Socialismo ¿Utopìa o necesidad?
Por EL MILITANTE -
Sunday, Jul. 17, 2005 at 2:18 PM
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El Militante nº 1
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EL SOCIALISMO |
¿Utopía o necesidad?
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Fecha : ( 20-Marzo-2003 )
Categoria : Teoría
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os
filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos;
de lo que se trata es de transformarlo Carlos
Marx, Tesis sobre Feuerbach
Los trabajadores no
sufrimos solamente una opresión económica y política bajo esta
sociedad. También sufrimos una opresión ideológica que, como las dos
primeras, tiene como objetivo perpetuar el sistema de explotación
capitalista. Por eso, siempre la lucha de la clase obrera tuvo tres
frentes: la lucha económica, para mejorar las condiciones de vida y
trabajo, la lucha política, por la conquista de derechos políticos
para avanzar en nuestra emancipación y la toma del poder por la
clase obrera, y la lucha ideológica, que tiene como fin combatir la
ideología burguesa y los prejuicios ideológicos de la clase
dominante que impregnan toda la sociedad capitalista y que
esclavizan espiritualmente a los trabajadores y los hacen aceptar su
situación de opresión y explotación como algo necesario, inevitable
e imposible de cambiar.
La difusión de las ideas del
marxismo, del socialismo científico, entre los trabajadores resultan
vitales para elevar nuestro nivel de conocimiento de la realidad que
nos rodea y nuestro nivel de conciencia política. La conciencia de
clase consiste en ser conciente de los intereses opuestos de
patronos y obreros y de la necesidad de expropiar a los capitalistas
para que las familias trabajadoras, la gran mayoría de la sociedad,
podamos tomar posesión de la riqueza social que creamos nosotros con
nuestro trabajo. Esta es la única manera de avanzar a una sociedad
sin explotación ni exclusión, sin pobreza ni clases sociales,
miserias o escaseces; una sociedad auténticamente humana, una
sociedad socialista.
¿Cómo surgió el
capitalismo?
Por supuesto, los ideólogos
burgueses nos dicen que su sistema, si bien puede tener algunas
fallas y errores, es el más perfecto que existe y no se puede
cambiar. Sin embargo, si miramos la historia de la humanidad, vemos
que el sistema capitalista no existió siempre. El feudalismo (un
sistema social basado en la posesión de enormes territorios -feudos-
por la nobleza terrateniente, para quien trabajaban campesinos y
artesanos), y el esclavismo (basado en el trabajo de los esclavos,
que pertenecían en cuerpo y alma a sus amos) precedieron al
capitalismo, antes de desaparecer. E incluso antes que ellos, hubo
una etapa de comunismo primitivo que duró varias decenas de miles de
años (desde que la especie humana se estableció por todo el planeta)
y a la que los historiadores burgueses nunca prestaron atención, y
que estaba basada en la propiedad común y el trabajo colectivo de la
tribu. Aunque el Capitalismo es un sistema reaccionario y caduco
al que hay que superar, los marxistas reconocemos que, en el pasado,
el sistema capitalista jugó un papel progresivo y revolucionario en
la historia de la humanidad. El capitalismo destruyó el sistema
feudal. Mientras que en el feudalismo la propiedad estaba
concentrada en un puñado de grandes terratenientes y de
corporaciones de dueños de talleres; el capitalismo basó su sistema
en la extensión de la propiedad individual a nuevas capas de la
población: el fabricante, el artesano, el comerciante y el
campesino. El estímulo de la propiedad individual, la producción
de mercaderías para vender en el mercado y así obtener un beneficio,
tuvo efectos revolucionarios en la sociedad. Se formaron los
modernos estados nacionales, barriendo las aduanas interiores,
mediante la unificación de territorios de la misma lengua, antes
dispersos y enfrentados, para facilitar el comercio y el desarrollo
de las fuerzas productivas (industria, agricultura, ciencia y
tecnología). Este estímulo individual, que tenía su base en la
producción y venta de mercaderías, insumos y utilidades, permitió la
construcción de grandes fábricas y máquinas modernas que aumentaron
la productividad del trabajo humano. A la vez que organizó nuevos y
avanzados medios de transporte para extender el comercio, aceleró la
investigación científica y desarrolló nuevos inventos útiles, y
formó sistemas nacionales de educación y cultura para enfrentar las
nuevas necesidades sociales. El capitalismo creó una nueva clase
social: la clase obrera, los trabajadores que desarrollaban una
labor productiva en la fábrica, la oficina o el campo, a cambio de
un salario. Conforme se extendía el sistema capitalista y el
comercio mundial, se fortalecía, extendía y desarrollaba la clase
obrera hasta convertirse en la clase social más numerosa de la
sociedad, como ocurre en el día de hoy en la mayoría de los países
del mundo.
