El gobierno se quedó sin relato de futuro y solo vende expectativas de corto plazo porque no puede mostrar resultados. Se requiere un programa de emergencia.
Este diciembre se cumplen 35 años de la recuperación del régimen de la democracia liberal en nuestro país. El aniversario nos remite a un largo período en que los registros en el debe son mayores que los del haber. Tres décadas largas que refuerzan la convicción de que en determinadas relaciones de fuerzas sociales la democracia, tal como la conocemos, termina reforzando los privilegios de los ya privilegiados.
A los efectos de esta nota nos interesa el plano de la economía. La desocupación más que se duplicó, los salarios e ingresos populares perdieron poder adquisitivo y los ingresos se han concentrado, más de lo que ya estaban. Primarización, desnacionalización y dependencia completan el cuadro. El dato dominante es que hoy la pobreza (33,6%) es sustancialmente mayor que en 1983 (7%) y se ha instalado como un dato estructural.
Impotencia de la burguesía
Todo tiene que ver con las tendencias mundiales impuestas por la globalización neoliberal, también con que en estos 35 años ninguno de los gobiernos que se turnaron en el poder político y en la administración de los asuntos del Estado, logró resolver los límites estructurales que traban el desarrollo de las fuerzas productivas en nuestro país y lo subordinan cada vez más a los organismos internacionales y al mercado mundial. Nuestra burguesía se ha mostrado una y otra vez impotente para relanzar y darle continuidad al proceso de acumulación y reproducción de capitales en el país. Por el contrario los excedentes producidos merced a la explotación de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales y bienes comunes, los giran al exterior, en lo que ya es una constante histórica.
También en este diciembre se cumplen tres años del gobierno Macri, un trienio en el que se ha acentuado la crisis estructural del capitalismo nacional. Si al asumir expresaba un conjunto de ideas (nueva matriz económica, mayor productividad de los factores, libre movimiento de capitales, desregulaciones económicas y ambientales, libertad individual como fuente de progreso, el mercado como medida de valor de todos los valores) que, suponía le darían un horizonte de largo plazo al capitalismo argentino, treinta y seis meses después todo se ha desdibujado. El gobierno se quedó sin relato de futuro y solo vende expectativas de corto plazo porque no puede mostrar resultados.
En estos tres años la inflación acumulada alcanza al 155%, los salarios han perdido en promedio un 15% de su capacidad adquisitiva, mientras que la devaluación del peso bordea el 290%, la desocupación ya está en el 10% y la pobreza ha subido 4 puntos desde el 2015. La brecha entre ricos y pobres se amplió a 16 veces. La deuda del Estado nacional trepó del 56 al 90% del PBI (creció en casi 90.000 millones de dólares por colocación de bonos, a los que hay que sumarle los desembolsos del FMI por 57.000).
Ni pronósticos ni promesas
El presidente Macri acaba de decir que no harán más pronósticos, lo bien que hacen. Para este año estimaron una inflación del 10% y un crecimiento de la economía de tres puntos, la realidad muestra que serán del 48% y de -2,5 respectivamente. De los dichos de campaña: “bajar la inflación es fácil”, “los trabajadores no pagaran más ganancias”, “habrá lluvia de inversiones”, “pobreza cero”, “tenemos el mejor equipo de los últimos 50 años”, “sabemos lo que hay que hacer” no queda ninguno en pie, la realidad los desmintió uno por uno.
Ahora ha quedado claro que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional vino a salvar de la quiebra al Banco Central y a evitar que el país cayera en un nuevo default, también que tiene un fuerte contenido político. Los desembolsos están calculados según las necesidades electorales de Cambiemos. Para ser claros: el acuerdo financió a este gobierno pero desfinanció al que venga, cualquiera sea. Ahora se están prendiendo todas las alarmas porque nadie sabe cómo se financiará la deuda -y cómo se hará frente al pago de intereses- a partir del 2020, especialmente en 2022 y 2023 cuando hay que devolver la plata al Fondo. No por casualidad las principales fuerzas políticas han dejado trascender que van a una renegociación del acuerdo con el FMI y a una reestructuración de la deuda. No por casualidad el riesgo país está donde está. Nos esperan varios años de vacas flacas.
No es bueno, cuando estamos a punto de finalizar el año, escribir un texto tan falto de expectativas. El neoliberalismo nos llevó a esta encerrona expropiatoria de futuro, pero no hay que descartar un nuevo período presidencial. Mientras que el neodesarrollismo ya mostró sus límites en condiciones internacionales mucho más favorables que las actuales, lo que no impide que pueda transformarse en una alternativa electoral con posibilidades.
Hay esperanzas
A pesar de todo hay esperanzas. Esta anida en las manifestaciones sociales y en las resistencias que recorren el país. En estos tres años hubo tres huelgas generales con acatamientos masivos, numerosas concentraciones multitudinarias y una ristra de resistencias en defensa del empleo, el salario y las condiciones de trabajo; de las jubilaciones y los planes sociales; por el derecho de las mujeres y de las variadas minorías; en defensa del ambiente y de los bienes comunes, de la salud, la educación y la cultura…
Esta crisis de futuro necesita urgente de un programa de emergencia que nos saque de la encerrona y abra las posibilidades de una transformación más profunda, que convoque a todos los sectores atravesados por la crisis con los explotados y los oprimidos como sujetos centrales del cambio social que recree nuestras expectativas.
Estimados lectores y lectoras, les deseo buenas fiestas en compañía de sus seres más queridos y un 2019 donde podamos recrear las esperanzas de un futuro diferente de la mediocridad actual.
Hasta el año que viene.
Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda)