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SOCIALISMO SIGLO XXI
Por MOVIVMIENTO DDHH CORDOBA - Tuesday, May. 15, 2018 at 12:15 PM
manuelpoggi2010@gmail.com SANTA FE 11

TODOS UNIDOS VENCEREMOS ¡¡¡ POR UNA PATRIA JUSTA LIBRE ,SOBERANA y DEMOCRATICA ¡¡¡¡


EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI
El Nuevo Proyecto Histórico (NPH) de las mayorías, comprendido como la Democracia
Participativa o el Socialismo del siglo XXI, nace dentro del turbulento contexto de la primera
recesión económica global desde 1945; de la guerra en Afganistán y del surgimiento del Tercer
Orden Mundial (TOM). Mientras la guerra, la recesión y el nuevo orden mundial son fieles retratos
del estado en que se encuentra la civilización burguesa y del futuro que ella significa para la
humanidad, la democracia participativa es la respuesta de los pueblos y la esperanza de los
movimientos sociales.
Ninguno de los tres flagelos de la humanidad —miseria, guerra y dominación— es casual o
obra del azar. Todos son resultados inevitables de la institucionalidad que sostiene a la civilización
del capital: la economía nacional de mercado, el Estado clasista y la democracia plutocráticaformal.
Esta institucionalidad no es conducente a que el ser humano actúe de manera ética, crítica y
estética, sino que fomenta sistemáticamente los anti-valores del egoísmo, del poder y de la
explotación. Es la doble deficiencia estructural de la sociedad burguesa —ser anti-ética y,
disfuncional para las necesidades de las mayorías— que la hace obsoleta y la condena a ser
sustituida por el Socialismo del siglo XXI y su nueva institucionalidad: la democracia participativa,
la economía democráticamente planificada de equivalencias, el Estado no-clasista y, como
consecuencia, el ciudadano racional-ético-estético.
El renacimiento de una praxis liberadora que avanza hacia la sociedad postcapitalista se
manifiesta en múltiples rebeliones y movimientos populares que abarcan desde el Zapatismo en
México, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, la revolución bolivariana en Venezuela,
el levantamiento indígena-popular-militar en Ecuador y el “argentinazo” del 20 de diciembre, hasta
las protestas de Seattle y Génova. Y esta ola de rebeldía empieza a impactar en las universidades,
donde se observan los primeros rebrotes de la teoría crítica del futuro, mientras, desde otra
trinchera, la heroica lucha de la Revolución Cubana se integra al socialismo del siglo XXI,
practicando cada vez más elementos de la democracia participativa. No hay motivo, por lo tanto, de
resignarse ante la trilogía horrorizante del capital —miseria, guerra y dominación— que
desaparecerá con el fin definitivo de la burguesía que es, al mismo tiempo, el fin de la prehistoria
humana.
Con la recesión global del capitalismo de postguerra, los sueños y mentiras de los intelectuales
neoliberales sobre una “nueva economía de mercado”, sin crisis recurrentes ni convulsiones
sociales, han desaparecido: la gran contrarrevolución del neoliberalismo se encuentra desnuda ante
los ojos de la teoría y la ira de las mayorías. Existe, por supuesto, el intento de los mandarines de
ocultar las raíces del nuevo desastre de la economía de mercado, alegando que los atentados de
Nueva York y Washington causaron la crisis del sistema; sin embargo, esto es un burdo intento de
manipulación. Los parámetros que expresan la salud de una economía ya habían indicado desde el
año 2000 la tendencia hacia la recesión global. Los atentados sólo aceleraron un proceso que estaba
en marcha y que era inevitable, porque nace periódicamente del sistema de acumulación de la
economía nacional de mercado.
Con la recesión mundial, las consecuencias económicas del capitalismo actual para los países
neocoloniales quedan aún más claras: sus economías se vuelven estructuralmente inviables y
EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI Heinz Dieterich Steffan 4
desaparecen como sujetos nacionales de la historia mundial. Esto es valido no sólo para las
pequeñas repúblicas, como las centroamericanas, sino también para economías grandes como las de
Brasil y Argentina que, igualmente han perdido su capacidad para la reproducción ampliada del
capital, dentro de los parámetros de la economía global neoliberal. Peor aún, ninguna medida de los
gobiernos nacionales —ni el mayor endeudamiento externo e interno, ni las recurrentes reducciones
de los presupuestos nacionales, las privatizaciones a ultranza o la ortodoxia monetaria-fiscal
fondomonetarista— puede romper ya el ciclo de empobrecimiento y destrucción que el
imperialismo y las elites criollas han impuesto. Dentro de la lógica de la economía nacional de
mercado no hay mejoramiento económico posible para las mayorías neocoloniales.
