En USA y Canadá el primer lunes de septiembre es el día en que los trabajadores, en lugar de unirse con otros asalariados de todo el mundo, juntan fuerzas para trabajar calladitos el resto del año. “Día de la sumisión de los trabajadores”, lo definió alguien acertadamente.
Es una adulteración que se use esa fecha para honrar al trabajo, y lo es también para homenajear al congénere laborioso (“Día del Trabajador”), porque es el día en que los trabajadores se asumen como clase y alzan su voz contra la explotación y la injusticia: el Día de LOS TRABAJADORES.
Eso temió el presidente Cleveland, que en un lejano 1887 lo llamó Día DEL TRABAJO y lo transformó en un feriado largo nacional: un adelantado que le enseñó el camino a muchos en la Argentina. Primero, en 1925, Alvear decretó feriado el 1 de Mayo, para evitarse problemas. En 1930, el presidente Yrigoyen, mediante un decreto, lo llamó Día del Trabajo —igual que en USA—, y lo definió como un asueto “destinado al descanso de los trabajadores”.
Y Perón y sus sindicalistas paniaguados lo convirtieron en una fiesta, con elección de la Reina, pasatiempos varios y discurso.
¡Ah!, y una marcha alusiva, que empezaba así:
Hoy es la fiesta del trabajo,
unidos por el amor de Dios,
al pie de la bandera sacrosanta,
juremos defenderla con honor…
Sí, ¡es la marcha de los trabajadores, no del Ejército!
Por algo estamos como estamos.