El mundo entero se encuentra en estado de emergencia a causa del Coronavirus, se viven escenas de histeria colectiva y en muchos países (China, Norteamérica o Europa) han decretado el estado de sitio para combatir la pandemia ¡que nadie salga a la calle! Es la consigna en un desesperado intento por remitir los contagios y contener la propagación del virus. ¡Estamos en guerra contra un virus! que avanza imparable y amenaza extenderse a nivel global sino se toman las medidas sanitarias de choque. Caronte el barquero con su guadaña se prepara a guiar a los miles de difuntos al otro lado del rio Aqueronte. Como en la edad Media el terror se apodera de la estirpe humana.
Desde tiempos inmemoriales se han producido otras pandemias apocalípticas o bíblicas, pero quizás la más diabólica haya sido la que se produjo a raíz del descubrimiento y conquista de América.
Cristóbal Colón fue el pionero de la guerra bacteriológica pues junto a sus secuaces alienígenas introdujeron en el Nuevo Mundo un mortífero cóctel de virus, bacilos o microbios que a corto y a largo plazo exterminaron a millones de indígenas. El Nuevo Mundo se encontraba completamente aislado y sin contacto con Europa, Asia o África. La virginidad inmunológica y una falta de respuesta defensiva por parte de los nativos provocaron la hecatombe.
En un plazo de 20 años las guerras, la esclavitud y las enfermedades prácticamente diezmaron un 90% de las tribus indígenas del Caribe. Mas tarde la mortal plaga alienígena se fue expandiendo por todo el continente durante el periodo de conquista y colonización.
Las enfermedades se transmitían por vía respiratoria (gripe, y múltiples cepas de la influenza, tuberculosis) por contacto directo (viruela, lepra, el cólera, sarampión, rubeola, tosferina) por picaduras de piojos (tifus exantemático) por las ratas (la peste bubónica) por vías digestivas (diarrea, fiebre tifoidea, salmonella) por contacto sexual (sífilis, gonorrea) picaduras de mosquito (malaria o fiebre amarilla)
¿Cómo es posible que un puñado de conquistadores vencieran a naciones poderosas como los Aztecas o los Incas? Simplemente porque la guerra bacteriológica propició la demoledora y fácil victoria de los conquistadores españoles. Igual pasó en Norteamérica con los ingleses, holandeses y franceses que igualmente contagiaron a cientos de tribus indígenas eliminándolas casi por completo. Es inconcebible, pero sin ningún remordimiento se llevaron a cabo estos perversos planes para apoderarse de sus tierras y proclamarse los nuevos amos.
Por ejemplo, una gripe desconocida llamada la “gripe suina” o “gripe del cerdo” llegó en el segundo viaje de Colón y se extendió con inmensa facilidad por todo el Caribe -como sucede hoy con el COVID-19. Otro elemento a tener en cuenta fue la llegada de nuevos animales: caballos, burros, vacas, aves de corral, cerdos y que junto a las condiciones higiénicas deplorables de los propios conquistadores fueron el mejor caldo de cultivo para virus y bacterias mutantes. (ya que pasaban de los animales a los seres humanos) Con todo el descaro se intentó culpar a los indígenas de la sífilis que era una enfermedad venérea que ya existía en Europa desde hacía siglos. La propagación de la sífilis se da por la promiscuidad, los abusos sexuales y las violaciones a que fueron sometidas las mujeres indígenas por parte de los conquistadores o colonizadores. La plaga mortal provenía de Occidente, no eran dioses sino espectros infernales.
El COLONAVIRUS sin duda alguna ha sido la pandemia más poderosa conocida sobre el planeta tierra. Para que nos hagamos una idea de lo que supuso esa catástrofe ahora estamos experimentando en carne propia tan solo una ínfima proporción. Y encima en ese entonces los enfermos ni contaban siquiera con hospitales, medicinas o tratamientos. Imagínense la lenta agonía de los aborígenes con sus cuerpos abrasados por la fiebre mientras agonizaban lanzando horribles gemidos suplicando piedad. ¡Qué más da si un caballo pura sangre valía más que cien de ellos!
Nadie les prestó ayuda, perecieron en silencio, sin hacer ruido víctimas de ese holocausto apocalíptico. En todo caso son los “daños colaterales” tan propios de las invasiones y guerras y que debemos asumir con resignación cristiana tal y como ha acontecido en otras ocasiones en la historia de la humanidad” -aducen los intelectuales españolistas. “solo los más fuertes sobreviven” o sea, es la “selección natural”, como lo afirma la teoría de Darwin.
El expansionismo imperial europeo no conocía limites pues lo único que ambicionaba era apoderarse de tierras y riquezas. Esta plaga arrasó con todo lo que se encontraba a su paso, nada podía interponerse en su camino.
¿Acaso la intención de los conquistadores era matar a todos los indígenas en sus ofensivas militares? Evidentemente que no. Sería una táctica estúpida pues solo aniquilaron a los rebeldes que se resistían- Ellos necesitaban mano de obra esclava, ellos necesitaban siervos para poner en marcha el sistema de explotación extractiva: encomiendas, mitas y resguardos. Especialmente en las minas para sacar a destajo el oro, la plata, las piedras preciosas, y en las plantaciones de caña o de cacao o los campos agrícolas. Además, la misión de la iglesia católica era la de redimir indios o gentiles siguiendo las órdenes que dio Cristo a sus discípulos: “Id por el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” Por lo tanto entre mayor número de indígenas, más almas para engrosar las filas de la santa madre iglesia católica, apostólica y romana.
