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“Aún hoy hay gente que discrimina entre ‘aborígenes’ y personas”
Por Claudio Martyniuk - Monday, Apr. 28, 2014 at 5:13 PM

Los europeos “fabricaron” una falsa identidad común para los pueblos originarios de América. Los prejuicios y los estereotipos subsisten, dice el entrevistado Raúl Mandrini.

27/04/14

Así como los europeos inventaron un nuevo continente y lo bautizaron “América”, también pusieron bajo una misma etiqueta a todos sus pobladores. El término “indio”, como lo explica el historiador Raúl Mandrini, adquirió los significados de “bárbaro” y “salvaje”. Los así nombrados quedaron expuestos a matanzas y encadenados a tratos cruentos y discriminatorios. Es comprensible, entonces, que la denominación “indio” sea repudiada por los pueblos originarios. ¿Pero con qué otro nombre sustituirlo, si no existía en las lenguas locales una denominación que unifique a los diversos pueblos? ¿Acaso se debería decir, como en un paréntesis de la entrevista sugirió Mandrini con un dejo de ironía y escepticismo, “las poblaciones que vivían en el territorio hoy llamado América antes de la invasión europea y sus descendientes”? Seguimos sin siquiera hallar las palabras reparadoras correctas. No lo son “indígenas” o “aborígenes”, tampoco “originarios”. Seguimos empeñados en ponerlos en una misma bolsa que les impone una identidad compartida que nunca tuvieron. Y persiste el empeño en dejarlos bajo un manto de silencio.

¿Qué sabemos de los pobladores de nuestro continente hace 500 o dos mil años? ¿Se sabe, por ejemplo, cómo sentían o si eran felices?

Es un período muy largo y la situación no es siempre igual. Se trataba ya de hombres modernos, de homo sapiens. De sus expresiones pocas quedaron registradas. Un caso, no el único, son las pinturas rupestres. No podemos saber su significado exacto, ni los mensajes que querían trasmitir, pero reflejan un rico universo de creencias y sentimientos. Al final de la época prehispánica la situación es distinta. Hay muchos más testimonios y, además, muchas tradiciones duraron hasta después de la invasión y fueron registradas por escrito, muchas veces por los descendientes de las antiguas elites indígenas.

¿Qué se le adeuda a los “pueblos originarios”?

Muchas cosas. Distinguiría dos grandes ámbitos. Uno se vincula con sus condiciones materiales de vida y en este aspecto resulta fundamental la cuestión de la tierra, pero no únicamente. Las condiciones de marginalidad y discriminación a que fueron sometidos tras su integración forzada en los niveles más bajos de la sociedad nacional afectaron profundamente sus posibilidades de tener una vida digna. El segundo aspecto tiene que ver con el reconocimiento de identidad y de sus modos de vida. Para ello es necesario empezar a pensar la nación como una entidad heterogénea, multicultural y respetuosa de las diferencias.

¿Cómo considerar a nuestros aborígenes? ¿Cómo “pobres” sobrevivientes, “hermanos”, “argentinos”, “minoría”, encarnación del “otro”?

Simplemente como personas, como personas distintas, pero personas, que viven y sienten, aman y odian, piensan, sufren y gozan, tienen virtudes y defectos. En suma, como seres humanos.

¿Cómo podemos ir más allá de una mirada turística nostálgica, o de la derivada del consumo de mercancías exóticas, artesanías?

En Argentina, salvo entre especialistas, hay dos posiciones básicas. Una, la más tradicional, es denostar a los indígenas, considerados como salvajes y vistos como ajenos a la Nación, como extranjeros. El ejemplo más claro es el de los mapuches, considerados chilenos aun cuando los ancestros de ellos andaban por las pampas mucho antes que fueran incorporadas al país. La otra postura, aunque con más simpatías hacia el mundo aborigen, se vincula a un romanticismo más o menos ingenuo y se expresa en la mirada nostálgica del turista, en el consumo de artesanías o el vuelco a ciertas creencias de carácter mágico o esotérico. Aquí aparece la atracción de lo exótico o el escape de la dura realidad contemporánea. Pero ni una ni otra postura se corresponde con las realidades sociales.

Esos mundos de los pueblos originarios, ¿cómo se relacionan con este presente?

En muchos países latinoamericanos, el mundo indígena tiene una presencia muy fuerte, como por ejemplo en México, América Central o los países andinos. Pero la realidad de esos pueblos ha cambiado mucho desde el momento de la invasión europea y por tanto también sus problemas. Sin duda preservan una parte de su acervo cultural que es la base de su identidad étnica, pero deben al mismo tiempo ajustarse a su entorno real. De lo contrario podrían pasar de pueblos vivos a recuerdos arqueológicos.

¿Cómo pensar hoy la “conquista del desierto”?

