Julio López
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El cana como entendido. “El Estado” y la cultura íntima del ambiente gay en Argentina, 198
Por Juanita la pistolera - Thursday, Apr. 06, 2006 at 12:08 AM
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Intervención policial y parapolicial en el circuito callejero de encuentros entre varones homosexuales de una ciudad argentina de porte medio durante 1992

El cana como entendido. “El Estado” y la cultura íntima del ambiente gay en Argentina, 1983-1996.

Horacio Federico Sívori*
Publicado en http://www.pseudoghetto.com

En este trabajo examino narrativas acerca de la intervención policial y parapolicial en el circuito callejero de encuentros entre varones homosexuales de una ciudad argentina de porte medio durante 1992, documentadas por medio de la observación participante. Más que constatar los ilegalismos involucrados en el control y represión de la actividad homosexual como cuestión jurídica, propongo analizar las imágenes que son evocadas y los agentes y contextos involucrados en los relatos de quienes participan de esa actividad. El propósito de esta investigación es estudiar etnográficamente el inventario de agencias imaginadas en relación con las ‘prácticas estatales’, que implican un abanico de posibilidades que se abren o cierran, mediadas por la participación ambivalente de individuos a quienes se identifica ambiguamente con el ‘control estatal’. La evidencia sociológica nos conduce a poner en cuestión la utopía liberal de una esfera pública organizada para el diálogo horizontal de una comunidad individuos libres. Los espacios públicos contemporáneos se presentan, más bien, como una serie de arenas sometidas a las tensiones de una compleja jerarquía de desigualdades, donde se actualizan violentas disputas hegemónicas.

Horacio Sívori, PPGAS, UFRJ-MN

Buenos Aires



El cana como entendido. “El Estado” y la cultura íntima del ambiente gay en Argentina, 1983-1996.

Horacio Federico Sívori*

Lo que queremos como comunidad frecuentemente no es lo que deseamos.

Lane, 1999:272.

Homosexualidad y espacios públicos: la politización de la intimidad

Un recorrido no demasiado exhaustivo por los espacios de sociabilidad homosexual de Buenos Aires, Río de Janeiro o de cualquier otra metrópolis occidental es suficiente para llamar la atención sobre la diversidad de lugares y estilos de asociación existentes. Aunque hoy en día a menudo se los engloba bajo el término “ambiente gay”, cada espacio conserva y reproduce atributos que lo separan del resto. Durante las últimas décadas se expandió rápidamente, amparado por las garantías del Estado democrático, un mercado de bares, discotecas y teatros, clubes y boutiques gay, si bien ya existían en América Latina, desde la más temprana urbanización, circuitos de “levante” en lugares públicos, determinadas calles, pasajes, parques, playas, plazas y baldíos adoptados como refugio para encuentros más o menos clandestinos,1. No obstante, aparte de los establecimientos designados como exclusivamente gay, “para gays y simpatizantes”, como se dice en Brasil, o gay-friendly (donde los gays son bienvenidos), el yiro2 y levante más discreto continúan también siendo practicados en bares, restaurantes, discotecas, cines, parques y estaciones y particularmente en los sanitarios masculinos de esos locales, adonde quienes participan de estas redes sin identificarse como homosexuales asisten con más frecuencia. Se suman al listado también algunos lugares privados no necesariamente identificados públicamente como gay; ciertos locales de exhibición de películas condicionadas (porno), saunas y hoteles están diseñados específicamente para albergar encuentros homoeróticos. Todos los lugares mencionados detentan las marcas de redes de relación social que son perdurables a través del tiempo. Una observación más demorada de su uso los revela, más que como meros espacios físicos, como procesos de reproducción social, que involucran no sólo capacidades materiales y sociales, sino también los significados construidos por sus usuarios y las agencias externas a que se ven sometidos.3 Algo que esos sitios tienen de común y distintivo es que su funcionamiento está montado sobre la posibilidad, asociada con el fenómeno urbano, de desarrollar una vida privada individual, separada no sólo de la esfera pública, sino también de los lazos ‘tradicionales’ de la familia y de la comunidad.4 Con la expansión de la democracia, las posibilidades de congregación e identificación grupa l y la emergencia concomitante de un movimiento político de afirmación han conducido no sólo a que un número creciente de hombres (y mujeres) homosexuales organicen sus vidas personales alrededor de su homosexualidad, sino también a que creen sus propias instituciones civiles.5 A partir de la ampliación de la base identitaria homosexual durante las últimas décadas del Siglo XX,6 fueron constituidas instituciones gays y lésbicas que proyectaron una ‘comunidad imaginada’, en el sentido dado por Benedict Anderson a las comunidades nacionales: ficciones posibilitadas por la tecnología de la prensa, evaluables más por la creatividad con que son imaginadas, que por la verdad o falsedad de su construcción. 7 Sin embargo, tanto desde el punto de vista de la sociedad, como desde el del individuo, la conducta, el deseo o el amor homoerótico no determinan necesariamente una identidad homosexual. Así como muchas personas que tienen relaciones sexuales con miembros del mismo sexo no se definen como diferentes de las demás, del mismo modo, las sociedades no tienen “homosexuales” naturalmente.8 La homosexualidad, como es entendida hoy en Occidente, como una dimensión de la personalidad, motivo de estigmatización, discriminación y exclusión, pero también de afirmación y celebración, fue ‘inventada’ o ‘apareció’ a partir del Siglo XIX, inicialmente como codificación médica y jurídica.9 Así como es rechazada por amplios sectores de la sociedad,10 la identidad homosexual es frecuentemente repudiada también por quienes tienen conductas o deseos homoeróticos. No todos los que frecuentan los sitios de encuentro homosexual o los “hombres que tienen sexo con hombres” se identifican autónomamente como homosexuales o “asumen” públicamente una de las identidades englobadas en el campo semántico de las homosexualidades.

En un campo caracterizado por tal fragmentación, las interacciones se caracterizan no sólo por adoptar padrones segmentarios, sino también por cierta ambigüedad y ausencia de coherencia –que sería un error sociológico juzgar como carencia. En un plano pragmático, la inestabilidad de las categorías sexuales y de los modos contradictorios con que la homosexualidad es comprendida y organizada se debe a los variables tipos de situaciones que tornan una trayectoria homosexual materialmente viable, definidos principalmente por la posibilidad de establecer contactos sexuales. No existe correspondencia entre prácticas sexuales, identidades y las categorías disponibles para su descripción, pues ambas son irreductibles a tipos de individuos o discursos de época. Es como resultado de procesos desarrollados en sitios específicos que se dan las condiciones para determinada practica, determinada identificación o modo de nombrar. Varios estudios políticos recientes sobre la homosexualidad en la Argentina evalúan la politización de la “minoría sexual” y sus posibilidades de organización como movimiento social, enfatizando, aunque con diferentes matices, el grado y las dificultades para la publicización o “visibilización” de la homosexualidad y de los y las gays, lesbianas, bisexuales, travestis y transexuales en la esfera pública.11 Esas versiones adoptan la metáfora de la “salida del armario” (coming out), tropo canónico del movimiento homosexual, que avizora el ideal utópico de abolir la distinción público/privado, lo cual liberaría a los disidentes sexuales del prejuicio social que los condena al silencio y los inhibe de una ciudadanía plena.12 Aún compartiendo ese proyecto político, considero que en el análisis se está operando un deslizamiento conceptual problemático, al fusionar no sólo la carrera de determinados sujetos, sino también diversos contextos sociales y horizontes ideológicos y prácticos empíricamente diferenciados, interpretando las acciones según el sentido de un ideal dado. Someter los estilos de vida homosexuales existentes a la escala valorativa del proceso civilizador es caer en los dos tipos de desvío que Norbert Elias asigna a muchas investigaciones históricas:13 el de la valoración heterónoma (según los ideales del investiga dor) y el de reducir la complejidad del fenómeno a la interpretación preconcebida del sujeto históricamente situado. A modo de relativización, de lo que pretendo dar cuenta en este trabajo es, como precisa Elias, “de la dimensión real del campo de decisiones [... y] de la red de dependencias [del] hombre individual”,14 ‘desencantar’ esas realidades para producir un conocimiento comparable.

