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Reflexiones sobre la acción y el discurso antropológico
Por Lic. Paulina Buscarone - Tuesday, Jan. 28, 2014 at 1:46 AM
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Rodolfo Kusch dice que “Un diálogo es ante todo un problema de interculturalidad.” Porque hay una distancia física y retórica que separa a los interlocutores fundada en “una diferencia de cultivo, …, o sea, …, en el modo cultural que se ha encarnado en cada uno.”

Rodolfo Kusch dice que “Un diálogo es ante todo un problema de interculturalidad.” Porque hay una distancia física y retórica que separa a los interlocutores fundada en “una diferencia de cultivo, …, o sea, …, en el modo cultural que se ha encarnado en cada uno.” Entendiendo este “modo cultural” como “no sólo el acervo espiritual que el grupo brinda a cada uno, sino además es el baluarte simbólico en el cual uno se refugia para defender la significación de su existencia.”

Este año me tocó volver a Takuapí, en Misiones, después de varios años de distancia. Y la experiencia de este viaje dejó un sinfín de ideas revolucionadas dentro mío.
Mi distancia de los espacios académicos es cada vez mayor, y en este viaje pude sentir hasta dónde puede llegar la dificultad de diálogo frente a las estructuras forjadas dentro de los espacios académicos.

La mirada antropológica parte de premisas y conclusiones que básicamente cierran las ventanas que miran a un verdadero diálogo intercultural. Poniendo en evidencia el postulado que hiciera Kusch hace ya casi medio siglo (“Esbozo para una antropología filosófica del Hombre Americano” Obras completas, Tomo III, Ed. Fundación Ross, Rosario, Argentina, 2000).

Dos encuentros con antropólogos se dieron en mi viaje de este año, en espacios comunes en cuanto interés por la problemática de las comunidades Mby’a Guaraní de Misiones. Y con ambos la experiencia fue similar. Ya que me resultó casi estéril el intento de mantener un “diálogo” con ellos.

En Takuapí la situación se dio tangencialmente. Yo en verdad había ido a conversar con Hilario, como lo hice tantas veces en estos años anteriores. Nuestros diálogos con Hilario han sido siempre muy intensos para mí, porque poéticamente podrían expresarse como el acto creativo de un manantial: una pregunta abría una pequeña brecha por donde comenzaba a brotar el agua, y poco a poco, el agua comenzaba a fluir, trayendo memorias sabias desde lo más hondo de las raíces…

Esta forma de diálogo con Hilario se dio espontáneamente entre ambos, y se sostuvo a lo largo de estos casi diez años de encuentros intermitentes…

Sin embargo, en esta oportunidad coincidimos en la comunidad con una antropóloga. Y a pesar de que Hilario me invitaba al diálogo manifestando su disposición a responder, fue imposible hacerlo. Porque ante mis preguntas o sus respuestas surgía la intervención “académica” de esta mujer que rompía la magia del diálogo con acotaciones “objetivas” que genuinamente no aportaban nada y modificaban sustancialmente el rumbo de la conversación que estábamos iniciando.

Por caso de ejemplo: le preguntaba a Hilario sobre el nombre del viento, y él respondió cómo se dice viento en guaraní… pero yo le insistí en el nombre del “dueño del viento” , y él empezó a contar sobre los distintos tipos de viento, de acuerdo a la época del año; entonces le hice una breve descripción de los nombres en quichua de algunos elementos… a lo que la antropóloga intervino planteando “una digresión: no en todas las culturas hay una correspondencia directa de elementos”… Hilario se quedó callado. Yo insistí, y comenzó a narrar de nuevo que “hay un viento que trae los pájaros en primavera, esos que se van y después vuelven…” y otra vez intervino la antropóloga acotando que “esas son aves migratorias”… con lo que se terminó la conversación sobre el viento…
Un par más de estas situaciones me hicieron comprender que debía retirarme, y esperar a otra oportunidad para dialogar con Hilario.
Pero además quedó en mi la impresión de una distancia tan significativamente grande que no deja de inquietarme. Porque vivimos en un tiempo donde las palabras como “intercultural” “interculturalidad” “respeto a la diversidad” “derechos indígenas” “inclusión” etc, etc, etc, están sembradas en todos los espacios sociales, y más aún en los ámbitos académicos. Y sin embargo manifiestan un vacío sustancial aterrador para quienes miramos el escenario desde otro ángulo, extra-académico si se quiere.

Se esgrime un repertorio conceptual-intelectual desde las instituciones educativas y gubernamentales que desconoce dramáticamente el sentido práctico de tantos enunciados. Y el problema más evidente que se da con esto es la incapacidad concreta de acompañar y sostener a las comunidades indígenas desde las necesidades propias de las mismas.

¿Cómo genuinamente pueden, los antropólogos, SABER lo que una comunidad necesita si no pueden dialogar desde un lugar intercultural con ellas? ¿Cómo se puede dar respuesta CULTURAL a un grupo humano si no se logra comprender “el baluarte simbólico en el cual uno se refugia para defender la significación de su existencia”?