El cambio de los ciclos de acumulación-desacumulación del capital mundial no puede lograrse
desde los débiles subsistemas de la economía mundial, como son las naciones latinoamericanas. De
ahí, lo quimérico de las desesperadas luchas electorales por el poder nacional que libran los partidos
de centroizquierda. De hecho, ni siquiera las grandes potencias, como Japón o Estados Unidos
tienen la fuerza para cambiar las dinámicas de la economía global. Para romper el ciclo destructivo
(para las mayorías) de la acumulación de capital contemporánea, se requeriría una iniciativa
concertada del grupo G-7 que cambiara los parámetros institucionales fundamentales del sistema
actual, de tal manera que todos los países de la aldea global pudieran participar con igualdad en una
reproducción ampliada del capital. Tal iniciativa presupondría, sin embargo, un cambio en la
correlación de fuerzas dentro de la alta burguesía global económica para el cual no hay, ni
probablemente habrá nunca, condiciones.
Para las fuerzas democratizadoras del sistema global, desde los sindicatos clasistas hasta los
movimientos de base, las organizaciones político-militares, los partidos políticos y los Estados
progresistas, es importante comprender que la lucha por la transformación del sistema se lleva a
cabo en un entorno diferente, a partir del 11 de septiembre del 2001, en cuatro sentidos: 1. Los
sujetos de cambio tienen que actuar en un Nuevo Orden Mundial; 2. Se enfrentan a una
metodología imperialista diferente; 3. Deben lidiar temporalmente con la pérdida de la iniciativa
estratégica y, 4. Disponen, con el Nuevo Proyecto Histórico, de una perspectiva de lucha nosistémica.

El Nuevo Orden Mundial que vemos nacer es el tercer diseño estratégico que la burguesía
atlántica —la europea y la estadounidense— ha impuesto a la sociedad global en los últimos cien
años. La primera camisa de fuerza global elaborada por los amos del sistema durante el siglo XX,
surgió de las negociaciones de Versailles (1919), al termino de la Primera Guerra Mundial. Aquel
sistema de repartición del mundo trató de alcanzar cuatro objetivos: a) la reducción del poder
alemán, para garantizar la paz en Europa central mediante la hegemonía de Inglaterra y Francia; b)
una nueva repartición de las colonias de los países vencidos durante la conflagración bélica y de
aquellos que se habían vuelto secundarios (Bélgica, Portugal, etc.); c) la consolidación de la
hegemonía estadounidense-británica en el Pacífico, frente al creciente poder de Japón y, d) la
instalación de un organismo supranacional capaz de dirimir los conflictos entre los capitalismos
nacionales, conocido como la Liga de las Naciones. Sin embargo, este primer sistema de regulación
global capitalista del siglo XX —moldeado sobre el sistema regional europeo de equilibrio de
fuerzas del siglo XVII (Paz de Westfalia)— no resistió las crecientes contradicciones entre las
potencias rivales, y perdió toda vigencia práctica a menos de dos décadas de su concepción, para ser
disuelto formalmente en 1946.
En las conferencias de Yalta (1943) y Potsdam (1945) se fraguó el segundo Orden Mundial.
Basado en la bipolaridad de los sistemas capitalistas y socialistas, su estabilidad estructural radicaba
en la capacidad nuclear de destrucción mutua entre la Unión Soviética y Estados Unidos, mientras
que su dinamismo devenía del proyecto del American Century, por una parte, y de la lucha por la
emancipación nacional y social antiimperialista, por otra. Este sistema de postguerra colapsó con la
implosión de uno de sus dos polos, la Unión Soviética, en 1990, para dar lugar a una fase de
transición (interregno) que duró hasta el 11 de septiembre del 2001. (Ver, Noam Chomsky, Heinz
Dieterich, Los Vencedores, Ed. Planeta, 1996).
