El diputado oficialista que no cree en la educación obligatoria pertenece a una dinastía que ha hecho de la explotación infantil un pilar de su fortuna. Los Benegas Lynch, los Patrón Costas y el lado oscuro de “la estancia”.
Por Gladys Stagno.
“El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”. La definición de liberalismo es de aquel que Javier Milei suele llamar el “máximo prócer de la libertad” en la Argentina, Alberto Benegas Lynch (h).
Fiel a esa premisa su hijo, Alberto Tiburcio “Bertie” Benegas Lynch, quien se consagró diputado por La Libertad Avanza como cabeza de lista de la provincia de Buenos Aires en octubre pasado, puso este domingo a la opinión pública de cabeza cuando aseguró: “No creo en la obligatoriedad de la educación”.
En declaraciones a FM Milenium 106.7, el legislador agregó: “Muchas veces puede pasar en la estancia, y sobre todo en Argentina, que no te podés dar el lujo de mandar a tu hijo al colegio porque lo necesitás en el taller junto al padre trabajando y no lo puede mandar a la universidad”.
La concepción de Bertie sobre la necesidad de los niños “en el taller junto al padre trabajando” tiene raigambre en una tradición de explotación laboral que ha hecho grande a su familia. Y es que, en lo que refiere a la vitivinicultura, ésta se caracteriza por emplear familias enteras como trabajadores golondrina que ocupan funciones temporarias durante la vendimia y cobran por jornal.
La alusión a “la estancia” como ejemplo de una situación donde la obligatoriedad de la educación le resulta molesta tiene directa relación con su realidad familiar, que incluye denuncias por explotación y esclavismo.
Estancias manchadas de sangre
En la prosapia de los tres Albertos Benegas Lynch —padre, hijo y nieto— se encuentran Robustiano Patrón Costas, figura del conservadurismo durante la Década Infame, y Tiburcio Benegas Ortiz Posse, miembro del Partido Autonomista Nacional (PAN) y precursor de la vitivinicultura en la provincia de Mendoza.
El PAN fue un partido político de corte liberal-conservador que estuvo en auge entre 1874 y 1916, período que se conoce como la “república oligárquica” y que suele ser reivindicado por Milei y su entorno de gobierno. Entre sus principales exponentes estuvo Julio Argentino Roca, presidente en dos oportunidades (1880-1886, 1898-1904) y recordado por el genocidio y desplazamiento de pueblos originarios —mapuches, ranqueles y tehuelches— que pasó a la historia con el aséptico nombre de “Conquista del Desierto”. Pese a ello, fue reconocido recientemente por el jefe de Estado en el acto por Malvinas como “el padre de la Argentina moderna”.
Tras la sanción de la Ley Sáenz Peña (1912) —que estableció el sufragio universal, secreto y obligatorio para todos los varones mayores de 18 años, argentinos nativos y naturalizados— el PAN no volvió a ganar las elecciones y terminó por desintegrarse. Pero durante sus años de esplendor Tiburcio Benegas fue diputado provincial, senador nacional, gobernador de Mendoza, embajador argentino en Chile y fundador de la bodega El Trapiche en la localidad mendocina de Godoy Cruz, en 1883, cuando aún el departamento se llamaba San Vicente.
La alusión a “la estancia” como ejemplo de una situación donde la obligatoriedad de la educación le resulta molesta tiene directa relación con su realidad familiar, que incluye denuncias de explotación y esclavismo.
Al mando de la gobernación (1887-1889), Benegas impulsó la construcción del dique Cipolletti que permitió ampliar las zonas de riego de la provincia e incrementar la plantación de viñedos. La obra sirvió para fomentar la vitivinicultura en la región, pero sobre todo para acrecentar su propia fortuna: su viñedo se convirtió en el más extenso de Mendoza y su bodega alcanzó fama y reconocimiento mundial. Hoy su familia continúa el legado y posee las Bodegas Benegas, en Luján de Cuyo.
La concepción de Bertie sobre la necesidad de los niños “en el taller junto al padre trabajando” tiene raigambre en una tradición de explotación laboral que ha hecho grande a su familia. Y es que, en lo que refiere a la vitivinicultura, ésta se caracteriza por emplear trabajadores golondrina que ocupan funciones temporarias durante la vendimia y cobran por jornal.
Según cita el investigador del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)-CONICET de la Universidad Nacional de Cuyo, Rodolfo Richard-Jorba, en un trabajo de 2009 titulado El mundo del trabajo vitivinícola en Mendoza (Argentina) durante la modernización capitalista, 1880-1914, por esos años los trabajadores que estaban en la base de la pirámide “eran prácticamente invisibles”. También asegura que “los peones vitícolas vivían en condiciones de pobreza (y explotación)” y que la remuneración que obtenían “sólo permitía, en el mejor de los casos, la reproducción”. Incluso mientras la industria vitivinícola prosperaba los peones ganaban menos. El diario El Comercio lo destacaba así en su edición del 20 de mayo de 1905: “Vegetan /los trabajadores/como antes, en la miseria y la pobreza, la ignorancia y el atrazo” (sic).