El otro encuentro se dio con un antropólogo llegado a Misiones desde Buenos Aires, apenas hace seis o siete meses. Está a cargo de la atención del Museo de La Gruta India, de Garuhapé, y forma parte del grupo de investigadores que trabaja en la propia Gruta India, la que descubriera mi abuelo a mediados del siglo pasado.

Sin presentarme, quise saber cuáles eran las piezas que se lograron restituir al pueblo de Garuhapé, que habían sido llevados a la Universidad de La Plata en aquella oportunidad. Y entablamos una conversación. Paulatinamente fuimos comprendiendo que estábamos parados en dos lugares completamente distintos con respecto a las comunidades aborígenes.

El se sentía profundamente solidario con las comunidades porque iba a carpir la tierra para sembrarles las semillas de maíz orgánico que consiguen, para que los Guaraníes no pierdan sus cultivos ancestrales. Aunque yo me preguntaba si genuinamente las comunidades tenían interés en eso. Si el modo de conseguir las semillas y el lugar donde las estaban plantando se correspondía con aquello que “saben” los Mby’a y trasciende lo meramente técnico. Y me vino a la memoria lo que había ocurrido con el proyecto de cerámica que llevó a la comunidad Takuapí la Facultad de Arte de la Universidad Nacional de Misiones. Que fracasó estrepitosamente porque fue un proyecto ideado e impuesto desde la Universidad, que la comunidad simplemente no aceptó y dejó que decayera por sí mismo, hasta que los académicos de la facultad se retiraron ofendidos ante la indiferencia y las pocas ganas de progresar de la gente de Takuapí.

Pero nunca nadie habló con ellos y comprendió que para los Guaraníes es preciso que exista “algo” más que la necesidad económica para desarrollar un oficio. En el grupo tiene que haber gente que “haya nacido para hacer tal o cual actividad, porque sino no sale bien. Porque el que nace para tallar la madera no puede hacer cerámica, porque cuando ponga a cocinar se va a quebrar (palabras de Hilario)”

Pero para poder conocer y comprender estas cosas, es imperioso abrirse a un DIÁLOGO que los antropólogos y los intelectuales desconocen. Sin embargo, hubo un punto de la conversación donde me sentí completamente azorada y a la vez divertida por la simpleza de su posición.

Me comentaba que había comenzado a trabajar con 6 comunidades de distintas localidades de la provincia, una de ellas Yriapú, que está en Iguazú. Entonces le pregunté por la comunidad Tupá Mbaé, que estaba teniendo problemas de desalojo porque el Hotel Hilton quiere ampliar su cancha de golf sobre el territorio que ocupa la comunidad.

Entonces David respondió que “existen dos tipos de Guaraníes: los que se quedan donde están, y los que periódicamente se desplazan de un lugar a otro, sin respetar límites fronterizos provinciales o nacionales, y al cabo de un tiempo vuelven al mismo lugar que dejaron antes, y pretenden ocuparlo como si fuera de ellos, y no entienden que los terrenos tienen dueños, que se venden, que hay títulos de propiedad”.

Quedé genuinamente asombrada con la respuesta. No podía entender que creyera realmente en lo que estaba diciendo. Principalmente porque cualquiera que conozca un poco de cultura guaraní sabe que es un grupo humano de alta movilidad, y aquellos que hayan profundizado un poquito más en la cosmovisión guaraní, hasta podrán encontrar que esta característica socio-cultural tiene una profunda matriz espiritual que se expresa en la “búsqueda de la Tierra Sin-Mal”.

Aquí es donde empiezo a pensar en la falacia de los discursos académicos. Aquí es dónde se desenmascara la fragilidad de los postulados de interculturalidad, de derechos indígenas, de diversidad cultural y de voluntad de diálogo esgrimidos por los actores intelectuales de la sociedad occidental.

Aquí es donde se comprende que el respeto a la diversidad cultural se sostiene mientras se logre que exista un solo tipo de guaraníes: los que se quedan en una sola parcela de tierra y aceptan que los blancos vayan a carpir en sus huertas para sembrarles semillas orgánicas de maíz para que ellos las cultiven y “mantengan su cultura”. Atendiendo a la idea que los antropólogos tienen de lo que es la cultura de cada grupo humano, y no a lo que genuinamente ese grupo humano necesita.

Y aquí surge otra lectura. Etimológicamente la palabra ANTROPOLOGÍA es: una ciencia social que estudia al ser humano de una forma integral. Para abarcar la materia de su estudio, la Antropología recurre a herramientas y conocimientos producidos por las ciencias naturales y otras ciencias sociales. La aspiración de la disciplina antropológica es producir conocimiento sobre el ser humano en diversas esferas, pero siempre como parte de una sociedad.

Sin embargo, la mayoría de los antropólogos DESCONOCEN al Ser Humano con que se relacionan. La mirada con que se establece un vínculo con las comunidades está condicionada desde el principio por los postulados que la ciencia occidental moderna propone para cada uno, desde el cubículo de su sesgada mirada de lo que son los aspectos sociales, políticos y espirituales del resto de los seres humanos.

De tal manera, las conclusiones a las que llegan son aquellas que están consideradas dentro de las variables postuladas por la mirada de la ciencia occidental. Y el respeto a la DIVERSIDAD CULTURAL queda guardada en la redondez de las letras con que se escriben los informes.

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