“¿Por qué se los llevaron vivos?”

Viviana Losada sufrió el genocidio en su familia. Rodolfo Ortiz, el padre de sus hijos/as cayó en el ataque que el Ejército y la Bonaerense desataron el 29 de marzo de 1976 sobre la quinta La Pastoril, donde se desarrollaba una reunión ampliada del PRT-ERP, junto a otras organizaciones revolucionarias de Latinoamérica. Pensó durante años que lo habían asesinado allí. Recién en 1998 supo que lo capturaron vivo, lo llevaron a Puente 12 y lo desaparecieron tiempo después. Declaró el 11 de noviembre de 2021 en el juicio que es transmitido cada jueves en vivo en el Canal de YouTube de La Retaguardia. Losada detalló una historia de militancia por el socialismo y de lucha por Memoria, Verdad y Justicia, que no es solo su historia, es la historia de un país.

Redacción: Paulo Giacobbe. Textuales: Mónica Mexicano. Edición: Fernando Tebele/Diana Zermoglio. Fotos: Capturas Transmisión La Retaguardia.

Viviana Losada comenzó el testimonio hablando de su familia. “Mi papá era un trabajador, era empleado de una compañía de seguros. Mi mamá cosía camisas hasta que nació mi tercer hermano, que tiene ocho años menos que yo. Mi papá era un socialista convencido, absolutamente, profundamente socialista. Mi mamá era una señora creyente, muy cristiana, pero que no creía para nada en los curas. En ese ambiente nosotros nos fuimos criando con bastante libertad y discutiendo; en general se hablaba de política en casa. Mi generación, la de mis hermanos, mis primos, fue la primera generación de la familia que fuimos universitarios”, resumió de un tirón quien ingresó a la facultad de Arquitectura en enero de 1967. Tenía 16 años.

Rodolfo Ortiz, el Negrito o “El Pingüi” “también fue el segundo hijo de tres, de un matrimonio paraguayo. Su papá era militante del PC (Partido Comunista) y vino a la Argentina escapando de la dictadura de (Alfredo) Stroessner. Su mamá era ama de casa; en ese momento tuvieron a su primer hijo en Salta y después bajaron y se instalaron en el conurbano, justamente en Lanús. Yo soy de Lanús”, continuó Viviana Losada, que a Rodolfo lo conoció recién cuando ingresó a la facultad. El padre de Rodolfo era plomero, recorría el barrio en bicicleta hasta que una “una patota policial le da una paliza fenomenal. Y a raíz de eso, al poquito tiempo de esa golpiza, él fallece”. Rodolfo tenía cinco años. Su hermano mayor tenía ocho y la más chica todavía gateaba. Genara, su madre, trabajaba en un kiosco y pidió ayuda al Consejo del Menor y la Familia, que luego de unos trámites incorpora a sus hijos como pupilos en el Instituto Torcuato de Alvear de General Rodríguez. “Por pobres, no por nada en particular, porque ella no los podía tener”. Rodolfo hace ahí la primaria y secundaria, mientras que en las vacaciones hacía changas en una estación de servicio. A los 19 años entra en Arquitectura.

La toma de Arquitectura

“En el año 71 los estudiantes de arquitectura generamos un enorme movimiento porque el gobierno, la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse, nos declaró prescindibles. Arquitectura y Filosofía fueron declaradas dos carreras prescindibles porque no se necesitaba nada de eso y nos cerraron la Facultad. Nosotros ya veníamos organizados como movimiento estudiantil, había cuerpo de delegados, había asambleas y todas esas cosas. Yo ingresé al año siguiente de la Noche de los Bastones Largos, así que transité el silencio, los primeros discursos, hasta las enormes movilizaciones de Arquitectura”. Losada y Ortiz ya eran delegados. Cuando la policía reprime con caballos y gases, los desaloja de Arquitectura, se van a la toma de Filosofía y Letras. Viviana explicó que participaron, sin conocerse pero juntos, en gran cantidad de movilizaciones y actividades. En el subsuelo de la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) se realizaban reuniones, incluso algunos docentes daban sus clases. “Discutíamos cómo seguir, porque la verdad era que si la facultad se cerraba, todos quedábamos sin carrera”. Cuando en 1971 se terminaron las clases, cada cual volvió a su casa, pero Viviana quedó enganchada: “le pedí a un compañero que en ese momento era militante de la Tendencia Antiimperialista Revolucionaria que yo quería participar más orgánicamente de eso, porque la verdad había muchas cosas por discutir. Entonces este compañero resolvió hacer como un equipo con todos los de Arquitectura habíamos pedido lo mismo”. En ese equipo estaba Rodolfo, “El Pingüi”.

El equipo de arquitectura se convierte en un equipo de “simpatizantes del PRT-ERP que hacíamos algunas tareas de propaganda”. Repartían volantes en las fábricas y realizaban pintadas. A una compañera de ese grupo se la lleva la policía cuando, justamente, pintaba consignas del partido. Como Rodolfo y Viviana la conocían, van a la casa familiar a avisar. Pero la cosa no resultó tan sencilla.

“En la casa no había nadie. Estaba un tío porque se habían ido de vacaciones y el tío era militar, o eso nos dijo. Nos tomó el nombre y el apellido, dijo que él tenía cámaras, que nos había filmado y que él nos iba a denunciar a nosotros para poder sacar a su sobrina. Así que nosotros salimos… nunca habíamos esperado una cosa semejante”.

