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Nuevo México: Descubren que antepasados eran esclavos indígenas
Por The New York Times - Saturday, Feb. 03, 2018 at 11:51 AM

Viernes 02 Febrero 2018 | Albuquerque, N. M.— Lenny Trujillo hizo un descubrimiento impactante cuando comenzó a investigar su ascendencia dentro de una de las familias latinas pioneras de Nuevo México: uno de sus ancestros fue esclavo.

Nuevo México: Descub...
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The New York Times / La iglesia de Santo Tomás Apóstol en Abiquiú, una población donde se asentaron esclavos indígenas, o jenízaros, en el siglo XVIII

“No sabía de la venta de esclavos en Nuevo México, así que me quedé perplejo”, afirmó Trujillo, de 66 años y quien es un trabajador jubilado del servicio postal que vive en Los Ángeles. “Después descubrí que la esclavitud fue una característica clave de mi historia familiar”.

Trujillo es uno de los muchos latinos que están descubriendo sus relaciones ancestrales con un comercio de esclavos que florecía en la otrora sangrienta frontera que hoy conocemos como el suroeste de Estados Unidos. Sus antepasados cautivos eran indígenas: esclavos que se conocían como ‘jenízaros’ y quienes eran vendidos a las familias ibéricas durante el dominio español de la región, del siglo XVI al XIX. Muchos esclavos indígenas permanecieron en cautiverio cuando Nuevo México fue gobernado por México y luego por Estados Unidos.

Después de haber hecho esos descubrimientos, un número cada vez mayor de latinos está aceptando su pasado indígena, con ello desafían una larga tradición de Nuevo México, según la cual las familias valoran su linaje español. Algunos se están comenzando a identificar como jenízaros. Los historiadores estiman que los jenízaros representaron hasta una tercera parte de la población de 29 mil habitantes con la que contaba Nuevo México a fines del siglo XVIII.

“Estamos descubriendo cosas que complican muchísimo nuestra historia, que nos demandan rechazar los mitos que nos han enseñado”, señaló Gregorio Gonzales, un antropólogo de 29 años que escribe sobre el legado de la esclavitud indígena y que se describe a sí mismo como jenízaro.

Este legado nació de una historia tortuosa de conquista colonial y asimilación forzada.

Nuevo México, el estado que tenía la mayor cantidad de indígenas sedentarios al Norte del centro de México, emergió como un dominio que codiciaron los esclavistas casi tan pronto los españoles comenzaron a establecerse allí en el siglo XVI, según Andrés Reséndez, un historiador que detalla la venta de esclavos en su libro de 2016, The Other Slavery. En un inicio, los colonizadores esclavizaron a los indígenas del lugar, lo cual devino en el levantamiento de 1680 que provocó la expulsión temporal de los españoles de Nuevo México.

La trata de esclavos después evolucionó e incluyó no sólo a traficantes latinos, sino a guerreros comanches y utes, quienes asaltaban asentamientos apaches, kiowas, jumanos, pawnees y de otros pueblos. Tomaban prisioneros, muchos de los cuales eran niños que fueron vendidos en subastas en las plazas de los pueblos.

La corona española intentó prohibir la esclavitud en sus colonias, pero los traficantes de personas solían eludir la proscripción etiquetando a sus cautivos como ‘criados’ en los registros parroquiales. La trata siguió activa décadas después de la guerra México-Estados Unidos, cuando Estados Unidos se apoderó de la mayor parte de lo que ahora es el suroeste estadounidense.

Para fortalecer la decimotercera enmienda, la cual abolió la esclavitud en 1865, el Congreso estadounidense aprobó la Ley de Peonaje de 1867 después de enterarse de que los terratenientes de Nuevo México tenían cientos y tal vez miles de esclavos indígenas, principalmente mujeres y niños navajos. Sin embargo, hay académicos que aseguran que la medida, enfocada en específico en Nuevo México, favoreció poco a muchos de los esclavos del territorio.

Desde hace tiempo, un gran número de familias latinas de Nuevo México saben que tienen ancestros indígenas, aunque haya personas que hasta la fecha se definen como ‘españolas’ para enfatizar sus lazos ibéricos y diferenciarse de las veintitrés tribus del estado que reconoce la federación, así como de los inmigrantes provenientes de México y otros países latinoamericanos.

