EN DEFENSA DEL MARXISMO.
Por ALAN WOODS. EL MILITANTE. -
Sunday, Nov. 14, 2004 at 9:21 AM
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En Defensa del Marxismo |
Respuesta a Israel
Shamir |
Autor : Alan Woods Fecha :
( 08-Noviembre-2004 ) Categoria : Historia
|
i>El
15 de octubre apareció un artículo de Israel Shamir, titulado La
saga de Woods, en la página web de habla hispana
Rebelión. Shamir lanza todo su veneno estalinista contra el
verdadero marxismo, es decir el trotskismo, pero también añade
algunas de sus propias ideas originales. Alan Woods, basándose en
los escritos clásicos de Marx, Engels y, en particular, Lenin,
demuestra que el estalinismo y el marxismo son cosas contrarias. En
la primera parte este trabajo trata principalmente de la cuestión
del “socialismo en un solo país”, insistiendo en que esta teoría
representaba la estrecha visión nacionalista de la burocracia y que
estaba en total contradicción con el internacionalismo de Lenin.
Alan Woods
Debo confesar que
nunca antes había oído hablar de Israel Shamir. Me han informado de
que es un escritor y periodista que vive en Jaffa, Israel. Aunque no
nos conocemos, he llegado a la conclusión de que debe ser un hombre
muy listo. Consigue hacer algo que sería imposible para los mortales
comunes. Responde a los artículos que no ha leído. Esto es un arte
que, confieso, nunca he logrado dominar. Quisiera que en algún
momento me diga cómo lo hace.
Shamir se imagina que
ha aplastado las ideas del trotskismo. Esto me recuerda el cuento
del sastrecillo valiente que iba alardeando de que había matado a
“siete de un golpe”. La gente pensaba que estaba haciendo referencia
a siete hombres y todos estaban debidamente impresionados. Pero
cuando se enteraron de que hablaba de siete moscas, su admiración
por el sastrecillo quedó un tanto mermada. En el caso de Israel
Shamir, ni siquiera ha matado una sola mosca, sino que simplemente
ha dado palos de ciego y hecho el ridículo.
Shamir es
bastante amable al describirme como “el prolífico escritor
trotskista Alan Woods” y, hay que reconocérselo, publica un vínculo
a los tres artículos que escribí en respuesta a su ataque a Celia
Hart. Pero inmediatamente comienza a quejarse de mi “tríptico” como
él lo llama. Lamento saber que lo considera una “respuesta
extremadamente larga para mi breve artículo”.
También
lamento que esta respuesta no pueda ser más corta por la siguiente
razón: es fácil escribir en pocas líneas distorsiones y mentiras,
pero responderlas requieren mucho más espacio. Como hemos señalado
en otras ocasiones como esta, para poner al descubierto una mentira
es necesario citar fuentes, hechos y cifras. Nuestro crítico
nunca hace esto en sus artículos y, por tanto, el valor que tienen
sus argumentos no excede el de las siete moscas muertas por el
sastrecillo.
Israel Shamir no puede tomarse la
molestia de leer libros y artículos largos, por eso pone objeciones
no sólo al “prolífico escritor trotskista Alan Woods”, sino también
a escritores aún más prolíficos como son Marx, Engels y Lenin, a los
que tampoco se ha molestado en leer. Hay un refrán español que dice:
“la ignorancia es atrevida”. Estamos ante un ejemplo clásico
de este fenómeno.
Unas cuantas cuestiones
preliminares
Israel Shamir comienza su última
diatriba con un aviso: “No hay que considerar mi polémica con Alan
Woods como una discusión erudita de la Revolución Rusa; la riña no
trata de León Trotsky y de José Stalin (que sus almas descasen en
paz en el regazo de Marx, en el paraíso comunista) sino sobre temas
extremadamente relevantes de nuestros días, aunque los presento en
su perspectiva histórica”.
En una cosa al menos
podemos estar de acuerdo. No hay nada de “erudito” en lo que escribe
Shamir. Nos encontramos ante una total ausencia de seriedad y
rigor científico. Se hacen las afirmaciones más escandalosas,
una detrás de otra, sin el más mínimo intento de demostrarlas.
Simplemente debemos aceptar todo lo que dice nuestro amigo y
sin hacer preguntas. La impresión general es de una ligereza
extrema.
Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí con las
tablas de piedra y la cara brillante como el sol, los antiguos
israelitas se postraron ante él. No pidieron ninguna prueba. Pero
esa era otra época, más crédula. Ahora vivimos en el siglo XXI.
Stalin está muerto, la Unión Soviética ha colapsado y las tablas
sagradas escasean cada vez más.
Durante mucho tiempo,
después de la muerte de Lenin, al movimiento comunista mundial se le
pidió que aceptara sin preguntar todo lo que les dijeran los
dirigentes estalinistas. Los que hacían preguntas incómodas eran
etiquetados de “trotskistas” y eran expulsados, o algo peor. Este
monstruoso régimen estalinista no tenía nada en común con el Partido
Bolchevique, el partido más democrático de la historia, ni con el
régimen de democracia obrera soviética establecido por Lenin y
Trotsky en 1917.
Shamir obviamente echa de menos
aquellos viejos buenos tiempos en los que no se hacían preguntas.
Pero esos días se fueron para siempre. El colapso de la URSS ha
suscitado muchas preguntas en las mentes de los comunistas honrados
por todas partes. Ellos no están dispuestos a aceptar la vieja
sofistería y las mentiras. Es en este contexto en el que surge la
cuestión de la reevaluación de las ideas de Trotsky por parte del
movimiento comunista. La gente quiere saber la verdad sobre el
hombre que, junto a Lenin, dirigió la Revolución de Octubre y quien,
junto con aquellos comunistas que defendieron las verdaderas
tradiciones de octubre y del bolchevismo-leninismo, se opusieron al
estalinismo.
Hasta el día de hoy los dirigentes de
los partidos comunistas internacionalmente no han dado una
explicación seria del colapso de la Unión Soviética. Son incapaces
de hacerlo. Sólo en las páginas de La revolución
traicionada y en otras numerosas obras y artículos escritos por
León Trotsky en los años treinta, se podrá encontrar una verdadera
explicación marxista de todo lo ocurrido en la URSS después de la
muerte de Lenin.
Trotsky no sólo pronosticó que
la burocracia estalinista terminaría restaurando el capitalismo en
la URSS. También dio una descripción precisa de lo que ocurriría más
tarde: “La caída de la actual dictadura burocrática, si no es
sustituida por un nuevo poder socialista, significará el regreso a
las relaciones capitalistas, con un declive catastrófico de la
industria y la cultura”. Esto es exactamente lo que ha ocurrido
en Rusia durante los últimos diez años.
Empecemos con
algunas preguntas incómodas para nuestros contrincantes
estalinistas. La primera es: si aceptamos lo que dicen Uds., que
la Unión Soviética era un paraíso socialista, entonces ¿cómo es que
colapsó?
La segunda es esta: Si, como
sostienen, el PCUS era un genuino Partido Comunista dirigido por
marxistas leninistas comprometidos, ¿cómo pudo suceder que la
mayoría de ellos se pasaran al capitalismo con armas y bagajes, y
que ahora sean multimillonarios a través del saqueo de la propiedad
estatal?
Y la tercera sería: si en la URSS
había una genuina democracia obrera, ¿por qué los trabajadores
soviéticos no lucharon para defender el viejo régimen? ¿Cómo pudo
ocurrir que después de más de medio siglo de lo que Israel Shamir
llama socialismo pudieran restablecer el capitalismo sin una guerra
civil?
Shamir se cubre las espaldas
Siendo un hombre tan listo, Israel comienza
cubriéndose el trasero. Después de haber declarado la
naturaleza “no erudita” (es decir, completamente arbitraria, frívola
y acientífica) de sus artículos, añade (contrariamente a lo que
había dicho antes) ¡que la discusión no trata en absoluto de Trotsky
y Stalin! Además, nos invita cordialmente a dejar que sus almas
descansen en paz.
Llamamos la atención del lector
ante el patente tono de cinismo burgués de estas líneas,
especialmente la frase “en el regazo de Marx en el paraíso
comunista”. En los últimos años nos hemos encontrado con este
tipo de cosas demasiadas veces. ¿Marx y Lenin? ¡Bah! ¡Eso está
pasado de moda! ¿Para qué los necesitamos? ¡Dejemos que los viejos
descansen en paz! Ocupémonos de los problemas del mundo moderno.
Esta es la posición, no de un comunista, sino de un
escéptico burgués o más bien un burócrata ex comunista que ha
llegado a la conclusión de que después de la caída de la URSS la
idea de luchar por el socialismo (el “paraíso comunista”)
es completamente utópico y debe abandonarse, junto con todas las
ideas caducas de Marx.
Aquí inmediatamente
llegamos al meollo del problema. La esencia de esta discusión no es
que las ideas de Trotsky sean correctas. La esencia es si las
ideas de Marx, Engels y Lenin son correctas y todavía son aplicables
al mundo moderno.
En realidad no hay diferencia
entre las ideas de Lenin y las de Marx, como tampoco hay diferencia
entre las ideas de Lenin y las de Trotsky. Trotsky y sus seguidores
se autodenominaban bolcheviques-leninistas. Los estalinistas fueron
los que inventaron el “trotskismo”. Pero hay una enorme diferencia
entre estalinismo y bolchevismo, una línea de sangre separa a los
dos. No tienen nada en común.
Los “tres monstruos
marinos” de Alan Woods
La verdadera significación
de Israel Shamir es que expresa con una claridad admirable el hecho
de que el estalinismo es la negación absoluta del marxismo y el
leninismo. Ahora pasaremos a lo que Israel Shamir llama mis “tres
monstruos marinos”.
“Woods traza un cuadro completo
de la especie de comunismo que apoya, y que desea que todos adopten.
