Adiós a Hebe

HEBE NOS DEJA COMO HERENCIA SU FUERZA DE VOLUNTAD, TAN ARRASADORA Y CONTESTATARIA COMO SU FORMA DE VIVIR DE ACUERDO A LO QUE PENSABA.

EL LEGADO DE HEBE

La partida de Hebe me duele demasiado.

¿Serán su militancia hecha acción, su capacidad de molestar a quien se lo merecía, su voluntad para transformar las heridas en acción solidaria y las palabras en viento?, porque Hebe, cuando hablaba, era un huracán en movimiento.

La contundencia de sus declaraciones eran tan criticadas cómo respetadas de acuerdo al sayo de sus destinatarios, pero esa fuerza no podía ocultar su extrema ternura a la hora de reflexionar sobre la realidad de los argentinos.

Ella dijo hace poco, para quienes no olvidamos, que había una vez un país con jóvenes que soñaban, y el sueño propio de cada uno de ellos era el sueño de todos. Y en ese país de nombre con brillo de luna, los sueños y la vida iluminaron los cruentos años de oscuridad, permitiendo que toda la sociedad viera claramente el espantoso rostro de los verdugos de la historia.

Hebe nos dejó como herencia su fuerza de voluntad, tan arrasadora y contestataria como su forma de vivir de acuerdo a lo que pensaba, cómo dice Joseph Granvill, “pura voluntad, que nunca muere. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad y su fuerza? Pues Dios no es más que una gran voluntad que penetra todas las cosas por obra de su fuerza. El hombre no se doblega a los ángeles, ni totalmente a la muerte, si no es por la flaqueza de su débil voluntad”.

Así vivió sus últimos años, para luchar contra la muerte, como el primer día, “tejiendo luchas, haciendo circular los sueños y alumbrando la vida”.

HEBE EN EL TIEMPO Y LA MEMORIA

Tanto Hebe como todas las Madres y Abuelas fueron artífices de la historia contemporánea de nuestro país, con su universidad llena de jóvenes, con su cansina esperanza impulsora de movimientos sociales, de conferencias, de proyectos.

La intervención y el compromiso de Hebe, de Estela, de Nora, en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte.

A pesar del negacionismo generalizado y de un 40 por ciento de la población argentina que demuestra su indiferencia votando a la derecha, Hebe nos decía que no importa, que había que seguir luchando, pues “todo está guardado en la memoria, refugio de la vida y de la historia”.

Pero el tiempo pasa y muchas de ellas, como Hebe, han comenzado a partir. ¡Hasta el próximo jueves, en algún lugar del tiempo y la memoria, Aurora, Carmen, Mercedes, Felisa, Nair y muchas más que día a día se apagan como el sol del poniente!

Cuando se las ve arrastrando sus piernas fatigadas de marchas y sostenidas por sus bastones trabajando por la recuperación de los nietos robados, conteniendo a la compañera que se cae por el peso de los años y dando mensajes de esperanza y alegría no podemos hacer otra cosa que contener las lágrimas y adorarlas.

Porque en ellas nació una nueva manera de luchar a través del amor, sin venganza, sólo con justicia.

Aquellas amas de casa desgarradas por la suma de todas las tristezas, han logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento; el entumecimiento aletargado del miedo en lucha por un ideal; el desaliento y la impaciencia en osadía para enfrentar al poder real.

Las Madres y Abuelas no lucharon solamente contra un sistema opresor y asesino, sino que pertrechadas de amor y justicia se enfrentaron al aparato más poderoso que utiliza el neoliberalismo para colonizar el imaginario social de todo el planeta: el odio como arma de destrucción masiva.

Esta artimaña ideológica ha borrado de la memoria colectiva las experiencias de violencia fascista vividas por los sucesivos gobiernos de corte liberal y por ende estimulado la despolitización de vastos sectores populares que se resisten a darse cuenta del horror que esta doctrina apocalíptica conlleva.

Casi sin darnos cuenta, nos han ubicado en el peor de los mundos, un mundo en el que la velocidad del placer estimulada por los medios de comunicación no deja tiempo al nacimiento del deseo y sólo acumulamos frustraciones que el tiempo se encarga de borrar o esconder en los rincones más recónditos de nuestra conciencia.

Por suerte, a pesar de la fragilidad de nuestra memoria, existió Hebe de Bonafini y existe una Estela de Carlotto, las cuales continuarán dándole sentido a la fraternidad, la empatía y el amor.

Alejandro Lamaisón

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