Julio López
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Puente Pueyrredón: también estaba ella
Por sebastian hacher ((i)) - Thursday, Jun. 26, 2003 at 8:31 PM
sebastian@riseup.net

Pequeño reporte sobre el corte del puente, para dar cuenta de que también estaba ella.

Dormí frente a una ventana cerca del cielo. Algo inexplicable me despertó y me mostró que el cielo era rojo, de un rojo profundo que sacudió mi modorra y me obligó a abrir los ojos.

Era un amanecer que pronto daría paso al color gris, el telón de fondo de toda la jornada. Un amanecer que me arrancó de las sábanas y me subió a un colectivo que -palabras del chofer- me llevaría hasta el otro lado del Puente Pueyrredón.

Claro que al llegar frente a la entrada del autopista y encontrarse con la cinta roja y el patrullero, el colectivero cambió de opinión. Había comenzado el corte y estaba prohíbido pasar en cuatro ruedas. Seguí caminando.

Recorrí los mismos escenarios que hace un año, ahora mas oxidados, mas tristes, mas desvencijados por el paso del tiempo.

El tono del cielo contrastaba solamente con la pintura nueva del destacamento policial y los carteles de publicidad siempre propensos a la asociaciones libres. Cuando llegué (¿que hora sería?) todavía no había mucha gente; apenas pequeño grupos de los que se habían quedado haciendo vigilia toda la noche. La mayoría estaba a dos cuadras, en una misa, o concentrándose para marchar.

Pensé entonces en la nota (sacar fotos me esta casí vedado por las diosas de la economìa). Sería una nota sobre él, sobre ellos, sobre sus compañeros, sobre la memoria y el presente. Pero no se por qué -y quizas el amanecer me despertó para decirme eso- sabía que también sería una nota sobre ella.

Y ella es la misma que el año pasado estaba enamorada tiernamente de él, la que cargaba tres hijos por la vida, tenia mirada joven. Ella es la que sonreía todo el tiempo; cuando lo veía llegar, cuando hablaban de él, cuando su figura se paseaba en el galpón mirando el horno que otros habían terminado de soldar.

La recuerdo amasando pan por primera vez, cebando mate dulce o prestando atención a las cuentas que alguien enseñaba.

La llegada de las columnas fue larga y prometedora; parecía no terminar nunca. Los compañeros de Maxi y Dario, del MTD Anibal Verón, quisieron hacer el mismo recorrido que aquel día, quizás demostrándonse a si mismos que las balas no torcieron el rumbo de su lucha, que el tiempo pasó para hacerlos fuertes. Y desde arriba, como una boa interminable, una columna multicolor (el PO, MIJD, MTL, etc) entraba ladeando el cartel que rezaba "bienvenidos a Avellaneda".

Y después fueron llegando mas organizaciones, frentes barriales, el MST, las obreras de Brukman, Barrios de Pie y un largo etcetera.

Me perdí entre la gente como buscando sin buscar, observando los rostros curtidos, las manos agrietadas, los ojos entrecerrados.

Simplemente me sumergí en el mar de compañeros que ocupaban toda la calzada.

Para la formalidad del reporte digamos que los cálculos promedian los 15.000 manifestantes, pero quizas hayan sido muchos más. Se leyó primero un documento único de todas las organizacciones y luego se hicieron dos actos; un jucio popular encabezado por la Anibal Verón por un lado, y después un acto con varios oradores de los integrantes de la Asamblea Nacional de Trabajadores.

Ella no aparecía, con sus ojos ahora quizás tristes, con el pañuelo negro con bordes rojos, con la sonrisa que a veces se le dibujaba en la boca, con la imaginación volando hacia el pasado.

¿Y donde estará, donde se guardarán sus lágrimas, su alegrías, que habrá sido de su vida?.

La imaginación, los recuerdos agrandados quizás por el paso del tiempo recorrían las posibles primeras entonaciones de la nota.


El frío no hizo mella en la masiva concurrencia; un ejercito de mates, de cafes, de fideos y estofados permitió que todos se mantuvieran firmes.

Entre canciones, grupos se descansaban en el suelo y algunas fogatas refugiaban a los mas friolentos.

La tarde caía, uno a uno los testigos revolvían el caldazo de la memoria, reconstruían paso a paso sus recuerdos, levantaban el dedo acusador de miles contra policias y funcionarios de turno. Corrían lágrimas, corría sangre por las venas, corrían los fanstasmas de los caídos, agitados en banderas, en remeras, en viento que se llevaba sus nombres gritados hasta decir basta.

El primer acto estaba por terminar. Desde el escenario gritaban culpables, desde la masa agitaban los brazos. Atrás se preparaba el otro acto y comenzaban a encontrarse los sonidos. Una parte del puente estaba por quedar en el vacío, por descubrir su suelo regado de los restos de un via de vida, de lucha, de recuerdo. Cascaras de naranja, botellas de agua, papeles, cenizas de un día de miles movilizados.


Y por fin, ella.

Lejos de las cámaras, allí donde los discursos sonaban apenas como murmullos, con la mirada clara, la sonrisa simple, sincera, la tristeza en la manos, el pañuelo negro. En una ronda de mate, entonando una canción cantada con bronca y con sus manos que se agitaban sin seguir ninguna orden.

Ella estaba, lejos de todas las miradas, lejos incluso de mi propia mirada.

Me fui para el lado de capital. En el camino se escuchaban todavía los últimos discursos del segundo acto.

Alguien habló de que alguna vez alguien -y no escuché quién- había dicho que sería una tragedía para el pueblo que no nacieran mas Che Guevara.

Y el orador también dijo que cuando ve la imagen de Dario dando la vida por sus compañeros, cuando ve a esos miles de compañeros movlizados, sabe que en el pueblo nacen miles de Che, miles de Dario, miles de Maxi.


Seguí mi camino, escuchando las palabras que cada vez mas bajas me traían el viento. Me perdí en calles convertidas ahora en un cementerio de fábricas pintorestas y abandonadas y esperé algún colectivo.

Pensé en un resumen de la jornada; fue una movilización hermosa, muy
masiva, y pensé también en que el último orador tenía razón, simplemente por el hecho de que ella también estaba.

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