Se basa en tres monstruos marinos, como lo hacía el mundo en la
cosmografía antigua”.
En realidad, yo no trazo un
“cuadro completo de la especie de comunismo que apoyo”, cualquiera
que sea. Yo no traté en absoluto de la sociedad comunista. En
mis artículos escribí sobre los problemas a los que se enfrentaron
los bolcheviques después de que la clase obrera tomara el poder en
Rusia, un país extremadamente atrasado en el cual, como incluso
Stalin sabía, estaban ausentes las condiciones materiales para la
construcción del socialismo. Lenin nunca afirmó que el socialismo
existiera en Rusia (menos aún el comunismo).
Lo que
existía en Rusia después de la Revolución de Octubre no era
socialismo ni comunismo, sino un estado obrero o la dictadura del
proletariado, como lo denominó Marx. Además, como Lenin dijo a
Bujarin en 1920, dado el extremo atraso de Rusia, era un estado
obrero “con deformaciones burocráticas”. Esto es conocido por los
marxistas como el período transicional -el período entre el
capitalismo y el socialismo-. Como Shamir considera que se deberían
dejar en paz las ideas de Marx, nos disculpamos por mencionarlas,
pero de cualquier forma es una realidad.
Cualquiera
que esté mínimamente familiarizado con las “viejas” ideas del
marxismo sabe que entre el capitalismo y el socialismo hay un
período transicional, en el cual la burguesía es expropiada y se
instala una economía nacionalizada planificada. Esto representa una
conquista colosal y un gran paso adelante, como demostró la historia
de la URSS (y también de Cuba). Pero eso todavía no es
socialismo.
Esto era ABC para todo marxista
(incluido Stalin hasta 1924), aunque es algo completamente nuevo
para Israel Shamir. Para este gran genio hay capitalismo y
hay socialismo, y no hay nada más. Por lo tanto, cuando Alan
Woods dice que no era posible la construcción del socialismo en
Rusia en la medida que permaneciera aislada en condiciones de atraso
espantoso, se vuelve furioso.
Utilizando esa marca de
peculiar sofistería de los jesuitas y de ciertas clases de rabinos
escolásticos del tipo talmúdico, Shamir después concluye que Alan
Woods no está a favor de la revolución socialista en Rusia, China,
Vietnam, Cuba ¡ni en ninguna otra parte! Lo que esto demuestra, como
es habitual, es que no tiene la más mínima idea de lo que está
hablando.
¿Qué es la teoría de la revolución
permanente?
Antes de 1917 todas las tendencias
del movimiento marxista ruso estaban de acuerdo en que la revolución
venidera sería una revolución democrático burguesa, es decir,
una revolución surgida de la contradicción entre una economía
capitalista en desarrollo y el estado autocrático semifeudal
zarista. Pero la simple admisión general de la naturaleza
burguesa de la revolución no respondería a la pregunta
concreta de qué clase encabezaría la lucha
revolucionaria contra la autocracia.
Los mencheviques
asumieron por analogía con las grandes revoluciones burguesas
anteriores, que la revolución estaría dirigida por los demócratas
burgueses y pequeño burgueses, a quienes debería apoyar el
movimiento obrero. Lenin se opuso enérgicamente a esta idea que
constituyó la principal diferencia política entre bolchevismo
(revolucionarismo proletario) y menchevismo (reformismo pequeño
burgués).
En todos sus discursos y escritos, Lenin
insistía una y otra vez en el papel contrarrevolucionario de los
liberales democrático burgueses. Sin embargo, hasta 1917 no creía
que los obreros rusos llegaran al poder antes del triunfo de la
revolución socialista en occidente. Siguiendo los pasos de Marx, que
había descrito al “partido democrático” burgués como “mucho más
peligroso para los obreros que los anteriores liberales”, Lenin
explicó que la burguesía rusa, lejos de ser una aliada de los
obreros inevitablemente se pondría al lado de la
contrarrevolución:
“La burguesía en su mayoría”,
escribió en 1905, “se volverá inevitablemente del lado de la
contrarrevolución, del lado de la autocracia contra la revolución,
contra el pueblo, en cuanto sean satisfechos sus intereses estrechos
y egoístas, en cuanto ‘dé la espalda’ a la democracia consecuente
(y ahora ya comienza a darle la espalda) ”. (Obras Escogidas,
vol. 1, p.549. Ed. Progreso. Moscú, 1961).
En opinión
de Lenin la única clase que podía dirigir la revolución democrático
burguesa era el proletariado, en alianza con el campesinado:
“Sólo el proletariado es capaz de ir seguro hasta
eso, el proletariado lucha en vanguardia por la república,
rechazando con desprecio los consejos, necios e indignos de él, de
quienes le dicen que tenga cuidado de no asustar a la burguesía”
(Ibíd.).
Sobre la cuestión de la actitud hacia la
burguesía liberal, las ideas de Lenin y Trotsky estaban en total
solidaridad contra los mencheviques, que se escondían detrás de la
naturaleza burguesa de la revolución como tras una capa, para
justificar la subordinación del partido obrero a la burguesía.
Argumentando contra la colaboración de clases, tanto Lenin como
Trotsky explicaron que sólo la clase obrera, en alianza con las
masas campesinas, podrían llevar a cabo las tareas de la revolución
democrático burguesa.
La única diferencia entre
Lenin y Trotsky, en las perspectivas para la revolución rusa, era
que antes de 1917 Lenin pensaba que la clase obrera no podría llevar
a cabo la revolución socialista en la Rusia zarista atrasada antes
de que triunfara la revolución socialista en occidente. Aquí está lo
que realmente decía Lenin sobre la naturaleza de clase de la
“dictadura democrática del proletariado y el campesinado”:
“Pero no será, naturalmente, una dictadura
socialista, sino una dictadura democrática. Esta dictadura no
podrá tocar (sin pasar por toda una serie de grados intermedios de
desarrollo revolucionario) las bases del capitalismo. Podrá, en
el mejor de los casos, llevar a cabo una redistribución radical
de la propiedad de la tierra a favor de los campesinos, implantar
una democracia consecuente y completa hasta llegar a la república,
desarraigar no sólo de la vida del campo sino también del régimen de
la fábrica, todos los rasgos asiáticos de servidumbre, iniciar un
mejoramiento serio en la situación de los obreros y elevar su nivel
de vida y finalmente, en el último por orden pero no por su
importancia, hacer que la hoguera revolucionaria prenda en Europa".
(Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución
democrática, Obras Escogidas, vol. 1, p. 513. Ed. Progreso.
Moscú, 1961. El subrayado es mío).
La posición de
Lenin está absolutamente clara y nada ambigua: la próxima revolución
será una revolución burguesa, dirigida por el proletariado en
alianza con las masas campesinas. En el mejor de los casos se
podía esperar el cumplimiento de las tareas básicas democrático
burguesas: distribución de la tierra entre los campesinos, una
república democrática, etc. No sólo Lenin no creía en la posibilidad
de construir el socialismo en Rusia, sino que antes de febrero de
1917 ni siquiera creía que los obreros rusos pudieran llegar al
poder antes que los obreros de Europa.
Para Lenin
no había otro resultado posible en un país atrasado y semifeudal
como Rusia. Antes de 1917 el único marxista ruso que defendía la
perspectiva de que el proletariado ruso podría llegar al poder antes
que el proletariado europeo era Trotsky. Ya en 1904 adelantó la
teoría de la revolución permanente, que afirma que en países
subdesarrollados como la Rusia zarista (pero también China, Cuba,
Vietnam y Venezuela), las tareas de la revolución democrático
burguesa sólo podrían ser realizadas por la clase obrera tomando el
poder en sus propias manos, poniéndose a la cabeza de la nación y
expropiando a los terratenientes y capitalistas:
“Es posible”, escribió Trotsky en 1905, “que el
proletariado de un país económicamente atrasado llegue antes al
poder que en un país capitalista evolucionado (...) En nuestra
opinión la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el
poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una
victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que
los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de hacer
un despliegue completo de su genio político”. (1905.
Resultados y perspectivas, vol. 2, pp. 171-72. Ruedo
Ibérico. París, 1971. Subrayado en el original).
La
corrección de la teoría de la revolución permanente fue
triunfalmente demostrada por la propia Revolución de Octubre. La
clase obrera rusa -como Trotsky había pronosticado en 1904- llegó al
poder antes que los trabajadores de Europa occidental. Cumplieron
todas las tareas de la revolución democrático burguesa e
inmediatamente emprendieron la nacionalización de la industria,
pasando a continuación a las tareas de la revolución socialista. La
burguesía jugó un papel abiertamente contrarrevolucionario, pero fue
derrotada por la clase obrera que formó una alianza con los
campesinos pobres. Los bolcheviques entonces hicieron un llamamiento
revolucionario a los trabajadores de todo el mundo para que
siguieran su ejemplo.
¿Socialismo en un solo país?
Cuando los mencheviques defendían que las
condiciones materiales para el socialismo estaban ausentes en Rusia
nadie se lo discutía, tampoco Lenin. Él sabía muy bien que sin la
victoria de la revolución en los países capitalistas desarrollados,
especialmente Alemania, la revolución no podría sobrevivir aislada,
especialmente en un país atrasado como Rusia. ¿Esto significaba por
lo tanto que los bolcheviques no debían tomar el poder? En absoluto.
Ese era precisamente el argumento de los mencheviques.
Si la revolución rusa hubiera sido concebida como
un hecho aislado y autosuficiente, la forma en la que parece
verla el estrecho nacionalista Shamir, entonces los mencheviques
habrían tenido razón y la toma del poder por parte de los
bolcheviques habría sido una aventura. Pero Lenin nunca vio la
Revolución Rusa de la forma en la que la ve Shamir, un acto nacional
puramente aislado. Lenin siempre vio la Revolución Rusa como el
primer paso en la revolución europea y mundial.
