Entonces, la alegría no es tanpura: hay algo pútrido por debajo.
Este “festejo” me hizo acordar de la insólita Puerto Pollensa:
…Y nos amamos descaradamente / alucinando al gordito de gafas / que fue corriendo a cambiarse los lentes… (tal parece que no “se esfumó la habitación, la gente”; que observar el efecto en los circunstantes y, en particular, en el “gordito”, era el plato principal).
Esos rostros desencajados: cómo no hacernos recordar (a algunos, pocos) de “¡el que no salta es un holandés!”.
“¡Un holandés!”, tan luego. Ni aquellos millones de enajenados, ni sus hijos y nietos, 44 años después, saben lo que significaba Holanda para muchos compatriotas.
Y no lo entenderán, como tampoco otras cosas más apremiantes, mientras predomine la ideología nacional y popular. (Peronista, vamos.)