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El carácter de esta etapa de transición estuvo determinado por el choque entre tres principios de
estructuración del orden ecuménico: a) la pretensión imperial del “siglo de dominación
estadounidense” (American Century) proclamado en 1941 por Henry Luce como axioma
ordenador de la humanidad para el siglo XX; b) la evolución de facto del sistema global hacia la
multipolaridad, sobre todo por la progresiva importancia de China y la Unión Europea y, c) la
creciente lucha por la democratización de la tiranía neoliberal (Seattle, Génova).
Los atentados de septiembre han modificado la correlación de fuerzas entre esas tres tendencias
evolutivas, privilegiando el desarrollo de unas sobre otras y provocando, de esta manera, un cambio
cualitativo en el sistema global que amerita cualificarlo como algo sui generis, es decir, el Tercer
Orden Mundial. Algunos de los rasgos más distintivos de este Tercer Orden Mundial (TOM),
plasmados en los objetivos estratégicos de guerra de Washington, pueden resumirse de la siguiente
manera.
1. La proclamación de un futuro Estado palestino por parte de George Bush II significa la
consolidación definitiva del dominio estadounidense en Medio Oriente, basado en el control
neocolonial de Israel, Egipto, Jordania y Palestina. Tel Aviv tendrá que aceptar la realidad del
nuevo Estado palestino el que, convirtiéndose en una dependencia neocolonial económica de Israel
y de Estados Unidos, aminorará las tensiones que hacen inestables a la principal cuenca petrolera
del mundo. La realización de este objetivo encuentra la resistencia de ciertos movimientos
palestinos y sectores sionistas de Israel, pero todo indica que en un tiempo no muy lejano ese
proyecto de Washington (y de la Unión Europea) se impondrá.
2. Una segunda zona regional estratégica que caerá bajo el dominio de la elite estadounidense es
Asia Central. Uzbekistán tiene, de hecho, desde 1995 una alianza militar de facto con el imperio,
que ha entrenado desde aquella fecha a sus fuerzas armadas. El estacionamiento de tropas y de la
fuerza aérea en esa república durante el último trimestre del 2001 se transformará, sin lugar a duda,
en un acuerdo de colaboración mutua militar que le dará a Washington, junto con sus bases en
Afganistán, la anhelada presencia bélica permanente en esa región de Asia Central que contiene la
segunda mayor cuenca petrolera del mundo, así como una gran parte de las reservas globales de gas
natural. Con los atentados, Washington ha recuperado la iniciativa mundial que había perdido, y
esto significa para la región que la alianza estratégica concertada entre China, Rusia y las repúblicas
de Asia Central (reunión de Shangai), prácticamente dejará de existir.
3. La tercera región importante que caerá víctima del American Century es Asia del Sur, donde
las elites de Washington e India —y eventualmente, Pakistán— tienden hacia la formación de un
bloque que sirva como dique de contención a China. Con el potencial demográfico de India,
Pakistán y Estados Unidos que equivale a alrededor de 1.4 mil millones de seres humanos, una
guerra convencional contra China deja de ser una utopía militar.
La incógnita en este momento consiste, por supuesto, en el conflicto entre Pakistán e India por el
control de Cachemira. Sin embargo, parece razonable asumir que se logrará establecer algún modus
vivendi entre ambos países, posiblemente después de un enfrentamiento bélico, que garantizará los
intereses de Estados Unidos en esta región. En retribución a esta alianza, Washington ya ha
cancelado las sanciones económicas a Pakistán por sus pruebas nucleares, ha preparado u otorgado,
respectivamente, un paquete de ayuda económica multimillonario para ambos Estados y ha
aceptado su status de potencias nucleares secundarias.
4. El futuro de Rusia se inclina hacia la integración en la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN), la Unión Europea (UE) y la Organización Mundial de Comercio (OMC),
alejándose, en consecuencia, de un posible eje con China. El “matrimonio” entre Rusia y la UE es
lógico: la UE puede proveer el capital y la tecnología que requiere la economía subdesarrollada de
Rusia, por una parte; el potencial territorial, las materias primas y las armas estratégicas de Rusia,
por otra, le agregarán al naciente Leviatán europeo un componente de poder imprescindible para
una proyección imperialista mundial, comparable a la de Estados Unidos.
