y los deja convertidos en una suerte de zona de sacrificio. En algunos lugares, como Alberta, en Canadá, u Oklahoma, en Estados Unidos, se usan semáforos sísmicos. “Un semáforo es un control, lo tenés que informar, pero podés seguir operando porque es menor; si genera un sismo de entre 2 y 3.9, tenés que informar y detener tu actividad durante 48 horas, y si tu actividad genera un sismo de magnitud mayor a 4, tenés que detenerte hasta que la autoridad autorice a empezar nuevamente. Entonces, las empresas vienen a hacer acá una actividad que allá está regulada. En ese sentido, no violan ninguna ley. Acá nada les prohíbe generar sismos”, dice Javier Grosso.
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Vaca Muerta, con sus treinta mil kilómetros cuadrados subterráneos, tiene, arriba, su propio mapa, una especie de rompecabezas marcado por las 46 concesiones a empresas nacionales y extranjeras que extraen el petróleo y el gas no convencionales. Cada empresa —YPF, Pan American Energy, Shell, Vista Oil & Gas, Pluspetrol, ExxonMobil, Chevron, Tecpetrol, etc.— tiene su área, y cada área, su nombre pintoresco, puro color local: Loma Campana, La Ribera, Bajada del Palo Oeste, Sierra Chata, Parva Negra, Bandurria Sur, Lindero Atravesado, Bajo del Toro, La Calera, Mata Mora, Coirón Amargo, Pampa de las Yeguas, Fortín de Piedra.
Sauzal Bonito queda exactamente frente a Fortín de Piedra, el área de la que Tecpetrol extrae 13% del gas que se utiliza en toda la Argentina. La empresa es de Paolo Rocca, la segunda fortuna del país, dueño también de la constructora Techint y de Tenaris-Siat, la firma que está fabricando los 48 000 caños para el gasoducto Presidente Néstor Kirchner, una de las obras más importantes del actual gobierno, con la que proyectan llevar el gas de Vaca Muerta a cada rincón del país. “Aquí […] tenemos gas para doscientos años, y el gas es la energía de transición que el mundo ha resuelto tener para ir camino a las energías renovables”, se entusiasmó el presidente Alberto Fernández, aquí, sobre Vaca Muerta, al pie del lugar donde comenzará a fluir el gas argentino el 20 de junio de 2023, según los anuncios.
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Margarita Pampinella y Mario Quintuman son los dueños de la otra casa antisísmica, blanca, nueva, de madera. Pero pasan buena parte del día afuera, a la sombra de un tinglado bajito, tomando mate, escuchando música en la radio, quemando bosta de caballo en un recipiente para ahuyentar a las moscas y mosquitos, envueltos en un humo gris, de olor ácido. En la entrada de su terreno hay una platea y una viga, únicos vestigios de que allí hubo una casa de adobe donde vivieron con sus diez hijos. Y también hay una pequeña huerta. Margarita está orgullosa: por fin logró que le diera unos zapallitos. “Ya había bajado los brazos”, dice su marido, y le pone una mano en el hombro, cariñoso. Margarita y Mario están enamorados desde el día en que se conocieron. Ella tenía catorce años, venía escapando de Buenos Aires y de una madre alcohólica. Soñaba con llegar a Bariloche, a la Patagonia más promocionada y verde de la Argentina, pero solo consiguió que la dejaran en Cutral Co, una ciudad chata en medio del desierto, con sus pozos de petróleo, y a cuatrocientos kilómetros de distancia del destino soñado. Era de mañana. Hizo dos cuadras por esa ciudad y se cruzó con Mario, diecinueve años, sonrisa pícara.
“Esa tarde nos juntamos y ya no nos separamos más”. Ella, que ahora tiene setenta, el pelo corto, los cigarrillos siempre cerca, lleva tatuado el nombre de su marido en el brazo derecho, las letras desparejas. Se lo hizo él. Él se tatuó un corazón en el izquierdo. Se vinieron acá hace veinticinco años, cuando el barrio de Cutral Co donde vivían se volvió peligroso. Ahora los hijos viven lejos. “Ninguno se vino a vivir acá. Bueno, uno vino, pero se fue enseguida porque acá no hay futuro, no hay trabajo”, dice Margarita mientras amasa un pan. La mayoría de los jóvenes que viven en el paraje son jornaleros, con sueldos de setenta dólares al mes. Solo unos pocos consiguieron trabajo en las empresas petroleras, pero en las tareas menos calificadas, alejados de los pozos. Los que logran entrar a la comuna, para hacer tareas administrativas, se llevan cuatrocientos dólares al mes. El resto trabaja en sus chacras o se dedica a criar animales.
