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El golpe genocida y las tareas pendientes
Por Miguel Sorans, MST EL SOCIALISTA - Monday, Mar. 27, 2006 at 12:56 PM
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El 24 de marzo de 1976 se inició el período más negro y sangriento de nuestra historia. Miles de luchadores obreros y populares fueron secuestrados, torturados y desaparecidos. El genocidio estuvo al servicio del plan de Martínez de Hoz, las grandes empresas y el FMI. Fue la resistencia obrera y popular la que terminó derribando a la dictadura en 1982. Los políticos patronales justicialistas, radicales, liberales y la Iglesia fueron cómplices de la dictadura. Y, desde 1983, aplicaron los planes de entrega del FMI para llevar adelante lo que los militares no pudieron hacer. El Argentinazo del 2001 fue el punto más alto de repudio a la “democracia para los ricos”. La lucha continúa.

Los militares dieron el golpe e instalaron un régimen de represión generalizada porque el gobierno de Isabel Perón no podía derrotar a la clase obrera. El Cordobazo de 1969, bajo la dictadura de Onganía, había iniciado un período de luchas obreras y populares de tal magnitud que obligó a la burguesía a producir un cambio cualitativo: legalizar al peronismo, llamar a elecciones y permitir el retorno de Juan Perón para ver si de esa forma se encarrilaba el país. Pero el plan fracasó. Ya desde el gobierno de Cámpora siguieron las tomas y paros de empresas. Perón muere en 1974 y el ascenso obrero continúa. Al punto que en junio de 1975 se produce la primera huelga general (el Rodrigazo) contra un gobierno justicialista. Caen López Rega, el creador de las Tres A, y Celestino Rodrigo. El gobierno de Isabel empezaba a aplicar métodos de represión fascistas, con secuestros, detenciones y asesinatos de dirigentes obreros y populares. A su vez, la guerrilla, con acciones provocativas, no hacía más que crear confusión entre las masas. Pero las huelgas siguieron hasta principios de l976 y la traición de la burocracia peronista impidió la concreción de una nueva huelga general que pudo derribar a Isabel Perón y evitar el golpe de Estado. La ausencia de una dirección revolucionaria reconocida por las masas impidió organizar la lucha para frenarlo.

Los militares se animaron a dar el golpe porque también tuvieron la complicidad de los políticos patronales. Ricardo Balbín, líder entonces de la UCR, definía a las huelgas como “guerrilla industrial” y decía que “estas fuerzas armadas son las mejores que he visto en mi vida” (La Prensa, 16/3/76). Jorge Antonio, empresario peronista, decía: “Si las FF.AA. vienen a poner orden, respeto y estabilidad, bienvenidas sean” (Siete Días, 26/3/76).

Una dictadura genocida

A partir del golpe militar son suprimidas todas las libertades democráticas, se intervienen las organizaciones obreras y se congela la actividad de los partidos políticos. Se masifican los métodos represivos que ya venían aplicando López Rega y la burocracia sindical bajo la sigla de las Tres A. El aparato estatal, militar y policial se transforma en una Triple A.

La clase obrera y el movimiento de masas son derrotados. La burguesía y el imperialismo lanzan un ataque implacable para imponer sus planes de hambre y entrega bajo la batuta de Videla, Masera y Martínez de Hoz. Miles van a las cárceles, son torturados, asesinados y desaparecidos. Buscaron aplastar al movimiento obrero y popular y aniquilar a su vanguardia de luchadores. Por eso gran parte de los desaparecidos son dirigentes, delegados y activistas sindicales y estudiantiles.

El objetivo era aplicar un plan económico de liquidación de conquistas sociales y de saqueo del país. El genocidio se puso al servicio del FMI, de los grandes empresarios extranjeros y nacionales como Techint, Amalita Fortabat, Perez Companc, Pescarmona o Macri; al servicio del capital financiero y de la estafa de la deuda externa.

Mientras esto sucedía, el presidente de la Conferencia Episcopal, obispo Tortolo, convocaba a colaborar con el gobierno de Videla. Hoy los políticos patronales se llenan la boca de “democracia” y declaran repudios a la dictadura, pero entonces acudían a colaborar. Los radicales dieron embajadores e intendentes. El justicialista Tomás de Anchorena fue embajador en Francia. Muchos de ellos concurrieron a la confitería El Molino el 1º/12/78 a la cena anual del Círculo de ex Legisladores. El encargado del brindis fue Videla, y entre los presentes estaban los radicales Balbín, Tróccoli, treinta ex diputados justicialistas y hasta ex diputados comunistas como Jesús Mira y Juan Carlos Comínguez (revista Gente, 7/ 12/78).

