Las marcas indelebles

Audiencia 17 del juicio por la Brigada de San Justo
 
Tras la feria judicial de verano se reinició el debate con tres testimonios de lo que se vivía hace 40 años en la Brigada de San Justo. Dos compañeros del desaparecido Mario Lemos relataron el operativo en que fueron secuestrados y llevados a la Brigada. La sobreviviente Adriana Chamorro realizó un impecable relato del calvario a que la sometieron en San Justo y en el Pozo de Banfield.
 
 


Tras las 16 audiencias de 2018, donde se escuchó a 47 testigos, se reanudó el juicio por la Brigada de Investigaciones de San Justo, uno de los CCD más grandes de la zona oeste en dictadura. Para lo que queda de debate restan testificar otras 50 personas lo que estirará las audiencias hasta, por lo menos, mediados de año.
En la audiencia 17 los dos primeros testigos fueron citados por la fiscalía y correspondieron al caso de Mario Alberto Lemos, desaparecido desde San Justo en agosto de 1977 y cuyo caso, por desidias judiciales varias, no forma parte de este juicio. Sorprende la pretensión puntillosa de los agentes del Ministerio Público en los detalles del caso Lemos, cuando en verdad se esmeraron en la instrucción de esta causa para que la mayoría de los imputados no sean acusados por los casos completos de la familia Lavalle-Lemos. Recordemos que Gustavo Antonio Lavalle, su esposa Mónica María Lemos (hermana de Mario) y la pequeña María fueron secuestrados y llevados a la Brigada el 20 de julio de 1977 en su domicilio de José C Paz. Mónica estaba embarazada de 8 meses. Una semana después de secuestro María fue llevada a la casa de unos vecinos de la familia y en septiembre del ’77 los padres trasladados al Pozo de Banfield, donde Mónica dio a luz a María José, a su vez trasladada con horas de vida a la Brigada de San Justo, donde fue apropiada por la sargento de la bonaerense María Teresa González y su pareja Nelson Rubén. Este derrotero está probado hace años por las distintas declaraciones de los integrantes de la familia La valle-Lemos, pero no hecho mella en la labor de la justicia: pese a que toda la familia pasó por la Brigada de San Justo, sólo está imputado en el debate por los 4 casos el represor Hidalgo Garzón, mientras que el grueso de los genocidas sólo recibió acusación por el caso de María Lavalle.

Así las cosas, el primer testigo en hablar fue ARMANDO LUIS PAZ CARBAJO, amigo y compañero de militancia de Mario Alberto Lemos, que relató que el 5 de agosto de 1977 “fue el momento más duro de toda mi existencia”. Habían  ido en moto con Eduardo Argañaraz a visitar a Mario a la pensión de Liniers donde vivía.  Estaban tomando mate y charlando cuando irrumpió un grupo de varias personas de civil y con borceguíes, entre los que destacaba uno alto y corpulento que los apuntó con un revólver. Tras unas breves preguntas los sacaron a la calle encapuchados y los tiraron en la cúpula de una camioneta. Así los llevaron en un viaje de 30 minutos, primero por lo que intuye era la General Paz, hasta que el vehículo bajó a una calle anduvo un tramo, dobló a la izquierda y entró a un edificio. Entonces, según el testigo, primero bajaron a Argañaraz, pero al darse cuenta que no era quien estaban buscando lo devolvieron y se llevaron a Lemos. A Mario comenzaron a torturarlo, de hecho Armando y Eduardo escuchaban los gritos de su amigo, mientras siguieron dentro de la camioneta por unas 4 horas tabicados y sin hablar. A la mitad de ese tiempo se dieron cuenta que había algún represor con ellos dentro de la caja del vehículo, que se había quedado para escuchar lo que dijeran, pero al no obtener nada se bajó y cerró la puerta.
La sesión de torturas a Mario duró un buen tiempo: “Por los alaridos que daba suponemos que lo estaban torturando. Hasta que después de un tiempo no lo escuchamos más. Supongo que fueron los últimos momentos de la vida de Mario”, dijo el testigo. Luego de eso los represores subieron a la camioneta y los llevaron hasta un basural donde lo liberaron con Argañaraz.