El capitalismo:
un sistema de explotación
En cualquier
empresa, el trabajador desarrolla una labor productiva, un trabajo.
El trabajador, con su esfuerzo manual e intelectual, gasta energía,
músculos, nervios, etc que deben ser repuestos diariamente. Para
reponer sus energías gastadas, y mantener a su familia en unas
condiciones de vida media fijadas, es por lo que al trabajador se le
retribuye este esfuerzo con dinero; es decir, mediante un salario.
Carlos Marx, fundador junto con Federico Engels del Socialismo
Científico, hizo un descubrimiento revolucionario. Él descubrió que
al obrero nunca se le retribuye completamente todo el tiempo de
trabajo. En su monumental obra, El Capital, Marx explica
detalladamente cómo durante una parte de la jornada laboral el
obrero crea un valor, que convertido en dinero, es igual a su
salario; pero otra parte de la jornada laboral trabaja gratis para
el capitalista. Durante esta parte de la jornada laboral, el obrero
no recibe remuneración alguna. Todo el valor del producto del
trabajo no retribuido al obrero va directamente al bolsillo del
capitalista. Este valor es la Plusvalía, la fuente de donde surge el
beneficio del capitalista. O para decirlo de una manera simple: el
beneficio capitalista es el trabajo no pagado al obrero. Con el
dinero obtenido de la venta de las mercaderías, el capitalista paga
el salario a los obreros y repone el resto de insumos gastados en la
fabricación de mercaderías; lo que sobra (que suele ser la mayor
parte) es su beneficio, después de descontar una parte para el
comerciante, para pagar los intereses del banco y los impuestos del
Estado. Así pues, todos los diferentes sectores de la clase
capitalistas (fabricantes y estancieros, comerciantes, banqueros,
etc) y el Estado, todo ellos viven a cuenta del trabajo de la clase
obrera. De esta manera, el capitalismo se revela como un sistema
de explotación, opresión y de robo igual al feudalismo y el
esclavismo. Y al mismo tiempo, la lucha de la clase obrera por
mejores salarios y por la reducción de la jornada laboral
encontraba, y sigue encontrando al día de hoy, su justificación
histórica. Esta lucha por la posesión de la plusvalía, es el motor
de la lucha de clases bajo el capitalismo, la justa lucha de la
clase obrera por arrebatar a la clase capitalista todo el valor que
crea con su trabajo.
La tendencia del
capitalismo al monopolio
La época del "libre
mercado", de la "libre competencia" dejó paso a un sistema económico
mundial controlado por no más de 200 grandes multinacionales. El
monopolio surgió inevitablemente del "libre mercado". Aquellas
empresas que son capaces de producir más barato desalojan de la
competencia a aquellas otras que emplean métodos de trabajo más
anticuados y, por lo tanto, producen mercaderías más caras. Los
grandes se comen a los chicos. La concentración del capital es la
consecuencia inevitable del modo de producción capitalista. Cada
innovación tecnológica en la producción obliga a nuevos desembolsos
y créditos con los bancos, lo que sólo se lo pueden permitir las
empresas más fuertes. Una vez que estas grandes empresas conquistan
el mercado de su país se vuelcan hacia el mercado mundial
conquistando nuevas esferas de influencia. De a poco, estas
multinacionales van desalojando de la competencia a otras grandes
empresas en otras partes del mundo, lo que provoca la aparición del
monopolio en cada rubro de la producción. Así, pues son 4 ó 5
grandes multinacionales y monopolios quienes controlan férreamente
cada rubro importante de la producción a nivel internacional: acero,
automóvil, petróleo, química, celulares, computadoras, bebidas,
café, minería, etc. Son empresas gigantescas con 100.000, 200.000 y
hasta 600.000 trabajadores repartidos por todo el mundo.
El imperialismo y el Estado
Los grandes monopolios y multinacionales
despliegan una lucha a muerte entre ellas en la arena mundial para
controlar las fuentes de materias primas y los mercados. Les va en
ello su sobrevivencia. Con el desarrollo de las multinacionales no
desaparece la importancia de los Estados nacionales, al contrario.