La resistencia, Malvinas y el fin de la dictadura

En medio de semejante horror, empezó la resistencia obrera y popular que finalmente llevaría a la caída de la dictadura. Los militares que venían para quedarse por décadas en el poder duraron seis años. Y aunque muchos quieren desconocerlo, el movimiento obrero tuvo el protagonismo central. A pesar de la derrota, los trabajadores empezaron una lenta recuperación. En mayo del ’76, en Renault de Córdoba reclamaban un aumento salarial con un “trabajo a tristeza”, que bajaba la producción. En los años siguientes hubo luchas de portuarios, trabajadores de subterráneos y ferroviarios. En 1979 hubo huelgas en Alpargatas, IME, Renault, Ferrum, Galileo, Capea, Santa Rosa (después Acindar) y Siam. En abril de 1977 se hace la primera ronda de las que luego serían las Madres de Plaza de Mayo. En 1980 se produce una grave crisis económica. Se termina la época de la “plata dulce” y sectores de la clase media, que habían paseado por todo el mundo porque había un dólar reprimido, entran en crisis. La dictadura se queda sin apoyo social. La clase media se une, de hecho, a la resistencia obrera. Surgen acciones populares moleculares pero cada vez más importantes. Movimientos contra la censura de intelectuales y artistas, contra los impuestazos, y va tomando forma la consigna “abajo la dictadura”. En julio de 1981 se produce una huelga general parcial de la CGT.

La dictadura empieza a entrar en crisis política y tiene cada vez más dificultades. En 1982, en un intento desesperado por sostenerse, Galtieri inicia la toma de Malvinas. El objetivo era tratar de desviar hacia los ingleses el odio popular contra la dictadura. En ningún momento creyeron que iba a haber una guerra. Locamente creían que el imperialismo yanqui, del que se consideraban aliados, los iba a apoyar en una negociación con los ingleses para quedarse con las Malvinas. Cometieron varios errores a la vez. Los yanquis se unieron a los ingleses y la guerra de Malvinas provocó una movilización de masas antiimperialista nacional y latinoamericana que fue contra el gobierno militar, que capituló. El Papa vino al país para reforzar la actitud derrotista de la burguesía argentina. El 15 de junio una concentración popular en Plaza de Mayo gritaba: “Los pibes murieron, los jefes los vendieron”. Se produjo un vacío de poder. La dictadura caía. Galtieri tuvo que renunciar y los militares no tuvieron otra salida que irse a las corridas a negociar con los políticos patronales para convocar a elecciones.

De Alfonsín al Argentinazo

La caída de la dictadura fue un inmenso triunfo revolucionario del movimiento de masas. Los políticos del sistema se unieron entonces en la Multipartidaria para desviar la movilización popular hacia las elecciones, buscando hacer creer a las masas que la alternativa a sus reclamos de justicia social y libertades pasaba por votarlos a ellos. Los socialistas revolucionarios dijimos entonces que era una mentira y que, aunque participáramos de las elecciones, había que seguir la lucha por un gobierno de los trabajadores y una Argentina socialista para lograr el no pago de la deuda externa y los cambios de fondo.

Millones votaron entusiastas a Alfonsín en 1983. Creyeron que con “la democracia, se educa, se come y se cura”. Pero las expectativas fueron, poco a poco, defraudadas. Los gobiernos radicales y justicialistas (Alfonsín, Menem y De la Rúa) siguieron pagando la deuda, y con los planes dictados por el FMI. Siguieron el hambre, la entrega y el saqueo. Vinieron las privatizaciones y la desocupación. O sea, continuaron con el plan de Martínez de Hoz bajo un régimen de “democracia para ricos”. También impusieron las leyes de impunidad para salvar a los militares genocidas de la cárcel.

El Argentinazo, y su consigna, “que se vayan todos”, fue el punto más alto de repudio a los gobiernos, partidos y políticos patronales. Fue una rebelión popular que tiró a un gobierno elegido por el voto popular.

Ahora Kirchner gobierna con un doble discurso populista, pero también sigue pagando la deuda externa; sigue con la represión a los que luchan, como en Las Heras; los bajos salarios; las privatizaciones, y gobernando para Techint, Pescarmona y las multinacionales.

Nuevos dirigentes para una Argentina socialista

A treinta años del golpe, miles y miles se volverán a movilizar en todo el país para reafirmar el repudio a los militares genocidas, para homenajear a los caídos en la lucha por recobrar las libertades democráticas, para seguir exigiendo el castigo a los represores de ayer y de hoy. Los trabajadores y el pueblo siguen dando pelea por el salario, contra los impuestos, contra la represión, la impunidad. Los socialistas seguimos creyendo que estas luchas hay que unirlas y encaminarlas hacia los cambios de fondo que necesitamos y que dejó pendientes la movilización que tumbó a la dictadura, como el Argentinazo que tiró a De la Rúa.

Mientras sigan gobernando los que sostienen el sistema capitalista, que se basa en la subordinación al imperialismo y a las ganancias de los grupos empresarios, no habrá salida para el pueblo trabajador. Necesitamos luchar por un gobierno de los trabajadores que realmente terminará con la impunidad como con los planes de entrega al FMI, avanzando en construir una Argentina socialista.

Y para ello es imprescindible también lograr nuevos dirigentes políticos y sindicales. No van más los políticos justicialistas, radicales, macristas o de centroizquierda. Para triunfar se necesita construir un partido socialista revolucionario que también contribuya a lograr la unidad de la izquierda, los trabajadores y los demás sectores populares, para triunfar en cada lucha obrera, social, democrática y popular.

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