Este era el caso incluso cuando Lenin todavía pensaba
que la Revolución Rusa no podría ir más allá de los límites de una
revolución burguesa avanzada (una posición defendida hasta 1917).
Siempre insistió en su dimensión internacional y señaló que el
destino final de la Revolución Rusa dependería de la extensión de la
revolución a Alemania y otros países de Europa.
Israel Shamir no quiere que citemos a Lenin, pero
tenemos que pedirle perdón y seguir haciéndolo. En su libro
Dos tácticas de la socialdemocracia, Lenin explica que
la Revolución Rusa no será capaz de afectar a los cimientos del
capitalismo “sin una serie de etapas intermedias de acontecimientos
revolucionarios”. ¿En qué tipo de acontecimientos pensaba Lenin? Él
dice que la revolución democrático burguesa en Rusia logrará:
“...hacer que la hoguera revolucionaria prenda en
Europa. Semejante victoria no convertirá aún, ni mucho menos,
nuestra revolución burguesa en socialista; la revolución democrática
no se saldrá propiamente del marco de las relaciones
económico-sociales burguesas; pero, no obstante, tendrá una
importancia gigantesca para el desarrollo futuro de Rusia y del
mundo entero. Nada elevará a tal altura la energía revolucionaria
del proletariado mundial, nada acortará tan considerablemente el
camino que conduce a su victoria total, como esta victoria decisiva
de la revolución que se ha iniciado ahora en Rusia”. (Ibíd., p.
513.)
El internacionalismo de Lenin está en total
contradicción con el estrecho nacionalismo de los estalinistas. Ni
Lenin, ni ningún otro marxista, albergaba en serio la idea de que
sería posible construir el “socialismo en un solo país”, mucho menos
en un país atrasado, asiático y campesino como Rusia. En todas
partes Lenin explica, algo que sería el ABC para cualquier marxista,
que las condiciones para la transformación socialista de la sociedad
estaban ausentes en Rusia, aunque sí estaban totalmente maduras en
Europa Occidental. Polemizando con los mencheviques en el libro
antes mencionado, Lenin reitera la posición clásica del marxismo
sobre el significado internacional de la Revolución Rusa:
“La idea básica aquí es formulada repetidamente por
Vpériod, que ha declarado que no debemos temer (...)
una victoria completa de la socialdemocracia en una revolución
democrática, por ejemplo una dictadura democrático-revolucionaria
del proletariado y el campesinado, pero tal victoria nos
permitiría despertar a Europa; tras desembarazarnos del yugo de la
burguesía, el proletariado socialista en Europa nos ayudará a llevar
a cabo la revolución socialista". (Ibíd., p. 82. El subrayado es
nuestro).
En abril de 1917 Lenin cambió de idea.
Inmediatamente vio que la única salida era que la clase obrera
tomara el poder en sus manos (“todo el poder a los soviets”). Esta
idea -que era la misma que desde 1904 defendía Trotsky- se encontró
con la oposición de otros dirigentes bolcheviques, Kámenev, Zinoviev
y Stalin. Ellos defendían la misma postura que nuestro amigo de
Jaffa, que la clase obrera no debe tomar el poder sino que debe
aliarse con la burguesía nacional progresista. Cuando Lenin presentó
sus famosas bi>Tesis de Abril a Pravda
(entonces editado por Kámenev y Stalin) fueron publicadas con su
nombre y como una opinión personal. Pero después de una feroz lucha,
Lenin consiguió la mayoría y, junto a Trotsky, llevó a la clase
obrera hasta la victoria.
¿Qué es el socialismo?
Para los marxistas la Revolución de Octubre fue
el acontecimiento más grande en la historia de la humanidad. Por
primera vez, si excluimos el glorioso episodio de la Comuna de
París, las masas -esos millones de hombres y mujeres trabajadores de
a pie- derrocaron el viejo régimen de opresión y comenzaron la tarea
de la transformación socialista de la sociedad. Los bolcheviques
expropiaron a la burguesía e instituyeron una economía nacionalizada
y planificada. Se basaron en la democracia obrera: el dominio de la
clase obrera a través de los soviets. Fue una victoria tremenda.
¿Pero eso era socialismo?
Marx dijo en cierta ocasión
que la revolución socialista comenzaría en Francia, continuaría en
Alemania y terminaría en Inglaterra. A Rusia ni siquiera la
mencionó. La razón era que en aquella época el capitalismo no se
había desarrollado todavía en países como Rusia. No había industria
ni clase obrera. Pero con el desarrollo del imperialismo y la
exportación de capital la situación cambió de forma radical. Asia,
África y América Latina comenzaron a entrar en el camino capitalista
como resultado del capital extranjero.
La ley del
desarrollo desigual y combinado significó que incluso en países
agrícolas subdesarrollados como la semifeudal Rusia, existieran
centros industriales con una enorme concentración de obreros. Esto
no significaba que los países subdesarrollados experimentaran un
desarrollo similar al de los países capitalistas metropolitanos. La
burguesía de aquellos países había entrado demasiado tarde en la
escena histórica como para jugar un papel progresista. Estaba atada
por mil hilos a los terratenientes y al imperialismo. Por otro lado,
los obreros de Rusia estaban abiertos a las ideas más
revolucionarias.
Esto creó la posibilidad de que la
clase obrera llegara al poder en un país atrasado antes que los
trabajadores de Europa estuvieran preparados para tomar el poder.
Contrariamente a lo esperado por Marx, el primer estado obrero del
mundo llegó al poder, no en un país industrial desarrollado, sino en
la Rusia agrícola atrasada. El sistema capitalista, en palabras de
Lenin, se “rompió por su eslabón más débil”. Los bolcheviques tenían
la perspectiva del desarrollo de la revolución en Europa,
especialmente en Alemania. Consideraban la Revolución de Octubre
como el principio de un nuevo orden socialista mundial.
El socialismo, como lo entendían Marx y Lenin,
presupone que el desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado
un nivel suficiente que eliminará todas las desigualdades
materiales. La abolición de las clases no se puede establecer por
decreto. Debe surgir de la superabundancia de cosas que elevarán de
forma universal la calidad de vida hasta niveles insospechados.
Todas las necesidades humanas básicas serían
satisfechas y por lo tanto la lucha humillante por la existencia
dejaría de existir. La reducción general de la jornada laboral
crearía las condiciones para un desarrollo sin paralelo de la
cultura. Permitiría a los hombres y mujeres participar en la
administración de la industria, del estado y la sociedad. Desde el
principio el estado obrero estaría caracterizado por un nivel de
participación democrática muy superior a la república burguesa más
democrática.
Como consecuencia, las clases se
diluirían en la sociedad, junto con los últimos vestigios de la
sociedad de clases: el dinero y el estado. Esto haría surgir el
verdadero comunismo y la sustitución de la dominación del hombre por
el hombre, con la “administración de las cosas”, por utilizar la
expresión de Engels. Esto, y nada más, es lo que llaman los
marxistas socialismo. En última instancia, el éxito del socialismo
sólo puede estar garantizado por un mundo socialista y una economía
socialista planificada mundial.
La nacionalización de
las fuerzas productivas fue un gran paso adelante, pero de ninguna
manera garantizaba la victoria del socialismo en Rusia. Como señaló
Trotsky:
“El socialismo es la organización de una
producción social planificada y armoniosa para la satisfacción de
las necesidades humanas. La propiedad colectiva de los medios de
producción no es todavía el socialismo, sino sólo su premisa legal.
El problema de una sociedad socialista no se puede abstraer del
problema de las fuerzas productivas, que en la etapa actual de
desarrollo humano son mundiales en su misma esencia”. (Trotsky,
Historia de la revolución rusa. p. 1.237. En la
edición inglesa).
Más que construir los cimientos del
capitalismo más desarrollado, el régimen soviético estaba intentando
superar los problemas presocialistas y precomunistas. La tarea se
convirtió en alcanzar a Europa y Norteamérica. Esto estaba muy
lejos, incluso de la “etapa más inferior de comunismo” concebida por
Marx. Los bolcheviques se vieron obligados a enfrentarse a problemas
económicos y culturales que hacía mucho se habían solucionado en
occidente.
Lo que teníamos en Rusia no era socialismo
sino un estado obrero, y además un estado obrero en unas condiciones
de atraso terribles, rodeado por potencias capitalistas hostiles.
Este atraso y aislamiento de la revolución, comenzó a presionar a la
clase obrera rusa. La guerra civil, el hambre y el agotamiento
físico la empujó a la apatía política y permitió el surgimiento de
cada vez mayores deformaciones burocráticas en el estado y en el
partido.
La tarea principal era mantener tanto como
fuera posible el poder. Lenin nunca concibió el aislamiento
prolongado del estado soviético. O se rompía el aislamiento o el
régimen soviético estaría condenado. Todo dependía de la revolución
mundial. Su atraso creó enormes dificultades que tuvieron profundas
consecuencias. En lugar de extinguirse el estado, ocurrió el proceso
contrario. Debido a la miseria, agravada por la guerra civil y el
bloqueo económico, la “lucha por la existencia individual”,
utilizando la frase de Marx, no desapareció ni se suavizó, sino que
en los años siguientes adquirió una ferocidad inaudita.
La ayuda internacional era vital para garantizar la
supervivencia de la joven república soviética. Los bolcheviques
intentaron mantener el poder -contra todas las previsiones- durante
el mayor tiempo posible hasta que llegase la ayuda de occidente. Por
eso Lenin y los bolcheviques concedieron tanta importancia a la
construcción de la Internacional Comunista y la realización de la
revolución mundial. Basándose en un plan de producción mundial y una
nueva división mundial del trabajo daría un poderoso impulso a las
fuerzas productivas. La ciencia y la técnica modernas serían
utilizadas para aprovechar la naturaleza y convertir el desierto en
llanuras fértiles. Toda la destrucción del planeta y el espantoso
despilfarro del capitalismo llegarían a su final. En una generación
aproximadamente estarían sentadas las bases materiales para el
socialismo.
