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La cuestión judía y el racismo opresor actual
Por (reenvio) Gilad Atzmon - Thursday, Mar. 15, 2012 at 9:06 PM

La razón por la que la larga polémica de años de duración sobre Gilad Atzmon ha generado tal rencor y por qué los conflictos relacionados, como la reciente purga de «antisemitas» de la Campaña de Solidaridad con Palestina, resultaron tan amargos, es debido a que esas mismas razones amenazan con volver a abrir la cuestión judía.

Hubo un momento en el que la cuestión judía era de considerable debate y controversia pública entre los que buscaban ampliar la democracia y la igualdad social y económica. Un ejemplo célebre es el ensayo de Marx La cuestión judía, entre muchos otros.

Por supuesto también era un tema de disputa entre aquéllos que tenían objetivos opuestos. Pero desde la Segunda Guerra Mundial la cuestión judía no se ha explorado tanto como antes. Es como si el genocidio nazi hubiera puesto su sello sobre ella y la hubiese convertido en una de esas cuestiones sobre las que ya que se ha «decidido», a pesar de las controversias en torno a Israel que a menudo entrañan mayores debates, pero que en última instancia se decidió que se restringiera a la región de Oriente Medio. Pero ahora, ante el declive de la autoridad moral de Israel, la amenaza que representa para la paz mundial y fundamentalmente por la naturaleza de su apoyo en todo el mundo, es probable que debamos volver a abordar la cuestión judía.

Una reapertura no es algo que se pueda hacer a la ligera. La naturaleza del pueblo judío y su papel histórico se entrelazan con algunos de los acontecimientos de barbarie más trágicos de la historia humana. Contiene una serie de paradojas y sutilezas, es complejo y no es fácil de analizar. También ha sufrido cambios importantes, sin duda fundamentales desde la Segunda Guerra Mundial, que principalmente se han analizado hasta ahora casi exclusivamente a través del estrecho prisma de Israel y el sionismo.

Se ha tendido a hacer una división de las formas en que los socialistas y los progresistas, en tanto que pensadores políticos, la han considerado. Las cuestiones que involucran a Israel se han puesto bajo la rúbrica de «colonialismo» e imperialismo mientras que los países avanzados han tendido a considerar a las comunidades judías como una más de las diferentes comunidades de minorías étnicas objetivos potenciales de la discriminación racial y el extremismo de derecha. Sin embargo la división de la cuestión judía en dos compartimentos diferentes ha sido menoscabada objetivamente por el auge paulatino, en los tres últimos decenios, de las agresivas y poderosas organizaciones judías pro israelíes, particularmente en los Estados Unidos y también en Europa occidental. Esto concentró un poder considerable. Los políticos hacen lo imposible para apaciguarlos, aún cuando la base electoral formal que representan es en realidad bastante más pequeña, sin excepción, en todos estos países.

Cuando los oprimidos se convierten en los opresores

Cualquier examen objetivo de la situación solo puede llevar a la conclusión de que, en los países capitalistas avanzados, la opresión de los judíos ya no existe. Ningún gobierno ni ningún partido seriamente opositor de cualquier parte del mundo capitalista avanzado propaga alguna forma de hostilidad hacia los judíos, y esto ya no ocurre desde hace mucho tiempo. Al contrario, es una insignia de honor en la política burguesa de hoy estar con vehemencia a favor de Israel y denunciar cualquier crítica de la izquierda como «antisemita».

En los Estados Unidos, la hegemonía de los partidarios de Israel que se ejerce por medio de organizaciones es muy fuerte. Es extremadamente difícil para cualquier político crítico de los crímenes más atroces de Israel contra los palestinos mantener una carrera en los principales partidos capitalistas. Aquéllos que hacen tales críticas se enfrentan, si tienen suerte, a intentos organizados, y por lo general exitosos, de obligarlos a postrarse a modo de disculpa. Si no tienen suerte, los desbancan por completo. Las administraciones de los dos partidos principales de EE.UU. ocupan muchos de sus puestos con rabiosos líderes sionistas, desde Rahm Emmanuel como jefe de la Casa Blanca con Obama hasta los neoconservadores del «Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense »: el sionista estadounidense que era la fuerza motriz de la guerra de Irak bajo la administración Bush.

