Julio López
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Llega la amenaza maori
Por El Mundo / España - Tuesday, Dec. 04, 2007 at 4:50 PM

Son famosos por sus danzas guerreras con la selección neozelandesa de rugby, pero esta vez la batalla es real. Un grupo de 17 maoríes ha sido detenido acusado de posesión de armas y terrorismo. ¿Están planeando declarar la guerra a su país para independizarse?

Llega la amenaza mao...
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Por JON HENLEY. Fotografía: CHRIS RAINER

Hace unos pocos días, una Nueva Zelanda estupefacta se despertaba con una noticia de alcance: tras la localización de «campamentos de instrucción paramilitar» en la remota cordillera de la Isla del Norte, 17 activistas maoríes habían sido detenidos bajo la acusación de terrorismo y tenencia de armas. Las redadas policiales culminaban una operación secreta en la que intervinieron 300 agentes y que se centraba en la localidad de Ruatoki, una aldea perdida en el septentrión del país. Este enclave es considerado la puerta de los montes Urewera, donde la tribu de los tuhoe, una etnia ferozmente celosa de su independencia, se asienta desde tiempos remotos.

Las redadas se realizaron al haberse observado a «hombres armados, vestidos con trajes de camuflaje y pasamontañas, que se movían por los bosques llevando bultos de gran peso y armas de fuego». Según apuntan algunas fuentes, entre las armas que se les requisaron había una bomba de napalm y varios cócteles molotov. Asimismo, se rumoreaba que podrían haber planeado un atentado contra la primera ministra, Helen Clark.

Uno de los detenidos confesaba a la policía que estaba recibiendo instrucción para convertirse en «un comando peligroso y sin escrúpulos», que «se va a declarar la guerra muy pronto en este país» y que «los blancos van a morir». De otro de los apresados, un pintoresco activista maorí tuhoe llamado Tame Iti (conocido con anterioridad por haber mostrado las nalgas en público en varios actos de protesta y por haberse liado a tiros contra la bandera de Nueva Zelanda), se dice que está preparando «una guerra contra Nueva Zelanda», al estilo de la del IRA (Ejército Republicano Irlandés), con el objetivo de fundar un estado independiente en el territorio de su tribu. Un periódico neozelandés, The Dominion Post, ha asegurado que el grupo de Iti, integrado por 20 militantes, era conocido con el nombre de Rama (que en lengua autóctona significa «progreso»). La cédula incluía en sus filas a antiguos miembros del ejército neozelandés, veteranos de la guerra de Vietnam, así como reclutas adolescentes.

Fuego cruzado. Bajo este clima, continúa el incesante cruce de acusaciones y desmentidos entre las partes interesadas: los jefes maoríes están furiosos ante lo que afirman es una formidable «metedura de pata por parte de la policía»; algunos han indicado que los campamentos, en caso de que efectivamente existan, no son sino refugios en el monte, hechos con ramas y absolutamente inofensivos. Pita Sharples, líder del partido maorí del país, ha manifestado que las redadas «han hecho retroceder 100 años las relaciones [entre la sociedad de origen europeo y la maorí]» . Entretanto, el partido Nueva Zelanda Primero, de tendencia derechista, ha hecho un llamamiento a los nativos moderados para que «repudien esa subcultura suya subversiva y separatista».

De lo que no cabe duda es de que estos hechos han reabierto heridas que, fuera de Nueva Zelanda, la mayor parte de la gente creía olvidadas y cicatrizadas. Entre el común de los británicos, había una idea más o menos vaga de que, durante la era colonial, las enfermedades y las matanzas indiscriminadas habían acabado con una gran parte de los indígenas de las antípodas. Se tiene la suposición de que muchos de los aborígenes supervivientes, y sus descendientes, viven en estos momentos en reservas miserables, asediados por problemas de salud, educación, desempleo, delincuencia y adicción a las drogas. Pero en la actualidad la cultura maorí es mayoritariamente aceptada en toda Nueva Zelanda. No hay más que fijarse en la buena sintonía de los All Blacks, la selección nacional de rugby, formada en gran medida por aborígenes.

Resulta, sin embargo, que sí hay un conflicto latente que está empezando a manifestarse peligrosamente a flor de piel. Al menos eso opina Allan Hawea, un trabajador maorí, de tendencia moderada y respetuoso con la ley, que reside en el distrito de Bay of Plenty, en la Isla del Norte. «Los neozelandeses de procedencia europea [conocidos por los nativos como pakehas] pueden machacarnos con que están hartos de que nosotros nos consideremos por encima de la ley o que recurramos al manido discurso de que sufrimos racismo. Pues bien, no vamos a tolerar que nos digáis cuál es la respuesta que tenemos que dar . Hemos sido razonables y lógicos durante mucho tiempo», amenaza.

