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SanCor y Brahma, dos historias con finales dispares
Por Reenvío Diario Castellanos - Friday, Nov. 24, 2006 at 12:09 AM

Argentina vive un proceso de extranjerización de la economía que se ha hecho evidente todavía más con el acuerdo alcanzado entre SanCor y Adecoagro, una empresa relacionada con el magnate húngaro George Soros. Quienes pensaban cándidamente que el nuevo escenario pos devaluación limitaría el fenómeno, se equivocaron porque las empresas nacionales, especialmente las dedicadas al rubro de la alimentación, se transformaron en un bocado muy apetecible para los inversores internacionales, incluso a pesar de las ventajas que ofreció la pesificación, licuando pasivos.

Por Fernando Garello

Diario Castellanos

Argentina vive un proceso de extranjerización de la economía que se ha hecho evidente todavía más con el acuerdo alcanzado entre SanCor y Adecoagro, una empresa relacionada con el magnate húngaro George Soros.

Quienes pensaban cándidamente que el nuevo escenario pos devaluación limitaría el fenómeno, se equivocaron porque las empresas nacionales, especialmente las dedicadas al rubro de la alimentación, se transformaron en un bocado muy apetecible para los inversores internacionales, incluso a pesar de las ventajas que ofreció la pesificación, licuando pasivos.

Las causas de este proceso no son pocas: el endeudamiento que arrastran la mayoría de las grandes compañías, la ausencia virtual de créditos para la industria, la fuga del capital nacional que se ha volcado a la actividad primaria o a la construcción, cuando no salió del país para “descansar” en algún paraíso financiero y la apatía del Estado, para quien al parecer es más importante inaugurar obra pública que preservar la industria nacional.

El caso de SanCor no es una excepción a esta siniestra regla, porque la cooperativa láctea llega a esta instancia acuciada por una deuda millonaria en dólares que si bien se bajó en los últimos años en aproximadamente U$S 120 millones, en la actualidad trepa a U$S 167 millones.

El cierre del último ejercicio de la compañía, en tanto, arrojó una pérdida de U$S 40 millones que no permitió honrar el cumplimiento de los compromisos contraídos con terceros.

La cooperativa láctea no acumuló esta deuda por especular sino para invertir en nuevas plantas fabriles y tecnología, es decir, por apostar al crecimiento socioeconómico del país.

Nada de esto parece pesar a la hora de encontrar una salida al problema, ni siquiera los cuatro mil puestos de trabajo directos que genera la compañía y la extraordinaria multiplicación que su actividad provoca sobre una vasta región de las provincias de Santa Fe y Córdoba.

Las comparaciones suelen ser odiosas y en el caso del papel del Estado en el sostenimiento de la industria nacional, las realidades de nuestro país y de Brasil son radicalmente diferentes.

Mientras los argentinos adquieren departamentos en las localidades turísticas del vecino país, los brasileños adquieren nuestras fábricas y empresas. Y lo que es todavía peor: nuestro Estado se empeña en financiar sus campañas políticas, obligándolas a vender por debajo de sus costos para después “entregarlas” a cualquier grupo internacional (generalmente fondos buitres) con el solo sentido de superar situaciones adversas en años electorales. Esa es la dura realidad.

Sin embargo, eso no es todo, ya que el Estado brasileño socorre a las empresas de su país cuando estas atraviesan por dificultades. El caso de la cervecera Brahma es paradigmático, ya que el salvataje ensayado le permitió evitar la quiebra o la venta y no hace mucho se quedó con la emblemática cervecería Quilmes, el principal establecimiento del rubro en nuestro país.

La clave del problema es la confianza, porque sin ella, ninguna economía puede desarrollarse de manera sustentable, es decir, equitativamente y a largo plazo. Pero para conseguirla el objetivo del Estado debería ser la inclusión total y plena de los argentinos: en trabajo, salud y educación.

Distinto es el crecimiento que responde a factores exógenos al entramado productivo como un tipo de cambio competitivo.

El problema de nuestro país quizá sea que caímos tan bajo que hoy nos contentamos solamente con haber recuperado el nivel de actividad que tuvimos en 1998 pero no nos damos cuenta que tenemos el doble de ciudadanos pobres e indigentes.

¿Qué se puede hacer con una sociedad que atenta, consciente o inconscientemente, contra sus propios intereses? Aunque suene descorazonador, la verdad que muy poco, porque ni una ley ni un decreto pueden impulsar a los argentinos a invertir sus ahorros en nuevos emprendimientos en lugar de producción primaria o construcción de torres de departamentos que se venden a precios exorbitantes aun antes de haber sido construidos.

No hace mucho le pregunté a uno de los economistas más respetados y brillantes del país cómo se podía resolver la virtual ausencia de crédito para las industrias y me respondió que no habrá créditos a largo plazo en pesos hasta que la gente no deposite sus ahorros a largo plazo en pesos. “Los argentinos buscamos a un tonto que ponga la plata que nadie quiere poner”, argumentó.

El Estado debe arbitrar los medios, a efectos de que los inversores del país se vuelquen a la productividad y no a la especulación. A modo de ejemplo y siguiendo con las comparaciones, no podemos ignorar que Brasil, a través del Banco Nacional de Desarrollo presta el 12% del PBI. Chile llegó al 67% del PBI y Argentina no supera el 1% del PBI.

Recuperar la confianza de la economía implica, ni más ni menos, resolver los problemas estructurales que tiene hoy nuestra economía y que los cuatro años de crecimiento a una tasa superior del 8 por ciento, algo que no se daba desde hacía un siglo, no alcanzan a disimular.

El diagnóstico es inequívoco: incertidumbre a mediano y largo plazo, desconfianza generalizada, inseguridad jurídica, escasez de recursos energéticos, falta de infraestructura y seriedad en la administración pública, cuyos responsables se encuentran demasiado interesados en perpetuarse en el poder.

La solución también lo es pero aparentemente nadie está dispuesto a afrontar los costos que implica y mientras los dirigentes evitan las cuestiones relevantes, los ciudadanos que pueden hacerlo, evitan asumir demasiados riesgos y a la hora de invertir van a lo seguro, aunque paradójicamente después reclaman que se frene la ola de ventas de empresas argentinas.

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