Mario hizo un poco de todo: fue albañil, manejó una ambulancia en Cutral Co, trabajó en una fábrica de vidrio, en el petróleo. Ahora cuida parcelas con frutas y verduras que tiene cerca. Aunque se queja de lo que pasa en Sauzal Bonito, no quiere irse de acá.
Cuando el pan de Margarita haya leudado, él va a encender el horno de barro, afuera, al lado del tinglado. Dicen que es la única manera de hacer rendir los 166 dólares que cobran por la jubilación. Si prenden la cocina de la casa nueva, se gasta demasiado rápido el gas de la garrafa, que les cuesta diez dólares. En cambio, si lo alternan con la leña, les rinde un mes. La camionada de leña les suma otro gasto de 39 dólares, pero en verano les sirve para varios meses. “¿Cómo puede ser, no? De ahí sale el gas para el país, y nosotros con la garrafa al hombro”, dice Mario señalando ahí, el otro lado del río. ¿Cómo puede ser?, se pregunta, y esa —esa— es otra paradoja que aquí no tiene respuesta. Pero tampoco es la única.
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Vaca Muerta es una expresión que llena la boca. Un concepto que se usa en los titulares de la prensa, en anuncios de campaña, en esperanzas. Un término que no dice nada, pero que puede decir mucho. Vaca Muerta puede decir cifra récord de producción de petróleo, soberanía energética, la promesa de más trabajo y de buenos sueldos, la posibilidad de exportar hidrocarburos en lugar de comprar en un mundo sacudido por la guerra. Vaca Muerta también puede decir lo contrario, por las mismas razones: emisiones de gases de efecto invernadero, unos sueldos que desequilibran el mercado inmobiliario y todos los demás, y también un paraje, Sauzal Bonito, donde no hay gas y hay sismos.
“De sismicidad nosotros no hablamos”, dicen desde Tecpetrol. En su área, que ilumina la noche de Sauzal con sus torres de perforación, al otro lado del río Neuquén, se hicieron 1 524 etapas de fractura el año pasado.
“Nosotros le decimos estimulación o fracturación hidráulica”, aclaran, cuidadosos con el lenguaje, y derivan las consultas al Instituto Argentino del Petróleo y del Gas (IAPG), un organismo integrado por las mismas compañías que explotan el suelo de Vaca Muerta.
Según el material del IAPG, la fracturación hidráulica es una operación inocua, aséptica, eficiente, que comienza cuando, desde una torre de perforación, baja el trépano, la herramienta encargada de perforar la tierra hasta tres mil metros de profundidad. A ese agujero profundo se le hace una doble y hasta una triple protección de cemento y acero para que no haya filtraciones que perjudiquen el medio ambiente. Una vez abajo, el trépano sigue su recorrido otros dos mil metros más, pero en forma horizontal. Allí, con otra herramienta que atraviesa el hierro y el cemento, se hacen orificios de no más de dos milímetros. Y entonces sí, desde arriba, comienza la estimulación hidráulica, que consiste en inyectar una mezcla de agua, arenas silíceas y una docena de aditivos químicos a una presión tan grande que, al llegar a los pequeños orificios, se abre camino y provoca la fractura de las piedras donde está encerrado el petróleo o el gas.
Esa misma operación —la perforación, la estimulación con agua, arenas y químicos, la fractura— se repite entre cinco y veintinueve veces más. Para cada etapa de fractura se inyectan, ahí abajo, veintidós toneladas de arenas silíceas y 1 500 metros cúbicos de agua con químicos. De acuerdo a un video del IAPG, 20% de ese líquido regresa a la superficie. “Esta agua de retorno o flowback contiene altos niveles de sales, cloruros y carbonatos, y debe ser tratada obligatoriamente para ser reutilizada […]. También puede ser reinyectada en formaciones profundas, a miles de metros de la superficie y de eventuales acuíferos de agua dulce, en pozos autorizados”, dice también.