Desheredados. Las desigualdades están ahí. Sobre el total de cuatro millones de habitantes que constituyen la población de Nueva Zelanda el número de aborígenes no llega al 25% (los de origen europeo forman un 69,8%). Según un reciente estudio realizado por el Ministerio de Desarrollo Social, los maoríes están peor que los neozelandeses de origen europeo en ?6 indicadores socioeconómicos. Sólo ganan en cuatro. Tienen tres veces más probabilidades de morir como consecuencia de una agresión violenta (y cuatro veces más de ser detenidos por agresión).

Aproximadamente, cargan con el 40% de las condenas que dictan los tribunales y representan el 50% de la población reclusa del país. Copan las cifras de desempleo y su renta familiar es más o menos el 70% de la media nacional. En cuanto a la salud, su esperanza de vida es de casi ?0 años menos que la del resto de población. Es cuatro veces más factible que vivan hacinados en una vivienda... y mucho más probable que padezcan problemas de drogas y alcohol.

Un informe del sociólogo mexicano Rodolfo Stavenhagen, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre derechos humanos y libertades fundamentales de pueblos indígenas, realizado en 2006, certifica la sima entre unos y otros. Nueva Zelanda se situaba en un puesto bastante alto en indicadores relativos a desarrollo social y humano dentro del concierto internacional, pero siguen registrándose «disparidades aún no resueltas» entre los maoríes y los no maoríes en campos como la salud, el trabajo remunerado, el nivel de vida, la vivienda y la justicia. Algunas de estas disparidades, según añadía Stavenhagen, eran la consecuencia natural de «una historia de discriminación» y se advierte la necesidad de «reforzar los derechos sociales, económicos y culturales» de esta etnia. «Si bien el nivel de vida de los maoríes de Nueva Zelanda ha mejorado y está por encima del de pueblos indígenas de otros países más pobres, existe una preocupación generalizada de que, en realidad, la brecha en las condiciones sociales y económicas está haciéndose progresivamente mayor y de que una proporción creciente de maoríes se está quedando atrás», concluyó Stavenhagen en un apéndice de su estudio.

Algunos maoríes no tienen ningún empacho en decir claramente lo que piensan. En su parecer conocen bien dónde radica el problema. «Es bastante evidente que lo que subyace es un racismo profundamente arraigado», denuncia la profesora Margaret Mutu, del Departamento de Estudios Maoríes de la Universidad de Auckland. Mutu participa además de manera activa en el movimiento pro derechos de una etnia que llegó a Nueva Zelanda en el año 800. «La actitud europea es, fundamentalmente, la siguiente: ‘Somos superiores, somos nosotros los que mandamos. Así son las cosas y no hay más que hablar’. Hay un problema tremendo en todo esto y, por otra parte, considero que la paciencia de los maoríes ha sido extraordinaria. Podrían haber empuñado las armas hace mucho tiempo y, sin embargo, no lo han hecho», explica Mutu.

Pugna histórica. Las raíces del resentimiento de los maoríes se hunden en el pasado, más concretamente, en febrero de ?840. Hay que remontarse y rememorar la figura del reverendo Williams, cabeza visible de la Iglesia de Inglaterra en aquel territorio. Este misionero –con la ayuda 0de su hijo Edward, criado entre los maoríes y que pasaba por conocer mejor que su padre la lengua vernácula nga-puhi– redactó la versión aborigen del histórico Tratado de Waitangi. El acuerdo sólo constaba de tres cláusulas. En su versión inglesa, en el artículo primero los firmantes por parte maorí cedían aparentemente su «soberanía» a la corona británica de la reina Victoria. Sin embargo, la versión que Edward Williams hace del texto en maorí –la única que los jefes de las tribus firmaron– recurría a un neologismo utilizado por los misioneros. Usó el vocablo «kawanatanga» para traducir el concepto de «soberanía», cuando ese vocablo significaría más bien algo así como «gobierno». El asunto no deja de ser crucial porque en maorí existía ya una traducción muy adecuada para «soberanía»: era la expresión «tino rangatiratanga».

Aún más curioso resulta que el artículo segundo de la versión maorí reserve específicamente esa expresión de «tino rangatiratanga», o autoridad soberana plena, en favor de los jefes maoríes sobre «sus territorios, sus bosques, sus pesquerías y todo aquello que ellos estimen de valor». La única razón por la que los jefes se habían sentado con el representante de la Corona británica era meridiana: se habían visto obligados a solicitar la ayuda de los británicos para controlar a los balleneros, cazadores de focas y otros colonos invasores de sus islas, todos ellos procedentes de Europa y caracterizados por un total desprecio de la ley y la ocupación por la fuerza. Así que parece claro que lo que los maoríes creían que estaban firmando era lo que realmente firmaron, es decir, un documento que reconocía a la corona una autoridad rigurosamente limitada sobre los colonizadores y nunca sobre los maoríes.