Paz Carbajo dijo que él había sido simpatizante del PRT, al igual que su amigo Mario, pero que con posterioridad a los hechos del ataque al cuartel de Monte Chingolo en el ’75 se distanciaron de la organización. Afirmó también que sabían de la militancia  que habían tenido en Montoneros la hermana de Mario y el cuñado, y que Gustavo Lavalle era apodado “Fierrito”. Afirmó también que la misma noche que los liberaron se fueron de Buenos Aires. Argañaraz a Córdoba. Él con un amigo a la localidad de El Zapallar, en Chaco, donde trabajó como mecánico de motos.  Cuando quiso volver a la casa de Villa Bosch, Tres de Febrero, notó que estaba vigilada por los represores y decidió irse a Brasil.
Al serle exhibido el álbum de represores, el testigo identificó a Ángel Oscar Rojas como integrante de la patota que los secuestró y la persona que los apuntaba con un arma.
Para finalizar el testigo dejó un mensaje: “no le deseo a nadie que viva los acontecimientos que yo he vivido y puedo narrar como sobreviviente. Sobre todo la pérdida de un amigo tan íntimo como Mario. No están hoy para contarlo ni él, ni su hermana, ni su cuñado. Y sé que es un pedido al viento porque en el mundo están permanentemente cometiéndose delitos de lesa humanidad. Esperemos que todos hagamos lo que esté a nuestro alcance para que se valore en su justa medida al ser humano y sus derechos”.
A continuación se escuchó el relato de EDUARDO ARGAÑARAZ, en video conferencia desde San Pablo, Brasil, quien confirmó lo relatado por Paz Carbajo en relación a los hechos que los tres amigos sufrieron en agosto del ’77. El testigo agregó a lo ya dicho que Mario vivía en una terraza donde tenía un cuarto y un atelier. Cundo golpearon la puerta de acceso Mario les dijo “Es la cana. ¿Qué hago?”, a lo que él le sugirió que abriera. Fue él quien abrió la puerta y vio a varios represores de civil. A sus compañeros les pusieron capuchas y a él lo tabicaron con una bufanda. A Mario lo llevaban esposado. Además dijo que la camioneta donde los trasladaron era tipo Ford F 100 sin identificación, pero con aspecto de móvil oficial. Sobre el incidente donde lo confunden con Mario dijo que vino un represor a preguntar por Lemos y lo llevó al él. Luego lo devolvieron y Mario se identificó, tras lo cual lo llevaron y fue la última vez que lo vieron. Escucharon si sus gritos durante mucho tiempo, hasta que uno de la patota vino y dijo “Ya está, vamos”. Entonces los llevaron con Paz Carbajo hasta un basural cerca de la autopista Ricchieri.
El testigo afirmó que cuando lo liberaron no perdió el tiempo, avisó a sus amigos y decidió irse a lo de unos parientes en Laboulaye, al sureste de Córdoba. Agregó que aún en ese exilio interno su casa fue vigilada durante años por una camioneta naranja. Y apuntó que supone que los mismos represores que los secuestraron a ellos en Liniers habían actuado un mes antes en José C Paz en la detención de la familia Lavalle-Lemos, porque mientras los trasladaban comentaban entre ellos que al llegar hasta Gustavo Lavalle le dijeron “Así que vos sos el famoso Fierrito!”.
El tercer testimonio correspondió a la sobreviviente y querellante ADRIANA CHAMORRO, que habló por videoconferencia desde Montreal, Canadá. Tras haber dado testimonio más de una docena de veces tanto en las embajadas argentinas en España y Canadá, como ante la Cámara Federal de La Plata, por las apropiaciones de Victoria Moyano Artigas y Carmen Gallo Sanz, ante la Comisión Parlamentaria en Uruguay por los desaparecidos de aquel país en Argentina, y en la causa “Plan Cóndor” en Caba, con 74 años Adriana brindó un extenso, preciso y contundente testimonio sobre la persecución sufrida por su familia, sobre  y la  conexidad entre el CCD de San Justo y las brigadas de Banfield y Quilmes.
La testigo relató que para febrero de 1978 vivía en su casa de calle San Juan al 200 en Buenos Aires, con su entonces esposo, Eduardo Corro, y su hija Candela de xx años. Con Corro eran militantes de una pequeña organización estructurada en torno a una publicación antidictatorial y antimperialista llamado “periódico compañero”. Distribuían el periódico entre las bases sociales para aportar a la denuncia del Terrorismo de Estado que estaba implementando la dictadura cívico-militar.