Los pozos autorizados se llaman sumideros. Hay más de 140 en toda la provincia de Neuquén. El resto, los residuos sólidos y semisólidos, mezclados con el agua contaminada, son llevados a basureros petroleros, también dispersos por toda la provincia, incluida su capital. En 2020, la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas denunció penalmente ese depósito —56 hectáreas a cielo abierto— por envenenamiento, adulteración o contaminación peligrosa para la salud, el suelo, el agua, la atmósfera y el ambiente en general. Eso —la basura que deja el tesoro— cada vez ocupa más lugar.
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Salvo el ir y venir de los vehículos sobre la arteria de la Ruta 17, la actividad de Vaca Muerta no se ve. Los pozos, los yacimientos, el destino de todos esos camiones, camionetas, combis no están visibles a la vera de la ruta. Hay que girar por caminos de ripio, tomar desvíos laterales, andar sobre la meseta. Y desde ahí arriba, entre carteles que avisan que cuidado, que abajo hay un conducto por el que corre gas de alta presión, que no se puede excavar, desde ahí arriba sí se ve la transformación. En la superficie hay mecheros encendidos que queman gas, terrenos desmalezados, con enormes torres de perforación, una fila larguísima de caños a campo traviesa que en algún momento se unirán, se soldarán e irán bajo tierra, pero que ahora parecen un monstruo vertebrado, negro, amenazante.
A simple vista, Sauzal Bonito es un puñado de casas dispersas en un valle verde. Pero de cerca lo que se ve es que la calle única, larguísima, divide el pueblo entre los que viven al pie de la meseta árida y los que tienen una chacra (pequeña finca rural), con sus álamos y alguna plantación. A primera vista, ese es el mejor lugar. Pero los que viven de ese lado se quejan: ya no es tan verde. Los que cultivan cerezas pudieron venderle una parte al municipio para hacer dulce en la sala de envasado que se inauguró el año pasado y que emplea a cinco mujeres del paraje. Pero el resto, los que cultivan alfalfa, los que tienen nogales, verduras, los que crían animales, ven que todo languidece.
A quinientos metros de la única calle corre el río Neuquén, que más de una vez creció y se convirtió en inundación, cubrió casas, las dejó inservibles. Ahora es más bien escuálido y dejó al descubierto las rocas musgosas que antes eran su lecho.
Como Sauzal Bonito no tiene planta de tratamiento, el municipio reparte dos bidones de agua potable por casa al mes. Lo poco que sale de las canillas no se debería beber y se raciona el uso para que todos puedan, a ciertas horas del día, regar.
A primera vista, el tema de Sauzal son los sismos. Pero los vecinos también se movilizaron por el agua, hicieron un corte de ruta, exigieron obras. Eso fue el 8 agosto de 2021. Aún no tiene solución.
Andrés Durán, 52 años, expetrolero, tiene una chacra. Es mediodía y a esta hora corre un poco de agua en su acequia, así que aprovecha para distribuirla entre los frutales, dar de beber a los chivos, los conejos y los chanchos que cría. Hace calor. Bajo la parra apenas hay consuelo. Desde ahí se ven las dos casas de Andrés. Una de adobe, partida por dentro y por fuera; otra, más alejada, que es pura intención: dos paredes a medias, una pila de ladrillos, un poco de arena. Andrés es musculoso, parece acostumbrado al trabajo pesado. Estuvo veintiún años en la industria del petróleo y decidió dejarlo para “disfrutar un poco de la vida”. Pero, como muchos de los vecinos, oscila entre la resignación y el enojo. “Yo soñé este lugar, esta chacra es mi vida, y me cagaron el sueño”, dice.
Aunque es crítico del fracking, dice que el petróleo le permitió darse algunos lujos, que pudo comprar el departamento en el que ahora vive su exmujer, con su hija, en Neuquén capital, a 156 kilómetros. Aquí, en la chacra que soñó, no hay rastros de ese lujo. Los corrales están armados con partes de hierro, restos de resortes, algunas maderas. En la casa de adobe hay poca cosa: una mesa, una heladera, muchas grietas. Una tan grande que permite ver el cielo encendido del mediodía afuera.