En el Reino Unido tenemos un Partido Laborista que durante su gobierno llevó a cabo una vehemente agenda a favor de Israel con Blair, su enviado especial a Oriente Medio, y su jefe de recaudación de fondos, Lord Michael Levy, también conocido como «Señor Cajero», un estridente sionista. El laborismo apoyó el sangriento ataque de Israel a Líbano en 2006 -rechazando las habituales exigencias de alto el fuego de manera circunspecta-. Israel bombardeó a muerte, aterrorizó a los civiles y destruyó la infraestructura, pero fracasó en derrotar a los combatientes de Hizbulá y por lo tanto fracasaron sus objetivos de la guerra.

El gobierno de Brown se retorcía las manos patéticamente durante la carnicería desatada unilateralmente que se abatió sobre los palestinos de Gaza en 2009, en la denominada «Operación Plomo Fundido». Mark Thompson, su elegido sionista designado como Director General de la BBC prohibió un anuncio del Comité de Emergencia para Desastres para recaudar fondos de ayuda humanitaria para los civiles palestinos. De esa manera la BBC aprobaba la carnicería de Israel.

En las bases del Partido Laborista hay una considerable inquietud y rabia por los crímenes israelíes; en cierta medida se reflejan en los cambios de sindicatos como el TUC, que apoya el boicot a Israel, así como muchos otros sindicatos. Ha habido una especie de crecimiento de los Amigos Laboristas de Palestina como un pálido reflejo de este cambio en los sindicatos. Es muy dudoso el cambio cuando las influencias neoliberales pro israelíes, como Blair y Brown, todavía son muy pesadas.

Luego está el gobierno actual. Antes de las elecciones de 2010, los demócratas liberales eran los que menos influencia sionista tenían de los tres partidos principales de Gran Bretaña. Al unirse a los conservadores en el gobierno se han vuelto poco menos que invisibles (como en tantas otras cosas). Pero el 80% de los diputados conservadores son los patrocinadores de los Amigos Conservadores de Israel. El significado de esto está claro como el cristal para cualquiera que tenga ojos. Este es el mismo partido conservador que apoyó el régimen de Smith de supremacía blanca que gobernó «Rhodesia» hasta que se hizo insostenible continuar más tiempo; el mismo que apoyó totalmente el apartheid en Sudáfrica y cuyos líderes juveniles llevaban insignias con la exigencia «Hang Nelson Mandela» (colgad a Nelson Mandela, N. de T.)

La similitud de esta política con el actual enamoramiento británico de Israel es notable. Así como la estrecha relación con Israel de las fuerzas más derechistas, desde la pro sionista English Defence League and «British Freedom Party» (Liga Inglesa de Defensa y el partido Liberal Británico, N. de T.), en la actualidad aliada con el Jewish Defence League (israelíes fascistas seguidores de Meir Kahane), hasta el BNP , que adoptó a Israel y en los últimos años llegó a seleccionar a los candidatos judíos para puestos municipales . Este apoyo a Israel del imperialismo tradicional, la derecha racista -y la extrema derecha- dice mucho del papel real de la agitación pro israelí actual. En la actualidad el apoya a Israel cada vez es más una señal de racismo y xenofobia. Como en el pasado lo fue el apoyo a la blanca «Rhodesia» y a la Sudáfrica del apartheid.

Racismo «antirracista»

Aunque en el nuevo entorno donde las creencias racistas están ampliamente desacreditadas y los abusos racistas, ya sean individuales o colectivos, se han vuelto inaceptables, hay una gran diferencia en la forma en que se articula este apoyo a la tiranía racista. La única manera de que la larga represión al pueblo palestino –un proyecto político racista similar en cuanto a su grado y en estrecha relación, aunque no idéntica, con la opresión de los negros sudafricanos por parte del régimen del apartheid antes de 1989- pueda obtener una legitimidad ideológica para la derecha racista son las falaces acusaciones de racismo contra las víctimas de Israel y sus simpatizantes.

