El panperonismo regresa al poder político.
El gobierno saliente se va festejando, el entrante lo hace en medio de una marea popular. En los días venideros la crisis recuperará su inevitable centralidad.
A partir de ahora dos grandes coaliciones, de centro/progresista la triunfante, de derecha/derecha, la derrotada concentrarán la política del país. ¿Qué celebraba la coalición saliente? -especialmente el macrismo puro, PRO y CC- solo haber perdido por bastante menos de lo esperado. Por el contrario el panperonismo saludaba su regreso al poder político -que despertó una alegría popular pocas veces vista- mirando de reojo los desafíos macroeconómicos en un país que está virtualmente sin moneda -nadie quiere tener pesos inmovilizados- al borde de la hiperinflación -contenida por el congelamiento de tarifas, el cepo cambiario y una demanda deprimida- y una deuda que avala los dichos de Alberto Fernández: “el riesgo de default es muy alto”.
Un nuevo tiempo.
Es claro que hay un cambio de actitud y de expectativas. ¿Qué es lo que ha primado más en los recientes resultados electorales? ¿El voto bronca o el voto esperanzado? ¿Ha sido una derrota del macrismo propinada por el peronismo o se trata de una victoria popular que se canalizó por la única herramienta que la posibilitaba? De esto depende si el nuevo gobierno tendrá un período de gracia más extendido que lo normal o si por el contrario la mecha social es corta, como dijo el dirigente social Juan Grabois hace unos días.
Por otro lado todo proceso de recambio gubernamental cuando se trata de concepciones opuestas, aunque se muevan dentro de los límites del sistema como tal, llevan implícitos procesos de continuidades y rupturas. Por empezar el peso de la deuda y el extractivismo (si se quiere impuesto por la restricción externa) son claros indicios de continuidad. Ahora, se va un gobierno mercadocéntrico (el mercado es el mejor asignador de recursos y es la medida de valor de todos los valores) y llega otro para quién la administración de los asuntos del Estado requiere de un Estado presente (que mínimamente planifique y que arbitre las contradicciones sociales), indicio de ruptura con el proceso anterior.
Atender la emergencia.
Ciertamente el nuevo presidente ya anunció medidas para combatir la pobreza extrema e incentivar el mercado interno: recuperar el poder adquisitivo -de jubilaciones, pensiones, AUH y salarios, complementados con una política crediticia a tasas muy bajas y un plan de obras públicas con mano de obra intensiva. Medidas que podrían considerarse escasas pero que resultan imprescindibles, al menos para detener la caída. Pueden financiarse con emisión monetaria, pero esto tiene un límite cuando se está al borde de la hiperinflación.
Avanzar más allá choca con los vencimientos de la deuda que limitan toda perspectiva de crecimiento. El nuevo gobierno ya lo ha reconocido, ha dicho que la deuda así como está es impagable y ha pospuesto el Presupuesto 2020 hasta marzo, cuando se espera lograr un acuerdo con los acreedores.
Sin respiro.
No es para menos, solo 48 horas después de asumido el nuevo gobierno tuvo que enfrentar vencimientos de Lecaps en pesos y de Letes en dólares, por 430 millones de dólares que son los que el gobierno de Macri reperfiló en agosto pasado. Así se transformó en el primer gobierno que no pudo pagar su propia deuda. Más aún, el único que defaulteó en la moneda del país. En el primer semestre del año entrante vencen 45.000 millones de dólares, de estos 22.000 son con el sector privado y un porcentual importante corresponde a intereses.
La deuda del Estado nacional a la fecha es del orden de los 310.000 millones, el 80 por ciento en moneda extranjera, el 60 por ciento vence en los próximos 4 años. Estos montos y vencimientos no incluyen la deuda de las provincias, que no es poca.
Default o cesación de pagos.
El presidente Alberto Fernández lo ha definido con contundencia: “Para pagar hay que crecer” lo que significa que no tiene otra salida que postergar los pagos, mientras que el nuevo ministro de economía agregó: “todo dólar que se dedica a la deuda se quita de la actividad económica”.
Los acreedores están divididos. Por un lado el FMI está de acuerdo en estirar los plazos pero exige una quita de capital e intereses a los fondos de inversión. Por otro lado estos fondos se dividen entre los más especulativos, que quieren soluciones y mejoras de corto plazo y los grandes fondos de pensiones que exigen un plan que muestre la sustentabilidad de la deuda en el mediano plazo.
Mientras tanto el gobierno se debate entre optar por la cesación de pagos, con lo que tendría que hacer frente a algunos pagos hasta tanto logre un acuerdo general. Por el contrario con el default no se paga nada hasta llegar al acuerdo. Esto cierra con lo que sería la propuesta oficial, postergar pagos de capital e intereses por dos o tres año y negociar. De todas maneras ningún acuerdo resultará gratuito.
Suspender los pagos abre una inmejorable posibilidad de auditar la deuda, especialmente la asumida por el gobierno de Macri que está fresca y sus huellas no han sido borradas. ¿Dejarán pasar la oportunidad una vez más?
¿En avión o en tren?
Hace cuatro años Mauricio Macri acuñó la frase: “el país era un avión que estaba a punto de estrellarse y nosotros logramos remontarlo”. En su discurso de asunción el presidente Alberto Fernández señaló “el país era una locomotora que iba hacia el precipicio y afortunadamente logramos torcer el rumbo”. Más allá de estas metáforas queda claro que los gobiernos pueden profundizar la crisis (Menem, Macri) o pueden amortiguarla (Kirchner, muy probablemente Fernández), la cuestión es quién resuelve las insuficiencias y límites de nuestro capitalismo dependiente que periódicamente nos pone al borde del abismo.
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).