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No habrá paz donde no haya pan ni justicia
Por Mila Dosso - Sunday, Mar. 16, 2014 at 12:53 PM
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Estados unidos, la comunidad europea y la ONU&OTAN son componentes de la componenda de terrorismo internacional y la legitimidad y legalidad, que no es eso, y que exigen a otros países, es el basamento de las incursiones genocidas a los demás países que no les son afines a la entrega de sus recursos naturales. Prensaacddc@gmail.com

No habrá paz donde n...
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“Paz sin fin, paz verdadera. Paz que al alba se levante y a la noche no se muera.”
Rafael Alberti

15 de Marzo, 2014

¿Cuántos discursos, declaraciones, foros, manifiestos, promesas y palabras se pronuncian en nombre de la paz en el mundo, en lujosos salones alfombrados y en boca de líderes mundiales que habitan el Olimpo impiadoso regido por el odio, la sangre, el petróleo, la ambición de poder, la codicia y la estupidez?
¿Y cuántos años hace que se las vienen pronunciando y rubricando en actas y proyectos firmados por todos los responsables de que no haya paz en el mundo y que se olvidan en el mismo momento cuando acaban de firmar y posar para los flashes?
¿Hubo algún día, en un mismo instante —sólo un instante—, un cese de hostilidades absoluto en todas las zonas del planeta donde se están perpetrando las guerras más abominables, las luchas civiles más crueles, los atentados terroristas más feroces?
¿Y, si lo hubo, para qué sirvió, aun simbólicamente? Hasta es posible imaginar a quienes propician estos atroces crímenes encogiéndose de hombros y relamiéndose los labios: un día de descanso no le viene mal a nadie; ya mañana mataremos el triple de los que hoy lograron zafar.
Y a las infortunadas víctimas, ¿de qué les sirve un día de tregua, que más se parece a la agonía que a la esperanza, cuando todos los otros malditos días del año asisten al horror y a la destrucción que el último misil acaba de producir en su casa, en su calle, en su escuela?
¿Será por la paz que, para lograr sus objetivos, los poderosos necesitan masacrar a inocentes, incendiar pueblos enteros, derribar, exterminar, destruir cuanto se encuentra al paso?
¿Es éste el precio que pagamos por aspirar a construir nuestras “instituciones democráticas”?
¿Qué valor hay que adjudicar a los miembros mutilados de un cuerpo humano? ¿Es éste el mensaje de apoyo al mundo de la diversidad, de la libertad y de la tolerancia?
¿De qué paz hablamos? ¿De la paz para la cual se crearon quinientos millones de organismos, entre ellos la ONU, instituidos por los países más poderosos simplemente para caretear mientras ellos dirimen en el cuadrilátero aberrante de las guerras cómo se reparten lo que queda del mundo: el petróleo de allá, las riquezas naturales de acá?
¿De qué paz estamos hablando? ¿De la paz que cada año mata a miles de seres humanos con sus pequeñas «peleas pacíficas» por éste o por aquel trocito de “El Mercado”, que mata a miles de trabajadores con salarios de hambre, desocupación y exclusión?
¿De esa paz en la que subyace la violencia estructural del olvido, la pobreza, la discriminación, la impunidad y la injusticia? ¿De esa paz que acosa día y noche a los sin tierra, a los refugiados, a los inmigrantes ilegales que deambulan por el mundo sin un lugar que les pertenezca? ¿De esa paz que arroja los niños a la calle?
¿De esa paz con que se revuelven en los laberintos siniestros del hambre los 870 millones de habitantes del mundo que no tienen que comer mientras banqueros, petroleros, financistas, poseedores de inmensas fortunas, propietarios del bancos privados y sus esbirros exhiben sus lujosas mansiones, yates, automóviles, fiestas y aquelarres?
¿De esa paz que se escapa día a día de nuestras vidas zarandeadas en la lucha cotidiana sin cuartel por sobrevivir, sin un minuto de, justamente eso: paz, un pedacito de paz donde reclinar nuestros ojos cansados y azorados de mirar, impotentes, gentes de toda raza, credo y color maltratadas y condenadas al infierno?
¿De qué hablamos cuando hablamos de la paz? El siglo XX sólo habló de ella sobre las cenizas de Hiroshima, en las puertas de Treblinka y las ruinas de Nüremberg?
¿De qué paz hablamos cuando amanecimos al siglo XXI con conflictos armados y guerras civiles, étnicas y religiosas por adondequiera usted buscarlas?
¿De qué paz hablamos cuando trescientos mil menores de edad se ven obligados cada año a ir al frente de batalla, donde en la última década han muerto 1.5 millones de niños y cuatro millones han quedado discapacitados, tullidos o ciegos y al menos doce millones se han vuelto refugiados y desarraigados de sus comunidades?
¿De qué paz hablamos cuando asistimos a la depredación de los recursos naturales del planeta; no un planeta allá lejos, sino acá no más, en nuestros bosques nativos, en nuestro suelo chaqueño, en nuestro suelo argentino donde los grandes empresarios voraces de codicia arrasan a mansalva, sin importarles siquiera que —por más guita que acumulen— no habrá para sus nietos un lugar habitable en el mundo y no tendrán para tragarse otro alimento más que sus propios billetes inútiles?
¿De qué paz hablamos, cuando somos incapaces de rescatar los hechos sagrados de la vida y los valores que los inspiran?
¿De qué paz hablamos si la palabra no logra saltar los muros de la soberbia y de la incomprensión?
¿De qué paz digna y verdadera hablamos, si se nos niega el sagrado derecho de vivir y morir como hombres y mujeres dignos y verdaderos?
¿De qué paz hablamos si los muertos de antes y de mañana, los vivos de hoy y de siempre, los sin nada, los perdedores de siempre y de antes de mañana, nosotros, los sin nombre, los sin rostros, los sin voz, no podemos cultivar el poderoso árbol del amor, que es viento que limpia y sana; no el amor pequeño y egoísta sino el que mejora y engrandece?

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