La razón oficial del partido Tory, el BNP, el EDL, todos caminando hacia el miserable Nuevo Laborismo neoconservador, para no negar su apoyo al racista apartheid israelí es su relato de que el auténtico problema es el presunto racismo de los árabes. Las mendaces acusaciones de antisemitismo se han convertido en la principal táctica de los reaccionarios burgueses, porque ellos mismos son ideológicamente racistas al excusar la opresión racista sobre el pueblo palestino. Esta mentira tiene dos ventajas desde el punto de vista de quienes la propagan. Una es que les proporciona una coartada para el racismo. Y la otra que la difusión masiva de las falsas acusaciones de racismo propaga el cinismo del racismo, creando una percepción popular de que toda forma y cada una en sí misma de oposición al racismo solo es un juego fraudulento. Así, una vez más, se beneficia a los «antirracistas» mentirosos que siguen una agenda racista.

Las raíces del racismo…

Para cortar el absurdo es necesario señalar algunos hechos básicos. Uno de ellos es que la esencia del racismo no es solo ideas malas en la cabeza de la gente. No es la hostilidad hacia «otros» por su propio bien, no es irracional. Tampoco es la situación en la que las personas que están en el extremo receptor de la opresión racial sistemática hayan llegado a odiar o estereotipen a sus represores. Esto puede ser lamentable y contraproducente, pero no es racismo. El racismo es un arma ideológica para justificar la opresión sistemática de pueblos enteros. Si no es eso, es un sinsentido Si no hay una relación de opresión sistemática se convierte en una quimera, un objeto de sátira, igual que los variados bocetos estúpidos de algunos programas cómicos donde las personas de cabello rojizo se quejan de que son víctimas de discriminación.

En este sentido el racismo es un producto del capitalismo, que es la primera sociedad de la historia de la humanidad que ha creado una forma de Estado en torno al concepto de nación en el que se llevó a cabo una homogeneización parcial de la población alrededor de un idioma único (por lo general) estandarizado y de una identidad «nacional» que en la mayoría de los casos se originaron por medio de la identificación con un determinado grupo étnico, incluso si posteriormente se amplió. No solo se creó esa forma de Estado, respaldada por un sistema que generó un dinamismo económico sin precedentes y un crecimiento autosostenido, sino que además se utiliza ese poder para esclavizar a las poblaciones completas de continentes distantes, una vez más en una escala que ni la más poderosa clase dominante precapitalista pudo haber soñado.

Al mismo tiempo que hizo esto, dio a luz conceptos como «derechos humanos», «Libertad, Igualdad, Fraternidad» y otros valores supuestamente universales. La contradicción entre esto y la manera en que trató a los pueblos que esclavizaba solo podía resolverse mediante la creación de ideologías que demonizaran a las víctimas del imperialismo capitalista, que de alguna forma las retratase como indignas de esos derechos. La máxima expresión de lo antedicho fue el racismo pseudocientífico, que postula algún tipo de diferencia biológica entre las «razas» según las cuales algunos grupos «raciales» son lo suficientemente distintos en términos genéticos para considerarlos cualitativamente inferiores a las razas dominantes, que los definen como «subespecies».

Esa fue la forma más consistente de la ideología racista y encontró su máxima expresión en las teorías racistas del fascismo alemán. Los judíos no encajaban fácilmente en este esquema, ya que en general no eran un pueblo colonizado o una población de esclavos, pero sí constituían una minoría religiosa eventualmente perseguida, especialmente en la Europa cristiana. Como tal minoría los judíos fueron reducidos, a través de la exclusión de otros campos de la actividad económica, a un papel característico de los practicantes de una religión «foránea», como banqueros y usureros, y más tarde al servicio de los reyes y la aristocracia de la época medieval temprana. Como explicó Abram León en su importante libro La cuestión judía, un análisis marxista, los judíos eran los restos de un pueblo-clase y su resistencia a la asimilación y la mayoría de sus persecuciones en la época medieval fueron el resultado de su papel económico.