Lenin y el “socialismo en un solo
país”
Monstruo nº 1, dice Israel,: “No al
socialismo en un solo país”. Aquí, por ejemplo, Shamir consigue
citar algo de lo que yo escribí: “En el fondo de la ideología
estalinista se encuentra la llamada teoría del socialismo en un solo
país. La teoría antimarxista del socialismo en un solo país fue
expuesta por primera vez por Stalin en el otoño de 1924; iba en
contra de todo lo que habían defendido los bolcheviques y la
Internacional Comunista. Esta idea nunca hubiera sido aprobada por
Marx o Lenin”.
Inmediatamente Shamir se lanza a la
acción, agitando su espada y blandiendo su escudo: “Liberémonos de
la discusión talmúdica sobre lo que dijeron exactamente Marx, Lenin
o Stalin”. Aquí el escudo es considerablemente más importante que
todo lo demás, ya que es necesario cubrirse el trasero. No nos
quiere dar citas de Marx o Lenin, porque sabe muy bien que su
posición se opone de plano a todo lo que ellos dijeron o
escribieron.
Dice que citar a Lenin es caer en
una “discusión talmúdica”. Como el señor Shamir sabe, los eruditos
talmúdicos medievales, al igual que los escolásticos cristianos,
eran personas muy inteligentes y capaces de dar argumentos muy
hábiles sobre las minucias de la doctrina religiosa. Si tenían un
defecto era que, para defender una posición insostenible, recurrían
a lo que es conocido en filosofía como sofistería. Este es
precisamente el método de Israel Shamir, que ha absorbido a fondo
los aspectos más negativos del pensamiento talmúdico. Este es el
método “inteligente” que él utiliza en todo momento.
“¡No importa lo que decían Marx, Lenin o Stalin
-dice. Sólo escúchenme a mí!” Pero si la discusión es sobre el
marxismo, ¿cómo no vamos a citar lo que dijeron Marx y Lenin? A
menos que, por supuesto, aceptemos el argumento de los ex-marxistas
de que todo lo que escribieron Marx y Lenin realmente está “pasado
de moda” y no vale ni el papel en el que fue escrito.
Estamos obligados a citar a Lenin para demostrar que
estas ideas no fueron inventadas por Alan Woods, sino que en
realidad eran las ideas de Lenin y los bolcheviques. Y para ahorrar
mucho tiempo y esfuerzo a Israel Shamir le proporcionaremos unas
cuantas citas relevantes de las Obras Completas de
Lenin. Las siguientes son sólo unos cuantos ejemplos. Se
podrían multiplicar a voluntad:
24 de enero de
1918:
“Estamos lejos incluso de haber terminado
el período de transición del capitalismo al socialismo. Jamás nos
hemos dejado engañar por la esperanza de que podríamos terminarlo
sin la ayuda del proletariado internacional. Jamás hemos tenido
ilusiones acerca de esta cuestión. La victoria final del socialismo
en un solo país es, por supuesto, imposible. Nuestro contingente de
obreros y campesinos que está defendiendo el poder soviético es uno
de los contingentes del gran ejército mundial, que actualmente ha
quedado escindido por la guerra mundial, pero que está luchando por
la unidad. Ahora podemos ver claramente cuán lejos irá el desarrollo
de la revolución. Los rusos la empezaron –los alemanes, franceses e
ingleses la terminarán y el socialismo será victorioso”. (Lenin.
III Congreso de los Soviets de Diputados Obreros, Soldados y
Campesinos. Obras Completas. Moscú. Editorial Progreso.
1986. Volumen 26, pp. 465-72. En la edición inglesa.)
8 de marzo de 1918:
“El
Congreso considera que la garantía más firme de afianzamiento de la
revolución socialista victoriosa en Rusia consiste únicamente en su
transformación en revolución obrera internacional”. (Lenin.
Resolución sobre la guerra y la paz. Ibíd., Vol. 36.
p. 40.)
23 de abril de 1918:
“Alcanzaremos la victoria definitiva sólo cuando
logremos vencer, por fin, definitivamente al imperialismo
internacional, que se apoya en la grandiosa fuerza de la técnica y
de la disciplina. Pero alcanzaremos la victoria únicamente con todos
los obreros de los demás países, del mundo entero”. (Lenin.
Discurso pronunciado en el soviet de Moscú de Diputados
Obreros, Campesinos y Combatientes del Ejército Rojo. Ibíd.,
Vol. 36. p. 240.)
14 de mayo de 1918:
“Esperar hasta que las clases trabajadoras hagan
la revolución a escala internacional, equivale a quedar
inmovilizados en la espera. Esto es absurdo. Como se sabe, la
revolución es una empresa ardua. Después de comenzar con brillante
éxito en un país, es posible que atraviese períodos penosos, pues
sólo se puede vencer definitivamente a escala internacional y con
los esfuerzos mancomunados de los obreros de todos los países”.
(Lenin. Informe sobre la política exterior en la sesión
conjunta del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia del Soviet de
Moscú. Ibíd. Vol. 36. p. 344.)
29 de julio
de 1918:
“Pero jamás nos hemos hecho la ilusión
de que con las fuerzas del proletariado y de las masas
revolucionarias de un solo país -por más heroicas que sean, por más
grandes que sean su organización y disciplina-, de que con las
fuerzas del proletariado de un solo país se pueda derrocar el
imperialismo internacional: eso únicamente puede hacerse con el
esfuerzo conjunto de los proletarios de todos los países... Sabíamos
que nuestros esfuerzos llevan inevitablemente a la revolución
mundial y que con los esfuerzos de los gobiernos imperialistas no se
puede poner fin a la guerra empezada por ellos. Con la guerra
únicamente pueden acabar los esfuerzos de todo el proletariado, y
nuestra tarea, al subir al poder como partido comunista proletario,
cuando en los otros países ha quedado en pie la dominación burguesa
capitalista, nuestra tarea inmediata era, lo repito, mantener ese
poder, esa antorcha del socialismo para que continuara echando todas
las chispas posibles al creciente incendio de la revolución
socialista”. (Lenin. Discurso pronunciado en la reunión
conjunta del Comité ejecutivo Central de toda Rusia, del soviet de
Moscú, de los comités fabriles y de los sindicatos de Moscú.
Ibíd. Vol. 37. pp 8-9.)
8 de noviembre de 1918:
“Desde el comienzo mismo de la Revolución de
Octubre, el problema de la política exterior y de las relaciones
internacionales ha sido para nosotros el principal, y no sólo porque
el imperialismo constituye desde ahora un engranaje fuerte y sólido,
formando un solo sistema, por no decir un inmundo cuajarón de
sangre, de todos los Estados del orbe, sino también porque la
victoria completa de la revolución socialista es inconcebible en un
solo país, pues requiere la colaboración más enérgica, por lo menos,
de varios países avanzados, entre los cuales no podemos incluir a
Rusia. De ahí que uno de los problemas principales de la revolución
sea determinar en qué grado conseguiremos que ésta se extienda
también a otros países y en qué medida lograremos hasta entonces
hacer frente al imperialismo”. (Lenin. Discurso sobre la
situación internacional. Ibíd. Vol. 37. p. 277.)
20 de noviembre de 1918:
La
transformación de nuestra revolución, rusa, en socialista no era una
aventura, sino una necesidad, pues no había otra opción: el
imperialismo anglo-francés y norteamericano estrangulará
indefectiblemente la independencia y la libertad de Rusia
si no triunfa la revolución socialista mundial, el
bolchevismo mundial”. (Lenin. Las preciosas confesiones de
Pitirim Sorokin. Ibíd. Vol. 37. p. 197.)
15 de marzo de 1919:
“Vencer
por completo y definitivamente a escala mundial no se puede en Rusia
a solas; se podrá únicamente cuando triunfe el proletariado en todos
los países, al menos en los adelantados, o, siquiera, en varios de
los adelantados más grandes. Sólo entonces podremos afirmar con toda
seguridad que la causa del proletariado ha triunfado, que hemos
alcanzado nuestro primer objetivo: el derrocamiento del capitalismo.
Hemos alcanzado ese objetivo con relación a un país,
y se nos ha planteado la segunda tarea. Si el Poder de los Soviets
es una realidad, si la burguesía ha sido derrocada en un país, la
segunda tarea es la lucha a escala internacional, la lucha en otro
plano, la lucha del Estado proletario en el medio de los Estados
capitalistas”. (Lenin. Éxitos y dificultades del poder
soviético. Ibíd. Vol. 38. p. 46.)
5 de
diciembre de 1919:
“Hemos dicho siempre, antes de
Octubre y durante la Revolución de Octubre, que nos consideramos y
sólo podemos considerarnos uno de los destacamentos del ejército
internacional del proletariado, un destacamento que, si se ha
colocado a la vanguardia de los demás no ha sido en virtud de su
desarrollo y de su preparación, sino debido a las condiciones
excepcionales de Rusia, por lo que sólo se puede considerar
definitiva la victoria de la revolución socialista cuando sea una
victoria del proletariado de varios países avanzados, por lo menos”.
(Lenin. VII Congreso de los soviets de toda Rusia.
Ibíd. Vol. 39. pp. 399-400.)
20 de noviembre de
1920:
“Los mencheviques afirman que estamos
comprometidos nosotros solos con la derrota de la burguesía mundial.
Sin embargo, siempre hemos dicho que sólo somos un eslabón de la
cadena de la revolución mundial, y nunca nos hemos puesto el
objetivo de conseguir la victoria sólo con nuestros propios medios”.
(Lenin. Ibíd. Vol. 31. p. 431. En la edición inglesa.)