“Antes de que empezaran los sismos teníamos una vida normal y ahora no podemos proyectar nada. Acá, la agresividad, la falta de empatía y de consideración con el lugar fue atroz. Y lo más grave es el discurso: a mí me dicen que sea patriota, que haga un esfuerzo, que de acá sale el gas para todo el país. Nos dijeron que de alguna manera esa riqueza nos iba a llegar, pero mirá, acá todo es una miseria”.
Fernando Wircaleo, presidente de la Comisión de Fomento de Sauzal Bonito, una versión del intendente a menor escala, llega a su oficina en una camioneta 4 × 4 que no es blanca, es gris. Es uno de los tres vehículos que fueron cedidos por YPF y Tecpetrol para que sean usados por las autoridades. Aquí, Fernando Wircaleo es la autoridad. Lleva pantalón azul, mocasines claritos, una remera verde agua con el logo de Yves Saint Laurent.
Tiene 35 años y es descendiente de los primeros habitantes del lugar. Su padre nació en Fortín de Piedra, el área que ahora es un reguero de pozos, de torres de perforación. “A mí, acá en el pueblo, me acusan, dicen que estoy a favor de las petroleras, y no es así: yo también tengo a mis hijos asustados, mi casa también se parte. Que hay coincidencia entre el comienzo de los temblores y la llegada de las petroleras, sí, eso lo puedo asegurar. Pero decir que son las petroleras las que los causan, no, no puedo decirlo porque yo no estudié para eso”, dice Fernando Wircaleo en su oficina de jefe comunal, con una foto enorme del gobernador de Neuquén detrás suyo.
Fernando Wircaleo es cauto. Asumió su cargo en diciembre de 2019 y quiere ser reelegido este año. Sabe que depende del gobierno central y también de los que lo votan. Entonces, quiere ser salomónico. Agradece la ayuda del gobierno provincial. Dice que le dieron una mano para achicar la desocupación. “Acá el que no trabaja en la comisión de fomento trabaja en las empresas, y el que no, es criancero o tiene su chacra”. Quejas, Fernando Wircaleo solo tiene dos. Una es el reporte de los sismos. “Eso es una media falta: nosotros no tenemos información de parte del Inpres. De Chile nos informan antes”. La otra es el rédito que deberían tener por estar aquí, en el corazón de Vaca Muerta. “El acompañamiento de las petroleras nos hace mucha falta, porque estamos en un lugar estratégico, y esto tendría que ser un embellecimiento total. Lamentablemente esa parte no se ve”, dice Fernando Wircaleo.
Lo que se ve en Sauzal Bonito es esto: una escuela primaria; un polideportivo que está a medio construir desde 2016; dos enormes tanques de agua abandonados en la puerta del municipio, esperando la obra de agua potable; una cancha de fútbol semiabandonada; una posta sanitaria que está cerrada porque la única enfermera está de licencia; un predio para jineteadas; una guirnalda de luces que decoran un paseo en el que no pasea nadie; un mirador de hierro, allá arriba de la meseta; una antena enorme; un salón donde ensaya el grupo infantil folklórico Sismito; gallinas y perdices que cruzan la calle; tierra reseca.
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Es una tarde de 38 °C y Noemí Painemil, 66 años, la voz que es un hilito, atiende el mercado más concurrido del pueblo. Tiene timbre, cámara de seguridad en la puerta y una chacra detrás que se reseca. “No hay mucha agua”, dice mientras intenta regar dos laureles que crecen en medio de la tierra gris. “Pero ¿vos viste las manguerotas allá en el río, un poco más lejos? Esas mangueras sacan agua para llevarla a las empresas. Es tremendo lo que pasa acá”, afirma con su voz cascada, producto de un carcinoma de garganta que logró superar. Las manguerotas, como ella las llama, efectivamente llevan el agua que necesitan las empresas para hacer fracking, menos de 1% del caudal del río Neuquén, según el gobierno provincial. Se ven turgentes, hinchadas, al costado de la ruta. Desde el río ascienden por la meseta dos serpientes oscuras.
