Julio López
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Adelanto de prólogo del libro 'Violencias coloniales en Wajmapu'
Por Azkintuwe - Wednesday, Jan. 27, 2016 at 11:10 AM

El próximo jueves 28 de enero, la Comunidad de Historia Mapuche presentará en Santiago su segundo libro colectivo, titulado "Awükan ka kuxankan zugu Wajmapu mew. Violencias coloniales en Wajmapu". Se trata de un compilado de más de 300 páginas que reúne 11 artículos de investigación y ensayos originales sobre diversos momentos de la historia mapuche, cuyo pilar articulador es la reflexión sobre el colonialismo y la violencia que este despliega en las vidas mapuche.

Adelanto de prólogo ...
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La actividad tendrá lugar en el Aula Magna de la Universidad Alberto Hurtado, Metro Los Héroes a las 19 hrs. Presentarán la obra Clara Antinao, Jimena Pichinao y Fernando Pairican. También se presentará la cantautora mapuche Daniela Millaleo. A continuación, Azkintuwe adelanta en exclusiva el prólogo de esta nueva publicación, escrito por los académicos Enrique Antileo Baeza, Luis Cárcamo-Huechante, Herson Huinca-Piutrin y Margarita Calfío Montalva.

PRÓLOGO

El colonialismo constituye una forma de violencia de carácter histórico y global y que, para el caso del pueblo mapuche, interrumpe, invade y desgarra la propia lengua. De hecho, el concepto de violencia colonial no se encuentra en mapuzugun dada la genealogía invasora de la acepción misma de lo colonial. Kuxankan, que sería el concepto para referirse a “violencia” en nuestro idioma, constituye más bien un término que se refiere a esta en general y que forma parte de los conflictos que siempre afloran en una sociedad humana, de los cuales por cierto no está exenta la vida mapuche. Así, en mapuzugun existen vocablos asociados a kuxankan tales como awükan o awükanentun, que refiere al maltrato físico; rumekazuamün dirigido al acto de provocar o abusar; o nüntun, que denomina la violencia sexual y el atacar por la fuerza. Como se ve, estos términos se ligan a situaciones de violencia que han sido y son parte de la vida cotidiana mapuche, así como de cualquier sociedad humana.

El colonialismo, como maquinaria de despojo e instrumento de la ocupación del territorio de un pueblo, implica una forma de accionar que se funda en la violencia. En su particularidad, la violencia colonial conlleva el despliegue físico y concreto de una agresión de carácter sistemática y masiva, antecedida por una ocupación e invasión territorial que además se materializa por la vía de cuerpos, gente, seres, máquinas y objetos colonizadores. En dicha dimensión, para nuestro pueblo la cuestión de la tierra -como mapu en su sentido extenso— sigue siendo una referencia fundamental para pensar en la territorialidad de nuestras historias, los procesos de colonización y los espacios de resistencia.

De modo intensivo y prolongado, sobre la tierra es donde los agentes colonizadores han desplegado acciones y prácticas masivas de invasión y extracción a través de los siglos. Sobre esta tierra, desposeída, se impone y levanta el modelo de explotación colonial; sobre ella se yergue la acumulación y existencia de un grupo reducido de colonizadores que gozan permanentemente de los privilegios de la situación colonial instaurada. En esa tierra despojada, otrora en posesión autónoma de los Mapuche, en el gigante espacio que quedó bajo la administración colonial a través de instituciones estatales, misionales, patronales y empresariales, los herederos de la colonización —individuos, grupos, instituciones— continúan traspasando sus beneficios o vendiéndoles en transacciones mercantiles que hacen parecer que el ultraje y el despojo jamás ocurrió, en suma, instalando un conveniente olvido de las memorias de la colonización.

Reconocido dicho punto de partida, asimismo resulta igualmente crucial hacern os cargo de la concepción territorial más amplia del mapu, en elsentido que también involucra el universo, el planeta y sus variados espacios materiales y espirituales. Por esto, la dimensión territorial de la violencia colonial requiere ser discutida y enfrentada en esa vastedad del mapu, donde se incluyen las aguas, el aire, los seres vivos y muertos, los animales, los espacios, naturales y urbanos, la lengua, la esfera psíquica y espiritual, la vida mapuche en su conjunto. Es decir, hablamos más allá del püji (suelo o superficie) como realidad palpable y física; pensamos en el mapu como espacio total, fracturado por la violencia. En ese lugar total también se hace necesario hablar de nuestras vivencias, experiencias y cuerpos violentados.