La situación empeoraba en vendimia, cuando los viñedos triplicaban su número de peones y trabajaban allí familias enteras, también los niños. “Diríase que la única ley que regla las obligaciones entre patrones y obreros, es la conveniencia mutua y recíproca; pues no existe disposición escrita alguna que reglamente los contratos con obreros, ni que determinen siquiera las horas de trabajo […] Nada existe igualmente escrito sobre régimen é higiene de las fábricas y talleres […] como asimismo, sobre trabajos de mujeres y niños y sobre casas para obreros”, aseguraba Juan Alsina, titular de la Dirección General de Inmigración por entonces, citado por el investigador.
Si bien podríamos suponer que las cosas han cambiado en los viñedos leyes laborales mediante, no es tan así. Richard-Jorba, en su trabajo Crisis y transformaciones recientes en la región vitivinícola argentina: Mendoza y San Juan, 1970–2005 de 2007 advierte: “El mercado de trabajo tiene alta precariedad, similar a la de principios del siglo XX, fruto de las políticas neoliberales de ‘flexibilización’ de las relaciones laborales impuestas en la década de 1990 y no erradicadas aún”.
De explotación y tradiciones familiares
La otra rama familiar también posee estancieros y una mirada sobre el trabajo infantil todavía más descarnada. Robustiano Patrón Costas, antepasado de Bertie por la rama materna, fue un político conservador que llegó a gobernador de Salta a comienzos de siglo XX y presidente provisional del Senado nacional.
Antes de asumir la Gobernación ostentó el cargo de ministro de Economía de la provincia, momento que aprovechó junto a su hermano Juan Patrón para apropiarse de las tierras del departamento salteño de Orán que pertenecían a las comunidades indígenas. Allí, fundó el Ingenio San Martín del Tabacal, establecimiento azucarero famoso por emplear de forma temporal y forzosa durante la zafra a los indígenas —dueños legítimos de las tierras— en condiciones de trabajo infrahumanas, con jornadas de más de 16 horas y desde los 4 años de edad. A cambio, recibían vales que podían canjear por comida, siempre insuficiente.
Repudios a las declaraciones de Bertie
Desde todos los sectores llovieron los repudios a las declaraciones del legislador liberal.
“Que el diputado Benegas Lynch prefiera a los niños y niñas trabajando en un taller antes que en la escuela describe una vez más el modelo de país que intenta imponer este gobierno, donde las mayorías no cuenten con formación y se conviertan en mano de obra barata para el capital extranjero”, sostuvo la CTA Autónoma de la provincia de Buenos Aires en un comunicado.
Por su parte, la Confederación General del Trabajo (CGT) aseguró que “creer que el trabajo infantil es el objetivo que toda familia pretende para sus hijos es de una primitiva mirada de patrón de estancia”. También planteó que desde el Gobierno quieren “ciudadanos ignorantes para ser utilizados como ovejas”.
Desde la Coordinadora de Unidad Sindical para la Erradicación del Trabajo Infantil (CUSETI) integrada por representantes de las tres centrales sindicales nacionales señalaron que repudian “enfáticamente los dichos de Benegas Lynch, diputado de LLA, quien legitima que nuestros hijos no se eduquen y vayan a trabajar”. “Le recordamos al señor diputado, que en nuestro país el trabajo infantil está prohibido por debajo de los 16 años por Ley 26.390 y es un delito según Código penal Art.148 bis, además de que viola compromisos internacionales”, detallaron.
El Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires también salió al cruce y recordó que “las leyes que el pueblo argentino conquistó a lo largo de su historia, no sólo garantizan el derecho de niños y niñas a la educación, sino que a su vez, aseguran el derecho de las infancias a no trabajar”.
Mientras, en el Gobierno quisieron distanciarse de quien porta el apellido que recurrentemente es citado como resumen del pensamiento oficial. La ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, de quien depende la cartera de Educación desde que el gobierno de Milei le quitó el rango de Ministerio, sostuvo en redes sociales: “La educación obligatoria fue propuesta en el contexto del pensamiento humanista liberal justamente para promover la libertad de los menores tutelados por adultos (…). La libertad de enseñanza, hija de la libertad de conciencia, promueve que los padres sean los primeros y naturales educadores, pero esto no conlleva un dominio ilimitado sobre sus hijos. El Estado y la sociedad civil también forman parte de la tutela de la educación”.
En tanto, el vocero presidencial, Manuel Adorni, salió a respaldar a Pettovello en su habitual conferencia de prensa: “La Argentina sin conocimiento no tiene futuro, y por supuesto que lo que dice el diputado Benegas Lynch corre por su cuenta”.