Éstos se fortalecen. Cuando estas multinacionales no pueden acceder
a determinados mercados o controlar determinadas materias primas en
algunos rincones del mundo, recurren a la guerra, o a la amenaza de
la misma, para hacer valer sus intereses. Pero las guerras sólo la
pueden hacer los ejércitos, y éstos están encarnados en los estados
nacionales, que llevan adheridos una burocracia estatal compuesta
por altos funcionarios, jueces y administradores para su
funcionamiento cotidiano. Los grandes capitalistas de cada país
someten el aparato del estado y los gobiernos a sus intereses más
directos. Los gobiernos burgueses no son más que el Consejo de
Administración de los intereses comunes de los capitalistas de cada
país. El militarismo, el fortalecimiento de los cuerpos represivos
es la consecuencia necesaria de este estado de cosas. El aparato del
Estado y las grandes empresas y capitales constituyen un cuerpo
único. La dominación militar y económica de las naciones más débiles
a manos de las multinacionales y estados más poderosos es lo que
constituye el imperialismo moderno, y es el resultado inevitable del
dominio económico de los monopolios y multinacionales. Son las
grandes potencias imperialistas de Norteamérica, Europa y Japón
quienes se reparten los mercados mundiales y las fuentes de materias
primas.
La anarquía de la producción
capitalista y la crisis
La propiedad privada de
los medios de producción y la existencia de los Estados nacionales,
constituyen la esencia del sistema capitalista. La economía
capitalista funciona anárquicamente. Es decir, no se producen
mercaderías para satisfacer las necesidades que demanda la sociedad,
sino que las empresas producen con el único objetivo de vender las
mercaderías en el mercado y así obtener un beneficio. Si una fábrica
produce zapatos no es para proporcionar calzado y que la gente no
ande descalza, no. El dueño de esa fábrica produce zapatos para
venderlos en el mercado, y con esa venta obtener un beneficio. Como
decía Henry Ford: “Yo no hago autos, yo hago dinero”. Como la
obtención del beneficio capitalista va ligado a la venta de
mercaderías (ya que el valor de las mismas incluye la plusvalía, el
valor del trabajo excedente no pagado al obrero) cada capitalista
particular se ve inclinado, obligado, y estimulado por la
competencia, a vender cuanto más mejor. Por eso la producción
capitalista tiende irresistiblemente a la producción en masa, para
así obtener el máximo posible de beneficio y también con la
intención de arrebatar la mayor porción posible del mercado al resto
de competidores capitalistas. De esta manera, la anarquía del
mercado capitalista, donde la única regla es la obtención de
beneficios mediante la venta de mercadercías, hace que en un momento
dado se produzcan más mercaderías de las que el mercado (los
consumidores) puede absorber. Esto es consecuencia, por un lado, de
la tendencia ilimitada a la producción de mercaderías que se da en
la economía capitalista y, por el otro lado, por el consumo
necesariamente limitado de las masas. Llegado a un cierto punto,
"sobran" mercaderías, aumentan los "stocks" de mercaderías sin
vender. La caída de las ventas y la disminución de precios por la
competencia que se da en un mercado saturado de mercaderías hacen
que los beneficios de los capitalistas desciendan; la inversión
productiva también desciende para ajustar la producción a las
ventas, se cierran plantas industriales y se despiden trabajadores;
los bancos dejan de dar créditos, y todo entra en una espiral
descendente que conduce a una parálisis de la economía y a la
entrada en la crisis o recesión (contracción). Así, pues, la
crisis económica es consecuencia de la tendencia de la economía
capitalista a la sobreproducción de mercaderías. Pero esto no quiere
decir que sobran mercaderías porque las necesidades sociales ya
están satisfechas. Nada de eso. Sigue habiendo millones de personas
que no pueden acceder a una vivienda, o renovar su heladera, o
comprarse unos zapatos. Al haber demasiadas mercaderías en las
tiendas, los precios bajarían. La gente podría comprar más barato.
Pero el capitalista dice: “¡Alto! Ésta es mi propiedad y con precios
tan bajos no obtengo suficientes beneficios”. De manera que el
capitalista prefiere dejar de fabricar. Vemos así la paradoja y la
sinrazón del sistema capitalista: la producción "en exceso" de
mercaderías (todas necesarias) en el sistema capitalista es lo que
provoca la crisis y con ella el empobrecimiento, las penurias y la
escasez para las familias trabajadoras. De esta manera vemos cómo la
propiedad privada de los medios de producción (la propiedad
capitalista) basada en la búsqueda de beneficios individuales,
conduce directamente a la crisis y, por lo tanto, se convierte en un
obstáculo para desarrollar las fuerzas productivas, mientras
empobrece al conjunto de la sociedad. La existencia de enormes
empresas y monopolios multinacionales no puede prevenir la crisis
mediante algún tipo de "planificación" de la economía capitalista.