En el Partido les recomendaron no volver a sus casas por unos días y cambiar sus fisonomías. Esa noche no tenían donde ir, estaban muy asustados. Tampoco sabían qué había pasado con su compañera. Estuvieron yirando toda la noche, pero también se conocieron en profundidad. “En ese tiempo nos contamos la vida, quiénes éramos, quién era la familia, por qué nos habíamos metido ahí, qué sé yo, todas estas cosas. Y cuando el partido a la mañana siguiente nos dice que tenemos un lugar para ir, de un matrimonio que nos había ofrecido gentilmente tenernos en su casa esos tres o cuatro días, nosotros en ese ínterin, entre pasar toda la noche contándonos todo y vivir tres o cuatro días juntos, la verdad que nos enamoramos profundamente y empezamos a salir”. El 26 de febrero de 1972 se habían puesto de novios y el 10 de abril del mismo año se casaron. Entre febrero y abril, el Negrito conoció a sus suegros. “Arreglamos una cena y el Negrito fue a conocerlos. Como era él, muy callado, muy de hablar tranquilo, con esa sonrisa que tenía en la cara que lo iluminaba todo. Y así lo conocieron mis papás y nosotros les dijimos a ellos que nos queríamos ir a vivir juntos y a mi mamá le dio un ataque de caspa porque yo era su única hija mujer”.

Luna de Miel en Lanús

“Nos casamos, fuimos a almorzar y de ahí nos fuimos a la Facultad, porque la Facultad se reabrió y había cosas que resolver”. Vivieron cuatro días en un departamento con los hermanos de Rodolfo. Genara se había vuelto a casar y vivía en otro lado. Luego alquilaron una casa en Lanús Oeste. “Una casita en la que íbamos a ir a vivir los cinco compañeros y compañeras que formábamos ese equipo de Arquitectura, que no era una casa del partido, era una casa nuestra que sin dudas podíamos recibir algún compañero que viniera del interior o lo que fuera. Pero lo que tenía de particular era que vivíamos los cinco juntos y los cinco éramos de Arquitectura. Así que vivíamos el Negrito y yo, vivía otra parejita que nosotros le decíamos los polacos y vivía una compañera a la que llamábamos Rita, que no sabíamos su nombre”. Sus militancias crecían en responsabilidades al tiempo que formaban una familia.

“Yo quedo embarazada viviendo en esa casita y cuando Mariana tiene dos meses, Mariana es mi hija mayor, tuvimos que dejar la casa, a pesar de que estábamos muy bien con los vecinos y que teníamos un carnicero enfrente que no teníamos heladera y él nos tenía la comida y qué sé yo…”. La casa estaba vigilada por las actividades de otro de los ocupantes. El grupo de la universidad se desarmó y ellos se mudan a una casilla en Villa Jardín, también en Lanús. Con ayuda familiar van armando la casa. “Y ahí nos fuimos a vivir. El Negrito y yo con nuestra hija mayor, que era Mariana. Y vino un compañero más joven que nosotros, un encanto, que me parece que era tucumano, al que nosotros le decíamos Felipe, que estuvo un par de días y se fue”.

A fines de 1973, principios de 1974, Viviana trabajaba de maestra en el barrio y a la noche estudiaban en la facultad. Cuando volvía pasaba a buscar a Mariana por la casa de su familia. Pero la vuelta era complicada. La policía les largaba los perros. No era personal, lo hacían con cualquiera que pasara por ahí de noche. “La verdad es que los perros nos paralizaban, nos enfocaban y eso era realmente muy peligroso para nosotros, a pesar de que era bárbaro vivir en esa comunidad. Así que decidimos también dejar esa casa cuando yo quedé embarazada de nuestra segunda hija, que es Fernanda”.

Se van a vivir en un departamento atrás de la casa del papá y la mamá de Viviana. Fernanda nació ahí, en noviembre de 1974. Pero en esos nueve meses “el Negrito estuvo asumiendo más responsabilidades como hacedor de la juventud del partido, en principio, y después de la Juventud Guevarista. Y yo quedé en la Facultad haciendo tareas para el Frente Antiimperialista y por el Socialismo, con lo cual eso produjo un quiebre importante en nuestra pareja, porque él tenía otras responsabilidades y viajaba mucho y hacía un montón de tareas con otros jóvenes y se reunía con otra gente y discutía otras cosas con la juventud. Y yo estaba en el movimiento estudiantil, entonces había muchísimas cosas que no compartíamos, salvo la idea de la política general o las discusiones sobre los documentos y esas cosas, porque éramos muy respetuosos del tabicamiento que tenía que existir por problema de seguridad, de no contarnos cosas de frentes distintos. Así que eso fue un quiebre importante en nuestra pareja”.

Un 1975 muy difícil

“Tengo que decir que el Negrito estuvo en el parto de nuestras dos hijas, que estuvo ahí al pie, que fue parte, que las recibió. Digamos que no es que se desentendió para nada de ellas”. En 1974 Rodolfo viajaba mucho y se veían dos o tres veces al mes. Pasaron fin de año juntos, pero para 1975 la situación era muy difícil de sostener. Viviana continuaba en la facultad y tenía que ir a las clases con sus hijas. En junio de 1975 Rodolfo y Viviana se separan. “Fue en ese momento en que nosotros descubrimos que el amor no alcanza porque hay muchas otras cosas además”.