Finales de febrero de 1922:
“No
hemos acabado de construir siquiera los cimientos de la economía
socialista y las potencias hostiles del capitalismo moribundo
todavía son capaces de privarnos de ellos. Debemos apreciar esto
claramente y admitirlo con franqueza; no hay nada más peligroso que
las ilusiones. Y no hay nada absolutamente terrible en admitir esta
amarga verdad; siempre hemos defendido y reiteramos la verdad
elemental del marxismo: que para la victoria del socialismo son
necesarias las fuerzas conjuntas de los trabajadores de varios
países desarrollados”. (Ibíd. Vol. 33. p. 206. En la edición
inglesa.)
Como se puede ver, no es en absoluto
difícil establecer más allá de toda duda la posición de Lenin sobre
la necesidad de la revolución mundial. A menos que el estado
soviético no consiguiera romper su aislamiento, pensaba que la
Revolución de Octubre no sobreviviría mucho tiempo. Esta idea se
repite una y otra vez en los escritos y discursos de Lenin después
de la revolución. Al final, los movimientos revolucionarios en
Alemania, Hungría, Italia y otros países, fueron derrotados, pero
fueron suficiente para detener los intentos del imperialismo de
derrocar a los bolcheviques a través de una intervención armada. El
estado obrero ruso sobrevivió, pero el aislamiento prolongado en
condiciones de atraso extremo provocó un proceso de degeneración
burocrática que creó las bases para la contrarrevolución política
estalinista.
La escuela estalinista de
falsificación
“Esta tesis de Woods significa que
en ningún país los comunistas deberían intentar tomar el poder;
porque si lo hacen, será un ‘socialismo en un solo país’. Los
comunistas à-la-Woods esperarían pacíficamente hasta que la
burguesía mundial entregue su poder a escala planetaria. Si Woods
estuviera en el lugar de José Stalin le devolvería tranquilamente
Rusia al Zar o a Kerensky, para evitar esa abominación del
‘socialismo en un solo país’”.
Este es un ejemplo
clásico de la escuela estalinista de falsificación. ¿Cuándo y dónde
ha encontrado él un artículo, libro o frase mía que pueda ser
interpretada como que los comunistas deban “esperar pacíficamente
hasta que la burguesía mundial entregue su poder a escala
planetaria”?
Aquí y ahora desafío a Shamir para que
reproduzca una sola frase de mis “prolíficos escritos” que
justifiquen esta ridícula afirmación. Si puede hacerlo, públicamente
diré que Israel Shamir tiene razón. Pero si no lo puede hacer,
debe quedar al descubierto ante el movimiento comunista mundial como
un mentiroso y un charlatán.
¿Cuál es la
verdadera posición del marxismo en esta cuestión? Marx y Engels ya
lo explicaron en El Manifiesto Comunista, donde
escribieron que la revolución proletaria, aunque nacional en su
forma, en su contenido es internacional. Los trabajadores primero
deben ajustar las cuentas con su propia burguesía y llevar a cabo la
revolución en su propio país. ¿Cómo podría ser de otra forma?
Pero aquí Shamir comete un desatino teórico
importante. Confunde la construcción del socialismo con la
revolución socialista. Como hemos visto, las dos cosas no son en
absoluto iguales. Los trabajadores rusos, dirigidos por el Partido
Bolchevique bajo Lenin y Trotsky, tomaron el poder en Rusia, no
porque existieran las condiciones objetivas para el socialismo (que
no existían) sino porque era posible y necesario para ellos derrocar
al zarismo.
La revolución alemana
En uno de mis artículos yo escribí: “Lenin sabía
muy bien que a menos que la revolución proletaria triunfara en
Europa occidental, especialmente en Alemania, la Revolución de
Octubre estaría finalmente condenada... ¿Cómo era posible construir
un socialismo nacional en un solo país y menos aún en un país
extremadamente atrasado como Rusia?”
Israel Shamir
responde que “Woods atribuye esta opinión a Lenin”. Es decir,
pretende que yo pongo en boca de Lenin palabras que él nunca dijo.
¿Cuál era la verdadera actitud de Lenin hacia la revolución alemana?
El internacionalismo de Lenin no era el producto del
sentimentalismo o la utopía, todo lo contrario, partía de una
aproximación realista a la situación. Lenin era bien consciente de
que las condiciones materiales para el socialismo no existían en
Rusia, pero sí existían a escala mundial. La revolución socialista
mundial evitaría la reaparición de aquellas características bárbaras
de la sociedad de clases a las que Marx calificaba como “toda la
vieja porquería”, garantizando desde su comienzo un desarrollo más
alto que la sociedad capitalista.
Esta fue la razón
por la que Lenin puso un mayor énfasis en la perspectiva de la
revolución internacional y por la cual dedicó mucho tiempo y
energías a la construcción de la Internacional Comunista. Lenin vio
la derrota de la primera oleada de la revolución europea como un
golpe terrible que sirvió para aislar a la república soviética
durante todo un período. Esta no era una cuestión secundaria, sino
una cuestión de vida o muerte para la revolución. Lenin y los
bolcheviques habían dejado abundantemente claro que si la revolución
no se extendía a occidente ellos estarían condenados.
Debemos permitir una vez más que sea el propio Lenin
quien hable. El 7 de marzo de 1918 Lenin sopesaba la situación:
“Si examinamos la situación a escala histórica
mundial, no cabe la menor duda de que, si nuestra revolución se
quedase sola, si no existiese un movimiento revolucionario en otros
países, no existiría ninguna esperanza de que llegase a alcanzar el
triunfo final. Si el Partido Bolchevique se ha hecho cargo de todo,
lo ha hecho convencido de que la revolución madura en todos los
países, y que a la larga -y no a la corta-, cualesquiera que fuesen
las dificultades que hubiéramos de atravesar, cualesquiera que
fuesen las derrotas que tuviésemos deparadas, la revolución
socialista internacional tiene que venir, pues ya viene, tiene que
madurar, pues ya madura y llegará a madurar del todo. Nuestra
salvación de todas estas dificultades –repito- está en la revolución
europea”. (Lenin. Informe político del Comité Central.
Ibíd. Vol. 36. p. 13).
Después concluía: “Y es una
lección, porque constituye una verdad absoluta el hecho de que sin
la revolución alemana estamos perdidos”. (Lenin. Op. cit., Vol.
36. p. 16). Semanas más tarde repitió la misma posición: “Nuestro
atraso nos ha puesto en primera línea del frente y pereceremos a
menos que seamos capaces de mantenernos hasta que recibamos un apoyo
poderoso de los trabajadores que se han rebelado en otros
países”. (Ibíd. p. 232. En la edición inglesa. El subrayado es
mío).
¿No está perfectamente claro? Lenin daba una
enorme importancia a la revolución alemana, a la que consideraba
fundamental para la supervivencia de la revolución rusa. Su punto de
vista estaba muy alejado del estrecho nacionalismo de Israel Shamir
como el norte del sur. ¡Pero dejemos que Lenin descanse en paz!
Shamir continúa alegremente: “Según Woods, esto significa que
después de la derrota de la revolución en Alemania en 1920, los
comunistas rusos deberían haber vuelto a sumergirse en la
clandestinidad”.
Israel Shamir ni siquiera es capaz
de dar las fechas correctas de la revolución alemana. Hubo una
revolución en Alemania, pero no en 1920. Ese fue el año del golpe de
estado de Kapp, que en realidad no fue una revolución sino una
contrarrevolución, aunque en general Israel Shamir no ve la
diferencia entre las dos.
La revolución alemana tuvo
lugar en noviembre de 1918. Hubo una huelga general, los
trabajadores crearon soviets, el ejército se amotinó y la flota
alemana entró en Hamburgo y Kiel con banderas rojas en el mástil. En
realidad, en ese momento el poder estaba en manos de la clase
obrera. Pero no había un Partido Bolchevique y la dirección estaba
en manos de los socialdemócratas que traicionaron.
El
fracaso de la revolución alemana dejó aislada a la revolución rusa.
Fue un duro golpe, pero ¿qué conclusiones había que sacar de eso?
Ciertamente no que los comunistas rusos debían “sumergirse en la
clandestinidad”. (¿De dónde saca estas tonterías?). Bajo la
dirección de Lenin y Trotsky los bolcheviques mantuvieron el poder e
hicieron lo que pudieron para desarrollar la economía, mientras que
al mismo tiempo luchaban para desarrollar la Internacional Comunista
y promover la revolución socialista mundial. Algo menos similar al
sumergimiento en la “clandestinidad” es difícil de imaginar.
En realidad, el movimiento revolucionario en Alemania
continuó a través de todo este período, con la insurrección
espartaquista de 1919, el golpe de estado de Kapp en 1920, la acción
de marzo de 1921 y, por último, pero no menos importante, la
situación revolucionaria de 1923, cuando el ejército francés ocupó
el Ruhr.
Esto podría haber llevado a la revolución
socialista en Alemania, pero cuando los dirigentes comunistas
alemanes fueron a Moscú a pedir consejo, se reunieron con Stalin y
Zinoviev, ¡que les aconsejaron no hacer nada y permitir que los
fascistas alemanes llegaran primero al poder! La derrota de la
revolución alemana en 1923 (me imagino que es a la que quiere hacer
referencia Israel Shamir) jugó un papel importante en impulsar el
ascenso de la burocracia en Rusia y la tendencia de Stalin que la
representaba.
El papel contrarrevolucionario del
estalinismo
La teoría antimarxista del socialismo
en un solo país sólo fue planteada, por Stalin y Bujarin, después de
la muerte de Lenin. Ellos no se habrían atrevido a plantear esta
idea en vida de Lenin. Ya en 1928 Trotsky pronosticó que si la
Internacional Comunista aceptaba esta línea, sería el principio de
un proceso que sólo terminaría con la degeneración
nacional-reformista de cada partido comunista del mundo.