No obstante, las pruebas genéticas están ofreciendo un lado mucho más complejo de la historia. El ADN de los latinos de Nuevo México suele provenir, entre un 30 a 40 por ciento, de los indígenas estadounidenses, según Miguel A. Tórrez, un investigador de 42 años que trabaja en el Laboratorio Nacional de Los Álamos y quien es considerado como uno de los genealogistas más prominentes de Nuevo México.

Tórrez y otros investigadores realizaron una referencia cruzada de las pruebas de ADN con los registros de bautizo, certificados de matrimonio, informes de censos, historias orales, hallazgos etnomusicológicos, títulos de propiedad y otros documentos de archivo.

“Tengo linaje navajo, chippewa, griego y español”, afirmó Tórrez, quien se define como mestizo. “No puedo decir que soy más indígena que griego, pero es fascinante y perturbador ver cómo varias culturas se juntaron en Nuevo México”.

Las revelaciones que muestran que la esclavitud de indígenas fue una de las características principales del Nuevo México colonial pueden ser inquietantes para algunas personas del estado, donde las autoridades han intentado perpetuar una narrativa de coexistencia relativamente pacífica entre latinos, indígenas y anglos, como se suele llamar a los blancos no latinos de la zona.

Al observar su historia, algunos descendientes de jenízaros están aunando esfuerzos para señalar que merecen el mismo reconocimiento de tribu nativa de Estados Unidos. En Colorado, las Naciones Jenízaro Afiliadas –uno de estos grupos que cuenta con 200 miembros– organizan danzas anuales para conmemorar su herencia.

“No nos importa su porcentaje de sangre indígena ni las pruebas de ADN, ya que esos factores pueden ser parámetros imprecisos de medición”, mencionó David Atekpatzin Young, de 62 años y presidente tribal de la organización, quien rastreó a sus antepasados hasta los grupos étnicos apache y pueblo. “Sabemos quiénes somos y queremos soberanía y nuestras tierras de regreso”.

Hay quienes no están de acuerdo con llamar esclavos a los jenízaros, con el argumento de que las autoridades de Nuevo México fueron relativamente flexibles al absorber a los indígenas cautivos.

Una importante distinción de la esclavitud africana en otras partes de América es que los jenízaros a veces podían alcanzar la independencia económica, e incluso integrarse a las clases dominantes, bajo los nombres de sus amos y aceptando el catolicismo romano.

En Abiquiú, un sitio que fue fundado por jenízaros en el siglo XVIII, cada noviembre la gente se pinta el rostro y usa plumas para representar una “danza cautiva” sobre los orígenes indígenas del pueblo –en el día en que se honra a un santo católico–.

“Algunos nativos creen que las personas en Abiquiú son indígenas falsos”, mencionó Tórrez, el genealogista. “Pero ¿quién tiene el derecho de asegurar que los descendientes de los jenízaros, un pueblo que alguna vez fue esclavizado, no pueden reclamar su cultura?”.

Los intentos de algunos descendientes de jenízaros por definirse como indígenas, en vez de latinos, generan un debate más amplio sobre la forma en que se identifican los nativos estadounidenses. A menudo eso involucra factores polémicos como la membresía tribal, qué determina las prácticas culturales indígenas y la piel clara de algunos latinos con ancestros nativos. Algunos nativos estadounidenses también se molestan por las ventajas que han buscado algunos latinos al darle prioridad a sus lazos ancestrales con colonizadores europeos.

Trujillo, el ex empleado del servicio postal, aprendió que el descubrimiento del pasado de esclavitud indígena no es directo. Primero, encontró su conexión con un hombre jenízaro del pueblo de Abiquiú. Al indagar más en los registros de bautismo del siglo XVIII, halló que su ancestro de alguna manera dejó de servir por la fuerza y compró tres esclavos.

“Me quedé impactado al saber que tenía un esclavizador y a esclavos en mi árbol genealógico”, afirmó Trujillo. “Ese nivel de complejidad es demasiado para algunas personas, pero forma parte de mi historia”.

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