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¿Es nuestra educación Nazi?
Por Carlos de Urabá - Sunday, Jan. 12, 2014 at 8:11 PM
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Si analizamos los programas pedagógicos instituidos en América Latina nos daremos cuenta que se inclinaban por incentivar en los alumnos el espíritu castrense, el amor por las armas y los principios sagrados de la obediencia y respeto a la jerarquía.

¿Es nuestra educació...
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La época dorada del fascismo italiano y alemán contó con gran admiración por parte de los gobernantes, políticos, intelectuales en América Latina. Benito Mussolini “el duce” o el fuhrer Adolf Hitler eran considerados grandes estadistas que guiaban a sus pueblos por la senda del desarrollo y el progreso. Sobre todo Adolf Hitler despertó muchas pasiones entre la sociedad criolla burguesa por su carismática personalidad, el poder de su oratoria y su carácter autoritario. Aunque quizás lo que más les impresionaba era su don de mando pues con tan sólo un simple gesto ponía firmes a todo su ejército.

Sin duda alguna nuestros países subdesarrollados necesitaban copiar las “virtudes” de la disciplina germánica, es decir, la brutalidad, la agresividad, y la mano dura. Sí, esa disciplina de la que hacían gala los soldados arios en las paradas militares con sus elegantes uniformes marcando el paso milimétricamente sincronizados. Una espectacular puesta en escena que deslumbraba a las masas con toda la parafernalia de estandartes, banderas, escudos y el rugido de las bandas de guerra.

Alemania había resucitado de la derrota en la Primera Guerra Mundial gracias al sacrificio y entrega de un pueblo que obedecía con fe ciega las consignas del nacional-socialismo. Adolf Hitler les devolvió el orgullo perdido y los convirtió en una potencia militar, industrial y tecnológica a nivel planetario.

La educación fue uno de los principales pilares del nazismo. Había que adoctrinar a los cachorros, a los súbditos del III Reich inculcándoles el odio a las razas inferiores y sublimando la superioridad aria. De las Juventudes Hitlerianas salieron los mejores combatientes cuyo objetivo no era otro que conquistar el mundo en el nombre de su “amado fuhrer”

Si analizamos los programas pedagógicos instituidos en América Latina nos daremos cuenta que se inclinaban por incentivar en los alumnos el espíritu castrense, el amor por las armas y los principios sagrados de la obediencia y respeto a la jerarquía. –video http://youtu.be/0AeNngG-yhc

En las escuelas y colegios, institutos y centros de enseñanza pública o privada se estimula la formación militar, la preparación física, y se dicta cátedra sobre el arte de la guerra, las tácticas de destrucción y aniquilamiento del enemigo. Esos niños inocentes debían madurar y convertirse en unos hombres valientes y tenaces preparados, si es preciso, para entregar la vida por la patria.

En las academias militares se seleccionaban a los más fuertes, a los de mayor abolengo, mejor dicho, a los hijos de la alta sociedad para ocupar los puestos de mando. Mientras la plebe debía acatar las órdenes de sus superiores y aceptar los designios divinos que les reservaba el papel de carne de cañón en el campo de batalla.

El ejército es el que ejerce la tutela de nuestras instituciones y la vida ciudadana, además de ser los garantes de la libertad y el orden. En el fondo su verdadera misión es la de brindarle seguridad y protección a los intereses de la pequeña burguesía, los terratenientes y oligarcas. Porque las fuerzas armadas deben estar siempre alertas para reprimir cualquier conato de rebeldía por parte de las clases populares.

Los maestros y profesores aplicaban el método más práctico de enseñanza: los castigos y el escarmiento pues se trataba de forjar los mejores soldados, los más fieros leones. Suenan los clarines y atención ¡firmes!, y el cachiporrero va marcando el paso con su bastón de mando; con marcialidad la compañía desfila altiva siguiendo el ritmo de los himnos épicos interpretados por la banda de guerra. ¡magnífico! ¡excelente! ¡magistral!

Nuestros padres al ver sus hijos convertidos en Napoleón o Alejandro Magno aplaudían emocionados. Y nosotros sin perder la compostura poniendo cara de doberman marcábamos el paso de la oca que arrancaba los más atronadores aplausos. Todos uniformados con esos trajes de bufones como si fuéramos soldaditos de plomo víctimas de la más descarada manipulación en esta burda parodia bendecida por las autoridades civiles, eclesiásticas y militares.

Luego los muy hipócritas nos hablaban de la paz, esa palomita blanca de la paz que se lanza a los cuatro vientos en señal de amor fraterno. Pero incomprensiblemente recibíamos de regalo pistolas y ametralladoras de plástico “made in china” para que jugáramos a matar a nuestros amiguitos. Hoy todo es más sofisticado pues con los video juegos o la Play Station podemos alcanzar la perfección y salir graduados como los mejores sicarios.

En general en los países latinoamericanos ese tipo de educación guerrerista se ha mantenido vigente hasta nuestros días. El fascismo ha triunfado conquistando lo más profundo de nuestra alma, ha poseído nuestro inconsciente con esa mezcla explosiva de catolicismo y militarismo que nos ha dejado unos tremendos traumas esquizoides y paranoicos casi incurables.

Y lo increíble del caso es que nos han inyectado el odio hacia nuestros propios hermanos a los que llamamos de enemigos. Un enfrentamiento fratricida creado expresamente por el imperialismo para separarnos y someternos. Ni hablar de educación para la paz, de antimilitarismo, insumisión, objeción de conciencia o de derechos humanos. Eso de contradecir los valores que nos han inculcado nuestros mayores y poner en tela de juicio los más sagrados principios será considerado una traición a la patria. El amor o la ternura es una debilidad propia de homosexuales. Los machos pertenecen a una raza indómita que no se acobarda y siempre está lista para asumir los más altos sacrificios por el bien de la patria. “las armas más crueles resultan humanitarias si consiguen provocar una victoria” -Adolf Hitler.

Carlos de Urabá 2014
Amman-Jordania

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