Demostraremos más tarde cómo sucedió esto realmente. Mientras tanto,
regresemos a nuestro amigo de Jaffa, que continúa con su diatriba:
“Tales posiciones de los trotskistas los convierten
en queridos amigos del imperialismo occidental, porque según
su opinión, las naciones del mundo debieran esperar bajo sus
regímenes hasta el Segundo Advenimiento, es decir la revolución
mundial. Los verdaderos comunistas -tachados de ‘estalinistas’ en el
vocabulario trotskista- estuvieron y están a favor de la revolución,
de la toma del poder y del socialismo en todas partes ¡ahora! Mao y
Lenin, Castro y Ho Chi Minh no rehuyeron el poder, no dijeron: ‘¡Oh
no!, no vamos a tomar el poder, nuestros países son demasiado
atrasados, esperaremos la revolución mundial’; porque sentían
responsabilidad y amor hacia sus países -a China y Rusia, a Cuba y
Vietnam-”.
Después de haber descubierto, con
sorpresa, que me opongo violentamente a la revolución socialista y
que por lo tanto soy un contrarrevolucionario, ahora aprendo,
con aún mayor sorpresa, que soy un querido amigo del
imperialismo. Yo tenía más bien la impresión de que durante los
últimos cuarenta y cuatro años he estado luchando tanto contra el
capitalismo como contra el imperialismo. Pero el compañero Shamir
dice lo contrario, ¿y quién soy yo para discutir? Pero miremos el
comportamiento del estalinismo con relación a la revolución en los
países coloniales a la que ahora hace referencia Shamir.
No hay otro lugar donde el estalinismo haya jugado un
papel más contrarrevolucionario que en la revolución colonial.
Después de la muerte de Lenin, Stalin y sus seguidores recuperaron
para la revolución colonial la vieja teoría menchevique de las “dos
etapas”. Es decir, los trabajadores deben formar un bloque con la
llamada “burguesía progresista no compradora” para llevar a cabo la
revolución democrático burguesa. La revolución socialista debe ser
pospuesta, relegada a un futuro distante y oscuro.
Esa fue precisamente la posición adoptada por Stalin,
Kámenev y Zinoviev en 1917, que Lenin criticó tan despiadadamente.
Es la misma posición que el compañero Shamir ha rescatado del cubo
de basura de la historia, la ha desempolvado y ahora nos la presenta
como la última palabra en realismo político. ¿Cuáles han sido los
resultados de esta política? Allí donde se ha aplicado en el
mundo colonial, la teoría estalinista de las “dos etapas” ha llevado
a una catástrofe tras otra.
En China el joven
partido comunista, que tenía una base de masas en la clase obrera,
fue echado en brazos del Kuomintang dirigido por el burgués nacional
Chiang Kai Chek, quien, utilizando el lenguaje de Shamir, fue
aceptado por Stalin como un representante progresista de la
burguesía nacional no compradora. El Kuomintang incluso fue aceptado
como sección simpatizante de la Internacional Comunista, con sólo un
voto en contra en el Comité Ejecutivo de la Internacional, el de
Trotsky.
Tras utilizar a los comunistas para cubrir
su flanco izquierdo, después Chiang, durante la revolución china de
1925-27, liquidó físicamente al Partido Comunista, los sindicatos y
los soviets campesinos. La razón por la cual la segunda revolución
china adoptó la forma de una guerra campesina, en la cual la clase
obrera permaneció pasiva, fue en gran medida por el aplastamiento
del proletariado chino como resultado de la política de Stalin
caracterizada por Trotsky como “una caricatura maliciosa del
menchevismo”.
A propósito, es totalmente falso
afirmar que Mao tomara el poder en China sobre la base de una
“Alianza Patriótica” con la burguesía nacional. Tomó el poder
basándose en una guerra campesina revolucionaria clásica que incluía
una guerra de liberación nacional contra el imperialismo japonés. La
burguesía nacional encabezada por Chiang Kai Chek
teóricamente estaba aliada con Mao en esta lucha, pero en la
práctica jugó un papel totalmente contrarrevolucionario. El ejército
nacionalista pasó la mayor parte de su tiempo luchando contra el
Ejército Rojo y apenas luchó contra los japoneses.
Lo
mismo es aplicable a todos los demás movimientos de liberación
nacional, incluidos los movimientos de resistencia contra los nazis
en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. En cada caso la lucha
real contra los nazis estuvo encabezada por los comunistas. Los
llamados aliados burgueses en Yugoslavia, Grecia, Francia, etc.,
jugaron un papel insignificante en la lucha contra los invasores
alemanes y pasaron la mayor parte del tiempo luchando contra los
comunistas.
La teoría de las dos etapas y Oriente
Medio
Los efectos de la teoría de las “dos
etapas” han sido particularmente catastróficos en la parte del mundo
donde vive el propio compañero Shamir: Oriente Medio. En 1958 en
Iraq el Partido Comunista tenía una fuerza de masas, capaz de
convocar una manifestación con un millón de personas en Bagdad. Pero
en lugar de aplicar una política leninista de independencia de clase
y dirigir a los trabajadores y campesinos hacia la toma del poder,
buscaron alianzas con la burguesía “progresista no compradora” y los
sectores “progresistas” del ejército. Estos últimos, después de
tomar el poder sobre las espaldas del partido comunista, procedieron
a eliminarlo asesinando y encarcelando a sus militantes y
dirigentes. El resultado final fue la dictadura de Sadam Hussein y
el caos actual.
En Sudán ha ocurrido el mismo proceso
no una vez sino dos veces. En 1967 el PC fue capaz de convocar una
manifestación de dos millones de personas en Jartum. En lugar de
tomar el poder, apoyaron al burgués “progresista nacional no
comprador” de Nimeiri, que les agradeció el favor aplastándolos.
Como en Iraq, esta política llevó a la victoria de las fuerzas
contrarrevolucionarias y la destrucción del PC. Ahí es donde la
política defendida por Israel Shamir ha llevado al movimiento
comunista en Oriente Medio, donde ha perdido su poderosa base de
apoyo y ha quedado reducido a una sombra de sí mismo.
Incluso ahora, el Partido Comunista de Sudán defiende
una política de “Alianza Patriótica” con las guerrillas del sur
(ahora respaldadas por el imperialismo estadounidense) y la
burguesía “progresista” del norte contra el régimen fundamentalista.
Estos dirigentes “comunistas” son como los Borbones de la antigüedad
que “no se olvidaban de nada y no aprendían nada”. Su política es
una receta acabada para una derrota sangrienta tras otra.
El ejemplo más trágico de las consecuencias
desastrosas de la teoría de las dos etapas es el caso de Indonesia.
En los años sesenta el Partido Comunista de Indonesia era la
principal fuerza de masas del país. Era el partido comunista más
grande del mundo fuera del bloque soviético, con tres millones de
militantes, con diez millones de afiliados en sus organizaciones
sindicales y campesinas, e incluso con un apoyo del 40 por ciento
del ejército (incluidos sectores de los oficiales). ¡Los
bolcheviques rusos no tenían un apoyo tan organizado en el momento
de la Revolución de Octubre!
El PC indonesio podría
haber tomado fácilmente el poder e iniciado la transformación
socialista de la sociedad que habría tenido un efecto tremendo en
todo el mundo colonial, provocando una cadena de revoluciones en
Asia. En lugar de eso, los dirigentes del PC (bajo el control de los
maoístas chinos) formaron una alianza con Sukarno, un dirigente
nacionalista burgués que en aquella época había adoptado una
fraseología de “izquierda”. Aquella política dejó al Partido
Comunista totalmente desprevenido cuando la burguesía (siguiendo
instrucciones directas de la CIA) organizó una matanza contra los
militantes y simpatizantes del Partido Comunista, en la cual fueron
masacradas al menos 1,5 millones de personas.
Ahora
llega la más monstruosa de todas las numerosas calumnias de Shamir.
Pretende que (“objetivamente”) Alan Woods está al lado de los
imperialistas norteamericanos en Iraq:
“Ahora en
Iraq, las fuerzas de ocupación de EEUU, abrieron efectivamente la
economía iraquí a la conquista occidental otorgando los mismos
derechos de acceso a las compañías extranjeras. Este acto lleva a
las fuerzas nacionalistas iraquíes a un conflicto aún mayor con los
imperialistas. Objetivamente, Woods está de parte de las
multinacionales occidentales, ya que excluye la defensa nacionalista
del pueblo. Los comunistas à-la-Woods no cooperarán con los
nacionalistas iraquíes contra el imperialismo estadounidense, porque
el nacionalismo es su mayor enemigo”.
¿Qué tonterías
son estas? En primer lugar, todo el mundo sabe que hemos luchado
consecuentemente contra la monstruosa agresión imperialista en Iraq
y que hemos escrito docenas de artículos, documentos y manifiestos
sobre esta cuestión. Estamos incondicionalmente a favor del derecho
de autodeterminación y la retirada de todas las tropas extranjeras
de Iraq, incluidas las tropas británicas. (Imagino que este es otro
ejemplo de mi incapacidad de apreciar las buenas obras de mi
patria).
He aquí la verdad acerca de la actuación de
los “comunistas à-la-Woods”. Y la actuación de los “comunistas
à-la-Shamir”, ¿cuál es? Bien, el Partido Comunista de Iraq está
ciertamente colaborando con alguien: ¡Han entrado en el gobierno
títere de Allawi! De qué forma puede ser interpretado esto como
una cooperación con los nacionalistas iraquíes contra el
imperialismo estadounidense no queda muy claro, puesto que EEUU
controla este gobierno y todas sus obras. Pero bueno, ¡siempre hay
que ser práctico! como nos dice nuestro amigo en Jaffa.
El estalinismo y la revolución cubana
Los crímenes históricos del estalinismo son del
dominio público. Pero Shamir no sabe nada de ellos. Alaba a los
estalinistas con términos entusiastas y resucita la vieja calumnia
del “trotskismo contrarrevolucionario”. Hace mucho ruido acerca de
Cuba, lo cual es natural porque toda la polémica surge de la
decisión de la compañera Celia Hart de defender públicamente las
ideas de Trotsky.