El Negrito continúa yendo a la casa y visitando a las nenas. Incluso pasan Navidad juntos. “Y cuando llega marzo del 76, él había estado conmigo el día de mi cumpleaños, que es febrero del 76, y luego había venido un par de veces más a quedarse con las nenas. Y él viene el 22 de marzo a casa. Está con las nenas. Cena, viene el 22 específicamente porque venía mi cuñadita con su niña, la hermana más chica de él, porque yo me visitaba con Martita; en ese tiempo, y de paso que él venía a casa a ver a las nenas, la veía a su hermana. Se quedó a dormir y cuando se fue él, nos dijo que iba a una reunión muy importante, que no nos podía decir nada más, pero que en esa reunión él estaba seguro de que se iban a discutir muchas cosas y que iba a haber cosas que se iban a afianzar, que iba a ser todo más, no sé si tranquilo, pero más llevadero para nosotros y sobre todo para las nenas”.

Rodolfo estaba muy contento con esa reunión que sería, y Viviana no lo sabía, en La Quinta La Pastoril.

Escapar en la madrugada de marzo

Rodolfo la iba a llamar el 25 de marzo de 1976. Pero el 24 se produce el golpe y no llama. “Yo no me preocupé porque como él viajaba mucho y yo le había entendido que iba a ir a una reunión grande e importante, pero no me imaginé la magnitud y la envergadura de la reunión”. Viviana para ese momento estaba más dedicada a sus hijas que a la militancia, además, por razones de seguridad, la mayoría de las cosas no se las contaban. El sábado 28 de marzo tampoco llamó y Viviana y su familia no podían ocultar la preocupación. “Empezamos a buscar en los diarios a ver qué había pasado. No encontrábamos nada, no había nada. Cosas terribles en los diarios salían todos los días, pero no había nada que dijera una reunión de jóvenes, que era lo que yo tenía en la cabeza, mucha juventud en algún lugar que yo imaginaba en el interior”. Pero a las diez y media de la noche del 29 de marzo sonó el teléfono en la casa de adelante, la de sus padres. Ella en su casa no tenía teléfono. Adelante estaba uno de los hermanos de Viviana con unos amigos. Del otro lado de la línea pidieron hablar con la esposa de Rodolfo Ortiz.

“Entonces me dicen “mirá, nosotros queremos avisarte que El Negro, que Rodolfo, no fue al control, que Rodolfo cayó, y que vos sabés lo que tenés que hacer”. Y me colgaron y no me dieron tiempo a preguntar dónde había sido eso”. Inmediatamente despertaron a las nenas y los amigos del hermano se llevaron algunos libros de la biblioteca del Frente y discos de la época típicos del cancionero revolucionario. Mientras, Viviana y su madre quemaban documentos y periódicos. El padre se había ido a llevar otras cosas del partido a lo de un amigo. Ese material ni sabía qué era. Una vez terminada esa tarea, se fueron.

“Salimos de madrugada los cinco, con las nenas dormidas a upa y no había colectivos. En esa época nosotros pensábamos ir a la casa de un tío nuestro que vivía como a quince cuadras para pedirle el auto y ver qué podíamos hacer. Y para un colectivo, un 527 que era local, que iba fuera de línea”.

—¿Dónde van? —les preguntó el colectivero. Al adivinar que esa familia estaba huyendo esa noche de Lanús, los llevó. Viviana supuso frente al tribunal que se les notaba la desesperación en la cara.

El hermano del padre les prestó un auto y salieron para una quinta en Alejandro Korn. Apenas instalados, Viviana volvió. El motivo era sencillo: “yo me tenía que ir a laburar al otro día. Entraba a las nueve menos cuarto de la mañana y estaba por cambiar de trabajo”. En la empresa constructora donde trabajaba le contó lo ocurrido a dos compañeros que eran muy amigos, que sabían de la militancia de ambos. “Entre los tres conseguimos un abogado por la avenida Corrientes, cerca de Uruguay. No tengo la menor idea de cómo se llamaba, pero fuimos un compañero de trabajo, éste que yo siempre recordé con mucho cariño, que era japonés, que se llamaba Masaharu Kina. Me dio gran parte de su sueldo porque nos dijo: ‘te van a cobrar mucho para hacerte estas cosas, más en estos momentos’”. La idea era presentar un Habeas Corpus.

Genara le pasó sus datos personales a Viviana Losada para presentar el Habeas Corpus. El abogado le dio el escrito para que lo presente, con la expresa indicación de que él no lo había hecho, ni sabía nada del tema. Esa noche fue a la casa de Genara y le pidió por favor si su nuevo esposo podía averiguar algo. “Nosotros teníamos entendido que él trabajaba en Comunicaciones y ella dijo que no iba a ser posible eso porque no podía poner en peligro su trabajo. Cosa que es un detalle que cuento, porque más o menos es lo que resume mi relación y nuestra relación con la familia Ortiz a partir de entonces”. Al otro día Genara y ella presentaron en Tribunales el Habeas Corpus.

De casa en casa

Viviana no podía volver a su casa en Lanús. Su mamá, su papá y sus hijas seguían en Alejandro Korn. Ella andaba boyando de casa en casa y hablaba desde algún teléfono público con sus tíos y un amigo del barrio que estaban haciendo un seguimiento de la vivienda para saber los movimientos. Si fue alguien. Si había autos. No pasaba nada.

