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Vías muertas: resguardo tradicional ante las inundaciones en el lìmite de Tigre y Escobar
Por Fuente: Página 12 - Tuesday, Sep. 14, 2010 at 5:36 AM

En esta nota de archivo (12/07/2000) se destaca cómo "el camino de la vía muerta" salvó al pueblo de Dique Luján (Tigre), ya que la ruta 26 quedó sumerida bajo el agua y este terraplén ferroviario fue la única vía de comunicación sin verse afectada por la crecida. En el 2000, el terraplén llegaba hasta Ingeniero Maschwitz, pero en el 2007 ONABE (hoy ADIF) vendió las tierras del KM1+690 al KM4+378, es decir, desde la antigua parada intermedia Punta Canal hasta el acceso a Maschwitz. Hoy, una confluencia de sectores reclaman que el Estado anule esta transferencia y recupere los inmuebles para el bien de toda la sociedad. Las organizaciones indígenas del área metropolitana juegan un importante rol en este proceso, debido a que en estas tierras entregadas al negocio inmobiliario hay restos arqueológicos de las naciones preexistentes a las dos fundaciones de Buenos Aires en el siglo XVI.

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Dique Luján, un pueblo sumergido que sólo puede recorrerse en bote

La crecida tapó la Ruta 26 y Dique Luján quedó aislado. Parece un pueblo fantasma: algunos se fueron a casas de familiares, otros están en carpas y 48 se refugiaron en el primer piso de una escuela, a la que este diario llegó en bote.

FOTO: Alejandro y su hijo Brian se trasladan en bote hasta la casa de sus familiares.
El agua llegó hasta la mitad de la ventana de la casa de don Luis, padre de Alejandro.



Por Horacio Cecchi

“Nosotros vivimos mirando la estatua de San Martín. Hoy (por ayer), a la mañana, apenas asomaba el busto. Ahora está a la vista la placa de abajo. Pero esta tarde las sirenas sonaron de nuevo, y ya nos dijeron que nos preparemos a otra marea más.” Se llama Amanda, es vecina de Dique Luján, un diminuto pueblo isleño del Delta, de no más de tres mil habitantes. Habla mirando hacia el patio, a través de una ventana del primer piso de la Escuela provincial 16. San Martín es el prócer de la patria que, igual que el resto del pueblo, está sumergido y aguarda el momento en que su pedestal quede a la vista.
Dique Luján está ubicado al borde de la Ruta 26, el único lazo que lo comunica con Ingeniero Maschwitz y la Panamericana. Lo rodean canales que los técnicos llaman “aliviadores” porque ayudan a que el río Luján desemboque sin sorpresas en el Paraná. Pero, desde el sábado pasado, por efecto de la sudestada, los canales aliviadores y el Luján no tienen cómo desagotar en el Paraná. Ahora, vuelcan sus aguas sobre Dique Luján, que se encuentra literalmente sumergido.
La Ruta 26 quedó cortada a pocos kilómetros de Maschwitz, dejando a la población completamente aislada. Los terraplenes levantados a sus costados no resistieron la crecida. El único modo de llegar al pueblo, entonces, es a través de la Vía Muerta, un sendero de tierra y pedregullo elevado, que cruza el campo hasta alcanzar la avenida 12 de Octubre, la arteria principal de Dique Luján.
Rodeada a ambos lados por extensiones interminables de agua, la Vía Muerta no sólo es el único modo de comunicación con el pueblo: sobre el mismo sendero, una multitud apretujada se alberga de la lluvia, la inundación y el frío en carpitas precarias, de cartón y chapas, levantadas este fin de semana, cuando arreció “la marea”. “El intendente se olvidó de nosotros. Viene el delegado municipal nada más que para las elecciones”, dice Leonardo, mientras azuza con bronca las brasas diseminadas en una palangana, a cubierto de la lluvia.
Alrededor de él, seis vecinos tratan de secar cigarrillos, acercan las manos al fuego para calentar los dedos. Fuera de la casilla, de una de las sogas que hace de tirante, cuelga el pellejo de una liebre como testigo de la última cena. “Cazamos nutrias, liebres, lo que venga”, dice Juan. “Qué querés, si ni yerba nos trajeron”, asegura Alejandro.
Debajo de la precaria carpa, a Alejandro lo acompaña Brian, su hijo de tres años, que tirita igual que los perros que rodean el fuego. Como ellos, una larga hilera de carpas y casillas se extiende a lo largo de la Vía Muerta esperando que el agua baje.
Desde el sábado, como el resto de los refugiados en el sendero, Alejandro hace tres o cuatro viajes en canoa hasta su casa o la de sus padres. Lleva lo que encuentra de comida o va de visita. Para hacerlo, rema sobre dos metros de agua que, de tan fría, tritura los dedos. Rema por encima de las calles de Rialto, uno de los barrios pobres de Dique Luján. El agua llegó hasta la mitad de la ventana de la casa de don Luis, padre de Alejandro. “Tuvimos que subir todo lo que tenemos hasta que el río baje”, dice don Luis, en una habitación montada sobre pilotes, a tres metros de altura.
Al final de la Vía Muerta, donde debiera abrirse la 12 de Octubre, no hay nada. Sólo agua, y casas con diferente suerte. A las paredes de algunas, “la marea” las marcó a los 30 centímetros de altura. Otras llegan a un metro y medio. Dique Luján parece un pueblo fantasma. Son pocos los que prefieren quedarse. Muchos se repartieron en casas de familiares de otras localidades. Una buena parte permanece en guardia sobre la Vía Muerta. Cuarenta y ocho están refugiados en el primer piso de la Escuela provincial 19. Sólo se puede llegar en bote hasta la escalera interior que comunica con las aulas del piso superior. “No es la primera vez que pasa”, dice Esther Segovia. “Tuvimos tres mareas en un mes y quince días”, recuerda Eduardo Pereyra, cuya vivienda se encuentra en 25 de Mayo y la 12 de Octubre, una de tantas esquinas desaparecidas. “Nos avisaron, y en media hora ya nos tapaba el agua.” María, la madre de Esther, prepara un guiso para la noche, en una gran olla. “El delegado viene a traernos comida, pañales, abrigos, dos o tres veces por día.”
“Se está construyendo un terraplén de contención en Villa La Ñata y que se extenderá hasta Dique”, explica un vocero de la intendencia. “Se van trayendo camiones de tierra, pero la tierra no se consigue porque llueve todo el tiempo y se hace barro. Ahora el agua se está retirando del centro de Tigre, pero en el pueblo tarda varias horas más. Dique Luján es una zona muy baja.”
Un grupo de mujeres conversa en una de las aulas de la escuela flotante. Hablan de cualquier cuestión que les viene en mente, menos del agua. “¿Para qué, si por donde miremos está inundado?”, pregunta una de ellas. Después del desayuno, todas, como Amanda se acercarán a mirar por la ventana cuántos centímetros tiene, fuera del agua, San Martín esa mañana.

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