Para comprender la complejidad de la sociabilidad homosexual desde un punto de vista comparativo, examinaré la especificidad de un sitio en particular, el circuito de yiro y levante homosexual en un parque público, como aparece situado en la constelación de los diversos espacios de interacción homosexual viril en una ciudad argentina de porte medio, Rosario, 300 kilómetros al norte de Buenos Aires, durante los primeros años de la década de 1990. Estaba reconfigurándose, por esa época, el ambiente gay citadino; la expansión y consolidación de una red de locales privados de entretenimiento (bares y discotecas) acompasaba una tendencia a ver, especialmente desde el punto de vista de los gays más jóvenes, al yiro y al levante callejero como una opción moralmente corrupta.15 Esas prácticas pasaban a ser asociados más intensamente con la prostitución (de travestis y de “taxi boys”), con la actividad de los “tapados” y, en general, con un estatus de clase subordinado. El movimiento homosexual rosarino era apenas incipiente, habiendo pasado por experiencias organizativas relativamente efímeras. Entretanto, se asistía, en la TV y la prensa nacional de Buenos Aires, a una intensa exposición de imágenes públicas de la homosexualidad, que mediatizaba una disputa hegemónica entre los discursos moralizadores del mainstream conservador y la disidencia sexual representada por activistas de la Comunidad Homosexual Argentina, que se había convertido recientemente en la primera organización gay argentina con estatuto legal.



Rosario, 1992. Sexo entre varones, policía y espacio público
No pasa nada –anuncia resignado cuando me acerco a saludarlo. Alude a que hay poca gente, ‘poco yiro’. Le pregunto qué pasa cuando ‘pasa algo’.

- Y... Vos te vas por el alambrado del hipódromo, por allá atrás. El problema es cuando estás vestido así, ‘de civil’. Hay que ponerse el uniforme. Si uno está vestido de gimnasia, está corriendo. Por lo menos tenés la excusa de que estás haciendo otra cosa. Porque la cana a veces se coloca allá por el caminito.

Jaime (músico, 30 años) Parque Independencia, Rosario, mayo de 1992



No dejó de sorprenderme, cuando hice trabajo de campo en el circuito de yiro de Rosario, la recurrencia y elaboración con que el control policial era mencionado en las conversaciones entre sus frecuentadores.16 Frente al peligro de ser atrapado in fraganti, la actitud de conversación servía a veces para encubrir otras actividades no consideradas licitas, como el merodeo o el sexo en un lugar público. El comentario acerca de la proximidad de agentes policiales también servía de advertencia para el novato o el distraído. Pero, fuera de esos usos más pragmáticos, lo que más me sorprendía era la frecuencia con que la presencia policial aparecía en el contenido de las conversaciones, cómo era el tema escogido, por ejemplo, para iniciar un contacto verbal entre desconocidos y ocupaba las rondas de charla entre los frecuentadores habituales. El comentario de episodios de acoso policial, la advertencia sobre áreas “peligrosas”, la cotación de la “coima” (soborno) para no ser llevado a la comisaría, una minuciosa exégesis de la conducta de los policías y la discusión acerca de la legalidad o ilegalidad del control policial eran las temáticas recurrentes, casi exclusivas, de las conversaciones durante el ‘tiempo muerto’, cuando el yiro “estaba flojo” y “no pasa[ba] nada”. Podría decirse que la presencia policial y su tematización eran elementos integrales de la práctica cotidiana de quienes participaban de la interacción homosexual en espacios públicos. El merodeo y el ‘sexo público’ entre varones fueron reportados y descritos en variados contextos históricos y espacios nacionales, a partir del célebre trabajo de Laud Humphreys sobre el sexo entre hombres en las áreas de descanso de las autopistas suburbanas norteamericanas a finales de la década de 1960. 17 En la Argentina, las redes informales de homosexuales ya habían surgido en el espacio urbano local antes de la vuelta del siglo XX. 18 La sociabilidad homosexual era caracterizada por el uso estratégico del secreto y un código restringido que al mismo tiempo protegía y viabilizaba la comunicación y la circulación por un circuito de calles, esquinas, plazas, paseos y teatros, en búsqueda de encuentros –eróticos, amistosos o ambos– entre pares. Con variados estilos de socializar la homosexualidad, los llamados “entendidos” y “las locas”, que podían asumir una fachada estereotípicamente masculina o presentarse como “amanerados” e inclusive travestirse, cargando con el estigma de la afeminación, resistieron las investidas de regímenes represores todo a lo largo del Siglo XX, expresando ya sea un interés, ya una identidad, y asociándose en redes más o menos secretas, no obstante ya territorializadas –por lo tanto, publicizadas– en burdeles, garçonnières, salas teatrales, cines, circuitos de merodeo y tertulias.

Rosario en la década de 1990 no es un caso aislado de preocupación oficial por la moralidad pública. No resulta extraño reencontrar la intervención policial tematizada en relatos etnográficos de la cotidianeidad homosexual en variadas partes del globo,19 en relatos literarios del Buenos Aires de los años 50 y 6020 o, recientemente (años 1998 a 2001) en las conversaciones y relatos de frecuentadores de sitios similares en Buenos Aires y en Rio de Janeiro. Lo que llama la atención retrospectivamente es, por un lado, cómo el Estado, a través de la hegemonía del control sobre el uso del espacio público y en la producción misma de ese espacio, está involucrado en los actos más íntimos y banales de los individuos (varones) homosexuales.21 En una perspectiva comparativa, se hace útil señalar cómo esa relación es atravesada por mediaciones que son múltiples y no se agotan en la figura del Estado como principio regulador unificado.

En este trabajo estudiaré cómo la presencia del Estado es elaborada en las prácticas del merodeo, de la conversación y del sexo entre hombres en lugares públicos, a través del relato de la participación policial en la vida cotidiana homosexual. Es sugerente en este sentido la propuesta de Akhil Gupta,22 de estudiar el Estado etnográficamente, analizando tanto las prácticas cotidianas de las burocracias locales, como la construcción discursiva del Estado en la cultura pública. Gupta llama la atención sobre la distinción entre lo que él llama ‘cultura pública’ y el concepto habermasiano de ‘esfera pública’, y discute el alcance de las nociones de sociedad civil y de Estado como entidades monolíticas.23 Cabe señalar que la diferencia aludida no remite solamente a diferentes unidades de estudio, como puede intuirse al comparar el circuito callejero con el comercial, la vida doméstica y la vida pública, sino que hay también implicaciones a ser exploradas en las conexiones entre las diversas escalas de relación de individuos y grupos con el Estado, en una diversidad de espacios públicos. Así como hablamos de una cultura pública, podemos referirnos a nuestra unidad de análisis como la ‘cultura íntima’ de un determinado espacio social. 24 La idea de lo público y lo íntimo como modos de comprender espacio de relación nos ayuda a enfatizar que ambas nociones aluden a un juego de escalas y no a unidades sociales de contornos nítidamente diferenciados o plenamente objetivables.25