“Estuvieron como 25 días por lo menos en la quinta y yo como de casa en casa. Y los fines de semana mi mamá iba a la plaza y me llevaba a las nenas para que yo las viera”. Mariana tenía dos años y nueve meses. Fernanda era más chica, un año y cuatro meses. “Yo les decía que estaba trabajando y como no sabía lo que había pasado con el Negro a ciencia cierta, les dije que su papá también estaba trabajando en el interior del país”.

—Volvete. —le dijeron al padre los espías barriales. Dejaron pasar un par de días más y volvieron. “Mi papá, mi mamá, mi hermano y las dos nenas”. Otro par de días y Viviana también vuelve a la casa de donde huyeron de madrugada. Entonces suena el teléfono.

Era un compañero de la Juventud Guevarista que llamaba sistemáticamente cada cuatro días. Pese al riesgo que implicaba, arreglan una cita. Eran los primeros días de mayo de 1976.

La caída

“Me dice que el Negrito era responsable nacional de la Juventud Guevarista, que él era miembro del Comité Central, que era la primera reunión a la que iba asistir y que las fuerzas conjuntas habían atacado la quinta. Y que el Negrito había caído, lo habían asesinado en la quinta, o sea que él estaba muerto y había quedado en la quinta”, esa es la primera versión que Viviana tiene sobre lo ocurrido el 29 de marzo en la Pastoril. “Había algunos niños y él había pensado dejarle el lugar para que salieran primero las compañeras que tenían niños”.

“Entonces esto trajo una realidad: primero yo tenía que contarles a las nenas que su papá no estaba trabajando en el interior del país, que su papá había muerto. Así que eso hice, yo les conté que su papá había muerto. No les dije que a su papá lo habían asesinado las Fuerzas Conjuntas, les dije que su papá había muerto. Porque me pareció que no lo iban a entender en ese momento”.

Viviana entonces va tomando una serie de decisiones en virtud de esa nueva realidad. Ocuparse de sus hijas mientras intentaba obtener algún dato más. Sin saber por dónde buscar, realizó otro Habeas Corpus. Esta vez, lo presentó en San Martín porque la quinta La Pastoril estaba en Moreno, Provincia de Buenos Aires. También intentó contactarse, sin éxito, con el Partido y la Comisión de Familiares. Sus horarios laborales tampoco le permitían mucho más. “Y entonces resolví, bueno, hacer un stand by y quedarme por lo menos en casa pensando a ver qué podía hacer. La vida quiso que ese proyecto, que estaba detenido, ese proyecto de vida en común, que estaba enmarcado en ese proyecto más grande de trabajar por una sociedad mejor, sin desigualdad, sin tantos chicos pobres como hay ahora, que la mitad de los pobres son niños. Con una educación más libre y más igualitaria. Nosotros teníamos esa convicción y por eso trabajábamos. Y ese proyecto se había abierto, había ahí una herida, una grieta que era la desaparición del Negro. Sin embargo, sobre esa grieta yo formé una segunda pareja,  juntamos nuestras grietas, digo yo. Yo tenía mis pérdidas, él tenía las de él y formamos una nueva pareja y tuvimos un tercer hijo, que es Federico. Y formamos una nueva familia y armamos un nuevo proyecto, siempre con ese desgarro original”.

La democracia 

Durante el gobierno de Raúl Alfonsín “sale en los diarios que en el cementerio de Moreno había 21 enterramientos de NN y yo estaba convencida de que el Negro había sido asesinado en la Quinta. Fuimos con Omar, que era mi segundo compañero y estuvimos en la exhumación. Estuvimos allí viendo como exhumaban a los 21 cuerpos que resultaron, los siete primeros de la Quinta que estaban preservados, yo creo que estaba cada uno en un cajoncito”. Otros cuerpos estaban calcinados y otros eran del Manantial del dique Cascallares. Pero eso Viviana lo supo muchos años después, gracias a su labor militante en Lanús. “Entonces, cómo se habían exhumado esos siete cuerpos de la Quinta, ahí fui, detrás. A ser parte de esa investigación. Fui al CELS y el doctor Marcelo Parrilli me hizo una presentación, me dijo que yo me tenía que presentar como particular interesado, porque no era una causa, yo no era querellante, me iba a presentar como particular interesado y me dio un escrito donde decía que yo pensaba que el padre de mis hijas estaba ahí entre esos siete y que me presentaba como particular, interesado para poder, más que participar de la investigación, poder leerla. “Fue el segundo abogado que me dio un papel, me lo puso en el escritorio y me dijo ´toma, andá`. No pensaba bien de los abogados en ese momento porque ninguno me acompañó”.

En Mercedes se entrevista con el Juez de la causa. Muchas veces. “En mi desesperación, lo primero que le dije es: muéstreme los siete restos que yo lo voy a reconocer al Negro y lo voy a reconocer por la sonrisa, por los dientes, porque el Negro tenía, como ustedes habrán visto, una dentadura y una sonrisa”.

—Pero señora… —le dijo el Juez mirándola —… vamos a hacer unos oficios para saber si Rodolfo tenía algún dato de salud para poder ser identificado.