...y las raíces del genocidio

Con el surgimiento del capitalismo en Occidente, el papel económico de los judíos se volvió obsoleto. Muchos emigraron al este de Europa y a Rusia después de que fueron perseguidos y expulsados de sus tradicionales nichos feudales de la economía occidental por una nueva burguesía financiera. Después de un período de varios siglos de nuevo estuvieron en condiciones de prosperar, más como comerciantes que como operadores financieros, hasta que el siglo XIX trajo consigo la decadencia del feudalismo también en el este. Expulsados otra vez de sus nichos económicos, los judíos fueron considerados un excedente, población extra njera, y de nuevo los sometieron a persecución, dando lugar a nuevas migraciones de muchos de ellos, en esta ocasión de regreso a Europa Occidental, así como a América del Norte, y a un existencia precaria para aquellos que se quedaron. Los que no encontraron su camino en las burguesías emergentes -un estrato lo hizo en los Estados Unidos en particular- se convirtieron en gran medida en una población de proletarios y pobres y en objetivos de una nueva forma de odio que se basó en el tipo de concepciones racistas utilizadas por primera vez para justificar la esclavitud.

El estrato de los oprimidos del proletariado judío jugó un papel importante en la socialdemocracia previa a la Primera Guerra Mundial y más tarde en el temprano movimiento comunista. Radicalizados por su doble opresión, explotados como trabajadores y blancos de ataques racistas por su origen judío, a pesar de que en muchos casos abandonaron los sentimientos nacionales por completo y pasaron a ser reconocidos por su ferviente internacionalismo. Esto es lo que los reaccionarios usaron más que cualquier otra cosa, el mote de «judaísmo internacional», como si el internacionalismo fuera una especie de maldición. De Hitler a Stalin los peores monstruos del siglo XX despotricaron contra el «bolchevismo judío» y el «cosmopolitismo desarraigado» respectivamente. Hitler en particular intentó exterminar a esta capa social sin piedad.

En la URSS de Stalin no fueron exterminados, pero sí sometidos a persecución y a ejecuciones arbitrarias con base en la percepción de simpatías políticas y no en las características «raciales» per se. Esa fue la diferencia en esta cuestión entre los regímenes de Hitler y Stalin, en cuanto que los estalinistas, temerosos del espíritu internacionalista de los trabajadores judíos, no utilizaron el racismo basado en las características «raciales» y en lugar del exterminio masivo utilizaron una mezcla de cooperación, cooptación, corrupción, represión y asesinatos arbitrarios para destruir moral y físicamente, cuando era necesario, a este segmento de población.

El resultado de esto, sin embargo, es que esta importante capa oprimida de proletarios de las comunidades judías, cuya existencia y luchas fueron fundamentales en la definición de pueblo oprimido anterior a la Segunda Guerra Mundial, dejó de existir. Esta destrucción es de suma importancia en el análisis de la cuestión judía actual y el papel de las comunidades judías de hoy, a diferencia de lo que fueron casi tres cuartos de siglo atrás en el orden mundial. ¿Cómo debe considerarse el pueblo (o pueblos) judío de hoy, a diferencia del que existía entonces? ¿Están en las filas de los oprimidos o se encuentran entre los pueblos opresores del mundo? ¿O hay una posición más variada que soslaya cualquiera de esos dos polos necesarios? Al examinar esto es necesario tener en cuenta el destino de aquéllos que sobrevivieron o se las ingeniaron para evitar los terribles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial.

Los judíos desde el genocidio

En primer lugar estaban los grupos relativamente pequeños de pioneros sionistas que emigraron a Palestina desde Europa y Estados Unidos antes de los tumultuosos acontecimientos de la década de 1930. No es necesario decir mucho sobre ellos, ya que en realidad eran una pequeña minoría bastante aislada que pudo tener cierto grado de influencia financiera y política, pero eran pocos y con escaso apoyo de masas. Tanto es así que es muy probable que su proyecto se hubiera desvanecido de no ser por el ascenso al poder de Hitler en Alemania y la masacre resultante de millones de judíos en Europa. Esto, y solo esto, les proporcionó los refuerzos necesarios de los cientos de miles de refugiados desesperados que sobrevivieron a los asesinatos de judíos en el este y el centro de Europa.