“El Estado” no tiene existencia empírica más allá de las objetivaciones y reificaciones del mismo que múltiples agentes producen en su interacción cotidiana. Esas relaciones concretas, las ‘prácticas estatales’, resultan centrales para la definición, siempre situacional, de las fronteras entre lo público y lo íntimo, entre lo público y lo privado y entre lo que es concebido como lícito e ilícito en cada compartimento de ese orden traducido a dimensiones espaciales. Las prácticas territorializadas del levante y del ‘sexo público’ entre hombres son especialmente sensibles a lo que es construido como una presencia permanente de la policía y de individuos identificados como “canas”26 en los espacios apropiados para la sociabilidad homosexual. Los espacios de interacción homosexual se conforman demarcando áreas más o menos íntimas, en relación con su visibilidad, y más o menos privadas, con relación al acceso a recursos materiales y al mercado. El Estado como fiscalizador (“naturalizador”, del griego physikós: relativo a la naturaleza) es una presencia constitutiva –entre otras– de la intimidad en el cotidiano homosexual. Examinaré las narrativas acerca de la intervención policial en el circuito rosarino en 1992 y analizaré algunas de las imágenes producidas e movilizadas en esos relatos, referidas tanto a lo público y a lo íntimo en el espacio urbano, como a “la” sociedad, “la” policía, “los” policías, “el” ambiente gay y “la” homosexualidad. Aparte de los grados de ‘ilegalismo’27 de las prácticas estatales de control y represión de la actividad homosexual, me interesa reconstruir el inventario de agencias imaginadas con relación a esas prácticas, que implica un abanico de posibilidades que se abren o cierran, mediadas por la participación ambivalente de individuos ambiguamente identificados con el control estatal. La ley argentina, según el criterio napoleónico, adoptado desde la bolición del Santo Oficio, no penaliza los actos homosexuales, en tanto sean consensuados y se consumen en la intimidad de un espacio privado, o sea, que no afecten el orden público. No existe, en Argentina la sodomía como figura legal. Sin embargo, los espacios de encuentro y de socialización homosexuales siempre han estado sujetos al control policial. La sospecha de que los homosexuales, dada su marginalidad, participaban de otras ilegalidades (“vagancia”, uso de tóxicos, “subversión” política) legitimó, tanto durante dictaduras militares como en períodos democráticos, prácticas de detención y acoso. Figuras como el “escándalo en la vía pública” y el travestismo eran hasta muy recientemente codificadas como contravenciones menores (no criminales) o “faltas”, en general pasibles de multa. En muchos distritos las faltas estaban sujetas a juicio sumario a cargo de la autoridad policial, como era el caso en la antiguamente llamada Capital Federal, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con la mayor concentración de población del país, hasta un cambio de código acontecido en 1997. El control de la actividad homosexual tuvo un lugar de singular privilegio en una agenda policial desarrollada en el límite de la formalidad y de la legalidad, que llegó a los extremos del secuestro, la tortura y la desaparición de personas, no sólo durante la última dictadura militar, sino también durante el presente período democrático, como lo relatan Sebreli, Perlongher, Rapisardi y Mondarelli y se ve reflejado en los informes anuales de la Comunidad Homosexual Argentina, de Amnesty International y en acciones de alerta de la Gay and Lesbian Human Rights Commission. No obstante, las prácticas más frecuentes fueron y son la extorsión de una “coima”, como pago de una especie de ‘peaje’ por la circulación en zonas de ‘ligue’ y la detención por algunas horas bajo el pretexto de la “averiguación de antecedentes” penales, autorizada por los códigos de procedimientos policiales de muchas provincias y de la Ciudad de Buenos Aires y a menudo legitimada por la no portación de documentos que acrediten la identidad del detenido. Las personas travestis que realizan trabajo sexual (no penalizado por la ley) son hoy en día las víctimas principales de este acoso, como instrumento de presión para que su lucro sea compartido con las arcas policiales. Los varones gays son víctimas ocasionales de ese tipo de control y también de otros. Los agentes, de servicio, uniformados o “de civil” y también fuera de servicio, como así también “canas truchos” (falsos policías), se ofrecen como ‘carnada’, merodeando, dando a entender un interés sexual para generar una oportunidad de extorsión.

Diversas situaciones de abuso policial han sido denunciadas públicamente y desafiadas por acciones jurídicas y políticas por parte del movimiento homosexual.28 Entretanto, en esta investigación me interesa otra dimensión de esa interacción en tanto politización de la intimidad. Comprender el abuso policial sólo en términos jurídicos, como violación de derechos ciudadanos nos brinda un una visión bastante restringida de la construcción social de la minoría, que privilegia determinados agentes y contextos: las instancias estatales formalizadas de marco burocrático legal, por un lado, y la “comunidad homosexual” representada a través de un modelo burocrático de organización, por otro. En las páginas que siguen, exploraré algunos otros modos de tematizar la intervención policial, reconstruidos con base en la observación por medio de la participación y entrevistas informales con frecuentadores del circuito callejero.

Hice trabajo de campo en Rosario (aproximadamente 1.000.000 de habitantes, por aquella época) entre mayo y agosto de 1992, beneficiándome de haber conocido anteriormente algunos espacios y personas del ambiente gay. 29 Los enunciados de mis informantes durante mis observaciones y entrevistas informales contienen referencias saturadas por los sobreentendidos y el interés de charla de “entendidos”30 En el contenido de los relatos, en las marcas indexicales que sitúo al ‘yo’ del enunciador y en las performances sociales que presencié es posible descubrir, como coloca Federico Neiburg, refiriéndose a relatos de la ‘intimidad pública’ de elites políticas provinciales, “percepciones acerca de la proximidad y la distancia social [donde] el sentimiento de vergüenza propio de la exposición pública de la intimidad se combina con un[o] de orgullo, porque los eventos [son parte de] historias políticas y culturales de dimensión nacional”.31 En este trabajo me interesa explorar el proceso social de ese sitio particular, el circuito homosexual viril callejero, en sus posibles relaciones con el que se que se estaba gestando en la prensa nacional, un agitado y amplificado debate acerca de las imágenes públicas de la homosexualidad y sobre los proyectos del movimiento homosexual. Mientras en esa esfera el activismo denunciaba públicamente graves situaciones de discriminación y reclamaba el reconocimiento de derechos, en el espacio más íntimo de la sociabilidad cotidiana, los puntos de vista de los frecuentadores de los espacios de interacción homosexual se confrontaban con los problemas del contacto con un público concreto e inmediato y con una dimensión del “Estado”, la del poder de policía, que implicaba otro tipo de mediaciones.32 Ese contraste puede servir para iluminar las complejas relaciones que existen entre los diferentes ‘públicos’ involucrados en las disputas contemporáneas que, con foco en las “minorías sexuales”, refieren a nociones de una ‘buena sociedad’ y de una ‘buena comunidad’. Argumentaré que las jerarquías sociales puestas en juego en la performance concreta de identidades sexuales, la multiplicidad de espacios, de agentes mediadores, de públicos involucrados y de sentidos y valores asociados a la intimidad y a la publicidad requieren la concepción no de una esfera pública –como imagina el ideal utópico moderno de un diálogo entre iguales y como denota el recorte de la diversidad sexual como cuestión de ciudadanía y de derechos humanos–,33 sino de varios espacios públicos compleja y conflictivamente relacionados.34 En ese momento existía poca actividad asociativa y acciones concretas del activismo homosexual local. En el circuito comercial de entretenimiento, dos discotecas y dos bares se disputaban una clientela fija, tratándose de una área consolidada y en expansión. Pasé tres meses frecuentando esos espacios y los circuitos de yiro de la ciudad: la “tetera”35 y los terrenos baldíos linderos con una estación de trenes en vías de ser clausurada (circuito diurno), las calles adyacentes a la estación de ómnibus de larga distancia (contacto entre automovilistas y peatones), la zona comercial del centro de la ciudad y el Parque Independencia (circuito nocturno). Las características topográficas del parque y de los terrenos ferroviarios, a diferencia de la calle, permitían realizar actos sexuales en el lugar y que desarrollar en ellos una sociabilidad característica, con rondas de charla y amigos que se encontraban diariamente, que traían novedades e inclusive una merienda para compartir. Quienes concurrían a las tertulias improvisadas en el Parque Independencia eran conocidos como “las locas del parque”. Era frecuente el “loqueo” por parte de un grupo más acotado de frecuentadores, cuya compañía era evitada por los demás, por considerar su actitud demasiado ostensiva. “Esas locas”, con sus gritos y carcajadas, eran criticadas, acusadas de espantar a los participantes más discretos y de provocar incomodidad a los demás transeúntes, facilitando con ello la intervención policial.