La historia del último siglo así lo atestigua. Al contrario, dan a
estas crisis un carácter universal y más destructor. La economía
capitalista es una economía mundial y todos los países están
interrelacionados unos con otros, por medio del comercio y el
mercado mundial, siendo los agentes principales estas
multinacionales y monopolios. Como mucho, estos monopolios,
utilizando estadísticas y las computadoras, pueden detectar con
cierta anticipación la caída de las ventas y reducir la producción
para no saturar el mercado con una sobreproducción de mercaderías
invendibles, dejando una parte de las fábricas sin funcionar o
trabajando a un ritmo menor. Pero, en cualquier caso, eso provoca
una sobrecapacidad productiva instalada en sus fábricas, que no es
sino otra manera en que se manifiesta la tendencia a la
sobreproducción de mercaderías en la economía capitalista. En la
actual crisis argentina, las fábricas están trabajando a un 60% de
su capacidad, y en los propios Estados Unidos, las empresas
manufactureras sólo lo están haciendo a un 75%. Es decir, podrían
producir un 40% ó un 25% más sin invertir un solo centavo. Sin
embargo, para mantener los beneficios capitalistas, los trabajadores
son despedidos o se les baja el salario. Es decir, los trabajadores
son los que pagan los efectos de una crisis que no provocaron,
mientras que los capitalistas siguen viviendo tan ricamente.
El capitalismo: un sistema agotado
Mientras que en las sociedades anteriores al
capitalismo se podría justificar la existencia de una capa
minoritaria y ociosa de la población, que vivía del trabajo y la
riqueza social producida por la mayoría, para que dispusiera de
tiempo para hacer ciencia, tecnología, filosofía, cultivar las
diversas artes, y así poder hacer avanzar la sociedad aun sobre las
espaldas de millones de hombres y mujeres explotados y oprimidos,
bajo la moderna sociedad capitalista ya no existe ninguna
justificación para que esto continúe así. Al igual que ocurrió con
el sistema esclavista y con el sistema feudal, el sistema
capitalista, si bien jugó un papel tremendamente revolucionario, se
ha convertido ya en un sistema agotado, caduco y obsoleto que
amenaza con conducir a la humanidad hacia la barbarie, y al que es
preciso sustituir por un sistema social superior, el socialismo.
El control asfixiante que ejercen a nivel mundial un puñado de
grandes monopolios, multinacionales y bancos para mantener los
beneficios y privilegios de unos cuantos grandes capitalistas se ha
convertido en una pesadilla que asola la vida de millones de seres
humanos en todo el planeta. El 80% de la humanidad vive en
condiciones de pobreza y miseria crecientes. 1.300 millones de seres
viven con menos de un dólar al día. 800 millones padecen
subalimentación crónica y cada día mueren 30.000 niños de hambre. En
el polo opuesto, y según la propia ONU, poco más de 200 personas en
todo el mundo tienen en conjunto los mismos ingresos que 3.000
millones de seres humanos. El capitalismo es un sistema social
condenado por la historia. Las guerras, las enfermedades que
castigan países enteros, el hambre o los desastres ecológicos no
sólo no disminuyen sino que aumentan año tras año. En todos los
países sin distinción estamos viendo cómo desaparecen conquistas
históricas de las familias trabajadoras que costaron años conseguir,
instalándose por todas partes la precariedad en el empleo, largas
jornadas de trabajo y una sensación de incertidumbre ante lo que nos
depara el futuro.
La clase obrera
y el socialismo
Como hizo la burguesía
en su juventud contra el feudalismo, corresponde ahora a la clase
obrera dirigir la lucha contra este sistema y sus sostenedores. La
clase obrera está llamada a ser la sepulturera del sistema
capitalista. Su rol en la producción capitalista y sus particulares
condiciones de vida y trabajo hacen que ninguna otra clase o capa
oprimida de la sociedad pueda sustituirla en esa tarea. Las
clases medias, por su heterogeneidad, modo de vida y rol en la
producción, están orgánicamente incapacitadas para comprender la
auténtica naturaleza del sistema capitalista. Debido a su posición
en la sociedad y su trabajo aislado, no se enfrentan a un enemigo de
clase directo. Todos sus males parecen provenir de la incapacidad o
de la mala voluntad de los gobernantes, o de la cólera divina.