Estas formas de violencia que hemos llamado coloniales se expresan de diferentes maneras y cohabitan tanto en elementos estructurales como en la cotidianidad. No pueden ser caracterizadas solo por la agresión y la visibilidad que contiene el uso de la palabra violencia, sino que se encarnan en prácticas y contextos desiguales que se arrastran históricamente. Entendemos, por ejemplo, situaciones específicas como “la pobreza mapuche” o la discriminación en tanto expresiones de la brutalidad colonial y sus variadas encarnaciones. Incluso, aquellas sutilezas lingüísticas que arremeten contra el “indio”, “la china” y sus “conformaciones” biológicas e intelectuales, constituyen parte del mismo repertorio de violencias ancladas en una cultura colonial chilena y argentina.

Hoy por hoy, una de sus manifestaciones más visibles cobra forma en la vigilancia, control y represión policial-militar sobre el Gülu Mapu, acompañada de la realidad de decenas de presos políticos mapuche bajo los “gobiernos democráticos” chilenos de las últimas dos décadas.Pero la institución carcelaria como parte del despliegue estatal colonial en territorio mapuche posee una historia más larga y multiforme; de hecho, el aparato carcelario ha sido usado para sustentar variadas narrativas y prácticas “jurídicas” wigka de “criminalización” del mapuche a lo largo del tiempo.

Asimismo, en un nivel más amplio, esta violencia ha acontecido y sigue desplegándose en los contextos cotidianos a través del racismo, en los trabajos, en las ciudades, en el campo, en los hospitales, en las oficinas estatales, en las aulas, en las escuelas y la academia, en las relaciones interculturales y, dolorosamente, es también constantemente reproducida dentro del contexto mapuche, especialmente en contra de las mujeres, niños y niñas y, también, personas ancianas.

Por lo tanto, la violencia no es exclusivamente la expresión de un tipo de maltrato físico, sino que también posee otros dispositivos y prácticas por las cuales se ejerce. En esa presencia más invisible de la violencia, resulta imprescindible hablar del lenguaje, de lo corporal, lo sensitivo y lo cognitivo. En tal camino revisamos a nuestras propias historias familiares, sus formaciones en el devenir histórico del despojo y sus periplos, sus desplazamientos.

En esta mirada abierta e inagotable de las fracturas, traumas y las violencias coloniales, podemos mirar y mirarnos, entender nuestras transformaciones, conocer lo que hemos construido y lo que hemos sedimentado; pensar en lo que queremos cambiar y en lo que queremos que viva. Es decir, desde ese prisma podemos también conocer las resistencias de nuestra gente y la creatividad para superponerse a las condiciones de una fractura que no ha sellado.

Concebimos el despojo en un vasto sentido, desde la desposesión del espacio o mapu al confinamiento y transformación de nuestras formas de ser y vivir en el mundo. El colonialismo no solo genera las llagas explícitas en la usurpación contra los pueblos, sino que modifica sus economías, sus relaciones internas, sus comunicaciones hacia fuera y adentro, como también sus mecanismos de regulación. Entendemos igualmente que en la situación colonial en que vive el pueblo mapuche, la violencia es un elemento clave, un pilar que sostiene la continuidad de un sistema de dominación. En este contexto de violencia latente, visible e invisible, queremos comprender el devenir de nuestra gente como nuevas etapas de sus historias.

Con esto traemos el konümpan como acto de memoria, un proceso que —desde nuestra perspectiva— nos permite revisar el pasado mirando los acontecimientos como inabarcables maneras de construir presente; es decir, el dolor, kuxankawün o sufrimiento, el nüfülkan o silenciamiento, han sido parte de la vida mapuche, perviven en los relatos personales y familiares. Pero no es lo único que habita en nosotros. También hemos sido capaces de seguir, de deliberar en la historia y de pensarnos y buscar alternativas para el futuro y el devenir de las generaciones venideras. Una posición victimizante ante el kuxankan sería no darnos cuenta de las capacidades del Pueblo Mapuche de urdir nuevas tramas y tejer sus pasos. Precisamente, aquí hemos querido observar los diversos wixal (telar) que construyeron las nuestras y los nuestros en las profundidades y extensiones del mapu en que sobrevivimos. Se trata de una mirada que no ensalza el pasado ni lo pulveriza, sino que lo intenta comprender como un pasado abierto, dinámico y contradictorio, del cual aún nos falta mucho por conocer.