Esta población desesperada, fácil de manipular, era indispensable en su programa de creación de un Estado judío en un país de mayoría árabe como Palestina. Sin ese grupo demográfico habría sido una tarea imposible. Sin un acontecimiento tan terrible como el genocidio nazi no habría habido forma de que varios cientos de miles de judíos abandonaran sus hogares en Europa de forma voluntaria y emigraran a Oriente Medio.

Luego están los judíos que emigraron a los Estados Unidos. Actualmente hay aproximadamente 6,5 millones de judíos en los EE.UU., en torno al 2% de la población. Estos tienen una larga historia que se remonta a los primeros días de la república americana. Sin embargo las grandes olas de emigración de los siglos XIX y XX y una afluencia limitada después de la Segunda Guerra Mundial incrementaron esa población hasta el punto de que se convirtió, y sigue siéndolo, en la mayor población judía del mundo, superior a la de Israel.

Para su vergüenza, los EE.UU. restringieron severamente la inmigración judía entre las dos guerras de una manera explícitamente racista, deliberadamente calculada para excluir, entre otros, a los judíos. Estas consideraciones no se atenuaron ni siquiera durante el genocidio nazi. Más aún, influyentes personalidades sionistas se movilizaron contra las medidas para que los judíos que huían de los nazis no encontraran refugio en lugares como Gran Bretaña y EE.UU., para persuadirlos de que fueran a Palestina y no se quedasen en esos países. Estas acciones fueron exitosas.

Los judíos han sido objeto de ataques antisemitas también en los EE.UU., aunque en menor medida que en Europa. El renacimiento del Ku Klux Klan en 1913 fue catalizada en parte por el linchamiento de un maestro judío, Leo Frank, en Atlanta, Georgia, después de un caso de asesinato muy dudoso. Se convirtió en un movimiento de masas en la década de 1920 y fue fuertemente antisemita, aunque se desintegró, más o menos, en la década de 1930. En esa misma década había ecos del antisemitismo europeo; demagogos como el filonazi padre Coughlin se propagaron por las ondas radiales. Pero esto se vio limitado por la lógica del desarrollo del imperialismo de EE.UU., que lo colocaba en una misma línea con la Alemania de Hitler en lo que era en última instancia una lucha por la dominación del mundo.

Los elementos de antisemitismo también fueron visibles en cierta en la era de McCarthy, sobre todo en la ejecución de los Rosenberg por espiar para Rusia en la década de 1950. De hecho en esa década, a diferencia de hoy, el genocidio nazi hacía fruncir el ceño a las personas, y los que hacían una cuestión de eso eran considerados sospechosos, como si fueran «prematuros antifascistas». Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los EE.UU. necesitaron la ayuda de los exnazis en una variedad de campos importantes, entre ellos nada menos que en el desarrollo de su arsenal nuclear. De manera que se tendía a minimizar los crímenes de los nazis.

Pero este período fue muy corto. El ascenso gradual de Israel y su alianza estratégica con los EEUU en Oriente Medio se selló finalmente en la Guerra de los Seis Días en 1967 y fue el último clavo del ataúd de cualquier posibilidad de empujar a los judíos a una subordinación u opresión en los EE.UU. También se podría añadir, entre paréntesis, que esto también es cierto en el Reino Unido donde, sin embargo, la población judía es relativamente mucho menor que en los EE.UU., el 0,5% frente al 2%.

En la mayoría de los asuntos, los judíos de los Estados Unidos tendieron a ser socialmente liberales. Mantuvieron regularmente un apoyo mayoritario al Partido Demócrata desde los tiempos del New Deal con ligeras variaciones. Los judíos desempeñaron un papel importante en el movimiento de derechos civiles de los negros, contra la segregación de Jim Crow. Al principio de la posguerra, la condición del pueblo judío en los Estados Unidos no fue, sin duda, más ventajosa que las de otras minorías no negras fuera de los WASP (blanco anglosajón protestante), el grupo dominante.