Los muchachos con quienes conversé, participantes más o menos frecuentes del grupo mencionado estaban todos alfabetizados, muchos habían completado el ciclo de enseñanza secundaria y algunos eran estudiantes o graduados universitarios. Todos veían cotidianamente programas de televisión y con frecuencia comentaban noticias aparecidas en los periódicos locales. Conocían la acción de las organizaciones homosexuales, pero si bien, como en tantas situaciones cotidianas, se hablaba de “derechos” y de “justicia”, el lenguaje utilizado para referirse a la negociación de los espacios homosexuales no era uno específicamente jurídico, que aludiera a “derechos constitucionales”, a la “ciudadanía” o a alguna instancia de la burocracia estatal. En la convivencia cotidiana con el control policial y con otras interferencias de la sociedad más amplia, el recurso más frecuente era la apelación a una ética específica del yiro, una serie de normativas prácticas de carácter moralizador, compartidas por los frecuentadores del circuito. El tropo más frecuentemente movilizado en esas evaluaciones era el de la discreción, que ligaba las conductas más preciadas a los valores de la masculinidad y la distinción de clase y las más devaluadas a la mariconería y la necesidad.

Ese invierno en el parque “había más yiro” que en temporadas anteriores, según mis interlocutores, y eso parecía tener que ver, también según su relato, con un recrudecimiento del control y de la represión policial en los baños y en la zona de la estación de trenes.36 Había habido el verano anterior, en el norte del país, un brote epidémico de cólera. Una fuerte campaña de la Secretaría de Salud Pública de la Municipalidad en radio, televisión y en la prensa local advertía a la población sobre los peligros del agua contaminada y la importancia de la higiene doméstica.

Durante el verano habían sido clausurados varios baños públicos de plazas y parques de la ciudad, entre ellos el del Parque Urquiza y otro recientemente inaugurado en la terminal de ómnibus suburbanos de la Plaza Sarmiento, ambos parte del circuito de yiro y usados como teteras. Fue este uno de los primeros eventos que me fueran relatados en relación con “la vida gay en Rosario” en las rondas de charla. El cólera había sido, al parecer de algunos de mis informantes, un pretexto. El objetivo encubierto era cerrar las teteras, como parte de una campaña de “remoralización” encarada por el Intendente Héctor Caballero, que había sido elegido, de acuerdo al relato corriente, gracias al discurso “moralista” del Partido Socialista Popular (PSP). La remoralización del discurso de Caballero consistía –al menos explícitamente– en “acabar con la corrupción [política]”, pero no era difícil para mis interlocutores establecer la conexión con la moral sexual. Poco tiempo antes, el Senador Guillermo Estevez Boero, Presidente del PSP, había lanzado una campaña contra la pornografía y era común entre la izquierda intelectual referirse a los cuadros de ese partido como “puritanos”, “mormones” de la política.37 El deslizamiento en la interpretación de mis interlocutores no sólo era posibilitado por la polisemia del término moral (moral política, moral sexual), sino que venía pautado por la asociación entre corrupción política y “promiscuidad sexual” que se atribuía al “entorno” del entonces Presidente de la República, Carlos Menem –relato que era amplificado en los medios masivos de nivel nacional y manipulado por el discurso político del PSP.38

Otra campaña pública –esta concretamente “contra los gays”– fue lanzada en esa época por una asociación local “de bien público”, la Liga de la Decencia. Junto con agrupaciones afines de Buenos Aires, ligadas a la Iglesia Católica, solicitaron a la Secretaría de Comunicaciones y luego demandaron ante la Justicia que se censurase Zona de Riesgo II, una serie de ficción producida y difundida por una cadena de televisión nacional con alto rating , cuyos protagonistas eran, en la ficción, una pareja gay. Las entidades civiles demandantes consideraban al drama televisivo un “atentado a la moral”. Tanto la Secretaría de Comunicaciones como el Juez de turno rechazaron el pedido, pero el asunto alcanzó una visibilidad inusitada en medios periodísticos,39 produciendo un efecto no deseado por quienes lanzaron la campaña: el programa continuó aumentando su audiencia. La controversia sirvió para instalar la homosexualidad como temática legítima de la esfera pública. Desde inicios del Siglo XX, la prensa escrita expuso, apelando al escándalo, historias de homosexuales. Los textos literarios colocaban la homosexualidad bajo el signo de la degeneración que amenazaba a la nación como proyecto moral. 40 Sólo a partir de la década de 1960 comenzaron a ser proyectadas voces abiertamente homosexuales valoradas positivamente en el campo literario. En 1969 se forma la primera agrupación política homosexual, pero luego se sucedió una década de violencia política, silencio y terror (1973-1983). 41 La “apertura democrática” generó la reemergencia de la temática en la esfera pública: dio nueva fuerza al movimiento identitario, con una significativa presencia en los medios. Noticias, comentarios, reportajes, talk shows, series de ficción y hasta bandas, canciones y anuncios comerciales comenzaron a incorporar y discutir, ya sea afirmativamente, como resistencia o de modo ambiguo, cuestiones de “orientación sexual”, “identidad de género” y los “estilos de vida” de gays, lesbianas, travestis.

Situación 1: El parque como hogar. La fiesta familiar.

Así como la noción de una ‘política de la identidad sexual’ y la defensa de derechos legitimaban la representación de los homosexuales a través de asociaciones como el Movimiento de Liberación Homosexual (MLH), que existió en Rosario durante la década de 1980, la misma publicidad hacía plausibles “campañas oficiales” contra la sociabilidad gay. La actividad de la Liga de la Decencia hacía evidente esa conexión. Entretanto, mis interlocutores en la rueda de charla también se referían frecuentemente a lo oficial y a lo público de otro modo y, particularmente, a través de otros agentes mediadores. El siguiente extracto de mi diario de campo se refiere, con tono jocoso, a cómo se construye la relación con el “control municipal” del Parque Independencia, una de las principales zonas de yiro, levante y sexo entre hombres de la ciudad:42

Parece que el sexo en el parque había decaído últimamente, porque el parque está “más cuidado”. Comentan que “antes” todo era mucho más oscuro, y que incluso había más vegetación; que cortaron las ramas bajas de los árboles. Uno de los muchachos comenta, en tono de broma, refiriéndose al intendente Caballero:

- Parece que le dijeron a la gorda caballera que los gays hacían mucho escándalo en el parque y mandó a cortar todo el yuyal.

