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Salta
Por Miguel Soto - Sunday, Feb. 06, 2011 at 9:35 AM
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los ciudadanos nos preguntamos seriamente en qué diablos estaría pensando el soberano cuando decidió ungir como líderes de nuestra sociedad a dos personajes tan cortos de miras, tan escasos de preparación y prisioneros de una egolatría tan cegadora.

El combate dialéctico entre los dos últimos gobernadores de Salta, que ha cobrado actualidad en los últimos días, lejos de servirnos a los ciudadanos como una contribución al esclarecimiento de las ideas y como una aportación a la discrepancia democrática, hace que nos preguntemos seriamente en qué diablos estaría pensando el soberano cuando decidió ungir como líderes de nuestra sociedad a dos personajes tan cortos de miras, tan escasos de preparación y prisioneros de una egolatría tan cegadora.

Personalmente no entiendo cómo dos individuos que se parecen tanto, por dentro y por fuera, mantienen o dicen mantener tantas discrepancias y tan profundas sobre la gestión de los asuntos públicos de la Provincia de Salta.

Es posible, sin embargo, que en el fuero íntimo de cada uno de ellos habite una idea particular acerca de la forma de combatir el fenómeno de la pobreza en Salta, pero en lo que al gran público interesa, lo cierto es que las herramientas que uno ha utilizado y el otro todavía utiliza para alcanzar aquel objetivo son muy parecidas, por no decir idénticas.

Hay, si acaso, una diferencia de matices en cuanto a la aceptación del problema: El Gobernador anterior vivía encerrado en una burbuja opaca que le impulsaba a sostener lo que podríamos llamar una "tesis negacionista" de la pobreza; el actual, por el contrario, parece aceptar el problema, aunque matiza diciendo que tiene "carácter estructural", es decir, que es ineluctable, y que en su génesis subyace "una cuestión cultural".

Las dos actitudes -permítanme adelantarlo- se colocan en un mismo plano ético; no hay superioridad moral de una sobre otra.

Debo reconocer, sin embargo, que estoy muy de acuerdo con dos de las ideas básicas que sustentan los gobernadores ahora en pugna: Reconozco en ellos a dos consumados arquitectos de la prosperidad (1) y creo que entre los dos -cada uno en su medida y armoniosamente- han transformado radicalmente a Salta (2).

Sobre el primer punto diré que resulta obvio que tanto uno como el otro han fabricado prosperidad con la misma facilidad de quien guarda en el garaje una maquinita especial para tal propósito. Basta comprobar la prosperidad personal de cada uno de ellos, la de sus negocios familiares y el gran momento económico que atraviesa el selecto grupo de amigos de uno y de otro. Porque -debemos reconocer- la prosperidad que han forjado no ha beneficiado a toda la sociedad salteña sino a quienes ellos, con el dedo, eligieron como beneficiarios.

Sobre el segunto punto, es igualmente obvio que Salta ya no es igual después de estos últimos quince años de ejercicio magnánimo del poder. La transformación ha sido rotunda, pero rotundamente negativa. Hoy vivimos en una sociedad más desigual, más alejada del mundo, más comprometida en su futuro, que hace treinta o cincuenta años. Más que transformadores de la sociedad, los dos gobernadores son transformistas de la misma.

También tengo que reconocer que los dos han acometido la lucha contra la pobreza con herramientas teóricas diferentes. El primero, desde la minimización del fenómeno, que es característica y seña de identidad del conservadurismo criollo más profundo; el segundo desde la convicción de que sus recetas contra la pobreza alcanzan o debieran de alcanzar el rango de "política de Estado".

Sobre esto último debo decir que el actual Gobernador de Salta en nada se diferencia del ilustre Luis XIV, fundador del Estado moderno, ya que Salta es probablemente hoy el único lugar del mundo en el que las políticas de Estado son dictadas y ejecutadas por una sola persona, sin consenso con las demás fuerzas políticas y sociales. Entre esto y el l'État, c'est moi que acuñó el augusto monarca absoluto hay pequeñísimos matices de diferencia.

Ambos gobernadores han instrumentalizado la pobreza y la han colocado al servicio de sus apetitos electorales. Ambos han recurrido a políticas asistenciales, clientelares, negatorias de derechos subjetivos, y manejado la cuestión con una gran manga ancha.

El resultado es que en Salta -pese a la prosperidad de unos cuantos negocios privados- el gran público sigue mirando el baile desde el guardapatio, como el gaucho cerrillano que inmortalizó Abel Mónico Saravia.

La explicación de este fenómeno no debe buscarse solo en estas cuestiones que, un poco desordenamente, he dejado expresadas en los párrafos precedentes. La verdadera razón de todo lo que pasa es que nuestros gobernadores han sido y son profundamente cobardes a la hora de plantearse como objetivo de la gestión extender, sin complejos, sin miedos absurdos y en plenitud, los derechos de ciudadanía a nuestros hombres y mujeres más necesitados.

Los enfoques economicistas de la lucha contra la pobreza han demostrado su fracaso, desde cualquier perspectiva ideológica con la que se pretenda mirarlos. Es necesario entonces potenciar los derechos ciudadanos de estas personas que hoy solo son máquinas humanas de votar (analógicas y gratuitas), pero que tienen vedado el acceso al libre asociacionismo, a la participación, a la conformación de partidos políticos con vocación de poder y que están excluidos en su inmensa mayoría de los procesos de decisión pública que les afectan. Permitámosles de una buena vez decidir sobre su futuro, construir sus propios espacios, despojarse de su condición de "objetos" de la política y conquistar la democracia que necesitan para solucionar sus problemas.

Objetivos como estos no se alcanzan a golpe de bolsones ni con tarjetas sociales: se consiguen con humildad y con convicciones democráticas profundas.

Me temo que ni la una ni las otras son cualidades que adornan el espíritu de estos dos egocéntricos señores que hoy cambian golpe por golpe en los medios de comunicación, mientras que unos 650.000 salteños, empobrecidos por causa de su ineficacia, piensan en cosas más importantes y trascendentes, como su futuro y el de sus hijos.

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