Este miércoles a las 18 hs se proyectará Memorias de Uchuraccay en el auditorio de la Comisión Provincial por la Memoria (54 N°487, La Plata). El documental del realizador peruano Hernán Rivera Mejía indaga el asesinato de ocho periodistas a principios de los ’80 en el marco de una sucesión de hechos violentos vinculados a la guerrilla ¿Qué hay detrás de la densidad del silencio que cubrió esos hechos?
“En cada aniversario parecía que se publicaba el mismo artículo y se cambiaba la fecha. Había libros pero reflexiones más académicas, no era un tema que circulara, sentí que faltaba vulgarizar, remover la memoria histórica sobre estos hechos”, dice Hernán Rivera Mejía sobre el tema que aborda su documental Memorias de Uchuraccay. Empezaba 1983 cuando el asesinato de ocho periodistas hizo visible a esa comunidad que tal vez de otra manera no se hubiese conocido; detrás de las muertes, la violencia de la guerrilla, la represión y el papel de grupos militares y paramilitares.
“El tema lo tenía en mente desde que se dieron los hechos”, cuenta Hernán que en el ’86 viajó a Francia, donde aún vive, y esbozó un primer proyecto, un corto experimental en base a fotografías. “Justo se había encontrado una cámaras fotográfica de uno de los periodistas asesinados, Willy Retto, y el gran hallazgo fue una película con unas 8 ó 10 fotos que registraban el encuentro con los campesinos”, agrega. Buscando material dio con el libro de José María Salcedo, las Tumbas de Uchuraccay, que narra los hechos con un estilo novelado. “Ese tinte me entusiasmó también, porque daba para un guión cinematográfico. En ese momento en el cine, sobre todo en Europa, era la tendencia de estilo mezclar ficción y realidad. Y me parecía que en este caso se prestaba de forma muy pertinente el juego ficción documental, y en ese sentido trabajé hasta casi el final del proyecto”.
Mientras, se fue presentando sin suerte a fondos financieros; cuando quiso proponer su proyecto en Perú, se le reveló otra parte de la escena que le hizo dar un nuevo volantazo: “Me di cuenta que no sabía la parte campesina de la historia, no conocía el lugar, ni la comunidad; en 2014 tuve la suerte de encontrar una delegación de pobladores para un aniversario, les expliqué lo que quería hacer y les pedí su acuerdo. Me aceptaron, así que viajé y días antes del aniversario vi los preparativos del acto. Después de esta experiencia me dije que no cabía otra posibilidad que una película documental. Dejó de tener sentido la ficción, me parecía casi una cuestión ética de no jugar con la verdad, la cuestión de estilo ya no cabía”, señala.
Comenzó el trabajo casi en solitario, financiando el rodaje con fondos propios. Recabar los testimonios fue difícil. En la comunidad, aún con un intérprete del lugar, algunos no quisieron participar, con otros era volver a empezar a construir la confianza en cada encuentro, había que atravesar un doloroso silencio de años. Un silencio que se replicaba en la búsqueda de otras fuentes. “Yo pensé contar con material de archivo que creía existente, fue una frustración. Si existen no hay archivos que puedan ser considerados como tales, ni de los canales de televisión ni de nada. Infelizmente. Esa una gran carencia en Perú no tener una política de conservación, no hay cinemateca, en la misma biblioteca nacional el archivo es muy precario”, comenta el realizador.
Y además se sumaba la resistencia a hablar de la violencia política. “Es un tema tabú, cuando alguien lo aborda ya es objeto de acusaciones. Y es muy importante y necesario porque se dice ‘para que no se repita la historia’ y es un cliché. La gente no piensa en esa parte de la historia, no se la cuestiona”. En cada paso tomaba más relevancia el trasfondo social y político de esa masacre, las cuestiones que ni el informe de la Comisión investigadora de los sucesos de Uchuraccay ni la Justicia han respondido.
Reconocer ese debate latente también implicó tomar decisiones en torno a la distribución de la película, que se estrenó el último enero en Lima con el apoyo del Ministerio de Cultura. Esa estructura le permitía salir en el circuito comercial, “pero no me pareció. Opté por una distribución alternativa y me fui paseando yo mismo por distintos lugares del Perú proyectando la película: asociaciones, cineclubes. El público en provincias fue bastante receptivo y me reconfortó mucho porque me sentí correspondido en sus reacciones, estaban removidos por lo que veían, gente joven que no sabía lo que había pasado, gente de edad que había vivido en esa época muy conmocionada por recordar y sobre todo por saber lo que había vivido la gente en este lugar. La realidad de la serranía del campesinado aún no cuenta. Somos una sociedad racista, cuesta aceptarlo pero es así. Es un tema que todavía necesita mucha reflexión y debe considerarse: la realidad y el abandono de estas comunidades. Si de algo ha servido esta tragedia, la pregunta es qué cosa se ha hecho para que no se vuelva a repetir. Y la gente sale con esa pregunta”, concluye satisfecho Rivera Mejía.
Fuente: https://www.andaragencia.org/uchuraccay-las-preguntas-abiertas-por-la-masacre/