Y otro: - Antes [al indagar surge que este “antes” podía ser el verano pasado] vos venías y ahí había un grupo de cinco, ahí un grupo de cuatro, en cada arbolito había una fiesta [se refiere a sexo entre más de dos personas].

Recuerdan la ‘edad de oro’ de “la catedral sumergida” [como llamaban al baño público subterráneo clausurado a fines de los 80, a pocos metros de donde estamos parados charlando]:

José: - Ahí vos venías y te quedabas. Era todo una fiesta. Si el cuidador [municipal] no estaba, era que se lo estaban culeando o estaba chupando pija.

Gerardo cuenta: - siempre estaba uno más marica, de pantalón ajustado, que no tenía ni pelo ni dientes. Yo llegaba siempre del ministerio y decía ahí viene la doctora.43

El Intendente (el burócrata, el político) es parodiado como una “mujer torpe” (la gorda caballera), que interviene en una situación sin conocerla directamente (le dijeron) y, basado en información proveniente de fuentes tendenciosas (que los gays hacían mucho escándalo ), perturbaba un funcionamiento que sólo se torna potencialmente disruptivo, precisamente, a partir de su intervención. Protegida por “los yuyos” y “las ramas bajas de los árboles”, la “fiesta” es íntima y resulta inofensiva. Se torna pública, un “escándalo”, en cuanto alguien, con un interés espurio, avisa (“le dice”). La intervención oficial respondiendo al aviso (el intendente que manda a cortar el yuyal y las ramas bajas de los árboles e iluminar la zona), también es vista como una acción interesada, una toma de partido. El trabajo de la memoria en el relato nostálgico evoca un “antes e la intervención” (del cierre de la tetera, de la llegada de la iluminación, de la limpieza de la vegetación) inocente, de intimidad y de eficaz regulación autónoma, a través del cual se expresaba –se expresa, en el presente de la enunciación– cierta solidaridad comunitaria (donde el “cuidador” estatal participaba de la fiesta) unida a un orden jerárquico (una “marica” pobre que siempre estaba y una “doctora” que llegaba del ministerio). El relato evoca una imagen hostil de la sociedad organizada –lejos de una posible idealización de la esfera pública como espacio de debate en pie de igualdad entre ciudadanos libres, democráticamente representados. Como contrapunto, la sociabilidad homosexual se presenta por intermedio de recursos que evocan la familiar autenticidad de una vida comunitaria.

La cana

Otra campaña, que no parecía responder a ninguna coyuntura particular, pues era permanente, era la de “la policía”. Por medio de la presencia ostensiva de móviles y de policías uniformados que recorrían el parque a pie y desalentaban el yiro. A esa “presión” se sumaba, según los relatos de mis interlocutores, la estrategia de “canas de civil”, que se aproximaban sigilosamente y sorprendían a los frecuentadores in fraganti, durante el acto sexual, o que se ofrecían como “carnada”, dando a entender que estaban yirando, para luego atrapar a quien se aproximase y llevarlo a la comisaría o extorsionarlo para que contribuyera con las arcas policiales o con el bolsillo del propio agente, a cambio de su libertad. Los relatos reconstruyen una imagen bastante nítida del “cana” involucrado, dando cuenta de un arquetipo. Las narrativas indagan las posibles motivaciones de este ‘cana entendido’ y explican la ilegitimidad de su práctica. Por otra parte, tanto la racionalidad atribuida a la acción policial, como la reconstrucción de la víctima, responden también a cómo el enunciador entendido se representa a sí mismo. Los relatos aluden a un horizonte de valor completamente saturado por marcas de relaciones de clase y de género.

Situación 2: “La joda” en Rosario Norte



[La estación] Rosario Norte está difícil por la cana.44 Han hecho estragos por la zona atrás de la estación.

Sin embrago, José aclara: - Los de Prefectura [policía náutica que controla esa zona, sobre las barrancas del Río Paraná] están en la joda. Una vez me dijeron – ¿Vamo’ a tomá’ mate o a culeá’? Eran cinco y nosotros éramos tres.

José no termina de contar la historia, pero aclara que él no aceptó la invitación [que, con “los de prefectura”, para un homosexual, hubiera significado ser penetrado]. Luego, con tono indignado, José le comenta a Gerardo el final de una historia cuyo inicio habían presenciado juntos: - Al rubiecito al final se lo culearon. Me cuentan que se trata de un chico joven [menos de 25, que es la edad de José] a quien los de la guardia de Policía Federal de la Estación Rosario Norte - le sacaron guita y después lo violaron en el destacamento que tienen dentro de la estación. Dice que esto se lo contó uno de los de “la federal” con quien siempre charla [dando a entender que a él no lo maltratan]. Aparece con nitidez en el fragmento un tema que, doblemente especificado, organiza el relato de la intervención policial: “la cana” como predadora económica y como predadora sexual. La conducta policial es explicada por esas dos motivaciones, las cuales componen la ética que viene a caracterizar, para mis informantes, tanto la política de la institución en general como la de sus miembros en particular. Más adelante veremos cómo el interés sexual es tematizado de modo particular, profundizando sus implicaciones con relación a las inclinaciones de ciertos policías. Por ahora me interesa apuntar la ‘solidaridad entendida’ (homosexual) que se sugiere en el reconocimiento de que “los de prefectura están en la joda” (participan en relaciones homosexuales). Por ahora me interesa subrayar otro matiz que alude, retóricamente, a la situación del narrador entendido, sujeto de la enunciación. El estuprado es alguien más joven y delicado, un “rubiecito”, mientras que José tiene piel morena y Gerardo tiene 40 años de edad. Esas características personales y haber sido víctima del robo y del estupro colocan al referente, protagonista de la historia narrada, en una posición doblemente subordinada, por su juventud y por su delicadeza. El rubiecito es disminuido al lugar de víctima a causa de su subordinación y feminizado por obra del estupro, en cuanto el narrador y su interlocutor cultivan, ambos, en estilo estereotípicamente masculino y el primero dialoga fluidamente con los de prefectura y los de la federal. Al ser invitado a tener relaciones sexuales con los primeros, él pudo negarse, por no aceptar ser penetrado por ellos y uno de los últimos le contó, en confianza, la historia de la violación. La víctima homosexual no es en este caso construida como ‘un entendido’ –que conoce, entiende. Cae, precisamente, por no entender; a diferencia del sujeto de la enunciación, que comparte códigos masculinos con los canas.

