Julio López
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Acción contra Telefónica en el aniversario de la revuelta argentina
Por Avid -IMC Madrid - Saturday, Dec. 21, 2002 at 10:29 AM

Se puede. Ése es un poco el ánimo que nos ha quedado a muchos tras la humilde acción contra Telefónica en recuerdo de la insurrección argentina de diciembre del 2001. A pesar del plan Focus, las multas y las presiones policiales de todo tipo, a pesar del relativo agarrotamiento de la escena militante madrileña cuando se trata de salir a la calle, a pesar del miedo que inoculan las imágenes y los relatos de todas las manifestaciones reventadas por Ansuátegui y los suyos estos últimos años, se puede.

Se puede montar una protesta en el corazón de Madrid que no someta su orientación y sus ritmos a los dictados de la policía, se pueden reunir en un mismo gesto desobediente los mecanismos mínimos de autodefensa y de apertura y complicidad con la gente que curiosea o se acerca a los manifestantes, se puede protestar con buen humor, sin enronquecer la voz, y a la vez con determinación y firmeza.

¡Y eso que la policía conocía perfectamente nuestros propósitos! En efecto, un grupo de "avanzados" en el cibercafé de Telefónica, nuestro objetivo, escuchó a varios policías informar despreocupadamente sobre nuestras intenciones a los guardias de seguridad del establecimiento. Tras deliberar sobre si era pertinente cambiar los planes, decidimos proseguir con (casi) todo lo previsto (a excepción de la instalación simbólica de GNU/Linux en los ordenadores del cibercafé y alguna otra cosa más): cinco o seis "emboscados" esperarían la llegada de los manifestantes provenientes de la concentración-cacerolazo global en el interior del cibercafé de Telefónica. Los manifestantes llegarían hacia las 8.30 de la tarde con una pancarta hecha con refuerzos y con el lema "Que se vayan todos", que se generalizó, junto a la necesaria apostilla "que no quede ni uno solo", durante la insurrección argentina del 19/20 de diciembre de 2001.

Entonces, por un lado, los "emboscados" repartirían panfletos entre trabajadores y usuarios del cibercafé de Telefónica explicando las razones de la protesta y después negociarían la salida. Por otro lado, la manifestación montaría todo el guirigay posible en el exterior con el fin de hacer público el contenido de la acción y la denuncia de Telefónica como multinacional que practica una rapiña de manual de economía política con la consiguiente pérdida de derechos laborales y sociales de los trabajadores "privatizados".

Los "emboscados" penetran en el cibercafé sobre las 7:30 entre guardias se seguridad típicos, guardias de seguridad de paisano (de Telefónica) y algunos policías antidisturbios ya dispuestos en la entrada. Se registran como usuarios con nombres falsos (Darío Santillán, por ejemplo, en recuerdo del piquetero asesinado por la policía en los enfrentamientos de Puente Pueyrredón) y preparan pegatinas con anuncios de telefónica desviados y los panfletos para los trabajadores y usuarios del sitio (el panfleto se puede ller más abajo). Y, claro, se comunican en red usando los mismos ordenadores del cibercafé. Mientras, una vez que acaba la concentración-cacerolazo global, entre un buen número de policías secretas, los manifestantes se acercan divididos en grupo hacia el objetivo. En el tunel de metro que une las dos aceras de Gran Vía se colocan monos blancos con interrogaciones dibujadas (referencia al símbolo por excelencia de la precariedad laboral) y cascos de obrero y disponen la singular pancarta. Un fila de antidisturbios les está esperando en la puerta. Cuando se escuchan los primeros gritos, los "emboscados" abandonan los ordenadores con la página de Indymedia Argentina en pantalla, se levantan y comienzan a repartir panfletos entre los trabajadores y usuarios y a colocar pegatinas aquí y allá. Los guardias de seguridad se abalanzan sobre los recién descubiertos "emboscados" y tratan de arrebatarles los panfletos. Pero tras una rápida negociación en la que los "emboscados" recuerdan la presencia en el exterior de prensa y de un diputado de Izquierda Unida (Julio Setién) que ya se ha presentado al mando de los antidisturbios, los ánimos de los guardias se seguridad se relajan un tanto y los "emboscados" continúan repartiendo panfletos y hablando con usuarios y trabajadores (algunos asustados, otros divertidos o perplejos, indiferentes los más). Fuera, algún manifestante intenta entrar en el cibercafé con las manos en alto y se produce un forcejeo en el que se demuestran las bondades de la pancarta con refuerzos. La reacción de los manifestantes es unánime e inmediata. Los policías vuelven a cuadrarse al momento pero con los cascos cubriéndoles la cabeza... mala señal. Cuando la tensión decrece, los "emboscados" son expulsados del establecimiento entre gritos de "Argentina solidaridad" y (dirigiéndose a los usuarios) "que salgan todos y no pague ni uno solo". Los manifestantes comentan a uno de los mandos que si la fila de antidisturbios se quita el casco en señal de "buena voluntad", se leerá el manifiesto y se dará por concluida la protesta. Acceden y así se hace. La máxima aspiración de la acción era importar a Madrid un pedacito (pequeño, muy pequeño) del espíritu contestatario del movimiento radical argentino. Por un rato se consiguió. Se puede. Sí. Y no será sólo por un día ni siempre tan pequeño...