Adriana contó que su padre, Adolfo Chamorro, había sido profesor en la Facultad de Arquitectura de la UBA y había sido echado a partir del proceso de persecución que se dio en la llamada “Noche de los bastones largos”. Su madre, Modesta Bianchi, era asistente social en Lomas de Zamora y también sufrió problemas en su trabajo por su postura antidictatorial.
La testigo rememoró que en febrero de 1978 estaba pasando las vacaciones con su esposo e hija en Villa Gesell. Mientras, cerca del 20 de febrero del ’78, un operativo de “Fuerzas Conjuntas” llegó a la casa de sus padres en Banfield con una detenida muy torturada que se llamaba Mari y era compañera de Adriana. Allí le muestran a la detenida fotos de Adriana y de su hermano Rafael y los reconoce. Entonces se llevaron secuestrados a Mari, a los padres de Adriana y a la empleada doméstica a la Brigada de San Justo. Los amenazaron con torturarlos para que dijeran dónde estaba Adriana, y pasaron 3 días en esas condiciones. Finalmente la madre les dijo que estaba en Villa Gesell. Entonces una comitiva de los represores viajó hasta la ciudad balnearia con la dirección del hotel donde paraban. Por suerte ya no estaban y habían salido en avión hacia Buenos Aires. La patota llegó hasta el aeropuerto tarde y no pudo detenerlos. Sin embargo momentos después de llegar a su casa, reciben el llamado de la hermana de Adriana diciendo que los padres habían desaparecido. Creyeron que era algún problema por la militancia de su padre, y como era muy tarde esa noche decidieron esperar hasta el otro día para iniciar la búsqueda. A la mañana siguiente cayó el operativo, que otra vez se presentó como “Fuerzas Conjuntas”. Un grupo de personas armadas entraron con los padres de Adriana, revolvieron los libros que había en el lugar, y uno de los represores, apodado “Pato”, le pregunta a Adriana si era judía porque  “les damos un tratamiento especial”. Entonces sacaron tabicados de la casa a Adriana y Eduardo, la niña quedó con los abuelos, los pusieron en 2 autos y tras casi una hora de marcha los ingresaron a lo que después supieron era la Brigada de San Justo.
La testigo dijo que al llegar a San Justo la subieron tabicada a una habitación, y que mientras la subía un represor del brazo le toca los pechos. Al llegar arriba otro represor dice que allí no la iban a molestar sexualmente. Luego comenzó un interrogatorio con empujones, golpes de palos, cintos, patadas y “teléfono”. Luego la bajan a otra sala más chica, también tabicada. Allí la obligan a desnudarse delante de toda la patota y subirse a una cama. La atan, la mojan, le tiran una arpillera encima y la torturan con picana en todo el cuerpo, especialmente en los genitales. “Yo por debajo de la venda podía ver a la persona que me torturaba en la vagina. Eso directamente era la violación, no se puede llamar de otra manera”, afirmó la sobreviviente, y agregó “quiero que quede constancia de que esa tortura la consideré siempre como una violación en grupo, porque no era uno el que me daba la picana, sino que se turnaban. Ahí estaban el ‘Burro”, el ‘Víbora’, el ‘Tiburón’, el ‘Lagarto’, el ‘Rubio’. Yo estoy segura que eso le pasó a todas las mujeres que pasaron por ahí. Y a los hombres. Porque nunca se denuncia la picana como una violación y se centra en los órganos genitales. Y a mi juicio es una agresión sexual. Además produce el mismo efecto psicológico que genera la agresión sexual. Es lisa y llanamente eso”. Mientras duró la tortura los represores hacían preguntas generales, nunca específicas. Preguntaban por armas, robo de bancos y asesinatos de policías. Hacían comentarios sobre el cuerpo de la detenida y hasta hablaban de lo que iban a comer, en una naturalización de la monstruosa escena. Tras largas horas de calvario, en un momento apareció un médico que hizo detener varias veces la tortura. Y los represores se fueron a comer. Luego volvieron a picanear. Adriana afirmó que casi perdió la conciencia en la tortura y fue llevada hasta un calabozo, donde estuvo toda una noche mirando el techo y delirando, viendo figuras en el techo. A la mañana siguiente le trajeron un mate cocido, luego la llevaron arrastrando a un calabozo más grande con un banco de cemento en la pared, una pileta y un baño chico. Al tercer día la llevaron a una oficina donde estaba José Antonio Raffo, alias “Tiburón”, y su esposo Eduardo. Allí pudo ver un escudo policial que decía “Brigada de San Justo”. Posteriormente la vuelven al calabozo. Luego traen a su celda a Graciela Gribo, que había sido secuestrada en diciembre del ’77 y estaba en otro calabozo con Claudia Kohn. Graciela le confirmó que estaban en la brigada y le dijo que ella y a Kohn la llevaban arriba a limpiar las oficinas. Kohn y Gribo fueron posteriormente liberadas y sus casos forman parte de este juicio.