Cambio de suerte

Pero mientras que el capitalismo estadounidense ha experimentado un crecimiento considerable en las últimas décadas, y también ha sufrido una disminución relativa de su influencia económica mundial, la suerte de la población judía ha mejorado drásticamente. Ahora, sin duda, los judíos son el grupo minoritario de mayor éxito en los EE.UU.-en términos per cápita-, en ingresos, educación y poder económico relativo. Según la fuente israelí YnetNews los judíos constituyen «más del 20 por ciento de la lista Forbes 400», la relación de las personas más ricas de los Estados Unidos -no está mal para un 2% de la población-. Esto contrasta con la población negra, que todavía tiene un bajo nivel de representación. Este nivel de integración económica en la clase dominante más poderosa del mundo significa que los judíos no pueden considerarse en los Estados Unidos una población excluida ni oprimida.

Los EE.UU. también tienden a establecer el punto de referencia del resto del mundo capitalista avanzado, de manera que pequeñas poblaciones judías en países como el Reino Unido experimentan un estado similar, aun cuando son menos numerosos y por lo tanto poseen un poder relativamente menor. Siguen siendo perfectamente respetables, como lo demuestra el discurso burgués normal, que se refiere puntualmente a Occidente como «la civilización judeo-cristiana». Hubo un tiempo, y no hace mucho, que el Occidente «cristiano» no era tan inclusivo.

Así que los judíos de hoy no son un pueblo oprimido. ¿Qué son entonces? ¿Son un pueblo opresor?

No. Fuera de Israel, no. Sobre todo en los Estados Unidos (con algunas excepciones) forman parte de la América blanca, pero también son una parte que por lo general ha tenido un récord honorable de aproximación a la población estadounidense negra. La participación judía en el movimiento por los derechos civiles fue considerable.

Si embargo esto no ha sido siempre completamente puro. Una mancha importante, relativamente reciente en esta era, fue la alcaldía de Edward Koch en Nueva York, en las décadas de 1970 y 80, que siendo un alcalde judío elegido con una considerable base electoral judía, se hizo famoso por políticas racistas abusivas hacia la población negra, logró provocar algunas tensiones muy serias entre negros y judíos y tuvo algunas respuestas antisemitas. Pero esto es bastante excepcional. Koch era un inconformista que buscaba representación, unas veces como demócrata y otras como republicano, y no es típico de la política judía en Estados Unidos, que tiende a ser bastante liberal.

De vez en cuando se oye, derivada del conflicto de Oriente Medio, la opinión de que de alguna forma los judíos oprimen a los estadounidenses comunes y corrientes y son dominantes en sus demandas. Esta acusación particular se plantea a veces equivocadamente por los partidarios de los palestinos en busca de aliados, así como por los restos de la vieja derecha antisemita. Es un sinsentido paranoico. Los judíos son un pequeño porcentaje de la población de los EE.UU. y no son ni remotamente capaces de eso. Esta alegación en realidad es un vestigio del viejo antisemitismo, pero es irrelevante e impotente hoy. El sentimiento principal de respetabilidad hacia los judíos en los EE.UU. y Occidente en general no se va a revertir salvo que ocurra alguna catástrofe totalmente descabellada.

La opresión a distancia

En Israel los judíos son claramente un pueblo opresor. No hay manera de librarse de esto. Los judíos viven en la tierra arrebatada a los árabes por la fuerza; implementan leyes racistas de ciudadanía y de propiedad de la tierra, y la mayoría de la población árabe palestina de lo que ahora es Israel se ha visto forzada al exilio. No solo eso, las leyes israelíes extienden el derecho a la ciudadanía israelí a todos los judíos que se ajusten a la definición de tales y viven en cualquier parte del mundo, aunque nunca hayan vuelto su mirada hacia ese lugar, mientras privan a cientos de miles de refugiados árabes que nacieron allí -o sus padres- incluso del derecho a entrar en su patria. Hay pocos ejemplos más claros de un pueblo que oprime a otro.

Esta ley de ciudadanía y la existencia de grupos judíos de presión muy fuertes y poderosos, en particular en los Estados Unidos y en cierta medida en Europa, que ejercen una gran presión en la política de los EE.UU. y sus aliados pro israelíes, hasta el punto de ser indulgentes, dan otra dimensión a la cuestión de si los judíos fuera de Israel actúan como un pueblo opresor.

