Si en las elecciones primarias de agosto el ultraderechista Javier Milei fue la herramienta que utilizó la ciudadanía para castigar a la dirigencia política, eventual responsable de sus penurias, en la eleción presidencial del 22 de octubre el peronista Sergio Massa fue el instrumento defensivo ante las propuestas aberrantes del líder de La Libertad Avanza.
Por Rodolfo Koé Gutiérrez.
Tierra arrasada, neoliberalismo talibán con algunos delirios cósmicos. El establishment que había impulsado y financiado la candidatura de Milei se asustó de su propia creación y comenzó a ordenar que se lo castigue desde los grandes medios. Milei era bueno como voto-protesta pero no tan bueno como voto para un presidente real. Allí jugó el factor susto.
“Bullrich era una montonera y asesina tirabombas que ha puesto bombas en jardines de infantes”; “voy a atender a todos los globoludos que son retrasados y con déficit de IQ”; “Juntos por el Cargo” y “traidores alineados a la Internacional Socialista”: una muestra de la violencia con la que Javier Milei se refería a Patricia Bullrich y Juntos por el Cambio hasta hace apenas unas pocas horas.
Después de las eleciones interna (PASO), Milei trepó a altas cifras que incluso presagiaban la posibilidad de un triunfo en primera vuelta. Había consultoras que le daban una intención de voto del 41 por ciento contra el 29 de Massa. Otros sondeos lo ponían a un paso, con el 38 por ciento. O sea, había trepado casi 10 puntos.
El avance, producido por quienes siempre se suman al carro del que ven ganador, se produjo en perjuicio de Juntos por el Cambio (JxC), ya que estaba claro también que Patricia Bullrich no retenía los votos de Horacio Rodríguez Larreta y, en paralelo, Mauricio Macri coqueteaba con Milei.
Más de tres millones de votantes se sumaron luego de las PASO, y sus preferencias no estaban con los discursos durísimos de la derecha. El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner se apartaron de la campaña y le permitieron toda la centralidad al ministro.
El crecimiento de Massa proviene de una recuperación del peronismo, en especial en la Provincia de Buenos Aires por la buena gestión del kirchnerista Axel Kicillof y también de numerosos intendentes.
Milei arropaba a todos aquellos con reivindicaciones particulares, prometiendo que el costo de sus soluciones mágicas lo iba a pagar “la casta” política de la que, en definitiva, él forma parte. Cuando le sirvió para despegarse y sacarle votos a Bullrich, se mostró duro y crítico de la “casta” política. Ahora, desesperado, dejó la motosierra de lado, destacó la gestión de Bullrich y hasta le propuso un ministerio a la izquierda.
Algunos lo califican como un bufón inicialmente fraguado por los mass media del neoliberalismo, pero luego acicateado por el propio peronismo. Lo cierto es que partió casi al medio los votos de la oposición por derecha al gobierno.
Fue eficaz, en este caso, la polítca del miedo ante el perfil reaccionario, extremista y desequilibrado, pero con publicitadas posibilidades de triunfar, lo que tonificó al peronismo y le permitó la captura de parte del electorado progresista y también de sectores moderados.
La relación de fuerzas desmintió la tesis de un giro unilateral y mecánico hacia la derecha o un avance imparable del fascismo, y mantiene vigencia la “ley” del país del empate: la capacidad que tienen las coaliciones de vetar el proyecto de los otros sin lograr la fuerza suficiente para imponer de manera permanente el propio. Hernán Camarero señala que la configuración del nuevo Congreso da cuenta de esta realidad.
Las dos fuerzas ganadoras en al primera vuelta electoral se alimentaron del derrumbe estrepitoso de Juntos por el Cambio, que retrocedió más de cuatro puntos con respecto a las PASO. Los analistas especulan que una parte importante migró hacia Massa y, en el caso de Córdoba (meca del macrismo en sus mejores días), hacia Juan Schiaretti.
Bullrich, alentada por el expresidente Mauricio Macri, fue la mejor candidata para derrotar en las intrernas al jefe de gobierno de la capital, Horacio Rodríguez Larreta y la peor para encarar la elección general. La radicalización estuvo entre las causas de la emergencia de Milei, que terminó fagocitando gran parte del electorado cambiemita.
La reconfiguración de la grieta incluye la probable disgregación de la coalición neoliberal, desde que Bullrich apoyó a Milei de cara al balotaje, postura que muchos de sus aliados no acompañan.
El tamaño de cada esperanza
Hay una ‘maldición’ que sentencia que triunfo electoral no es sinónimo de conquista de una relación de fuerzas para imponer un proyecto político. El ganador corre el riesgo de tomar la parte por el todo y todavía está por medirse el tamaño de su esperanza.