Desgraciadamente, desde su punto de
vista no podía haber elegido peor ejemplo. Evidentemente no conoce
el papel que jugaron los estalinistas cubanos. ¿Apoyaban los
estalinistas cubanos a Fidel Castro? No, no lo hacían. Ellos
apoyaban al dictador Batista. ¿Por qué? Por una razón que
seguramente nuestro amigo de Jaffa aprobaría: ellos decían que
Batista era un nacionalista burgués progresista. Consideraban
a Fidel como un ultraizquierdista, en realidad, un trotskista. Sólo
después de la revolución cambiaron la melodía.
La
colaboración de los estalinistas cubanos con Batista comenzó incluso
antes de la Segunda Guerra Mundial. En noviembre de 1939, en las
elecciones a la asamblea constituyente, había coaliciones: Batista y
los comunistas por un lado, los Auténticos de Grau y el ABC por el
otro. Estos últimos ganaron y el PC consiguió aproximadamente el 10
por ciento de los votos.
En la campaña electoral de
1940 cuando Batista disfrutaba del total apoyo de los estalinistas
cubanos que lo consideraban un “burgués nacional no comprador”,
Batista fue elegido presidente con métodos oscuros y, a cambio, en
1942, dos comunistas, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez,
entraron al gobierno. ¡Así es como los estalinistas cubanos
entendían la política de las “alianzas patrióticas”!
Los estalinistas abandonaron toda pretensión de una
política independiente. Su apoyo a Batista fue totalmente acrítico y
servil. Esto es lo que ellos escribían en aquella época:
“Fulgencio Batista y Zaldívar, cubano ciento por
ciento, celoso guardador de la libertad patria, tribuno elocuente y
popular... prohombre de nuestra política nacional, ídolo de un
pueblo que piensa y vela por su bienestar... hombre que encarna los
ideales sagrados de una Cuba nueva y que por su actuación demócrata
identificado con las necesidades del pueblo, lleva en sí el sello de
su valor...”. (Hoy, órgano del PSO, 13 de julio de 1940).
El 28 de enero de 1941 Blas Roca (secretario general
del PC Cubano) escribía lo siguiente: “Permanecemos fieles a la
plataforma de Batista en cada uno de los aspectos”. Juan
Marinello declaró unos días después: “Los únicos leales a la
plataforma de Batista son aquellos que son miembros de la Unión
Revolucionaria Comunista”.
El dictador reconoció
los incalculables servicios de los estalinistas cuando escribió al
líder del PC, Blas Roca, en los siguientes términos:
“Querido Blas, Con respecto a tu carta
que nuestro amigo mutuo, el Dr. Carlos Rafael Rodríguez, ministro
sin cartera, me pasó, estoy feliz una vez más de expresar mi firme e
inquebrantable confianza en la cooperación leal del Partido
Socialista Popular [el nombre oficial por aquel entonces del Partido
Comunista de Cuba], que sus militantes y dirigentes han dado y
continúan dándome a mí y a mi gobierno... Créame, como
siempre, vuestro afectuoso y cordial amigo. Fulgencio
Batista”.
Estas líneas fueron citadas por el
periódico del PC, Hoy, el 13 de junio de 1944. Incluso
cambiaron su nombre por el de Partido Socialista Popular y era uno
de los partidos más de derecha en la Internacional Comunista. En su
segundo congreso, el PSP consideró oportuno saludar a Batista con
las siguientes palabras: “(...) Deseamos reiterar que puede contar
con nuestro respeto, afecto y estima por sus principios de
gobernante democrático y progresista”. (S. Tutino. L"Ottobre
cubano, p. 171).
Abandonaron su crítica al
imperialismo estadounidense y en lugar de la nacionalización de la
propiedad extranjera, defendían “la colaboración en un programa de
economía expansiva que aceptaría pagar intereses razonables para las
inversiones extranjeras, principalmente inglesas y norteamericanas”.
(Ibíd., p. 179).
Este programa y política no podían
resultar atractivos para los jóvenes revolucionarios que odiaban al
régimen de Batista y estaban decididos a luchar contra él. Así que
cuando Fidel Castro levantó la bandera de la rebelión en Cuba, no
sólo lo hizo fuera del Partido “Comunista” sino también contra
él.
¿Pero quizá los estalinistas cubanos
cambiaron de idea más tarde y apoyaron a Fidel Castro? ¡Todo lo
contrario! Apoyaron a Batista en todo momento. En la línea de su
política de unidad nacional y formación de bloques con la “burguesía
progresista no compradora”, se unieron a Batista en la condena al
ataque de Fidel Castro contra el Cuartel de la Moncada (julio de
1953):
“...la vida del Partido Socialista Popular
(comunista)... ha sido combatir... y desenmascarar las
actividades golpistas y aventureras de la oposición burguesa
porque van contra los intereses del pueblo...”. (Información
aparecida en Daily Worker, órgano del Partido Comunista de
EEUU, 10 de agosto de 1953).
Debido a la traición de
los estalinistas otras fuerzas encabezaron la revolución. Eran
revolucionarios valientes, pero al principio no tenían una idea
clara de hacia donde iban. La revolución cubana, como la revolución
venezolana, comenzó como una revolución democrática nacional. Los
dirigentes en un principio no se planteaban la cuestión del
socialismo o la revolución socialista. Pero sus acciones eran mil
veces más revolucionarias que las de aquellos que en la isla se
autodenominaban comunistas.
Fidel Castro pronunció un
discurso en respuesta a las acusaciones de Batista de ser un
comunista. En él decía lo siguiente: “¿Qué moral tiene, en cambio,
el señor Batista para hablar de comunismo si fue candidato
presidencial del Partido Comunista en las elecciones de 1940, si sus
pasquines electorales se cobijaron bajo la hoz y el martillo, si por
ahí andan sus fotos junto a Blas Roca y Lázaro Peña, si media docena
de sus actuales ministros y colaboradores de confianza fueron
miembros destacados del Partido Comunista?”. (H.M. Enzenburguer,
Raids and Reconstructions, Londres, 1976. p. 200).
Incluso después de que hubieran derrocado al régimen
corrupto y reaccionario del gobierno de Batista, el programa de los
dirigentes de la revolución no iba más allá de un régimen
capitalista democrático. Pero como dice un refrán ruso: “la vida
enseña”. El programa de Castro de reformas progresivas se encontró
con la oposición de la burguesía cubana y detrás de ella estaba el
poderoso imperialismo estadounidense.
La revolución
cubana demuestra muy claramente la corrección de la teoría de la
revolución permanente de Trotsky. No era posible llevar a cabo el
programa de la revolución democrática burguesa en Cuba dentro de los
límites del sistema capitalista. Enfrentado a la implacable
oposición y sabotaje del imperialismo norteamericano, Fidel Castro
expropió los medios de producción. Sin esto la revolución cubana se
hubiera perdido.
Cuba y Venezuela
Hay muchos paralelismos entre la revolución
cubana y la venezolana. Esta última ha inspirado a los trabajadores,
campesinos y jóvenes de toda América Latina y a escala mundial. Las
masas revolucionarias han conseguido milagros. Pero la revolución
venezolana no está completada. No se puede completar hasta que no se
expropie a la oligarquía y se nacionalice la tierra, los bancos y
las industrias clave que siguen en manos privadas.
Como Fidel Castro en los inicios de la revolución
cubana, Hugo Chávez se basa en el programa de la revolución
democrática nacional. Ha demostrado ser un audaz luchador
antiimperialista y un consistente demócrata. Pero esto no es
suficiente. La oligarquía venezolana se opone ásperamente a sus
reformas. Detrás de ella está el poderoso imperialismo
estadounidense.
Tarde o temprano la revolución
venezolana se enfrentará a una disyuntiva. Y al igual que la
revolución cubana fue capaz de llevar a cabo la expropiación del
latifundismo y el capitalismo, la revolución venezolana también
encontrará la determinación necesaria para emprender el mismo
camino. Esa es realmente la única vía.
En el momento
en que la revolución venezolana cruce el punto de no retorno,
eliminando el latifundismo y el capitalismo, rápidamente se podrá
extender a otros países de América Latina. Ese es el significado
interno de la revolución bolivariana: la necesidad objetiva de unir
al continente dividido de América Latina y elevar su desarrollo a un
nivel cualitativamente nuevo y superior, de acuerdo con su colosal
potencial económico.
Esta es la única perspectiva
posible si deseamos poner fin a la dominación de América Latina por
parte del imperialismo estadounidense y mundial. Pero esa es una
perspectiva que se opone radicalmente al nacionalismo. Defiende la
abolición radical de fronteras que han dividido y balcanizado
artificialmente América Latina durante doscientos años. También por
necesidad es una perspectiva anticapitalista (socialista), ya que
sólo puede conseguirse rompiendo con la burguesía. El poder debe
pasar a la clase obrera y sus aliados naturales, los campesinos
pobres y los pobres y semiproletarios urbanos.
La
idea de los Estados Unidos Socialistas de América Latina es un libro
cerrado bajo siete llaves para los nacionalistas y estalinistas.
Pero es una idea que puede unir y movilizar a las masas de
trabajadores, campesinos y jóvenes revolucionarios de América
Latina. Esa es la consigna del presente que es la clave para el
futuro.
Monstruo nº 2. No al patriotismo
Nuestro amigo Shamir, sin embargo, está ciego
ante todo esto. No está interesado en el internacionalismo
revolucionario. En su lugar canta himnos extasiados a las virtudes
del patriotismo:
“El patriotismo, el amor a su país,
es una gran fuerza; esta fuerza debiera ser plenamente utilizada en
nuestra lucha contra el enemigo. El comunismo à-la-Woods se
posiciona a favor de la globalización: el amor al propio país, ese
orgulloso ‘Patria o Muerte’ es anatema para un trotskista. Un
comunista debería -según Woods- sentir aversión hacia o ignorar a su
país y a su pueblo, debería desear que el nombre mismo fuera
eliminado; y jamás debería tratar de unir a sus compatriotas para
combatir una invasión extranjera o la conquista imperialista”.