“El año pasado estuvimos siete meses sin agua. Un camión del municipio nos repartía bidones. Siete meses, a quinientos metros del río. Esas empresas nos están jodiendo la vida”, dice, con su mate rosado rebosante de azúcar en la mano, mientras va y viene del almacén a la cocina. Entra mucha gente a comprar: sobre todo cerveza, pero también yerba, leche, cigarrillos.
Con su marido, Carlos Pérez, exhombre fuerte del sindicalismo petrolero, ahora jubilados, crían chanchos y gallinas y tratan de mantener los pocos árboles que les dan alguna alegría: unos almendros, algunos damascos y un parral con uvas todavía verdes que el hombre levantó al lado de la casa. Es su lugar favorito, su paraíso, lo llama él. A su sombra se sienta a tomar mate todas las tardes.
La casa de Noemí y Carlos es una paleta de colores vibrantes: verde musgo el comedor, rojo la cocina. Las grietas que dejaron los sismos resaltan en medio de la estridencia. “El último sismo me despertó. Abrí los ojos, y las paredes y las chapas se movían. Es horrible”.
Noemí está enojada. Tiene manchas en la piel y le dijeron que son producto del estrés. Ella es una de las que se movilizaron, que cortaron la ruta para reclamar, que fueron hasta Neuquén a pedir que hagan algo por ese paraje que antes estaba quieto y ahora se sacude. Pero reconoce que no lograron mucho. “Peleamos contra un monstruo. Estamos desamparados”, dice.
Carlos la escucha, ausente, mientras prepara su mate. Se disculpa y sale a dar de comer a sus animales. Está cansado de hablar del tema; si empieza, se enoja. Ahora quiere disfrutar su vida jubilado. Pero no puede contenerse, y entonces cuenta que vinieron a tentarlo para que vuelva a trabajar en el petróleo, pero que él a los pozos no vuelve ni loco. “Lo único que extraño del petróleo es el sueldo. Pero ¿quiere que le diga? Yo sé lo que dejamos en el campo, lo que ensuciamos, lo que contaminamos; yo sé que la tierra no se va a recuperar nunca más. Acá no hay vuelta de hoja. Yo sé que los temblores son por las fracturas. Que nos dejen de mentir”, dice Carlos, un rapto de furia, los ojos encendidos.
Después se queda inmóvil, sentado bajo su parral, el mate amargo en la mano. “¿Sabe por qué me da bronca? Porque yo soy feliz acá”, dice. Y acá, en este preciso momento, arriba de ese océano jurásico que es Vaca Muerta, todo está quieto y el atardecer es un prodigio. “Vea qué lindo, ¿no es un paraíso esto?”.
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Esta historia sobre Sauzal Bonito y el fracking en la Patagonia se publicó en la edición impresa: «Cuando la Tierra habla».
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VERÓNICA BONACCHI. Periodista argentina. Trabajó en el diario La Nación y actualmente es editora en el diario Río Negro, de la Patagonia. En esta edición escribió sobre el fenómino sísmico que sufre la comunidad de Sauzal Bonito, muy cerca de Vaca Muerta, el gran desarrollo de fracking de América Latina.
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ANITA POUCHARD SERRA. Fotógrafa franco-argentina radicada en Buenos Aires. Sus temas de trabajo giran alrededor de la identidad, la migración, el territorio y los derechos de las mujeres, con un enfoque transdisciplinario. Su trabajo personal ha sido apoyado, entre otros, por la Biblioteca Nacional de Francia, el Pulitzer Center, el National Geographic Society’s Emergency Fund, Open Society Foundations y la International Women’s Media Foundation. Ha trabajado para medios internacionales y argentinos. Expuso en Photoville, la Bienal de Sharjah 15 y la Biblioteca Nacional de Francia. Es docente y conferencista de narrativa visual y fotoperiodismo en Estados Unidos, México y Argentina. En esta edición, fotografió esta historia sobre Sauzal Bonito y Vaca Muerta.
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más fotos en nota original:
https://gatopardo.com/reportajes/sauzal-bonito-fenomeno-sismico/
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también publicado en https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2023/04/25/argentina_patagonia-fracking/
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nota relacionada: Que es el fracking y cuales son los peligros en Argentina
https://www.biodiversidadla.org/Documentos/Que_es_el_fracking_y_cuales_son_los_peligros_en_Argentina
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