Adriana contó que en un momento la visitó un médico que le dio un polvo rojo para las quemaduras de la picana, y que le hablaba con total naturalidad, como si fuera una consulta más. Había estado en la sesión de torturas. Años después, en el juicio por la apropiación de Carmen Gallo Sanz realizado en 2004, Adriana reconoció a ese médico como Jorge Bergés.
Además la testigo relató que desde su celda escuchaba las reuniones de la patota que se daban en una sala contigua sobre su calabozo. Los oía planificar un operativo para semana santa del ’78, que iban a “pedir área”, es decir zona liberada, y decir “Tenemos que agarrar a Petruch, Liwski y Heuman”. Posteriormente supo que entre fines de marzo y comienzos de abril del ’78 esas y otras personas habían sido secuestradas y estaban siendo torturadas en San Justo. Entre ellas Amalia Marrón, a quien en una sesión de torturas los genocidas dieron por fallecida. Marrón es sobreviviente y testimonió en este juicio. Aquella fue la redada donde cayó todo el grupo de militantes del complejo 17 de La Tablada que descripta por otros sobrevivientes en el debate.
La sobreviviente se tomó un tiempo para dar su posición sobre lo que significa la tortura en la vida de los sobrevivientes: “Todo esto deja rastros indelebles, que no se pueden borrar de ninguna manera. La tortura y la violación dejaron muchos problemas en mis relaciones íntimas. Todos los días veo cosas del pasado, que se superponen con la realidad. Como una diapositiva que me pasa por delante, del chupadero, de la tortura, de Mari Artigas, etc. En cualquier momento de mi vida aparecen esas imágenes. Tengo ansiedad con fondo de temor y hago planes todo el tiempo de lo que puede pasar. En cualquier cosa estoy previendo catástrofes. Soy una persona muy aislada. Sufro un síndrome post traumático, que lo sufren todos los que vivieron el Terrorismo de Estado. Tuve artrosis severa en las rodillas a los 40 años por la picana. Estoy operada de las 2 rodillas. Tengo rodillas de titanio. Para mi pasar por esas operaciones fue un infierno, porque era otra vez la mesa de la tortura. Además todo era tortura, el hambre, los golpes, la mugre, el hacinamiento, no sólo la picana. Todo esto trabaja el cerebro del detenido y lo acompaña toda su vida”.
Chamorro relató también el rol que cumplieron en San Justo efectivos del Ejército, al contar que en una ocasión la visitó un alto jefe militar y le dijo “al final no tenías armas vos”. En otro episodio la llevaron destabicada a un interrogatorio con personal de Inteligencia militar, 2 represores bien vestidos y educados que querían saber la línea política de su organización. Luego Adriana fue llevada a un calabozo grande donde había otros secuestrados contra la pared. Ahí el “Tiburón” Raffo les dio un sermón diciendo que de allí no se salía nunca y que al intentara escapar lo iban a matar. A ella le dijo “Nos vamos a volver a ver”. Ella pensó “En un juicio”. Adriana contó que en los ’80, como parte de la causa 44 conocida como “Causa Camps”, lo reconoció en un registro fotográfico de rueda de presos. Tras aquel sermón, ocurrido a fines de marzo del ’78, Adriana y otros detenidos fueron cargados en una camioneta y llevados al Pozo de Banfield. Al grupo que venía de San Justo lo pusieron dividido en 3 calabozos distintos. “En Banfield, los represores de San Justo no nos dejaron tranquilos”, dijo Chamorro, y describió que tanto “Víbora” como “Tiburón” fueron y vinieron de San Justo a Banfield varias veces: a pasar lista, a llevar o traer detenidos. Entre ellos el hermano de Adriana, Rafael, que tras ser secuestrado fue llevado a San Justo y luego a Banfield, vuelto a San Justo, llevado a la Comisaría de Laferrere, a la U9 de La Plata, de allí a Rawson y de nuevo a La Plata, hasta que fue liberado. También el matrimonio Logares-Grispon, secuestrado en Uruguay y trasladado a Banfield desde San Justo, donde su hija Paula fue apropiada por el represor Rubén Lavallén.