Lo que por su parte sellaron los británicos era un documento que les otorgaba una soberanía plena y absoluta sobre lo que, sólo tres meses más tarde, iba a convertirse, conforme a lo previsto, en la colonia de la Corona de Nueva Zelanda. Además, gracias a las masivas adquisiciones de tierras y a la confiscación de grandes extensiones del territorio entre 1840 y 1890, los nativos pobladores perdieron aproximadamente el 95% de sus dominios. Durante ese mismo periodo la población maorí menguó de unos 100.000 a unos 36.000 individuos, mientras que los pobladores europeos pasaron de 2.000 a más de 600.000.

No firmaron. La profesora Tracey McIntosh, de la Universidad de Auckland, miembro de la tribu tuhoe y socióloga de profesión, sostiene una teoría: «El tema de la tierra es la clave legal, cultural y espiritual de casi todas las reivindicaciones en la actualidad. Muchas tribus, entre ellas la mía, nunca llegaron a firmar siquiera ningún tratado, por lo que consideramos que, lisa y llanamente, nuestro hogar nos fue arrebatado. Ésa es la razón por la que la historia es tan importante: para los maoríes las injusticias del pasado tienen consecuencias tangibles en nuestras vidas actuales». Ha habido algún intento de solucionar el litigio de las tierras, pero sin éxito. El Tribunal del Waitangi, constituido en ?975 para oír las reclamaciones sobre las infracciones supuestamente cometidas al amparo del Tratado de 1840, ha registrado en estos 32 años de existencia la presentación de ?.400 casos; ha oído alrededor de 150; ha emitido 50 informes y ha resuelto nada más que 20 reclamaciones por un importe total de 700 millones de dólares neozelandeses (353 millones de euros). Por si fuera poco, las decisiones del tribunal no son vinculantes.

En los últimos años, los maoríes han tenido incluso nuevas razones para poner en duda las intenciones del Gobierno. En 2004 se aprobó la Ley de Costas y Fondos Marinos, que otorga a la Corona la propiedad de las zonas costeras y anula una sentencia de un tribunal de apelación que había fallado que los indígenas de las islas gozaban de «titularidad consuetudinaria» de esas zonas, es decir, de derechos de propiedad por costumbre. A la ONU no le ha convencido la nueva ley, calificada por muchos aborígenes de «la última gran apropiación de tierras», hasta el punto de haber recomendado que sea derogada o enmendada.

Paradójicamente, el idioma y la cultura de los nativos han llegado a ocupar un lugar preeminente, incluso fundamental, en la vida de Nueva Zelanda. Hace 30 años hablar maorí en la escuela era motivo suficiente para justificar una expulsión. En estos tiempos, es idioma oficial del país y se enseña, junto con su historia y su cultura, en guarderías, escuelas e institutos. Existen emisoras de radio y televisión en lengua vernácula. Hay un partido maorí y en el parlamento de Nueva Zelanda se reservan escaños para ellos.

Entonces, ¿y esos campamentos de instrucción paramilitar?, ¿redadas?, ¿cócteles molotov y napalm?, ¿guerra en las calles de Wellington? Pocos maoríes dan crédito a nada de esto y prefieren hablar de «desconocimiento y malentendidos» y de una «reacción exagerada» de la policía. No obstante, hay un reconocimiento de que está aumentando la tensión. «Las detenciones van a acarrear un gran perjuicio a un grupo que ya se siente muy al margen de la situación. Estoy preocupada por su respuesta», explica McIntosh.

Mutu también tiene serias dudas de que «se esté organizando nada amenazante, ni por lo más remoto, en las montañas». Sin embargo, se muestra de acuerdo con que «todos los maoríes se han sentido traumatizados ante estas redadas. Y sus posiciones se van a endurecer. Al final nos volveremos a juntar todos para hablar de cómo encauzar esto. No habrá ninguna acción militar, porque ése no es nuestro estilo, pero nos presentaremos en las fincas propiedad del Estado, en los bosques, en esos lugares apartados donde vive muy poca gente y diremos: ‘Esto es nuestro’. Que intenten impedirnos recuperarlo».

Jon Henley es columnista y experto en reportajes de política internacional en el diario británico 'The Guardian'.

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Identidad.
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Identidad....
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Dos maoríes de la tribu tuhoe lucen tatuajes en Auckland, al norte del país. Los tatuajes son un signo de su cultura guerrera ancestral.

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Bajo arresto.
Por El Mundo / España - Tuesday, Dec. 04, 2007 at 4:50 PM

Bajo arresto....
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Tame Iti, líder de la tribu tuhoe e histórico cabecilla del movimiento independentista, fue detenido en octubre. Aún no están claros los delitos que se le imputan. En la imagen, ataviado con la kefia palestina en 2004.

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