El último en reconocerla fue el mismo Milei, que en su discurso de la noche del domingo dio un inédito giro “gradualista” y afirmó, como lo hiciera el neoliberal Mauricio Macri en 2015: “No vinimos a quitar derechos, sino a liquidar privilegios”.
Además, propuso un pacto con Patricia Bullrich, de la perdedora coalición neoliberal Juntos por el Cambio, y se apropió del discurso antikirchnerista rabioso que la llevó a la derrota. Mientras, parte del peronismo, que lo ayudó creyendo que solo afectaba a la coalición neoliberal Juntos por el Cambio, también dejó de colaborar con él.
El ultraderechista
Pero también sectores sociales precarizados y/o despojados de derechos fueron cuativados por el discurso contra los políticos tradicionales, los sindicalistas corruptos y los empresarios que hacían negocios con el Estado, construyendo una imagen de economista probo (nunca integró una comisión o presentó un proyecto en el Parlamento).
Confundir respaldo electoral con adhesión a los postulados ideológicos parece ser un vicio de casi todas las formaciones políticas en el último tiempo. Un editorialista del conservador diario La Nación señaló que una cosa es pretender que la bomba le explote a este Gobierno y otra muy distinta es pasearse por la plaza del pueblo con la mecha encendida mientras todo está a punto de estallar.
Embriagado con el triunfo posible, Milei convocó al retiro masivo de depósitos bancarios, habló de la privatización de la estatal petrolera, los ferrocarriles, la educación, los ríos y hasta el mar y las ballenas; puso en duda el genocidio de la dictadura militar…
Y llamó a la ruptura de relaciones con China y Brasil… y también con el Vaticano. Al expresar su satisfacción por los resultados en los comicios en Argentina, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador resumió con ironía: “creo que hay una persona allá en Roma que también está muy contenta”.
Incluso un proyecto de ley de una de sus referentes postulaba que los padres pudieran gozar del “derecho” de renunciar a la paternidad; todo esto completó un combo que dicho sintéticamente: se pasaron de rosca, se sobregiraron, embriagados por el triunfo.
Después de su triunfo de las PASO, radicalizó la letra de su programa ideológico-político y afirmó que su pretensión era ponerse el país de sombrero. Décadas atrás, el presidente Carlos Menem había dejado en claro la premisa de los oportunistas: “Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.
Milei desplegó una “campaña del miedo” que fue efectiva en el contexto de cierto terror económico provocado por la inflación y la crisis crónica.
El presidente olvidado
Tras los resultados del 22 de octubre, el dirigente sindical camionero Pablo Moyano sintetizó la dialéctica de la disputa electoral: “La mejor campaña del peronismo fue el discurso de Milei”, dijo. Y la ausencia en toda la campaña del presidente Alberto Fernández, de giro por China.
Deslindándose de las responsabilidades por el fracaso estrepitoso de este gobierno (se presentó como el salvador de la gestión de Alberto Fernández), Massa logró una fuerte recuperación (sumó más de tres millones de votos a nivel nacional entre las PASO y las generales).
El límite para el candidato oficialista, tanto hacia la segunda vuelta electoral (quedó como favorito) como ante una eventual presidencia, reside en el programa acordado con el Fondo Monetario Internacional, que obliga a lo que eufemísticamente llaman un “reordenamiento económico” que no es más que una hoja de ruta de ajuste.
Desde 2019 el peronismo perdió tres millones y medio de votos. El llamado panperonismo, que venía muy dañado por los pésimos resultados de la gestión de Alberto Fernández y cruzado por un suicida internismo eterno, logró reordenarse en torno a un nuevo liderazgo que espera dejar atrás la famosa grieta y no nombró ni al actual presidente ni a Cristina Kirchner.
En el actro posterior a las elecciones, Massa tuvo la posibilidad de mostrarse como una nueva etapa del peronismo, graficado en la exclusividad con la que se exhibió en el escenario, en la total ausencia de referencias a los actuales presidente y vicepresidenta, y en la insistencia del inicio de un nuevo período de “unión nacional” que pondría fin definitivo a la “grieta” kirchnerismo-antikirchnerismo.
La candidatura de Massa pudo combinar múltiples caras, para sectores progresistas, moderados e incluso conservadores (el voto católico espantado por las herejías). Señala Diego Martínez que “la normalidad burguesa se inclina por la continuidad del ministro oportunista antes que la aventura incierta del orate de la motosierra». Quizás eso signe el resultado del balotaje de noviembre.
Rodolfo Koé Gutiérrez es sociólogo y periodista argentino, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)