Pero Rodolfo no tenía. “No tenía quiebres, no tenía roturas, no lo van a poder identificar nunca así”, le aseguró al Juez. De todas formas el juez libró un oficio al Servicio Universitario de Salud que contesta con la ficha de un casi homónimo: Roberto Ortiz.  “Entonces no había manera de identificarlo”. La causa cambió de Juez, Viviana dejó de ir a Mercedes y empezó a ir Morón donde le dijeron que “había un sobreseimiento provisorio y que la habían archivado porque no habían encontrado que hubiera habido ningún delito, que las declaraciones están todas perfectas y entonces la habían archivado”. Losada pidió que la desarchivaran y en un cuartito del juzgado leyó toda la causa. “Yo estoy hablando de la causa 65.517, que es la causa del cementerio, que es la que me leí toda”. También se entrevistó con el Comisario General Dadamo para que le tomara declaración en la Unidad Regional de Lanús. “En el año 85 hay un sobreseimiento y nadie investiga más, y yo no tenía de dónde seguir adelante”.

No saber 

“Yo me quedo con esta angustia de no saber, en definitiva, porque no lo pude recuperar, no lo pude reconocer, y en ese momento, cuando vino la democracia les dije a las nenas que su papá estaba muerto, pero que no había muerto en un accidente, sino que lo habían matado las fuerzas conjuntas, porque yo estaba convencida que eran las fuerzas conjuntas. Y que a su papá lo habían matado, que hubo que remontar eso porque en realidad es distinto saber que tu papá murió en un accidente a saber que a tu papá lo mataron por sus ideas y sus actividades políticas”.

Viviana contó que fueron transitando ese camino y armando una nueva familia. A fines de 1998 cuando la hija mayor estaba en Chaco dedicada al teatro y su segunda hija en Alemania estudiando en la escuela de Pina Bausch, y su tercer hijo, Federico, terminando el secundario, su padre fallece. Y a los pocos días la llama Alejandro Incháurregui del Equipo Argentino de Antropología Forense. “A mí cada llamada telefónica que sucedía en estas circunstancias se me paraban todos los pelos, porque digo algo más… ¿Cómo sabían? ¿Por qué me llamaban a mí? Y entonces ellos me dicen que ellos habían leído la causa 65.517, que ellos sabían que yo me había presentado, que yo pensaba que el Negro era uno de los asesinados en la Quinta La Pastoril, y que ellos querían contarme cosas de eso”.

“Ahora mismo”, respondió Losada cuando le preguntaron cuándo podía ir y ahí mismo salió para reunirse con integrantes del EAAF. “Me fui como hice todo, inmediatamente, y sola”. En el Equipo le preguntaron que sabía del Negrito y ella les contó. Pero entonces Carlos “Maco” Somigliana le dice que “efectivamente estuvieron en La Pastoril y hubo un ataque, y fue el Comité Central. Pero nosotros tenemos que contarte algo, a él se lo llevaron vivo”.

Viviana dice que en ese momento se le cayó el corazón. “Porque nosotros habíamos avanzado en la idea de que si al Negro lo habían asesinado en la Quinta, no había sufrido. Porque sabíamos de las desapariciones y las torturas, y resulta que así de un plumazo me dicen “se lo llevaron vivo” junto con Leonor Herrera, con Juan Domingo del Gesso y con Carlos Elena y lo llevaron al Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Puente 12/Brigada Güemes/Cuatrerismo. Yo soy arquitecta y sentí que me sacaban el ladrillo de abajo de todo. Sobre el que más o menos habíamos elaborado nosotros alguna manera de avanzar con esa grieta y ese desgarro. Y el Negro había estado en un Centro Clandestino de Detención. Y entonces lo habían torturado”.

El cementerio de Avellaneda

Maco también le dice que El Negrito, Rodolfo Ortiz, estaba enterrado como NN en el cementerio de Avellaneda y que era posible recuperar sus restos porque la fosa común estaba en custodia del EAAF. Rodolfo había aparecido junto a María Cristina Duca y la Kitty Olivieri de Duca, secuestradas de sus casas el 4 de abril, en un baldío de Bernal, en Quilmes. Las dos compañeras no habían estado en la Quinta La Pastoril. “Aparecen los tres en ese baldío y la policía de Bernal que se hace cargo de esos cuerpos, lo identifica al Negrito. Porque el Negrito tenía legajo en el Consejo del Menor y la Familia, y en esa época se hacían los documentos en el Registro Provincial de las Personas, de todos los niños que estaban institucionalizados allí. Entonces el Negrito tenía su legajo del registro y sus huellitas allí. Y entonces la policía de Bernal sabe que ese cuerpo es Rodolfo Ortiz. Y en vez de avisarnos a nosotras, lo entierran igual como NN y se guardan la ficha. Digamos, desgarro sobre desgarro, sobre desgarro”.

El equipo había encontrado en los archivos de la DIPPBA la ficha que establecía “que ese joven tirado allí era Rodolfo Ortiz y que había sido enterrado como NN en el cementerio de Avellaneda. Otra vez remontar, otra vez contarles a las chicas que ya estaban grandes, que no estaban acá, otra vez todo”.

—Las chicas tienen que dar sangre. —le explica Maco.

“Entonces las chicas dan sangre. Y quedamos medio paralizados con esa noticia y a mí me cuesta recomponer la grieta, la fisura y recomponer otra vez la historia a partir de saber que estuvo cuarenta y cuatro días en ese Centro Clandestino de Detención y que se lo habían llevado vivo”.