Los obreros, en cambio, ven la fuente de sus males en su patrón,
que es el que les baja el salario, el que los obliga a echar horas
extras, el que los explota y el que los despide. Para defenderse
necesitan de la máxima unión entre todos los compañeros de trabajo,
de aquí su mentalidad solidaria, colectiva y antiindividualista. Sus
propias condiciones de trabajo refuerzan esta mentalidad. Todo
proceso productivo necesita, para funcionar, la implicación de todos
los obreros de la empresa. Cada uno de ellos es un eslabón necesario
en el proceso productivo. Esa interdependencia mutua en el proceso
de trabajo refuerza dicha mentalidad colectiva. La lucha de los
trabajadores de cualquier empresa pone de manifiesto una ley muy
importante de la dialéctica: el todo es mayor que la suma de las
partes. La fuerza combinada de los obreros en una empresa luchando
por los mismos intereses es muchísimo mayor que la presión aislada
de cada uno de ellos, que es la situación en que se coloca el
pequeño burgués de clase media. El socialismo es la ideología
natural de la clase obrera. Cuando la lucha de los obreros contra el
patrón de su empresa llega a su punto más agudo, se producen
ocupaciones de empresas o se retienen a los directivos en su
interior. En esos momentos es cuando se pone de manifiesto "quién
manda aquí". La idea de expropiar al patrón y el sentimiento de que
la empresa debe ser de propiedad común de los trabajadores nace, en
un momento determinado, como un desarrollo natural de su conciencia.
La idea de la propiedad común nace de su condición obrera. Para que
la empresa pueda seguir funcionando, no se puede dividir en trozos y
repartir entre los trabajadores, sino que debe mantenerse unida
trabajando todos en común. También toda huelga general pone
sobre la mesa, pero a un nivel superior, el “quién manda aquí”, y la
identidad de intereses de clase entre todos los sectores de la clase
obrera. Más aún en una situación revolucionaria. El capitalismo
es un sistema mundial. La división del trabajo establecida por la
economía capitalista a lo largo y a lo ancho del planeta liga
indisolublemente los países y los continentes unos con otros. Ningún
país, ni siquiera los más poderosos y desarrollados pueden escapar
al dominio aplastante del mercado mundial. Los Estados nacionales,
igual que la propiedad privada de los medios de producción, se han
convertido en obstáculos formidables que estorban el desarrollo de
las fuerzas productivas. Ambos son los causantes de las crisis
económicas, de las guerras y de los odios nacionales entre los
diferentes pueblos. Su eliminación es la condición básica para
comenzar a solucionar los problemas y las calamidades que la
humanidad tiene ante sí. Las grandes empresas multinacionales y
los modernos medios de transporte y de comunicación unifican las
fuerzas productivas y relacionan a los seres humanos de una manera
nunca vista antes en la historia y permiten, por primera vez,
planificar de manera armónica y democrática los recursos productivos
en interés de toda la humanidad, y no de un puñado de parásitos y
privilegiados como ocurrió hasta ahora. La clase obrera es una
clase mundial. El mismo tipo de explotación, los mismos problemas y
los mismos intereses ligan a la clase obrera en todo el mundo. El
internacionalismo proletario, que se ha puesto de manifiesto
innumerables veces en más de 150 años de explotación capitalista, no
es una mera consigna de agitación sino la base imprescindible para
unificar la lucha de la clase obrera mundial, para luchar por la
transformación socialista de la sociedad en todo el planeta, pues
sólo a nivel mundial se dan las condiciones para construir el
socialismo. Una revolución socialista triunfante en un solo país
tendría efectos electrizantes en la conciencia y en las perspectivas
de los trabajadores de todo el mundo, particularmente si se tratara
de un país importante, y sería la antesala de la revolución
socialista mundial. Sólo con la desaparición de la propiedad
privada y la planificación en común de las fuerzas productivas
creadas por el ser humano, podrá avanzar la humanidad hacia su
auténtica liberación, preservando las conquistas que ha atesorado
durante toda su historia en el terreno de la tecnología, la ciencia,
el pensamiento y la cultura, para elevarlas
indefinidamente.
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