Hay organizaciones judías como el AIPAC y otras de una calaña similar en los EE.UU. y en otros lugares; los esfuerzos de cabildeo de prominentes y poderosos judíos -individual y colectivamente- en los partidos políticos establecidos en los países occidentales (no solo en los Estados Unidos), y el mecanismo de la «Ley de retorno israelí» que internacionaliza en efecto (parcialmente) la ciudadanía israelí basándose en la etnia, todas estas cosas tienen una importancia crucial en la caracterización de los judíos de hoy.

Todas ellas suman un punto importante. Aunque está claro que el pueblo palestino está directamente oprimido por el «etnocrático» Estado judío de Israel que los ha privado de su patria, también están oprimidos, aunque de forma menos directa, por el mecanismo de la Ley del Retorno y los esfuerzos de las organizaciones judías de cabildeo de los Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental. Es decir, mientras los judíos estadounidenses y los judíos británicos no son opresores en esos países, en una dimensión internacional actúan como opresores de los palestinos, aunque sea a distancia o por delegación.

Una ecuación falsa

Este es un punto teórico crucial para aclarar por qué la hostilidad hacia los judíos no se limita a Oriente Medio en las actuales circunstancias y por qué la crítica, e incluso las expresiones de odio, por parte de los estadounidenses y británicos que apoyan a los palestinos y sus simpatizantes, motivados por la cuestión palestina, no puede equipararse al antisemitismo del pasado, aunque en algunos casos, como con Hamás, por desgracia se recuperan aquellos viejos sentimientos.

Mientras que el antisemitismo de antes de la guerra fue impulsado en parte por una forma de demagogia de clase, utilizando la sobrerrepresentación de los judíos en los negocios y en las finanzas en particular (que muy probablemente es producto de una cultura unilateral y un residuo del pasado de los judíos como pueblo de las finanzas), lo que realmente dio al antisemitismo anterior a la guerra su carácter psicótico era el temor reactivo a los judíos como portadores de la revolución y subversión del statu quo. Esa ilusión en particular ha sido completamente destruida por el exterminio de proletarios revolucionarios judíos que hicieron los nazis y por el sionismo, que con sus acciones asocia a los judíos con la reacción y no con la revolución. La diferencia fundamental es que el antisemitismo de antes de la guerra era odio de los represores a un pueblo oprimido, mientras que en las muy distintas circunstancias actuales, es el odio del represor a los oprimidos.

Ese odio sigue estando mal visto por los socialistas e internacionalistas, aunque el contenido y contexto moral y político con muy diferentes del odio de un pueblo oprimido a un pueblo que le oprime. Es el producto de la desesperación y la impotencia para hacer frente a un enemigo poderoso e infatigable que lleva ya seis decenios y medio. La demonización de los palestinos como racistas que hace el sionismo como excusa de sus crímenes ha generado su propia antítesis, ya que no solo muchos palestinos, sino también algunos simpatizantes judíos, ahora sospechan o incluso afirman sin rodeos que todo lo que Israel utiliza para justificar su existencia, incluyendo el propio genocidio nazi, es una mentira racista.

Los socialistas tienen, o deberían tener, diferentes formas de menoscabar los odios mal dirigidos generados por los oprimidos hacia los opresores. Diferente cuando el odio es al revés. Tenemos que recordar que en este momento el movimiento sindical internacional está políticamente desarmado y apenas en condiciones de hacer algo efectivo para cambiar el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio. Tenemos que ofrecer la solidaridad y la fraternidad a través del debate y la colaboración para traer el tipo de cambio que puede trascender la desesperación que produce esta situación.

Cualquier persona que equipara estos tipos de antipatía tan diferentes está jugando un papel reaccionario, está actuando como un machista, y consciente o inconscientemente actúa como un agente de la opresión de los palestinos en el mundo actual, que es muy diferente de los días de Hitler y del antisemitismo clásico.

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

Fuente original: http://www.gilad.co.uk/writings/the-jewish-question-and-racial-oppression-today.html#entry15150526

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