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Entrevista a Fernando Noy, poeta maldito
Por Radio FLIA – Red Eco Alternativo - Friday, Jul. 31, 2015 at 10:06 AM

Jueves 30 de Julio de 2015 | El programa del lunes 27 de julio en Radio FLIA fue un momento lleno de poesía, intensidad, bañado con amor maldito que anticipó el evento que se realizó el jueves 30 de julio en El Emergente bar, con el objetivo de recaudar fondos para la operación de Millin de Enrique Symns. Al programa asistieron Fernando Noy y Pat Morita de Nadie, quienes se conocieron minutos antes del aire y decidieron presentarse juntos el jueves.

Entrevista a Fernand...
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(Radio FLIA – Red Eco) Buenos Aires - La magia sucedió en dos lugares a la vez, mucha gente se reunió para darle muy buena energía tanto a Enrique como a Tom Lupo, quien sufrió un accidente de tránsito hace un par de semanas. Distintos poetas y artistas culturales, sobre todo grandes figuras del under de los 90s y 80s fueron parte de la noche.
Al programa de Radio FLIA asistieron Fernando Noy y Pat Morita de Nadie, quien se define como “cantautista, contemporánea, sin disco pero con soul”. Ambos se conocieron minutos antes del aire. Mientras ella creaba una nueva canción, Fernando, a partir de sus piruetas, creaba palabras con la palma de su mano para ajustar el renglón al que Pat no le podía dar un cierre. El éter se llenó de magia y poesía cuando entraron, iban jugando entre palabras y música. Noy comenzó susurrando un poema extraído desde sus entrañas y luego le dio el pie para que Pat hiciera lo suyo, de esta forma se fueron complementando. Así fue que se enamoraron y decidieron presentarse juntos este jueves en el evento.
La Noy es un poema ambulante que transmite desde ese ser, metamorfoseado por la alquimia de la sensibilidad cada anécdota que vivió con su familia, especialmente con su abuela porteña, a quien le enviaba cartas desde su pequeño pueblo en Río Negro y quien lo llevaba a la biblioteca de su barrio cuando la venía a visitar: “Las cartas, eso fue lo que me destapó; empezó a hacer que yo comprendiera que no eran normales todas las semanas o cada día. Ya después, mi abuela me llevaba de la mano a la biblioteca de la vuelta de su casa y me dejaba toda la tarde ahí; yo leía a Alfonsina Storni, a Becker, a Rubén Darío”.
Luego, Noy llegó a Buenos Aires porque en su pueblo no se podía cursar el secundario. Nos contó lo que vivió durante aquellos intensos años; siempre compartiendo arte y poesía junto a “esas joyas de sudor ardiente”. Conoció a Alejandra Pizarnik a los 19 años: “Nuestra Alejandra será siempre nuestra niña inmortal. Fuimos muy amigos. Ella tenía 30 años y estaba en el final de su vida. Tuve la dicha de acompañarla en sus terribles últimos años, digo dicha aunque fue un horror ese tránsito de fuego y de locura”. Años más tarde, Fernando ingresó al Instituto Di Tella y, a su vez, comenzó a ser parte de la movida hippie de los años 60. Recordó que Marta Minujín le decía “hippietella” porque iba desde el hipismo al Di Tella. Luego, vendrían sus años en Bahía, Brasil, a causa de su autoexilio durante los años de la última dictadura cívico-militar.Llegó a Brasil en la época del Tropicalismo. Aclaró que fueron diez años maravillosos los que vivió en Brasil.
Llegó nuevamente a Argentina justo en el nacimiento del under en los 80, comienzo del Parakultural: “Yo llegué preñada del under. Estaba embarazada y no lo sabía cuando regresé”. Recordó sus giras junto a Batato Barea en el Einstein, en Cemento, su amor-odio a Omar Chabán.
En los 90, al que llama Posunder, trabajó en Morocco, Cemento; lugares donde el glamour irrumpía. Fue en aquellos años de medias desgarradas cuando conoció a su gran maestra Nina Hagen en un recital al cual fue invitada por Miguel Abuelo: “Cuando vi a Nina, comprendí que ella era todo lo que podía aprender de una maestría; de la poética, del concierto, de la música”.

A modo de cierre, dejamos un poema de Fernando Noy:

Peso plomo

No necesito nada más que esta lapicera
prestada por el mozo
ni otro sobre de azúcar para el café
bramando en la resaca
tampoco el pago de una cerveza octava.
Guardo intacto
el coraje de hacer un paga Dios
como en los setenta
por las farmacias de turno
cuando la poesía anfetamínica
se compraba sin receta.
Viajo solo en medio de la huelga
entre panzas vacías
con razón vociferantes
y ningún encontronazo
junto al musculoso estibador
mientras dura la espera
en la protesta augusta
que hasta cortó la calle
con su semáforo
chorreando lágrimas de sangre.
Masacre sin piedad
para los mustios habitantes
de bairestremens.com.
Mientras leo en cerebros
de los otros viajeros.
Ese, de anteojos negros,
va a llegar tardísimo a su cita
con el andrólogo.
El que viaja a su lado
sólo piensa en robar
la corona de oro de la Virgen del Once
pero también
el busto de bronce de algún prócer
para revenderlo
enseguida
a peso plomo,
vapuleo.
Así nace esta queja
sobre mi cuaderno Avon
en pleno verano
cuando el hospital de poetas
parece aniquilado
aunque nunca existiera la cura
de sus males
ni siquiera un cuarto gratis y fresco
donde no morir de pie.
Ahora,
destrabada la marcha
con las vitrinas de El Molino
destrozadas a huevazos
es cuando el maldito patrullero
se sube a la vereda
y como a la estatua de Santa Claus
me alumbran
entre dátiles
aunque igual nada vieron.
Mayor fue el miedo
de volverte invisible.
A distraerse ahora
con tu milonga hacia la autopista
Tacos de punta baratos hundidos en la brea
hirviendo aún más que el cuerpo
del que paga
y al finalizar la faena
regresar leyendo esos versos abyectos que has escrito.
Soy el que cree en la avenida Corrientes
acunadora del tango y de Tanguito
que se incendia en el río
justo cerca de la Casa Rosada
ese postre fucsia envenenado
en los cachetes.
Confundo palomas con empleados
de oficina
usan la misma gris corbata
que les impide el vuelo.
Soy quien cantara a Safo
además de encerar los dedos
de la hidra de Lesbos
con ungüentos de acero
pero ahora
ni consigo colarme
en los recitales de Gal, Chavela
o La Felipe.
Igual
como siempre
el buen clima regresa
tras la huelga a lo lejos
cada vez más ajena.
A causa de ella
me pasé de parada
pero sigo escribiendo.
Es preferible el asco bien narrado
a la culpa de sobrevivir triunfales.
Sin tener cómo,
dónde,
cuándo
a quién decirlo.

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