Situación 3: La segunda prisión

En el cuento Las Dos Prisiones de Víctor, Oscar Hermes Villordo 45 tematiza la victimización del homosexual en su relación con el policía que actúa como “chongo” (hombre que tiene sexo con hombres, pero recusa la preferencia por esas prácticas y la identidad homosexual46). Víctor, preso por homosexual, es visitado durante la noche en su celda individual por un hombre desconocido, masculino, a quien satisface sexualmente, y que inmediatamente es retirado de la celda. Su soledad, desde ese momento, fue muy grande. Confinado en la celda, arrinconado por el remordimiento, sufrió el abandono de su condición. Ni siquiera tuvo el consuelo de llorar porque algo oscuro le indicaba que las lágrimas no lo desahogarían –no lo redimirían– de la pena de ser homosexual y de haber sucumbido a la tentación. En el epílogo, el protagonista se reencuentra con el visitante misterioso, que resulta haber sido el comisario de turno. No falta un comentario pedagógico, a modo de moraleja: No podía pensar, no entraba en sus cálculos, que había sido arrastrado por otro igual, o parecido , hacia la felacio que lo preocupaba y lo afligía. La culpa era suya.47 Se establece una estrecha relación entre la culpa y la soledad de Víctor y su ignorancia –que lo distinguiría de quien, en algún registro, pudiera entender. Expresando una distancia similar a la que establecen José y Gerardo con respecto a la posición del rubiecito, aunque desde una posición diferente con relación al victimario, el narrador plantea, apelando a la complicidad del lector, un extrañamiento condescendiente con respecto a la posición de la víctima, a su ‘segunda prisión’.



Situación 4: Un tipo “sospechoso”

El siguiente fragmento se refiere a la única conversación que tuve con Leonel (34), que conocí en el principal punto de encuentro del parque, una tarde a fines de julio, cuando no había otros frecuentadores presentes. El contacto comenzó como un levante, pero enseguida se transformó en una charla de entendidos. Su relato de una situación traumática involucrando a la policía fue espontáneo:

Nos miramos de lejos y le sonrío, estableciendo algo de confianza y dando a entender que mi interés no es sexual. Nos vamos acercando los dos. Nos saludamos y enseguida me cuenta, comenzando así la charla, que estaba con miedo porque una vez lo llevó la cana:

Él “lo marcaba”48 desde el claro del medio y el tipo “se pajeaba”49 contra los arbustos. Se acercó y el tipo le preguntó: - ¿Qué te gusta hacer? [aludiendo a sus preferencias en cuanto a los roles sexuales]

El tipo le parecía “sospechoso”, por lo cual, - en vez de decirle “cualquier cosa” o “de todo”, vos viste, le dije “nada”.

Se alejó, pero el tipo, “pelando” la credencial, lo increpa: - Policía, acompáñeme.

El relato continúa ya en la comisaría: - Me revisaron de arriba abajo. Por suerte tenía nada más que treinta lucas encima [3 dólares]. Había ido a pagar el alquiler y estaba de vuelta. Si me agarraban a la ida me pelaban.

Lo dejaron ir con el compromiso de que dos días después, cuando estuvieran de guardia los mismos, les llevara un millón y medio [150 dólares]

Yo había juntado, con el cagazo que tenía, pero un amigo me dijo que un par de años atrás le había pasado igual, que no me podían hacer nada hasta que me encuentren. Me tomaron todos los datos, todos falsos. Lo único que les di, como un boludo, que pueden usar, es el teléfono de mi vieja. Llamaron un par de veces pidiendo mi dirección, pero yo a mi vieja le tengo prohibido que se la dé a nadie de Rosario. En este relato, a diferencia de los anteriores, la víctima es el narrador mismo. Por una parte, se destacan los recursos personales –en este caso, su capital social– y comunitarios movilizados para minimizar el costo de ser detenido: la experiencia del amigo, los datos falsos, el silencio de la madre. Pero me interesa más llamar la atención sobre un detalle que, al ser construido como banal y presentado lacónicamente en la conversación, como sobreentendido, está saturado de sentido: Leonel introduce en su relato la opción de responder “nada” a la pregunta del tipo “sospechoso”, aclarando cuáles son las demás alternativas, “cualquier cosa” o “de todo”; y agrega, dirigiéndose a mí, con complicidad, - vos sabés. Entre entendidos, queda claro que la “sospecha” alude a la posibilidad de que el tipo “sea cana”, esté ofreciendo sexo por dinero o ambas cosas. Todas esas alternativas entrañan grados de peligro físico y moral. Con alguien no sospechoso hubiese respondido “cualquier cosa” o “de todo”, indicando disponibilidad y ausencia de prejuicios en relación con los papeles sexuales. Eso, entre nosotros, era sobreentendido –yo, como entendido, “sabía”. Pero, para alguien que se sospecha que actúa por intereses espurios, que en este caso tienen que ver con la predación, la respuesta es “nada”. El predador es construido como extraño, usuario ilegítimo del código del yiro, de quien hay que cuidarse, porque puede incluso recurrir a la violencia si su trampa fracasa.

Situación 5: “Tendrían que asumirse”

En el extracto siguiente, de principios de agosto de 1992, los comentarios de mi interlocutor son inducidos por mi participación en la escena. Yo había concluido, con razonable certeza, que uno de los muchachos que estaba merodeando “era cana”. Desde la acera perimetral del parque lo había visto pasar varias veces, circulando alrededor de la zona “de yiro”, manejando un Ford Falcon antiguo, pintado de negro, sin placa de registro, que imaginé resabio del arquetípico Falcon verde, símbolo de la represión parapolicial de los años 70 y principios de los 80. Cuando entré en la zona, él ya estaba allí; alto y corpulento, pero no gordo, representaba unos treinta años de edad. El cabello negro corto, el bigote recortado y la piel oscura respondían al estereotipo de los bajos rangos policiales y militares argentinos. Desde mi puesto de observador comprobé que el pantalón de gabardina azul marino y el anorak del mismo color que vestía podrían formar parte del uniforme de la Policía Provincial o de “la Federal”. 50 El supuesto cana se colocó junto a los arbustos a la sombra de una arboleda lindera, como para orinar, pero se quedó mirándome, sin esbozar gesto alguno. Simulé falta de interés o pudor, mirando en otra dirección, pero me quedé en mi puesto, unos veinte metros en dirección a la avenida que bordea el parque, bajo la iluminación de la senda principal que lo atraviesa. Percibí la presencia de otro hombre, sentado en un banco, equidistante del presunto cana y de mí, mirándonos a ambos. De entre treinta y cinco y cuarenta años de edad, con barba recortada, piel más clara y de mi estatura (1,75 m), de complexión delgada, calvo, vestido con ropas claras, cuidadosamente arregladas y combinadas, llevaba una pequeña mochila escolar sobre sus espaldas. La combinación de esos detalles, en ese lugar, respondía al estereotipo del varón gay. En aquel momento interpreté que hasta ese momento ninguno había notado la presencia del otro. Sin embargo, luego reconstruí que ya había habido algún contacto entre ellos. Quien yo había identificado como gay se alejó, volviendo en dirección a la avenida y estableciendo contacto visual conmigo mientras pasaba. Lo seguí, con la intención de comentar la presencia de quien yo ya había designado como policía. Habiendo establecido confianza con la mirada, después de caminar unos cien metros a lo largo de una larga fuente, iniciamos la conversación:

H: - ¿Ese tipo será cana?

I: - A mí me dan bronca los manejos que tiene la gente. Porque si tiene onda, que se la banque y venga de frente. Y si no hay onda, que se deje de joder. Si el tipo se bultea y a vos te gusta, bien. Pero si a otro no le va, que no siga jodiendo. Me yiraba ahí, yo me voy, y el tipo me sigue... Si el tipo es horrible, la dignidad es la misma, pero si uno no quiere saber nada con él, que no te siga jodiendo.

