Evo Morales llegó a la presidencia al ganar el 18 de diciembre de 2005 una elección presidencial, en la que hubieron muchísimas irregularidades, incidentes y fraudes. Todos esos inconvenientes eran en contra de los sectores más vulnerables que votaban al Movimiento al Socialismo (MAS), que alcanzó el 54% y podría haber ganado con mucha mayor diferencia pero el sistema electoral boliviano restringía el sufragio a las clases populares. Por ejemplo, quien no se empadronaba individualmente meses antes de las elecciones no tenía derecho a votar. Allí llegó el presidente Evo con el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP-MAS), en alianza con distintos sectores representantes de los grupos más postergados, indígenas, mineros, campesinos, cocaleros, coordinadoras obreras, juntas vecinales, etc.
Detallar todos los avances económicos y sociales del que entonces era el país más pobre de Sudamérica es imposible en una nota, pero si se puede decir que este proceso abrió una participación política de todos los sectores, de los más postergados, y como consecuencia también incentivó la reacción de la derecha fascista, que nunca aceptó la igualdad de derechos con los indígenas y trabajadores. Evo y el Pueblo boliviano recibieron un país donde una chola (mujer indígena de pollera) no podía ingresar a los edificios estatales, y lo convirtieron en un estado plurinacional con cada vez más equidad para las chollas, los indios, lxs niñxs, los jubilados, los trabajadores e incluso la madre tierra. La participación democrática incentivada por el gobierno del MAS se renovó en distintas y sucesivas elecciones, en una Asamblea Constituyente que elaboró una Nueva Carta Magna, y en algo inédito hasta el momento: un plebiscito electoral por el que la mayoría de los votantes eligieron que los latifundios de más de 5.000 hectáreas sean considerados improductivos y repartidos a quienes los trabajen. Es decir, se realizó una “Reforma Agraria Democrática” por medio del voto.
La elecciones de hace unas semanas atrás se vivieron en un clima conflictivo, pero sobre todo porque el golpe de estado ya había sido puesto en marcha. Podríamos ponernos a debatir por cuanta diferencia de votos ganó el MAS y citar por ejemplo, el informe del Instituto de Investigación estadounidense Center of Economic and Policy Reasearch, que desmiente a la OEA y asegura que no hubo fraude, y que el MAS ganó con los suficientes votos para que Evo sea releegido. Pero es inútil extenderse, porque la derecha nunca iba a aceptar los resultados. Ya lo habían declarado representantes de esos sectores meses antes, luego aseguraron que no iban a reconocer el informe de la OEA (aunque este afirmaba que debía repetirse los comicios), y tampoco aceptaron el nuevo llamado a elecciones. La derecha solo pretendía el golpe, y entonces salieron los mercenarios con armas a provocar incidentes, y a secuestrar hijos de Ministros para obligarlos a hablar mal del Presidente. Porque ese era el “blanco” político para destruir a todo el movimiento social, el Evo.
La cuestión del cacique
Como lo afirma Atilio Borón en su análisis del conflicto, uno de los 5 principales objetivos de la planificación de golpes de estado es destruir la imagen del líder. Así lo hicieron con Fidel, Chávez, Lula y Maduro, a quienes los acusaron de tantos crímenes que hoy parecen ridículos, y al Evo se lo estigmatizó desde 2005 como un “indio, ignorante, ladrón, narcotraficante y terrorista”. Pese a esto llegó con una excelente imagen positiva a las elecciones del 2016, cuando el plebiscito debía permitir o rechazar la posibilidad de una nueva reelección. Allí el presidente perdió por unas centésimas, pero enfrentando una inmensa campaña sucia construida a través de los medios de comunicación que incluso le inventaron un hijo no reconocido. Días antes de los comicios, diferentes periódicos bolivianos e incluso europeos, titulaban: “Como puede ser buen Presidente si no es buen padre”. Y a menos de una semana después del cierre de las urnas, la supuesta madre de la criatura declaró que ciertos periodistas le habían prometido mucho dinero para que mintiera, y que aún no le habían pagado.
Ante este problema, el gobierno convocó a un Tribunal Constitucional que dirimió la solución en favor de que Evo pueda presentarse a una nueva elección presidencial, fallo que incluso fue respaldado por la OEA. Sí, la misma OEA que hoy no admite que hubo un golpe de estado.
En este complicadísimo contexto el MAS insistió en la candidatura del Evo. Personalmente siempre estuve en contra de la reelección indefinida de los líderes, pero no por miedo a su ambición, ni a la “locura del poder” como decía la derecha venezolana de Chávez. El hecho es que si la derecha fascista está afilando la guillotina, para qué vamos a servirle la cabeza de nuestro mejor hombre. ¿Si el fascismo tiene como objetivo dispararle con artillería mediática, es inocente tratar de correrlo del escenario? ¿Acaso no somos capaces de formar relevos de líderes? ¿No somos capaces de construir procesos políticos que cuiden y protejan a sus mismos líderes? No creo que el destino de Latinoamérica sea el de encolumnarse detrás de personalismos, sobre todo porque en todos los continentes del mundo ocurrió lo mismo, no es nuestra particularidad.
Pero imaginemos por un instante si podríamos haber cuidado un tantito más a Hugo Chávez, del envenenamiento de su imagen, y sobre todo de la inoculación del cáncer. A riesgo de sonar ingenuo siento estas preguntas, y repito que en el caso boliviano siempre insistí con este “relevo” porque encuentro mucha capacidad en varios de los dirigentes y dirigentas del movimiento social. Ahora este interrogante puede leerse con el diario del lunes y demasiada agua abajo del puente, pero también siento que queda un mal sabor de boca en muchos lectores que creen que por allí se podría haber evitado la catástrofe. Es sabido que en estos momentos hay que priorizar la perspectiva y la integridad del líder, pero también hay que analizar a la sociedad civil en general, y en particular al movimiento social que queda en el país, que es fuerte, diverso, amplio y se ha forjado en la lucha, lo que garantiza resistencia.
El Movimiento
En la Bolivia de hoy no hay gobierno formal que resista el poder real ejercido por las Fuerzas Armadas y la Policía, que están reprimiendo en las calles. Pero allí también está saliendo el poder popular de las organizaciones sociales, con cortes, bloqueos, huelgas y manifestaciones, lo que algún intelectual llama la “normalidad boliviana” antes de que el MAS llegara al ejecutivo. Evo saluda esa rebeldía levantando el puño desde Méjico y convocando a todos los sectores a coordinar el reclamo.
La Central Obrero Boliviana (COB), dio un” volantazo” y fue la única organización popular que pidió la renuncia del presidente, pero si tenemos en cuenta su tradición conciliadora con los distintos gobiernos entreguistas, su burocratismo y sus intereses sectarios, no es sorprendente. ¿Sorprende acaso que los militares traicionaran la República y salgan a reprimir? ¿Sorprende que la policía liberara el territorio para los mercenarios? ¿Sorprende que la Iglesia Católica boliviana diga que “no fue un golpe de estado”?
Pero allí está el pueblo organizado en el MAS, la Federación de Juntas Vecinales del Alto (FEJUVE), los Ponchos Rojos del Altiplano, la Federación de Mujeres Bartolina Sisa, la Confederación de Campesinos (CSUTCB), y demás organizaciones sociales que van a defender su dignidad; para ellas toda la solidaridad internacional es urgente. En los momentos de crisis queda claro quién es quién, la sacudida desprende lo que sobra y el movimiento social en Bolivia no olvida que ha nacido luchando.
Darío Giavedoni, Lic. Y Prof. En Periodismo. Especialista en Bolivia.