La llamada “conquista del desierto” fue parte esencial del proyecto político de la elite que encaró en la segunda mitad del siglo XIX la construcción en la Argentina de un estado moderno, y cobra sentido en el contexto de ese mismo proyecto, que implicaba la creación de un Estado nacional culturalmente homogéneo. Esa homogeneidad estaba dada por la tradición del Occidente europeo cristiano, entonces considerado modelo de civilización y herramienta por excelencia del “progreso”. Enraizada en el pensamiento de la época, la historia, al crear al “bárbaro”, brindaba a la “conquista del desierto” un carácter civilizador que la justificaba. La cuestión es que esos modelos de Estado, civilización y progreso hace ya bastante tiempo que han caducado.

¿Es muy diferente lo que pasó con los aborígenes en Estados Unidos a lo que pasó aquí?

En general, la expansión territorial de los Estados americanos en la segunda mitad del siglo XIX se dio sobre las tierras que los pueblos originarios no incorporados por la conquista a los imperios coloniales habían conservado hasta entonces. En este sentido, los distintos procesos tienen elementos comunes. Para la Argentina y los Estados Unidos, más allá de las formas concretas adoptadas, la ocupación e incorporación de los territorios indígenas fue parte esencial de los proyecto de construcción de los estados nacionales.

Lo étnico prehispánico parece haberse convertido en divisa de resistencia y búsqueda de otra política en América Latina. ¿Es así?

La situación de los pueblos indígenas actuales es hoy muy compleja y diversa. En su mayor parte, sin embargo, son pobres y sufren las mismas carencias y marginaciones que otros sectores no indígenas postergados. En este sentido, sus problemas son ante todo económicos y sociales. Pero además, como aborígenes son también discriminados social y culturalmente. Se trata de una doble marginación pues la pobreza y discriminación que a veces llega al racismo no se excluyen: se suman. En tal contexto, resulta lógico que los componentes étnicos se conviertan en un elemento central de resistencia y cohesión frente a los sectores dominantes. Sin embargo, creo, la salida a esa situación tendrá que ver con un cambio político profundo que ataque las causas que llevan a la exclusión de amplios sectores sociales, sean aborígenes o no, así como un cambio cultural que ataque la discriminación y el racismo. En estos cambios, la comunidades originarias deberán ser actores relevantes pues es su destino el que está en juego.

¿Perdura el racismo en las políticas públicas?

Sin duda. A veces, y cada vez más, en forma encubierta, pues hay un poco más de conciencia de que ciertas cosas no están bien, o al menos no deben decirse. Pero otras veces se hace de modo explícito. Un ejemplo: en noviembre, el director de un hospital de Misiones, responsable de las encuestas de desnutrición, dijo en una entrevista que “había que diferenciar entre los aborígenes y las personas”. Como ve, aún hoy hay gente que hace ese tipo de discriminación.

¿Ayuda la historia a reparar la violencia del pasado?

La historia no puede reparar la violencia del pasado. Lo ocurrido ocurrió, pero lo más peligroso e injusto es el olvido. La historia puede contribuir a recuperar esa memoria, a explicar qué pasó, cómo pasó y por qué, y crear conciencia. Puede contribuir a dar a los pueblos aborígenes el lugar que deben ocupar en el pasado, un lugar del que fueron eliminados por la misma historiografía. Esa recuperación de la memoria es un aspecto de la reparación a los descendientes de las víctimas de esa violencia. El otro aspecto, el material y social, deben afrontarlo las sociedades que fueron responsables de esa violencia.

¿Cómo identificar a los pobladores prehispánicos? ¿Indios, aborígenes? ¿Qué implica usar el término impuesto por los conquistadores?

Identificar al sujeto, al actor de nuestra historia, es difícil. Significa referirse a su identidad y el nombre que se elija tiene implicaciones. La identidad es el modo en que un grupo humano se identifica a sí mismo y es identificado por otros. Las identidades son, como las realidades sociales, construcciones culturales que se transforman en el devenir histórico. Así, con el tiempo, un etnónimo (el nombre de un grupo étnico) puede referirse a identidades y realidades distintas. En el caso de pueblos muy antiguos, ignoramos los etnónimos que los designaban, pero con seguridad había elementos que los identificaban, como lengua, parentesco, tradiciones y estilos que se expresaban en las producciones materiales. Sin duda, las poblaciones anteriores a la invasión europea, se reconocían a sí mismas y reconocían a los otros, a los distintos, con quienes comerciaban, competían o luchaban, como los mexicas con los tlaxcaltecas y los purépachas, o los incas con los chancas y los collas. Todos ellos se reconocían entre sí, pero no había un nombre que los designara a todos, pues no había una identidad común.

Los europeos “fabricaron” entonces una falsa identidad común de pueblos diferentes ...

Sí, fueron los europeos quienes los englobaron bajo una denominación común, “indios”, usada inicialmente por Colón -pensaba haber llegado a la India- para las poblaciones de las Antillas. El nombre se mantuvo, incluso cuando ya se sabía que se trataba de un territorio distinto, y terminó englobando a todas las poblaciones del continente, tanto a los vencidos y dominados como a aquéllos que quedaron fuera del control colonial. A todos esos pueblos no los unían la lengua, las tradiciones o las creencias sino el ser “los otros”, los no europeos.

Copyright Clarín, 2014.

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