El 11 de octubre del ’78 Adriana es llevada con otros a la comisaría de Laferrere y antes de dejarlos “Víbora” les dijo “si nos llegan a encontrar en la calle cruzan la vereda, y si se van a algún país que no sea limítrofe porque los traemos desaparecidos de todas maneras”. “Estaban confirmando el Plan Cóndor”, aseguró Adriana, y relató que en Banfield supo de un grupo de 21 militantes uruguayos que habían sido secuestrados a fines de diciembre del ’77, entre ellos María Asunción Artigas de Moyano, que estaba embarazada. Adriana compartió cautiverio con Mari Artigas, quien le contó que todos los uruguayos eran llevados y traídos al Pozo de Quilmes a interrogar, y que ella también había estado en San Justo. Chamorro dijo que lo tocó acompañar y asistir el parto de Mari Artigas, hasta que dio a luz a su hija Victoria, que fue apropiada por Oscar Antonio Penna, jefe de la Brigada de San Justo durante los años ’78 y ’79, que la entregó a su hermano Víctor y su cuñada María Elena Mouriño. También agregó que Artigas fue permanentemente acosada sexualmente por los represores de Banfield, antes y después del parto. Sobre otros secuestrados que son caso en este debate sumó su recuerdo de Ricardo “Mosca” Iramain, integrante de la custodia de la UOM, que había sido detenido en enero del ’78 junto a 2 policías federales por hacer un negociado para venderle armas al ERP. Adriana lo vio muy desmejorado en Banfield y supo que venía de San Justo. También recordó a Juan Rodríguez, de nacionalidad chilena, que era compañero de su organización, y tras pasar por San Justo y Banfield obtuvo la salida del país a Suecia. Tanto los casos de Iramain como de Rodríguez son parte de la acusación en este juicio.
El 11 de octubre del ’78, en el Pozo Banfield, Eduardo Corro firmó la libertad vigilada. Cuando se preparaba su liberación, Adriana pidió despedir a su esposo. Entonces la llevaron a una oficina, y mientras estaban llevándose a Eduardo un represor gritó “¡A la chica también!”. Así fue sacada de Banfield a Laferrere. Así se despidió de Mari Artigas, sabiendo que al otro día había un traslado grande en el que probablemente fuera llevada. “Nos decían en Banfield que estábamos ahí hasta que se decidiera si íbamos al PEN o al PUM. Yo fui al Pen y Mari al Pum”. Adriana Chamorro fue puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y blanqueada como detenida en la cárcel de Devoto por 3 años.
Para finalizar Adriana dejó un mensaje de atención sobre el derrotero de las causas de lesa humanidad en nuestro país. Yo declaro desde el año ’84, cuando Chicha Mariani y Estela de Carlotto vinieron a Canadá. No sé cuánto tiempo más voy a poder declarar. Es interminable. No entiendo por qué Bergés no está en esta causa, si estuvo en San Justo. No entiendo por qué están las causas tan separadas, si era todo lo mismo San Justo, Banfield y Quilmes. Y hay que declarar por una, por otra y por otra. Tendría que haber justicia, pero más rápido. Por eso pido que nuestras declaraciones por escrito sirvan si nosotros no podemos testimoniar. Puedo hacer una declaración definitiva para presentar. Si no los testigos vamos a morir y no va aquedar mucho, al paso que va”.
 
La próxima audiencia será el miércoles 13 de febrero desde las 10 hs. Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.
 
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