[breve silencio]

Para mí que éstos [los canas que yiran] tienen onda pero no se la bancan. Como los que te piden para el colectivo. A mí me contaron de un rubio de la Federal de Rosario Norte. A los tipos les gusta y no se la bancan, entonces hacen como que te tienen que levantar por obligación. Yo, si me yira uno, me gustaría decirle, “vení, vamos para allá”, y pasar por la puerta del destacamento de ellos y decirle a los otros, “miren lo que está haciendo un agente de ustedes”. Porque lo que hacen es muy jodido. Si tienen onda tendrían que asumirse y ofrecerse, hasta por unos mangos, a hacerte de campana por si viene alguna parejita [“hétero”]... O cuidar que un tipo de cincuenta no se meta con uno de catorce.

En este fragmento también, el significado y la evaluación de la conducta policial fueron codificados con base en el sobreentendido de que mi interlocutor y yo compartíamos las reglas implícitas que componen la ética del levante entre hombres. El “bulteo” (tocarse la zona de los genitales, más o menos ostensivamente, por encima del pantalón, mientras se establece contacto visual con el destinatario de la seña) constituye una prueba irrefutable de interés (real o simulado) en el intercambio sexual. Mi interlocutor relató que el tercero involucrado en la interacción (que yo había designado como cana), al insistir frente a su negativa explícita, había violado la etiqueta del yiro, la frontera del contacto consensuado, lo cual lo tornaba un intruso. La exégesis que produce con respecto a la motivación sexual de los policías ‘interesados’ en el levante homosexual no es una invención personal, sino que expresa un dato del sentido común del ambiente entendido: se dice frecuentemente que los policías que se entrometen en el yiro son homosexuales reprimidos, gays no asumidos.

Conclusión

La construcción discursiva de los canas como intrusos, participantes espurios del levante, y de los homosexuales en algunos casos como víctimas del abuso policial, pero en otros como expertos negociadores, moviliza no sólo imágenes públicas del espacio urbano y de la sociedad, sino también vivencias más íntimas de y acerca de los sujetos del relato. El peligro de la publicidad para la intimidad homosexual asume un valor crítico para la definición de la ‘buena comunidad’ en diferentes escalas: como buenos homosexuales en el código-territorio segmentado del ambiente gay,51 como buenos ciudadanos para la vida civil –la sociabilidad más pública– y como buenos hijos, esposos y padres de familia – inclusive cuando en nuevas alianzas se adoptan patrones “gay”. La violación, por parte de los policías y de algunos homosexuales, de la intimidad que, desde el punto de vista imaginado de la comunidad, debería ser resguardada, es evaluada como desvío. Como operación discursiva, esa evaluación es también instrumental a la construcción de la comunidad y a cómo la pertenencia a la misma, esa ‘intimidad cultural’, puede ser concebida, no en el nivel abstracto del proyecto utópico, sino más bien como el horizonte vivido del día a día con las relaciones más próximas.52 La comprensión sociológica de la politización de la esfera íntima se ve tan comprometida por perspectivas normativas que refuerzan a separación de esas dos esferas –las políticas del don’t ask, don’t tell–, como con las que idealizan su fusión –las políticas del outing. El desarrollo del ámbito de la vida privada, como proceso histórico, más que aislar eficientemente lo que sucede “puertas adentro”, intensificó su regulación y potenció el grado de significación social de su publicidad. 53 Lo que los individuos quieren o pueden hacer en su intimidad es intrínsecamente político, pues sus cuerpos, sus conductas, sus deseos y sus personalidades están sujetos a ser representados públicamente de diversas maneras. Sin embargo, desde sus manifestaciones más íntimas, asociadas en el pensamiento moderno con la idea de comunidad, hasta las más públicas, ligadas a la constitución de la sociedad,54 el deseo y la acción no son reducibles a ningún dispositivo de representación. Por lo tanto, tanto la aspiración de tornar la diferencia sexual algo completamente público y visible, como la de segregar la conducta sexual como un aspecto privado, escindido de la personalidad pública –cada una de esas aspiraciones– expresa la soberanía de un principio y, en vez de reducir la tensión en el punto de ruptura, “se torna síntoma de la violencia cultural y política que produce [esa] separación”.55

El ejemplo de cómo “el Estado” es mediado, en el espacio del yiro y el sexo callejero, desde el punto de vista de los ‘entendidos’, por la participación ambigua y ambivalente de “la cana”, nos advierte sobre el error de concebir al Estado y a la sociedad civil como entidades monolíticas e imaginar a “la comunidad homosexual” como un ente intrínsecamente solidario del movimiento político. Lo que propongo incorporar, desde una perspectiva etnográfica, introduciendo, como contrapunto, la experiencia y punto de vista de otros actores, es la percepción sociológica de la existencia de una multiplicidad de sitios de reproducción social de la sociabilidad homosexual, más allá de la normativa emanada de discursos de época. Aunque dentro de los límites del presente trabajo no haya sido posible completar una historia detallada de la homosexualidad en el Argentina ni ofrecer un cuadro exhaustivo de los diferentes sitios constelados en el ambiente gay contemporáneo, espero haber iluminado las solidaridades y disputas que, desde los puntos de vista de los individuos que participan del circuito homosexual callejero, informan y median las concepciones vigentes de la división entre el espacio íntimo y el espacio público. Las nociones del “Estado”, de la sociedad y de la comunidad homosexual viabilizadas y los agentes que las mediaron en las interacciones examinadas indican la necesidad de un concepto de espacio público organizado, mas que como diálogo horizontal entre una comunidad de individuos libres, como una serie de arenas sometidas a las tensiones de una compleja red de jerarquías, desigualdades y violentas disputas hegemónicas.

Buenos Aires, 30 de abril de 2003



Referencias

* candidato doctoral, Programa de Postgrado en Antropología Socia l/ Universidad Federal de Rio de

Janeiro – Museo Nacional. hfsivori@yahoo.com.ar



1 Green 1999, Sebreli 1997.

2 A lo largo del presente trabajo adoptaré el uso gay de voces rioplatenses. Yiro del lunfardo porteño “yirar”: circular, andar sin un fin preciso, pero también merodear, andar al acecho, en general con fines sexuales; por extensión, “un yiro” es una mujer licenciosa (que anda a la búsqueda de encuentros sexuales). El habla gay rioplatense actual restringe su uso para denotar, exclusivamente, el fin sexual: andar al acecho en busca de encuentros eróticos o amorosos; en su forma transitiva, “yirar a alguien”, equivale a seducir a un desconocido en un lugar público.

3 Hollister 1999.

4 Sennet 1978.

5 Adam y Duivendak 1999.

6 El movimiento gay-lésbico tiene antecedentes tan antiguos como la codificación científica de la homosexualidad.

7 Anderson 1983.

8 Brown 1999.

9 Foucault [1976] 1977, Salessi 1995.

10 Kornblit y otros 1998.

11 Sebreli, op. cit.; Kornblit y otros, op. cit.; Brown, op. cit.; Rapisardi y Mondarelli 2000.

12 Lane 1999.

13 Elias [1969] 1982.

14 Op. cit.: 46.

15 Sívori 1994.

16 Aunque menos frecuente y menos ostensiva que otrora, la razzia, instrumento del “terrorismo de Estado” durante los años de la dictadura militar (1976-83) y otros “procedimientos” (detenciones más o menos indiscriminadas en la calle, por “averiguación de antecedentes penales”) continuaban siendo practicados en discotecas y bares gay y en los circuitos de yiro homosexual, tanto en Bueno Aires como en las ciudades del interior, por años después de la restauración de las garantías constitucionales. No obstante denuncias de organizaciones de derechos humanos durante todo el período, el abuso policial particular en contra de los homosexuales y travestis no se tornaría tema de debate en la esfera pública hasta ser colocado en la agenda de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 1997-98.