5. El aprovechamiento del conflicto de Afganistán para la imposición del Área de Libre
Comercio (ALCA) y del Plan Colombia en América del Sur y Centroamérica, hasta el año 2005,
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tiene la función de liquidar a la Patria Grande como sujeto de la historia y anexarla como cuarto
botín regional al sistema geopolítico de Washington. La calificación de los grupos guerrilleros
colombianos como organizaciones terroristas por parte de la Casa Blanca; la intensificada
aplicación del esquema fascista de “limpieza política” por parte de los paramilitares; la liquidación
de la zona de despeje de San Vicente del Caguán, por decisión de Washington; el golpe de Estado
contra el gobierno bolivariano en Venezuela; la imposición electoral violenta de un “contra”
neoliberal como presidente de Nicaragua y la autorización del fast track (vía rápida) a Bush II para
avanzar con más rapidez en las negociaciones del ALCA, reflejan esa dinámica.
Mientras todos esos factores mejoraron las posibilidades de Washington y del ALCA, el
levantamiento argentino del 20 de diciembre es un factor contraproducente. Fue el Departamento
del Tesoro de Washington quien decidió el estallido de la crisis argentina al bloquear ayuda propia
y la del FMI, obviamente sin prever que la crisis pudiera llevar a una mayor incidencia popular en
la política argentina y con eso, fortalecer el movimiento contra la adhesión al ALCA y la sumisión a
Washington.
6. Otro rasgo esencial del Tercer Orden Mundial consiste en la política concertada entre el
imperialismo estadounidense y el europeo en el sentido de impedir la democratización estructural
de la sociedad mundial mediante el uso de sus aparatos represivos y de terrorismo de Estado. Esto
incluye tanto la neutralización de los movimientos nacionales de liberación (FARC/ELN) y Estados
progresistas (Venezuela), como de movimientos anticoloniales retrógrados, como el régimen
Talibán.
7. La guerra contra Afganistán que es la partera del Tercer Orden Mundial, amalgama la alianza
entre la burguesía europea y la estadounidense, contra el Tercer Mundo. De hecho, la burguesía
atlántica se perfila como el centro de gravitación del Tercer Orden Mundial que, diferencias tácticas
aparte, defenderá sus intereses estratégicos frente a los “condenados de la tierra”
mancomunadamente.
8. Otro elemento importante del ordine novo es la acelerada integración del imperialismo
europeo, donde la derecha reciclada de los años treinta —los herederos contemporáneos de
Mussolini y Franco, Berlusconi y Aznar— junto con la socialdemocracia alemana (Schroeder), los
profetas de la Tercera Vía de Lord Palmerston (Blair y Giddens) y los camaleones verdes (Fischer),
han formado el arco iris de la nueva superpotencia imperial. Ese proceso se potencia con la
introducción práctica del Euro: crecerán juntos el Euro, la identidad y el imperialismo europeo.
9. En el Tercer Orden Mundial, las armas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN) sustituyen, de hecho, al derecho internacional de las Naciones Unidas, tal como la fuerza
de las armas reemplazó a las instituciones de la Liga de las Naciones en los años treinta, durante el
Primer Orden Mundial.
10. China y Japón se quedan peligrosamente fuera de los bloques en esta tercera gran
escenografía secular del capitalismo atlántico, al igual que la humanidad y sus intereses de
democratización. Es de suponer, sin embargo, que Japón entrará relativamente pronto como aliado
subordinado en una alianza estratégica con la burguesía atlántica, antes que generar su propio
bloque regional en Asia. Sobre este afianzamiento del poder de Occidente, la elite atlántica
ejecutará su política de “contención” para convertir a China en neocolonia. Y al integrar a Rusia en
la Unión Europea y la OTAN se quitará los dos únicos rivales serios encima que tiene en el planeta.
11. La conquista de los cuatro espacios regionales por parte de Washington consolidará su
posición de líder mundial y dará sólidos fundamentos al sueño imperial de extender el “siglo
estadounidense” otro saeculum más. El abandono de los acuerdos limitantes de armamento
estratégico (SALT I y II) y la creación de un escudo antibalístico es el regreso a la doctrina militar
de los años cincuenta, centrada en la noción de que es posible dominar militarmente a la sociedad
global mediante la capacidad de una guerra nuclear preventiva.
12. El contenido político-económico del TOM consiste en la conversión de la aldea global en
una Maquiladora Global Militarizada (MGM) o, para decirlo en términos latinoamericanos, en un
Obraje Global Militarizado. Los antecedentes modernos de esa política de megaproyectos
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capitalistas que conforman el TOM, fueron desarrollados por los planificadores estratégicos de los
nazis en la llamada Grossraum-Ordnungspolitik de Adolf Hitler, que constituyó la base de su
política anexionista en Europa y desató la Segunda Guerra Mundial.
