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La esquina del horror
Por Tomás Eliaschev - Thursday, Jun. 02, 2011 at 11:00 PM
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Comisaría 23: discriminación, maltrato, torturas y secuestros.

Los tres chicos que denuncian haber sido torturados en la comisaría 23 de Palermo no son los únicos que respiraron tranquilos cuando la subinspectora Natalia María Fernanda Verón fue detenida, luego de estar prófuga 40 días, acusada de aplicar métodos del terrorismo de Estado. El ciudadano boliviano Epifanio Damián Arnez Castillo, quien llegó al país hace dos décadas, también pudo relajarse un poco. Hace dos años sufrió en carne propia la brutalidad del trato policial: fue detenido, golpeado y le mataron a su perro, de raza rottweiler. Pese a sus denuncias, la mujer siguió en su cargo y haciendo de las suyas.

La policía, que tiene 33 años, se escapó el 8 abril pasado, acusada de torturar y detener ilegalmente a tres jóvenes en la madrugada del 20 de julio de 2010, en la palermitana esquina de Gurruchaga y Guatemala. En esa oportunidad, un agente escuchó el estallido de un vidrio de una camioneta estacionada en la calle y pidió refuerzos. Al lugar llegaron dos patrulleros, en uno de los cuales estaba Verón, y los muchachos, dos de 17 años y uno de 16, que estaban en las inmediaciones, fueron detenidos por “tentativa de robo de automotor”. En el trayecto, y en la comisaría, ubicada en Santa Fe y Gurruchaga, los jóvenes –según denunciaron– fueron humillados, golpeados e incluso picaneados con una pistola electrónica, como las que Macri quería imponer en la Metropolitana.

Uno de los chicos tenía pelo largo, pero Verón se lo cortó a la fuerza. “Acá la única que usa colita soy yo”, advirtió la mujer, según relataron las víctimas al juez Mariano Scotto, que procesó en total a nueve policías. La decisión fue ratificada por la sala VI de la Cámara del Crimen. Tanto Verón como Mariano Cerrillo y Juan Raúl Villegas fueron procesados por “tortura reiterada en tres oportunidades”. Otros seis policías de la comisaría están procesados por “apremio ilegal” y “omisión de evitar la comisión de torturas”. Finalmente, el 19 de mayo, Verón fue detenida por efectivos de Asuntos Internos de la Policía Federal. Se había escondido en una casa del country “Los Nuevos Ombúes”, en la localidad de Florencio Varela. Permanece presa en el penal de Ezeiza.

La denuncia fue acompañada por la oficina de Seguridad Urbana de la Defensoría del Pueblo porteña. En ese ámbito se asentó también la denuncia de Arnez Castillo, quien recibió a Veintitrés en su taller mecánico. “Cuando me enteré que Verón estaba prófuga, reviví lo que me pasó el domingo 20 de septiembre de 2009”, contó, acompañado por sus nuevas mascotas. “Fue una pesadilla”, resumió el hombre, que también es electricista. “Esa tarde había ido a hacer un trabajo a domicilio. En Paraguay y Thames se me acabó la nafta y me tomé un taxi para ir a comprar combustible. En el auto quedaron mi rottweiler, Oliver, y una ovejera, Laika. Tardé diez minutos en volver de la estación de servicio. Cuando llegué, había un móvil de la comisaría 23, con la policía Natalia Verón a cargo. Me pidieron los documentos. No los tenía encima, por lo que llamé a mi mujer para que me los trajera. Me dijeron que el auto tenía pedido de captura, que me lo iban a retener, y que mis perros se los iba a llevar la División Perros de la policía”, relató.

Lo que vino después –según Arnez Castillo– es digno de una película de terror. “Les dije que me dejaran sacar los perros del auto, porque no iban a dejar que los sacara nadie más. Ahí nomás me esposaron, me quebraron la mano derecha, me rompieron la campera, me jalaron del pelo y me tiraron al piso. Llegaron más policías y varios me empezaron a golpear. En la esquina había una heladería, donde había gente, pero no entendían qué sucedía”, continuó.

Entre lágrimas, conteniendo la bronca, muestra su dentadura, todavía con señales de la golpiza: “Me patearon en la cara y me bajaron tres dientes. Tenía toda la boca sangrando. Mientras me pegaban, me decían ‘boliviano sucio de mierda’. A la fuerza, me metieron en el móvil. Otros policías trataban de tapar para que la gente no viera. Los perros no paraban de ladrar, porque me estaban golpeando”. Ya en el patrullero, vio cómo dos policías de la División Perros forcejeaban con los canes. “Los sacaron con una soga de ahorque, como una caña de pescar. Yo les rogué que me dejaran a mí. Me siguieron pegando, me decían ‘callate negro de mierda’. A la ovejera la pudieron sacar, pero al rottweiler lo ahorcaron cuando forcejeaban, lo sacaron muerto. Todas las órdenes las daba Verón”, denunció.

Cuando se enteró de que la mujer estaba prófuga, temió por su vida. Todavía resonaban en su cabeza las palabras que ella le profirió. “Te salvaste porque estabas en la esquina y había gente, si hubieras estado en otro lugar te hacíamos boleta”, le dijo la policía, según rememoró. Aunque a Verón le abrieron un sumario y fue denunciada ante el Inadi, siguió en su cargo hasta el caso de los tres adolescentes.

La comisaría 23 tiene antecedentes tenebrosos. El hecho más reciente fue el secuestro extorsivo del ciudadano peruano Lázaro Castillo, a quien tres efectivos de esa dependencia le habrían pedido 20 mil pesos para no inventarle una causa por drogas. Los efectivos policiales están presos a la espera de la condena. Pero esto no es todo: otros tres policías de esa comisaría fueron detenidos luego de robar un supermercado en José C. Paz, en 2006. Y un año antes, cinco chicos en situación de calle fueron encarcelados en los calabozos de la comisaría, pese a ser menores. La dependencia policial también se vio manchada por el caso de Axel Blumberg: Daniel Gravina, ex subcomisario de la 23, es considerado por la querella como responsable del secuestro, aunque resultó absuelto.

Al ciudadano Arnez Castillo, la violencia que sufrió le hizo incrementar su amor por los perros. “Oliver tenía once meses, era un cachorro, era un amor, mi compañero inseparable –evoca emocionado la víctima del maltrato policial–. Y debido a este episodio, quedé muy marcado psicológicamente. Me sentía impotente y quería ayudar a los perros indefensos.” Pero siguió adelante: “Decidí hacer un refugio canino en un terrenito que compré en el Barrio 17 de Noviembre, Lomas de Zamora. Tengo 25 perros: unos que me regalaron y otros que levanté de la calle. Los cuido y alimento, por lo que estoy solicitando donaciones para continuar con el trabajo”. Nadie le devolverá a su fiel mascota, Oliver, pero ahora tiene la satisfacción de que sus denuncias, aunque tarde, fueron escuchadas.

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