La economía y la guerra realimentan la crisis

La FAO alerta sobre la posibilidad de hambrunas en varios países y el Banco Mundial no descarta revueltas sociales por el precio de los alimentos y los combustibles.

En el marco de una profunda crisis social y económica en su país, ciudadanes de Sri Lanka protestan en la calle con sus garrafas vacías ante el desabastecimiento de gas. Foto: AP.

En la reciente reunión de primavera el FMI ha recalculado a la baja sus pronósticos de crecimiento de la economía mundial. Tanto los nuevos brotes de la pandemia en China, como la guerra que se prolonga más de lo pensado, sustentan esas proyecciones poco alentadoras.

En su informe Perspectivas Económicas Mundiales asegura que “la guerra se suma a una serie de shocks de oferta que han golpeado la economía mundial en años recientes y sus efectos se propagarán a lo largo y ancho del mundo”. Proyecta que el crecimiento mundial se desacelere del 6,1% estimado para 2021 a 3,6% en 2022 y 2023, para continuar con un 3,3% en los años siguientes. Una menor demanda de China por efectos del rebrote del coronavirus; alzas de las tasas de la FED y cambios en las políticas fiscales de los países (de expansivas a contractivas) están en la base de esta desaceleración. El encarecimiento de las materias primas y los productos energéticos por reducción de la oferta (Rusia es gran proveedora de gas, petróleo y metales y con Ucrania de trigo y maíz), los desequilibrios fiscales producto de la pandemia, el alza de los fletes, todo presiona sobre los precios proyectando una inflación para este año del 5,7% en las economías avanzadas y del 8,7% en las economías de mercado emergentes y en desarrollo.

Tasas sin precedentes

El alza de las tasas en EEUU reorienta los flujos financieros y pone en dificultades a países fuertemente endeudados, el impago en que entró Sri Lanka en estos días hace temer una cadena de defaults. Mientras los analistas financieros se preguntan en qué momento se dará la “inversión de la curva” -cuando las tasas de los bonos cortos supera a la de los largos- lo que se considera una señal del pasaje de una desaceleración a una recesión. Las sanciones impuestas a Rusia están afectando sus movimientos financieros, sus exportaciones petroleras caerían unos 3 millones de barriles diarios estima la AIE, lo que provocaría un shock de precios y una recesión que golpearía fuerte en EEUU y en los países más desarrollados.

La economía rusa se contrae entre un 8,5% y un 12% mientras que la inflación alcanzará al 20%. La guerra está por ahora localizada, pero su impacto económico es global, el costo de los alimentos y los combustibles tendrán un fuerte impacto social en todas las regiones. No en vano el FMI alerta sobre la posible fragmentación del capitalismo globalizado.

Nueva escalada

Las últimas declaraciones de los presidentes de Rusia y EEUU constituyen una nueva escalada de la guerra pero al mismo tiempo parecieran destinadas a reordenar el contexto del conflicto. Vladimir Putin anunció el fin la primera fase de la guerra y que ahora sus fuerzas se concentrarían en el sureste de Ucrania. La región del Donbás y toda la franja costera hasta Crimea, para defender a “nuestra gente”. Saludó la victoria de sus tropas en la sureña Mariupol, pero ordenó no avanzar más para proteger sus vidas. Mientras, Gazprom cortaba el suministro de gas a Polonia y Bulgaria, una advertencia de que la interrupción podría extenderse a otros países europeos.

Europa, y especialmente Alemania y Francia, se vería muy afectada en su proceso de acumulación de capitales y debería buscar otras fuentes de aprovisionamiento. Necesitan de la paz ya. También Rusia se vería perjudicada y tendría que buscar dónde colocar sus excedentes energéticos para sostener su débil economía que depende de esas exportaciones.

Una guerra larga

Por el contrario, en su discurso en Varsovia Joe Biden definió que el conflicto había virado hacia una “guerra larga”. Poco después en una base militar estadounidense anunció nuevos envíos de armas pesadas a Ucrania y empujó a hacer lo mismo a sus aliados europeos, incluso a la reticente Alemania, que además aceptó ir reduciendo gradualmente sus importaciones de gas, petróleo y carbón ruso. En estos días acaba de pedir autorización al Congreso para una partida de 33 mil millones de dólares, de los que 20 mil serán para ayuda militar y 10 mil para asistencia económica. En respuesta Putin “aconsejó no seguir desafiando nuestra paciencia”, volvió a bombardear Kiev y a mencionar su poderío nuclear, agregando que no permitirá ataques a objetivos rusos en su territorio, al mismo tiempo que advirtió sobre una posible III Guerra Mundial si continuaba el hostigamiento de occidente.

El costo económico y humanitario de la guerra comienza a pesar. El FMI describe una coyuntura de desaceleración con inflación, mientras que la FAO alerta sobre la posibilidad de hambrunas en varios países y el BM sobre la potencialidad de revueltas sociales por el precio de los alimentos y los combustibles. Las imágenes de anteriores hambrunas en Africa y de la convulsionada Primavera Árabe por el costo del pan y los combustibles son postales que la memoria reciente recupera rápidamente.

Especulaciones

En este cuadro, por un lado, es claro que no es posible pensar en una intervención de tropas estadounidenses ni tampoco de la OTAN, siempre y cuando Rusia no avance sobre otros países, incluso de la propia OTAN. Pero también es claro que la administración Biden no está interesada en la paz, sí en sostener una guerra de desgaste que obligue a Rusia, en principio, a no llevar la guerra más allá de Ucrania y luego a retroceder. Las especulaciones de no pocos analistas internacionales arriesgan una posibilidad: EEUU no permitirá nunca que Rusia ocupe toda Ucrania, pero sí que domine la región sureste. Se daría así un escenario de guerra limitada en un país virtualmente fracturado.

La posibilidad de una extensión de la guerra impacta sobre la economía global cargando de incertidumbre el horizonte inmediato.

Eduardo Lucita es integrante de EDI (Economistas de Izquierda).

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