En los tiempos de la inteligencia artificial, pibas y pibes son esclavizados en las geografías que dominan las bandas narcopoliciales. La explotación de las pibas y los pibes en ese submundo no suele tener el desarrollo necesario en los grandes medios de comunicación.
Por Carlos del Frade
(APe).- La realidad no es una sola.
El bien y el mal ya no definen por penal como cantaba “Divididos” en los años noventa. Ambas palabras aparecen olvidadas en el presente.
Parece que el capitalismo despedaza la dimensión humana al tiempo que promete un paraíso tecnológico para los que puedan comprar una localidad.
Las necesidades básicas terminan multiplicando las víctimas para los gerentes de los negocios ilegales.
Cerca de la primavera de 2023, una voz de un sobreviviente contó parte de otras realidades para nada virtuales.
Sucede que en los tiempos de la inteligencia artificial, pibas y pibes son esclavizados en las geografías que dominan las bandas narcopoliciales.
Neofeudalismos del tercer milenio a la vera del río Paraná, en el mapa rosarino, aquella ciudad que fuera el corazón del cordón industrial más importante de América del Sur en los años setenta después de San Pablo.
Hacia 2014 la justicia federal había acusado a integrantes de una pandilla relacionada con el narcotráfico por reducción a la servidumbre a las chicas y los chicos que debían estar encerrados doce horas en los puestos de venta de drogas sin baño y con la puerta del lugar clausurada desde afuera. Relaciones laborales de explotación que se reciclan de manera permanente.
Pero ahora, casi una década después, el relato también escuchado en sede de la justicia federal rosarina tiene ecos de los testimonios de los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención durante el terrorismo de estado.
La voz escuchada en los tribunales proviene de un muchacho que estuvo dos meses secuestrado por una banda narcopolicial autodenominada “Los menores”.
El pibe logró fugarse y antes que lo mataran tuvo que tirarse a las aguas del arroyo Ludueña, al norte de la ex ciudad obrera.
-Me pegan un culatazo y me dicen que me dejan en esa casa en contra de mi voluntad y custodiado para que venda droga. Me hacen soldadito de esa banda. Un tipo armado se encargaba de que no me escapara, tenía órdenes de tirarme tiros si lo intentaba. Yo no era el único en esa condición…
Me tenían obligado y vi muchas cosas. Nombres de personas y movimientos. Eramos un par de pibes que estábamos así. Recuerdo que una vez me quise escapar, me pegaron una pistola en la cara y me rompieron la ceja. Tuve que curarme solo. Me puse un poco de poxipol en la ceja para que se me cierre la herida y me quedaron cicatrices…
Después de eso iba a venir este policía a buscar la plata. Pasó un rato y vi que entró una persona con uniforme de policía y un pasamontañas. Era morocho, alto, de pelo negro. Le di la plata y se fue… Pasó el tiempo y un día el tipo que me cuidaba, recuerdo que estaba re drogado, tuvo un problema porque le faltaba droga no sé dónde. Yo aproveché y con una pinza rompí el candado de donde me tenían encerrado y me escapé… Es ahí que aproveché, bajé a la montaña y me tiré al arroyo. En ese momento me empezaron a tirar, fueron como treinta tiros. Yo me metí al arroyo, subí la montaña como pude y salí por la zona el autódromo, no recuerdo bien.
Recuerdo que corría y pedía auxilio hasta que llegué a un taller y hablé con un señor que llamó al 911… En un momento entró el sumariante y lo reconocí. Era el policía que había ido a buscar la plata al búnker aquella vez. Cuando me vio se hacía el tonto y corría la vista. – dijo el sobreviviente del secuestro y la esclavitud contemporánea en los días en los que se habla de la inteligencia artificial.
La explotación de las pibas y los pibes en el submundo de las bandas narcopoliciales no suele tener el desarrollo necesario en los grandes medios de comunicación, ni locales ni nacionales.
Sin embargo es una demostración de la ferocidad de un negocio que no duda en secuestrar y torturar mientras el dinero acumulado de esa manera se lava en el centro de las grandes ciudades.
¿Cuántas pibas y cuántos pibes estarán en la misma condición de sometimiento?.
Mientras avanza la tecnología y ya se habla de un mundo post humano, en las entrañas de las más reconocidas geografías argentinas hay esclavismos del tercer milenio, relaciones de producción que reviven las peores aberraciones del sistema.