A los trabajadores y los usuarios de este cibercafé de Telefónica:

quizá recordéis las imágenes aunque no exactamente la fecha: hace justo un año, en Argentina, la gente salía masivamente a la calle para protestar contra el desastre económico y contra una clase política que quería hacer pasar ese desastre por una fatalidad del destino, natural como puede ser una lluvia de granizo que cae sobre los cultivos de un campesino. Los amigos y amigas argentinos cuentan que esa noche fue inolvidable, un pequeño milagro laico: se disolvió el hechizo de resignación y conformismo y la gente se reencontró en la calle espontáneamente, sin banderas, sin siglas, sólo con las famosas cacerolas en las manos, hablando como nunca lo habían hecho, atravesando una ciudad que ya no era tan sólo un escaparate de mercancías, reinventando el placer de estar juntos. Por todas las esquinas comenzó a escucharse un rumor, que pronto se convirtió en consigna unánime: "que se vayan todos, que no quede ni uno solo". Esa misma noche dimitió uno de esos tristes monigotes de cartón, llamado De La Rúa, pero antes mandó disparar y la policía mató a 33 manifestantes. Los poderosos no pueden tolerar que la gente decida alejarse siquiera un momento del continuo martilleo mediático y comiencen a escucharse entre sí y se animen viéndose tantos y tan fuertes y se pregunten juntos si los desastres económicos serán como el granizo... o no. Más bien necesitan que los unos desconfíen de los otros, que la mayoría desconfíe de sus propias posibilidades y que todos juntos encuentren algún chico expiatorio a quien linchar: los que vienen de fuera, por ejemplo.

Hoy, protestando pacíficamente en este establecimiento, queremos volver a traer a la memoria pública aquellos acontecimientos. Pero no sólo para solidarizarnos con los compañeros de Argentina, no sólo para denunciar el nefasto papel que ha jugado Telefónica en la crisis argentina, socializando pérdidas y privatizando beneficios, sino también para decir bien alto y claro que el mundo entero es hoy en día como esa ciudad llamada Buenos Aires, excepto quizá en la resistencia que oponen las gentes al orden de cosas y la invención que despliegan de otras formas de vida más libres y justas mediante asambleas, piquetes o clubs de trueque. Pero también por aquí otros monigotes de cartón intentan hacer pasar los desastres económicos por lluvias naturales (de fuel, en esta caso). También en la metrópoli madrileña las seguridades se desvanecen, los contratos desaparecen, las rentas se achican, la precariedad se agrava, la explotación se intensifica (con sus logos y sus marcas, nos venden nuestros mismos sueños y deseos, convierten nuestras formas de vida en modas, desvían nuestras creatividad para producir dinero para ellos y no vida mejor para nosotros, etc.).

Hoy hemos decidido recuperar por un rato lo que es nuestro: liberar nuestras ganas de comunicar y aprender de sus peajes monetarios utilizando libremente herramientas que debieran ser de todos, liberar desde sus máquinas mensajes de complicidad a los amigos y amigas de Argentina, liberar a las mismas máquinas del corsé propietario que les impone Microsoft e instalar en ellas software libre, trastocar por un rato las relaciones de consumidores-clientes y el espacio en que se dan, interrumpir la obligación de trabajar malamente y hablar... Reconstruir en el corazón de Madrid un pedazo pequeñito de aquel Buenos Aires del 19 y el 20 de 2001. Estáis todos invitados.

Laboratorios de la Desobediencia de Madrid

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