17 Humphreys [1970] 1975.

18 Bao 1993; Salessi, op. cit.; Sebreli, op. cit.

19 En Leap (1999) encontramos una variedad de relatos, de Moore sobre Brisbane (Australia), de Nardi sobre Los Angeles, de Murray sobre pequeñas ciudades en el sur de California y en Arizona y sobre Tailandia, de Hollister sobre Binghamton, New York, de Aronson sobre Hanoi, Vietnam, y de Higgins sobre el Montréal previo a Stonewall. Green (op. cit.) se refiere al Rio de Janeiro de los años 40 y Perlongher (1987) al São Paulo de los 80.

20 Correas 1984, Sebreli, op. cit.

21 Repito aquí la formulación de Gupta (1995), a propósito de la relevancia del “discurso de la corrupción” en la India contemporánea.

22 Op. cit.

23 Habermas [1961] 1986. Cf. Calhoun; Dean.

24 Lomnitz 1992; Herzfeld 1997.

25 Neiburg, ms, s/d, s/n.

26 En el registro coloquial, “cana” es frecuentemente utilizado para un agente policial, miembro de cualquiera de las fuerzas distritales (provincial, federal o de fronteras) o de los servicios de inteligencia y seguridad estatal; también para expresar la sospecha, característica de la memoria de una sociedad militarizada, de que una persona está formal o informalmente ligada a las fuerzas de seguridad (como “parapolicial” o “paramilitar”).

27 Según Foucault, el dispositivo policial-carcelario no “controla” la ilegalidad, sino que la crea: sus prácticas “se desplazan en la medida en que nunca alcanzan su objetivo”. Entretanto, “el corte entre su delincuencia y otras ilegalidades” suscitan luchas y provocan reacciones (1975:250).

28 http://www.cha.org/derechos humanos/denuncias



29 La investigación de campo fue conducida en 1992 durante mi maestría en la Universidad de Nueva York (NYU), bajo la orientación de Claudio Lomnitz y Connie Sutton, con financiamiento de la NYU y de la Fundación Tinker. La temática desarrollada en el presente trabajo no fue explorada en la tesis de maestría (Sívori, op. cit.). Este trabajo se beneficia de los comentarios de Federico Neiburg y de Ricardo Benzaquen, en cuyos seminarios tuve la oportunidad de desarrollar el marco interpretativo. Los errores y omisiones, claro, corren por mi cuenta.

30 Aunque su uso ha caducado en el ambiente gay porteño, he escogido el término “entendido” porque condensa, en la jerga homosexual, la referencia a “quien conoce” (acerca de la homosexualidad) y “quien pertenece” (al ambiente homosexual).

31 Neiburg, op. cit.

32 No intento decir que las acciones del movimiento sean menos concretas, que su contacto con el resto de la sociedad sea menos inmediato, ni que las organizaciones no se comprometan en la confrontación con el poder de policía. Propongo contrastar dos dimensiones de una relación, que en este caso se da entre varios agentes y en sitios diferentes, por un lado entre los frecuentadores de lugares públicos y los agentes de policía y por otro entre los activistas homosexuales y el aparato jurídico del Estado en la prensa nacional.

33 Habermas [1961] 1986, 1989 y 1990.

34 Dean, op. cit.

35 Préstamo de la voz inglesa “tearoom”, cuyo significado literal es “salón de té”, sentido dado en castellano a tetera como espacio; homófono de “T-room”, toilet room, que designa, en la jerga homosexual viril tanto anglo como hispanohablante, a los baños públicos que, en parques, plazas, estaciones, shoppings, bares, confiterías y pizzerías, son apropiados como lugares de ligue homosexual y para relaciones sexuales rápidas, que generalmente no comprometen la identidad de los participantes. Cf. Humphreys, op. cit.; Nardi, op. cit.; Hollister, op. cit.; Rapisardi y Mondarelli, op. cit.

36 Como lo había observado Néstor Perlongher unos años antes en São Paulo, los desplazamientos territoriales de estas redes no acontecen apenas en el espacio físico, delimitando las fronteras de la interacción, sino que abarcan “el propio espacio del código”. La ‘deriva homosexual’ pone en movimiento toda la serie de atributos sociales que harían a la construcción de identidades, al punto inducirnos a dudar de la utilidad analítica de ese constructo: “no interesará tanto la identidad, construida representativamente por y para el sujeto individual, sino los lugares (las intersecciones) del código que se actualizan en cada contacto” (Perlongher 1987: 143-44)

37 El eslogan de la campaña versaba, cacofónicamente, “contra el manipuleo de lo erótico”, prestándose a innumerables humoradas, inclusive en la prensa y medios audiovisuales.

38 La misma asociación era recurrente en la cobertura periodística (simpatizante) de las denuncias y reclamos del movimiento homosexual. Sus argumentaciones explotaban, retóricamente, la paradoja entre la “insolvencia moral” del gobierno y la pretensión de regular la moral sexual de los ciudadanos.

39 Penchansky 1992. La serie tuvo 13 capítulos entre julio y setiembre.

40 Salessi, op. cit.

41 Rapisardi y Mondarelli, op. cit.

42 En los registros de campo la letra normal corresponde a mis comentarios ampliados, los comentarios entre corchetes son aclaraciones contextuales y las cursivas corresponden a citas aproximadamente textuales. Los nombres y profesiones (cuando corresponde) son ficticios.

43 Jueves, 23 de julio, alrededor de las 9 de la noche, en un claro iluminado de la parte exterior del parque, donde Gerardo (40), José (25), Hernán (24) y dos o tres grupos más de entre tres e cinco muchachos se quedan conversando “entre yiro y yiro”.

44 Los terrenos e instalaciones del ferrocarril se encontraban bajo jurisdicción de la Policía Federal.

45 Villordo 2000.

46 Sívori 2000.

47 Villordo, op. cit., 247, el subrayado es mío.

48 “Marcar”: establecer contacto visual.

49 “Pajearse” o “hacerse la paja”: masturbarse.

50 En territorios provinciales, la Policía Federal sólo actúa oficialmente en asuntos de contrabando, terrorismo y de tráfico de estupefacientes. El Parque independencia estaba bajo la jurisdicción del la Policía Provincial. La Brigada de Moralidad de esta última realizaba redadas diarias en la zona, tanto de modo encubierto (agentes de civil y coches sin identificación) como ostensivo (agentes uniformados y móviles policiales).

51 Perlongher, Cf. nota # 36.

52 Aunque quede fuera del alcance del presente trabajo, el análisis de los discursos oficiales (y “oficiosos”) acerca de la intervención policial estatal en la vida cotidiana homosexual, bajo la forma de reglamentaciones, controles y represión las prácticas de merodeo, levante y sexo entre hombres en espacios públicos, es relevante también para la discusión de la cultura íntima homosexual, en relación con la constitución de diversas esferas públicas y con el Estado. Los sugerentes análisis de Aronson (op. cit.), Beng Hui (1998) y de Higgins (op. cit.) se refieren al control de la sociabilidad homosexual como evento espectacular, como escena ejemplar tecnológicamente amplificada a través de campañas públicas en medios de comunicación, de control policial ostensivo y de intervenciones judiciales y sanitarias, donde se pone en juego la producción de la nación como comunidad moral.

53 Ariès 1985; Sennet, op. cit.

54 Tönnies (1979) explica la transición del mundo tradicional al mundo moderno a través de la oposición

idealizada entre ‘comunidad’ y ‘sociedad’.

55 Lane, op. cit.: 250.



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