Tres o cuatro años después

Viviana Losada volvió al EAAF y habló nuevamente con Maco. Quería investigar lo que había pasado en La Pastoril. “Porque no me canso de repetirlo, se los llevaron vivos”.

Consigue unos primeros contactos y empieza a buscar sobrevivientes del ataque perpetrado por el Ejército Argentino. Otra compañera de la Comisión de Derechos Humanos del Partido Intransigente en Democracia, pero que formó parte del equipo de solidaridad del PRT, la va guiando. Se va contactando con militantes del partido. “Para que me cuenten, para saber, para entender”.

Viviana Losada va reconstruyendo e investigando y en 2007 se encuentra por primera vez con las hermanas Agorio, María Ofelia e Iris. Durante todo ese tiempo se va enterando detalles de la reunión ampliada del PRT. Cerca de las dos y media de la tarde, desde la terraza de la quinta vieron ingresar “distintas fuerzas a la Quinta por una tranquerita lateral que tenía y un compañero que estaba abajo, ve por la ventana que hay un montón de gente de civil que está desplegándose con armas largas en el parque de la Quinta. Y dan la alarma diciendo que hay ataque y antes de que nadie pudiera reaccionar ya la puerta de calle estaba toda sembrada de agujeros por una ráfaga, se ve que de arma larga, de ametralladora, supongo, no sé y que entraba así como un damero de luz y que entonces los compañeros y las compañeras más o menos se acomodan para salir por grupos y que salen por la parte de atrás hacia el único ángulo en el que no estaban”.

Viviana dice que por ese rincón salió primero el Buró Político, a continuación, y en tandas, el Comité Central. “En esa salida, la primera que cae es Susana Gaggero, que era responsable nacional de Solidaridad, cae atravesada por una ráfaga, cae inmediatamente al costado de la puerta. Después queda herida fuertemente María Elena Amadio, que era de Servicios de allí de esa reunión, con un tiro en la espalda que le impide caminar y que finalmente es asesinada en la Quinta y caen también en la Quinta Víctor Hugo González Lemo, que era un obrero de la fábrica Perkins de Córdoba que había venido a la reunión que era de Sindical de Córdoba, y otro compañero, que nosotros no logramos identificar en principio, entonces nosotros contábamos siempre once. Y el partido decía: son doce. Entonces había un compañero que nunca identificábamos. Así que nos quedó esa incógnita y que después también cuentan los compañeros que había algunos que habían salido, esto lo cuentan los sobrevivientes, que habían salido en un auto, pero que finalmente también los habían interceptado y que estaban asesinados. Y que había un rubiecito, un niño rubiecito con ellos del que nadie me puede dar ningún dato en ese momento”. Las incógnitas se irán sabiendo, pero faltaba más tiempo aún.

Un año antes, en el 2006

La identificación de El Negrito se produjo en 2006. Al leer la pericia forense se enteran que tenía fracturas, los dientes saltados y un tiro de gracia. “Entonces empieza a tomar forma otra investigación que hay que llevar a cabo, porque a él se lo llevan vivo de la Quinta”. Un día de enero, Viviana y Mariana buscando abogado conocen a Pablo Llonto y su opinión sobre quienes ejercen esa profesión cambia: “Es un abogado excepcional, me amigó con la abogacía. A principios de febrero presentamos la querella en la Megacausa del Primer Cuerpo del Ejército. Tomando de base todo lo que yo había investigado, todos los que yo sabía que habían estado en la Quinta porque me lo dijeron los sobrevivientes”. A toda la información que tenía, le sumó la posibilidad de visitar la Quinta pidiéndoles permiso a los dueños. Junto a las hermanas Agorio recorrieron el lugar y el barrio. Miguel Fernández, director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Moreno, gestiona algunos encuentros. Conocen a la casera de la quinta al momento del ataque. “Le habían dicho que se fuera de la casa de los caseros porque iba a haber muchos tiros. Entonces ella se va a la casa de una comadre que queda enfrente y efectivamente hubo muchos tiros. Eso es lo que ella nos cuenta, que ella no pensaba declarar nada”. Se entrevistan con un vecino que ya no vivía allí, Gerardo Tomadoni, de veinte años al momento del ataque. Esa noche Gerardo salió a hacer unas compras, viendo el despliegue militar se paró en la esquina a mirar. Como tardaba, su esposa salió a buscarlo. Sin celulares la cosa era así. Se encuentran y al volver para la casa “pasan por el costado del camión militar y los levantan creyendo que habían estado en la Quinta y les hacen los tratos de rigor, los vendan, los tiran en el camión, ellos ven en la cabina de ese camión una niña y hablan con Leonor Herrera en la parte de atrás del camión, la que tiene el acoplado, que tiene las cosas de lona, que estaba tirada allí, que le dice que si vio a esa niña, que esa niña es su hija y que si él no está comprometido con la Quinta, que es sólo un vecino él va a zafar y lo van a dejar libre”. Lo torturan como al resto y queda secuestrado varios días en la comisaría de Moreno. La esposa de Gerardo falleció pero él va a declarar en el juicio.