Como lo examinan y confirman algunos de los ensayos de este libro, la violencia colonial ha acontecido y sigue aconteciendo en el espacio del lenguaje, los sentidos, la vida psíquica y espiritualidad de las personas mapuche. Por ejemplo, nuestra propia lengua (mapuzugun), o nuestras ceremonias tradicionales (gejipun, gijatun) registran estas fisuras como resultantes de la exposición de la vida mapuche a los influjos lingüísticos, simbólicos, religiosos y culturales de la larga historia del “contacto” colonial.

Por otro lado, las familias mapuche viven nuevas formas de regulación interna. Como hayan sido las formas anteriores o la influencia externa en las vidas mapuche, el caso es que hoy existen, entre nuestra gente, sistemas de dominación patriarcales que poco espacio dejan a la dualidad, la simetría o la heterogeneidad y, de modo contradictorio, “rigen” la vida familiar y/o colectiva dentro de patrones masculinos y heterosexistas. Esta colonización ha “golpeado” sobre todo las vidas de las mujeres y otros géneros innombrados y que han sido parte de la larga historia comunitaria mapuche. En este sentido, bajo el influjo de hábitos culturales coloniales y patriarcales, se ha deteriorado nuestra propia vida social. Cuerpos hermanos y familiares han devenido en objetos de violencia en nuestros propios entornos de vida. Se han vuelto cotidianas así prácticas que constituyen uno de los lados más lapidarios y abigarrados de la colonización y que, por cierto, no se condicen con nuestra Mapuche az mogen y su potencial liberador.

De igual manera, muchas personas hemos tenido que desplazarnos a remotas tierras, lejos de los retazos “reduccionales” que dejó la colonización chilena y argentina. Hoy, a raíz de este proceso de diasporización, una parte significativa de nuestra sociedad vive en grandes ciudades, o en lugares inimaginables y distantes. Esto nos pone de cara a veloces transformaciones, en momentos en que el mundo vive una crisis global llena de múltiples tensiones que concitan las economías extractivistas y destructivas.

Además, para nosotros la situación colonial se replantea permanentemente, reformula sus características y logra mantenerse como una estructura. Ya no es la misma realidad y contexto de la colonización posterior a la ocupación de Wajmapu. Hoy la situación colonial adquiere nuevos matices económicos y materiales, posee nuevas instituciones y tecnologías que velan por conservar su funcionamiento, ensaya nuevas prácticas con los colonizados, instaura jerarquías de orden social, racial y de género. Más aún, en la presente era neoliberal de la sociedades colonizadoras (chilena y argentina), las políticas de la “interculturalidad” y “multiculturalidad” urdidas por y desde los agentes de los Estados o agentes corporativos del capital local y global, escenifican nuevas relaciones coloniales de poder al restablecer tutelajes y subordinaciones en el cómo y quién define los parámetros y los marcos de la denominada comunicación “intercultural”.

De allí que, en este libro, investigadoras e investigadores mapuche abordan variadas violencias y colonialismos, que ocurren en diversos planos de la vida mapuche y el territorio (mapu). Se trata, por lo mismo, de poner en discusión no tanto “la violencia” como una homogeneizante abstracción sino más bien de mostrar las violencias coloniales como un fenómeno histórico que posee una descarnada y encarnada masividad, sistematicidad y multiplicidad.

Lo que deseamos poner por escrito en estas páginas es la complejidad del dolor y el despojo a que ha sido sujeta y expuesta la gente del Wajmapu (País Mapuche). Con dicha compleja historia se enlazan los conceptos mapuche de kuxanzuam (traducible como trauma) y kuxanzuamkülen (el estar traumado, estar en el trauma), nociones estrechamente relacionadas con las experiencias de desgarros y fracturas de las personas mapuche en espacios wigka como la escuela, el fundo, la misión, el hospital, la ciudad, la panadería, la casa patronal, la cárcel, la empresa, la oficina estatal o el recinto universitario. Allí, en esos lugares y espacios, es donde ayer y hoy resurgen desde los ecos y el olvido, las memorias y las acciones que han resistido y que seguirán resistiendo a las violencias coloniales.

Wajmapu meu, Pukem/Pewü 2015

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