Por eso la actual crisis planetaria del Coronavirus es el mejor ejemplo para comprender el drama que aconteció durante el descubrimiento y conquista de América. Occidente involuntaria o voluntariamente transmitió a los aborígenes virus, bacilos y bacterias desconocidas y altamente letales. Según reputados investigadores pudo matar a unos 60.000.000 indígenas en el plazo de un siglo. Algo que niegan algunos historiadores españolistas que lo atribuyen a “causas naturales” Las consecuencias de este “genocidio involuntario” fue un desastre demográfico que desocupó extensos territorios y eliminó culturas y civilizaciones. Aparte de propiciar el colapso de los ecosistemas, la ruina económica, el abandono de la agricultura y el surgimiento de otra pandemia llamada hambre y pobreza. La población de México disminuyó de 25 millones en 1519 a 700.000 personas en 1623.
A ningún descubridor, adelantado conquistador o funcionario real le interesaba velar por la salud de la población originaria. Como buenos sepultureros ordenaron enterrar los cadáveres con cal viva y que en paz descansen. A esas razas inferiores o salvajes paganos sin alma se les culpó de su desgracia porque si se contagiaban de tan crueles enfermedades era por su condición de pecadores, estaban poseídos por el demonio y merecían un castigo ejemplar. Los cadáveres se arrojaban a los ríos, a las lagunas, al mar, o se quemaban en piras funerarias, o eran devorados por los perros, los animales salvajes, caimanes o tiburones. Pocas veces la historiografía moderna menciona estos macabros acontecimientos que los “expertos” prefieren esconder bajo un tupido velo. Parece que para muchos es algo normal que casi 60.000.000 millones de almas hayan sido literalmente fumigadas. Y ahora resulta que estamos conmocionados porque el Coronavirus ha causado unos 7.000 muertos a nivel global (especialmente en China Irán, Italia o España)
Solo algunos frailes y misioneros como fray Bartolomé de las Casas, fray Antonio de Montesinos, Francisco de Vitoria o Motolinía levantaron sus voces y denunciaron este terrible holocausto. El Consejo de Indias, ante las quejas de estos “santos varones”, aprobó en 1542 las Leyes Nuevas “para la gobernación de las indias y el buen tratamiento y conservación de los indios” Dichas leyes ordenaban castigar a los españoles que “injuriasen u ofendiesen a los indígenas” pero que a la larga no fueron más que letra muerta o proclamas estériles para lavar sus conciencias porque como de costumbre: “las leyes se acatan, pero no se cumplen”
Los biólogos, ecólogos, antropólogos, arqueólogos han estudiado los cementerios indígenas de la época (México o Perú) donde los análisis genéticos revelan fehacientemente lo que sucedió a partir del estallido de la bomba biológica introducida por los alienígenas (invasores). Una tragedia desgarradora que refleja con toda su crudeza el Códice Florentino donde aparecen espeluznantes imágenes de las víctimas del genocidio vírico.
La Cocolitzli o “salmonella entérica”, según la crónica de Francisco Hernández, fechada en 1576, causaba: “fiebres contagiosas y abrasadoras del todo pestilentes, lengua seca y negra, sed intensa, orinas de color verde marino y negro, pulso frecuente y rápido, y otras veces imperceptible, los ojos y todo el cuerpo amarillentos, delirios y convulsiones, dolor de corazón y pecho, gran angustia y disenterías, hasta que el enfermo vomitaba sangre y moría entre horribles contracciones” Esta bacteria llevada por los conquistadores españoles a México y Guatemala fue la culpable de que en un periodo de 5 años pasara la población de 20 millones de habitantes a tan solo dos millones.
No se tiene en consideración lo que supuso aniquilación masiva de millones de indígenas, un drama angustioso que se intenta borrar de nuestra memoria colectiva con el argumento de que fue “algo natural” o que es “el precio que se ha tenido que pagar en este glorioso proceso civilizatorio”. “¡un parto doloroso pero necesario que nos ha conducido a la forja del hombre nuevo!”
Desde tiempos inmemoriales las potencias dominantes utilizaron la guerra bacteriológica como arma de destrucción masiva para rendir y subyugar a sus enemigos. Muchas veces se infiltraban leprosos para contagiar a poblaciones enteras, otras veces, lanzaron en las ciudades sitiadas objetos, prendas o alimentos contaminados con la peste bubónica o la peste negra.
Solo a raíz del drama del Coronavirus nos hemos dado cuenta de lo que ha significado la masacre bacteriológica que arrasó el continente americano. ¿Alguien es capaz de reivindicar a las víctimas o siquiera reconocer el espantoso genocidio? Me temo que jamás lo reconocerán porque la soberbia imperialista se limita a pasar página y culpar a las víctimas.
Carlos de Urabá 2020