Viviana Losada persiguió la pregunta “¿Cómo es que se los llevaron vivos?” para ir armando el rompecabezas genocida: “Algún tiempo después apareció Claudia Méndez, la sobrina del “Chato”, de “Tito” Méndez, que resultó ser el compañero número 12 que estábamos buscando, porque nosotros habíamos identificado a 11 de los compañeros que habían estado en la Quinta, que fueron, los repito: María Elena Amadio y Susana Gaggero, Víctor González Lemos y Ruperto Méndez, ahora sí, asesinados en la Quinta. Nelson Agorio, Héctor Chávez y Juan Mangini asesinados camino o en la comisaría de Marcos Paz. (Los levantan) junto con un rubiecito que dirá su testimonio, que es Eduardo Garbarino Pico, que a él lo retienen en la comisaría, creo, y que además a Rodolfo Ortiz, a Liliana Herrero, a Juan Domingo del Gesso y a Carlos Elena se los llevan vivos y a otro compañero que se llevan también vivo, pero que va a parar directamente a Villa Martelli, es (Héctor) Osvaldo Villarreal, que iba con su hijita, que también lo detienen en las inmediaciones, pero que a él, finalmente, después  que el batallón lo pone a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, le dan la opción de salir del país y él se va del país. Y lamentablemente este compañero fallece en el año 2005”.

El sepelio

“Nosotros en el año 2010 hicimos el sepelio del Negro. El Negro escribía poesía y tenía una poesía que para nosotros nos significó, digamos, como un mandato que él decía: “No me lloren, no quiero que lloren mi muerte. Porque muerto no quiero vivir. Tiren mis cenizas al viento, porque muerto no quiero vivir”. Entonces, una vez que conseguimos que la pericia forense diera fe de que esos eran los restos del Negro, hicimos una ceremonia, lo velamos, tuvimos un sepelio y fuimos al Parque de la Memoria y tiramos sus cenizas al viento”.

En el 2011, el juez Daniel Rafecas “sustancia una subcausa que se llama NN La Pastoril, porque nosotros insistimos en que no eran asesinatos sueltos, que estaban todos concatenados en este hecho, en este ataque y entonces aparecieron también las hijas de Héctor Chávez, Soledad y Valeria, que también se presentaron como querellantes”.

En el 2013, Rafecas “hace una elevación que para mí fue importantísima, 125 homicidios relacionados con Puente 12. O sea, el asesinato del Negro junto con esos 125 va a parar  al primer tramo de la casa Puente 12-Cuatrerismo-Brigada Güemes. Rafecas imputa estos 125 homicidios, entre ellos el del Negro y detrás voy yo y me presento como querellante en la causa de Puente 12 Cuatrerismo para imputar por el asesinato del Negro. Estar en esa causa  para mí significó muchas cosas”.

La Comisión

Entre esas muchas cosas, Viviana se incorpora al trabajo militante de las y los compañeros de la Comisión Vesubio-Puente 12. “Que tiene más de 40 años, que fue fundada por Jorge Watts, que falleció en el 2020, un compañero enorme, que no lo pudo nada y lo pudo el COVID y que de la mano de Syra Vallalain de Franconetti empezó a investigar, muchísimos años antes de que yo entrara, lo que pasaba en algunos centros clandestinos de detención con los sobrevivientes de El Vesubio, con los sobrevivientes de Puente 12 y de la 205 de Monte Grande”.

Junto a la Comisión investigan el funcionamiento de inteligencia y al Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Puente 12-Cuatrerismo-Brigada Güemes, que “existió desde noviembre de 1974 hasta por lo menos mediados de 1977, cuando lo cierran, lo arreglan, le agregan cosas y lo transforman en otro Centro Clandestino. Mientras funcionó como Puente 12-Brigada Güemes-Cuatrerismo, se especializó en los secuestros de los y las compañeras del PRT- ERP  y Juventud Guevarista y seguramente sus aliados, el FRP que era el Frente Revolucionario Peronista y el FR17 que era el Frente Revolucionario 17 de octubre”.

Sumando información, escuchando los juicios, Viviana concluye que a los y las compañeras que secuestraron con vida en la quinta La Pastoril los trasladaron a Puente 12. “La única duda que yo tenía era ¿por qué? ¿Por qué? Los podrían haber juzgado. Los podrían haber metido presos. Los podrían haber encarcelado. No sé. Cuántos jueces afines tuvo la dictadura militar, y sin embargo, no fue así. Eligieron secuestrarlos, torturarlos y ejecutarlos. Esta situación que a mí me costó mucho tiempo asimilar, tiene la base de algunos dichos del Mayor Españadero en su declaración indagatoria, de abril de 2020”.

Españadero

El 20 de octubre de 2021, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°6 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, condenó a 16 años de prisión por crímenes de Lesa Humanidad al exagente de inteligencia Carlos Españadero.

Mayor Peña o Mayor Peirano eran dos de los alias de Españadero, que en el juicio justificó el accionar de civil de los grupos represivos y aseguró que tenían grupos especializados para secuestrar a Mario Santucho. “Que en el Batallón 601 había grupos fuertemente especializados en la persecución de Santucho, que las personas que conformaban los grupos de tareas eran informes, informes dice él, o sea que no tenían una organización ni nada, que no revisaba nunca, que eran personal subalterno, pero que inteligencia tenía claro que había que preservar la identidad de los secuestradores. De los secuestradores se preserva la identidad, dice Españadero, ¿Por qué? Para que no peligrara su identidad y su trabajo. Y yo relacioné inmediatamente los autos sin patente, los grupos de civil con armas largas que estaban en la Quinta, sin identificación”, analiza Viviana.