Si el afán de la burguesía atlántica de perpetuar el sistema mundial de explotación, dominación y
enajenación, establecido a partir de la invasión europea del 12 de octubre de 1492 al hemisferio
occidental, es preocupante, no lo es menos la metodología que ha venido desarrollando en los
últimos diez años, durante la fase de transición del segundo Orden Mundial a este nuevo, el tercero.
La enorme facilidad con que Occidente ha obtenido sus sucesivos triunfos militares en Panamá,
Irak, Kosovo y Afganistán ha restablecido el modus operandi de su fase de imperialismo clásico
del siglo XIX: el binomio de ultimátum político, ataque militar, como instrumento fundamental de
su política exterior. Desaparecida la Unión Soviética, cuya presencia impedía el uso de este
instrumento tradicional contra los países socialistas y algunas naciones del Tercer Mundo, hoy día
la humanidad entera vuelve a ser rehén de la lógica binaria imperial formulada por Bush II dentro
de los moldes clásicos de la ideología del nacionalsocialismo alemán, conceptualizada por su más
importante doctrinario, Carl Schmitt en los años treinta.
Antes de los atentados del 11 de septiembre, la situación política en la aldea global se
caracterizaba por un ascenso de las luchas populares contra el régimen neoliberal. Las fuerzas
democratizadoras globales (Seattle, Davos, Génova) y nacionales habían conquistado la iniciativa
frente a la burguesía atlántica, tanto en el terreno político como ideológico. Sin embargo, esta
correlación de fuerzas cambió a raíz de los atentados: la elite atlántica, que desde hace quinientos
años determina dictatorialmente los destinos de la humanidad, logró recuperar transitoriamente la
ofensiva.
Las implicaciones para la Patria Grande que se derivan del nuevo Orden Mundial, de la
metodología binaria de ultimátum político-ataque militar, y de la pérdida transitoria de la iniciativa,
agravada por la quiebra económica de la mayoría de los países del hemisferio, son obvias: los
espacios para experimentos de desarrollo y democracia nacional se estrechan violentamente, porque
el imperio exige el cumplimiento exacto de sus reglas de juego, bajo amenaza de neutralizar por la
fuerza a todo sujeto disidente.
Ante este panorama es fundamental que las fuerzas democratizadoras definan adecuadamente la
correlación de poder que debe orientar su praxis política. Un análisis realista de esta correlación no
deja dudas: a nivel mundial los sectores democráticos están coyunturalmente a la defensiva y su
tarea consiste en parar los avances del proyecto Bush-Blair. Para América Latina esto significa: a)
concentrar todas las fuerzas en la defensa de la soberanía e integración autónoma, imposibilitando
la concreción del ALCA; b) impedir el triunfo del Plan Colombia; c) evitar la destrucción del
proceso bolivariano en Venezuela; d) aprovechar todos los foros sociales, políticos y culturales del
año 2002, para estabilizar el frente de las fuerzas latinoamericanistas y, e) avanzar el Nuevo
Proyecto Histórico de las mayorías. Sin embargo, es necesario ser realista y aceptar la posibilidad
de que algunos de esos objetivos no se logren a corto plazo y que la lucha por la democracia y
justicia social tendrá que seguir en otros escenarios, diferentes al actual.
La perspectiva de los años venideros es de lucha. Incapaz de resolver los grandes problemas de
la humanidad, el capitalismo en su fase actual ya sólo agudiza el hambre, la miseria, la guerra y la
represión. Las mayorías y sujetos democratizadores están obligados, por lo tanto, a decidir qué
estrategia van a adoptar ante la nueva agresividad y las renacientes tendencias fascistoides de la
elite global. Si esta estrategia será de índole defensiva, es decir, de las más amplias alianzas
democráticas posibles, para defender al Estado de derecho o si se inclina hacia una estrategia
ofensiva, haciendo avanzar el socialismo del siglo XXI o, acaso una combinación de las dos, es de
trascendental importancia para el futuro del sistema global y de la humanidad. En cada una de las
estrategias que los pueblos escojan, sin embargo, la esencia de su praxis debe ser el Nuevo Proyecto
Histórico; porque sólo la lucha por la democracia participativa, la economía de equivalencias y la
justicia social pueden coordinar y guiar la infinidad de esfuerzos individuales hacia el triunfo final.
EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI Heinz Dieterich Steffan

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