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Sobre bárbaros y civilizados
Por Fuente: Juan Manuel Salgado - Monday, Oct. 29, 2012 at 8:32 PM

En Bariloche, como en muchos lugares, un reclamo de subsidios por desocupación originó una protesta ante la inacción oficial. Lo original fue que los manifestantes canalizaron su impaciencia tratando de derribar la estatua de Roca, cuestionada desde hace décadas por organizaciones indígenas y de derechos humanos.

El profesor Luis Alberto Romero comentó el hecho con desagrado en una nota de este diario. Sostuvo que esas personas eran intolerantes y hubieran sido consideradas "bárbaros" por el prestigioso historiador Eric Hobsbawm, recientemente fallecido.

Aunque siempre es arriesgado hacer hablar a los muertos, creo que ese calificativo mejor habría sido utilizado por Sarmiento de haber tenido ocasión. Su dicotomía "civilización o barbarie" fue la herramienta conceptual esgrimida por la minoría europeizante a la que él y Roca pertenecían, para construir un país satélite de la expansión imperial inglesa. Lo "bárbaro" era lo americano, el pobre, el gaucho y sobre todo el indígena. Arturo Jauretche dijo que esa dicotomía era "la madre de las zonceras" y que su lógica operaba subyacente a todo pensamiento colonialista.

Hobsbawm hubiera estado más cerca de don Arturo que de Sarmiento. En "La era del capital" se refirió a la guerra del Paraguay, constitutiva de Roca y de su ejército, como una de las grandes matanzas del siglo. Dijo que esa guerra, originada en la expansión capitalista, integró "la cuenca del Río de la Plata a la economía mundial británica" (una observación que nuestros historiadores oficiales soslayan). En "La era del imperio" señaló que la clase dominante argentina, asumiéndose como parte de esa corriente imperial, se embarcó luego en la creación de una sociedad blanca occidental en suelo americano. Hobsbawm llamó "arionización" a esa política racial, utilizando un término de desgraciadas resonancias.

Este proyecto de hegemonía "aria" y expansión imperial explica la denominada "conquista del desierto". El profesor Romero, con cierta benevolencia, sostiene que esa campaña militar debe ser comprendida en el espíritu de su época y de acuerdo a los parámetros de la política de entonces, lo que obsta a una acerba crítica que desde luego él no comparte.

Puede disentirse con su opinión. Lo han hecho Osvaldo Bayer y la nueva generación de investigadores como Diana Lenton, Walter Delrio, Morita Carrasco, Enrique Masés y Marcelo Valko, quienes han exhibido que los fusilamientos en masa, la disposición de contingentes indígenas en trabajo servil y el reparto de mujeres y niños para servicio doméstico, entre otros hechos horrendos, fueron públicamente cuestionados en su época. Agregaría que la Corte de Justicia de la ONU determinó que para el derecho internacional de 1870 los territorios de pueblos nómades no eran "tierras sin dueño" con derecho a ser ocupadas por los estados (caso "Sahara Occidental", 1975).

Sin embargo prefiero centrarme en los aspectos actuales de la polémica sobre Roca. Una razón es que el debate político no puede ser confinado al ámbito de los especialistas académicos. Otro motivo, nada desdeñable, es que al ubicarnos en el presente podemos encontrar coincidencias con el profesor Romero cuando dice con acierto: "Si el Estado argentino hiciera esto hoy sería condenado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se invocarían con razón los tratados internacionales y Roca sería acusado ante el Tribunal de la Haya".

Este honesto reconocimiento es decisivo para comprender lo sucedido en Bariloche. El monumento a Roca en el centro de una de las ciudades de mayor población indígena expresa la voluntad oficial de mantener la estructura de poder, con sus beneficiarios y víctimas, establecida hace poco más de un siglo por medios que actualmente juzgamos ilegítimos. El trasfondo político y social es el mismo que explica que el centenario de esa "conquista" fuera conmemorado fastuosamente por la dictadura militar, que así legitimaba sus crímenes.

Por eso los desocupados de Bariloche intuyen en la estatua un símbolo de esa "supremacía blanca" que perpetúa su exclusión.

Es la Argentina oficial, empeñada en rescatar como héroe a quien hoy sería juzgado por crímenes de lesa humanidad, la que revive una intolerancia que debería desterrarse.

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