Españadero dijo que los interrogatorios los hacían los grupos de tareas pero que después llegaban a su escritorio. “Pero que a él no le decían cómo los habían obtenido. Y otra cosa que dice es que él sabía que en esos Centros Clandestinos de detención había detenidos, había malos tratos y había finalmente la muerte de esos detenidos, en un eufemismo maravilloso de malos tratos por torturas. Entonces yo empiezo a cerrar esta historia de La Pastoril y digo, bueno, en este  ataque finalmente mataron algunos compañeros. Los mataron, no los pudieron llevar vivos, pero a los que pudieron llevar vivos, los llevaron vivos. Para torturarlos, para sacarles información, si pudieran, y finalmente asesinarlos y tirarlos. A nuestro Negrito en un baldío en Bernal, a la Negrita Herrera adentro de un auto en localidad de Piñeyro, en Avellaneda. Y sobre estas cuestiones era que se basaba la tarea de inteligencia”.

Persiguiendo toda esa información, Viviana Losada fue armando esta historia. Después del ataque, el Ejército Argentino se llevó en camiones a los caídos y a los que estaban vivos. Primero los trasladaron a la comisaría de Moreno y luego a Puente 12. “Hubo ejército de dos compañías diferentes, una comandada por el Mayor (Miguel Ángel) Armúa, que era el que estaba ahí acantonado en Moreno y otra compañía que fue la de Ingenieros Diez con asiento en el 601 de Campo de Mayo, que estuvieron en la Quinta, que estuvieron antes de que empezara el ataque, que hubo autos de civil, que hubo grupos de tareas haciendo su trabajo, valga el eufemismo, y que esto dio como resultado lo que pasó con estos doce compañeros” y con los menores que fueron a parar al Instituto Riglos y luego fueron recuperados.

Cartas

Luego vinieron las preguntas de las partes. Ahorraremos esa parte en esta lectura, pues algunas formulaciones de la defensa solo fueron de mal gusto. Pasado ese momento, Viviana Losada pidió leer dos textos escritos por su familia en relación a los 45 años sin Rodolfo.

“Yo quiero decir que nosotros, como familia, tuvimos la posibilidad de tener nuevos proyectos, de tener este y una familia ensamblada, que pudimos criar a nuestros hijos con libertad y con alegría profunda para que los tres pudieran desarrollarse, pero que siempre se hizo sobre la base de un terrible desgarro que fue la desaparición del papá de mis dos hijas mayores. Y por eso quiero pedir permiso para leer esto, que con motivo de que mi hija, la que está en Alemania, hacía una obra relativa a la historia de Rodolfo, Mariana, que también formó parte de esa obra, se fue para allá para Alemania. Y el texto dice:

“Papá Rodolfo tenía 26 años cuando lo secuestraron un 29 de marzo. Me pregunto si habrá sabido que miraría un cielo libre por última vez, si habrá sentido el olor de los eucaliptos que rodeaban la Quinta. Si nos habrá pensado mientras ponía el cuerpo para que otros compañeros se fueran. El juicio por los sucesos de La Pastoril, en donde se atacó al Comité Central del PRT, recién empezaría este año, una vida después. No alcanza nada para reparar la orfandad de Estado que sentimos”.

Y escribía Federico: “Mi familia está rota. No la rompimos nosotros, la rompió la historia. Está rota desde antes que yo llegué al mundo. Desde antes que sea mi familia. La rompieron los que se llevaron al papá de mis hermanas, los que lo mataron hace ya 42 años. Después llegué yo, pero esa fisura ya existía. Y yo, como los demás, crecí con eso, con esa ausencia, con la búsqueda de justicia de un cuerpo, de algo que no sabíamos bien qué era. ¿Un cierre? Puede ser, si eso es posible. Hace unos años, y después de que el EAAF recuperara el cuerpo de Rodolfo, hubo un funeral y el destino quiso que no pudiera estar porque había nacido mi primera hija y lo había hecho de una manera muy particular, fue prematura. Ese primer cierre, tener un cuerpo, velarlo, llevar sus cenizas a algún lado, me lo perdí. Después de eso, creí, creímos, que había una parte de nosotros que iba a poder darle un cierre. Pero la historia no te regala nada. Hace una semana se movió por primera vez la causa por la desaparición de Rodolfo y hubo detenciones. Podemos decir que empezó el proceso de hacer justicia. ¿Esto traerá al fin un cierre? No lo sé. Este lunes mi hermana Mariana se va para Alemania, donde vive mi otra hermana desde hace muchos años, a estrenar una obra que en parte hicieron juntas. Una obra que habla de su historia, que es también la mía. Mis hermanas, después de tanto tiempo, pudieron hacer algo con esa fisura. Hicieron una obra. Que habla de todo eso, de todo esto. Una obra que es, en parte, el cierre de algo para que no estemos tan rotos. Lo necesitamos tanto”.

Señores jueces, como ustedes comprenderán, no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos y decimos como el gran poeta, “por nuestros muertos, pido castigo. Memoria y justicia, siempre. Y verdad, sobre todo memoria y verdad. La justicia, como verán, vamos viendo. ¡Rodolfo, los compañeros de La Pastoril y los treinta mil compañeros detenidos desaparecidos presentes!”

Finalizó así, entre lágrimas compartidas, el testimonio de Viviana Losada por los crímenes que el Ejército Argentino cometió el 29 de marzo de 1976.


Fuente: https://radiolaretaguardia.blogspot.com/2022/03/por-que-se-los-llevaron-vivos.html

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