Como es habitual, nuestro amigo de Jaffa consigue
confundirlo todo. Es una proposición de ABC que el marxismo es
internacionalista por su propia naturaleza. Marx, Engels, Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht nunca defendieron la creación de un
partido puramente alemán, de la misma forma que Lenin no consideraba
el Partido Bolchevique como un partido puramente ruso. Todos ellos
defendían la creación de una Internacional que luchara por el
socialismo mundial. Eso es algo que sabría incluso un niño de seis
años. Que no sea conocido por el compañero Shamir es su desgracia,
no la nuestra.
Marx y Engels no eran
internacionalistas por razones sentimentales sino científicas. En
las páginas de El Manifiesto Comunista explicaban que
el capitalismo, que aparece como una serie de mercados y estados
nacionales, inevitablemente desarrolla un mercado mundial. El
aplastante dominio del mercado mundial es la manifestación más
importante de la época en la que nos encontramos. Ningún país, no
importa su tamaño, puede separarse del mercado mundial. Rusia y
China han descubierto esto. La vieja idea de construir el socialismo
en aislamiento nacional ha colapsado ignominiosamente en todas
partes.
¿Eso significa que “apoyamos la
globalización” como afirma Shamir? No significa eso en absoluto.
Pero la tendencia del capitalismo es la de desarrollar un mercado
mundial, algo que fue pronosticado en El Manifiesto
Comunista, y es una realidad. ¿Cuál es la alternativa a la
globalización capitalista, es decir, al dominio de todo el mundo por
un puñado de empresas gigantescas y estados imperialistas? Shamir
contrapone el nacionalismo burgués a la globalización.
Nosotros contraponemos la lucha de clases y la lucha por el
socialismo nacional e internacionalmente.
La lucha
por el socialismo mundial implica la lucha contra el imperialismo.
Los marxistas siempre distinguiremos entre las naciones opresoras y
las oprimidas. Es evidente que defendemos a las últimas frente a las
primeras. ¿Pero esto significa que debemos defender el nacionalismo
y abandonar el internacionalismo? Esta afirmación significa el total
abandono del marxismo-leninismo. Significa el abandono del
punto de vista proletario en favor del filisteísmo nacional burgués
y pequeño burgués. Ese es precisamente el punto de vista de
Israel Shamir.
Como ya sabemos, a Israel Shamir no le
gusta que citemos a Lenin por la razón obvia de que todo lo
escrito por Lenin se opone completamente a su punto de vista.
Lenin siempre se opuso al imperialismo y a la opresión nacional de
las pequeñas naciones, pero también se opuso implacablemente al
filisteísmo nacional de las pequeñas naciones. La cuestión
nacional, como todas las demás cuestiones sociales, es en el fondo
una cuestión de clase. Ese era el punto de vista de Lenin y el de
cualquier genuino marxista. En su obra Notas críticas sobre la
cuestión nacional, Lenin explica con una claridad admirable
esta proposición elemental del marxismo:
“En
cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados,
elementos de cultura democrática y socialista, pues en
cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas
condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología
democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo
una cultura burguesa (y, además en la mayoría de los casos,
ultrarreaccionaria y clerical), y no simplemente en forma de
‘elementos’, sino como cultura dominante. Por eso, la
‘cultura nacional’ en general es la cultura de los terratenientes,
de los curas y de la burguesía". (Lenin, Notas críticas sobre
la cuestión nacional. p. 10. El subrayado en el original).
¿No está claro? La cuestión nacional es una cuestión
de clase. Pero se puede buscar en vano en todos los artículos del
compañero Shamir, y no se encontrará, el más mínimo atisbo de una
posición de clase. Los marxistas no encubrimos las contradicciones
de clase, todo lo contrario, las sacamos a la superficie. Esto no es
menos obligatorio en el caso de una nacionalidad oprimida que en una
nación opresora. Como explica Lenin en Notas críticas sobre la
cuestión nacional: “En las sociedades anónimas tenemos
juntos y completamente fundidos a capitalistas de diferentes
naciones. En las fábricas trabajan juntos obreros de diferentes
naciones. En toda cuestión política realmente seria y realmente
profunda los agrupamientos se realizan por clases y no por
naciones”. (Ibíd. p. 23).
En otra obra escribe lo
siguiente: “Los intereses de la clase obrera y de su lucha contra el
capitalismo exigen una completa solidaridad y la más estrecha unión
de los obreros de todas las naciones, exigen que se rechace la
política nacionalista de la burguesía de cualquier nación”.
Lenin siempre escribió de una forma clara y sin
ambigüedades. Su significado de ninguna forma da lugar a
malentendidos. Y su significado es el siguiente: para los marxistas,
en todo momento y en todas las condiciones, la cuestión de clase
está en primer lugar. Defendemos la unidad sagrada de la clase
obrera, independientemente de nacionalidad, idioma, color o
religión. Nos oponemos al veneno nacionalista venga de donde venga.
¿Nacionalismo o internacionalismo?
Shamir continúa: “Esta discusión del nacionalismo
no es nueva [¡es verdad!]. Marx y Lenin declararon que los
comunistas debieran apoyar el nacionalismo de las naciones oprimidas
y combatir el nacionalismo de los opresores [¡también es verdad!].
Sin embargo, el Nuevo Orden Mundial introdujo una nueva nota en el
antiguo discurso, porque incluso las naciones del Primer Mundo -de
Norteamérica y Europa Occidental- están siendo minadas por las
nuevas políticas de sus amos [¡ajá!].
Por ejemplo
Suecia, un país europeo occidental extremadamente desarrollado,
pierde ahora su industria: las famosas plantas Saab de automóviles,
en manos de una multinacional estadounidense, van a ser cerradas y
la producción será transferida a áreas más lucrativas. Decenas de
miles de trabajadores capacitados perderán sus puestos de trabajo y
miles de propietarios locales serán proletarizados. El mismo proceso
tiene lugar en EE.UU., donde las industrias migran hacia el sur,
mientras sus beneficios migran hacia la Costa Este. Los trabajadores
y los pequeños propietarios podrían ahora crear una nueva coalición
nacionalista contra sus amos transnacionales”.
A
pesar de todos los giros y cambios talmúdicos, y la inclinación
ocasional a la memoria de Marx e incluso de Lenin, Shamir siempre
regresa a la misma idea: el marxismo está caduco. La lucha de clases
está pasada de moda. La clase obrera debe olvidar el socialismo y la
revolución socialista durante los próximos cien años (o mejor mil).
No debe de tener una política independiente sino que debe atarse
firmemente el carro del Capital y apoyar a su “propia” burguesía
(buena) frente a los extranjeros (malos).
Viendo
esto, podemos ver lo lejos que ha retrocedido el movimiento
comunista. ¡Es como si Lenin nunca hubiera vivido o escrito una sola
línea! Lo que nunca dijo Lenin es que los marxistas deban apoyar a
la burguesía nacional o a la pequeña burguesía nacionalista. Todo lo
contrario, la premisa fundamental de la posición de Lenin sobre la
cuestión nacional era la absoluta independencia de clase.
El primer principio del leninismo fue siempre la
necesidad de luchar contra la burguesía, tanto en las naciones
opresoras como en las naciones oprimidas. En todos los escritos de
Lenin sobre la cuestión nacional hay una crítica implacable no sólo
a la burguesía nacional, sino también a la pequeña burguesía
nacionalista. Esto no es casualidad. La idea de Lenin era que la
clase obrera debe ponerse a la cabeza de la nación para dirigir a
las masas hacia la transformación revolucionaria de la sociedad. Así
en las Notas críticas sobre la cuestión nacional escribe lo
siguiente:
“Es progresivo el despertar de las masas
después del letargo feudal; es progresiva su lucha contra toda
opresión nacional, su lucha por la soberanía del pueblo, por la
soberanía nacional. De aquí, la obligación incondicional para
todo marxista de defender la democracia más resuelta y más
consecuente en todos los aspectos de la cuestión nacional. Es
ésta una tarea fundamentalmente negativa. Pero más allá de este
límite el proletariado no puede apoyar el nacionalismo, pues más
allá empieza la actividad ‘positiva’ de la burguesía en su
afán de consolidar el nacionalismo”. (Lenin. Notas
críticas sobre la cuestión nacional. p. 21. El subrayado en el
original).
Un poco después añade, con la intención de
dar un énfasis mayor: “Sí, indiscutiblemente debemos luchar contra
toda opresión nacional. No, indiscutiblemente no debemos luchar
por cualquier desarrollo nacional, por la ‘cultura
nacional’ en general”. (Ibíd., p 22. El subrayado en el original).
Para combatir las perniciosas ilusiones divulgadas
por los nacionalistas, Lenin hacía la siguiente advertencia: “El
proletariado no puede apoyar ningún afianzamiento del nacionalismo;
por el contrario, apoya todo lo que contribuye a borrar las
diferencias nacionales y a derribar las barreras nacionales, todo lo
que sirve para estrechar más y más los vínculos entre las
nacionalidades, todo lo que conduce a la fusión de las naciones.
Obrar de otro modo equivaldría a pasarse al lado del reaccionario
filisteísmo nacionalista”. (Ibíd., p. 22)
¿Está
claro? Los trabajadores tienen el deber de oponerse a todas las
formas de discriminación y opresión nacional. Pero también tienen el
deber de rechazar el apoyo al nacionalismo en cualquier forma o
modelo. Qué contraste con personas como Shamir que pretenden
defender una política comunista mientras defienden el veneno
nacionalista del peor tipo. Enturbiar la línea divisoria entre
marxismo y nacionalismo es una violación de todo lo que Lenin
siempre defendió.
Monstruo nº 3. Alianza con el
nacionalismo judío
Israel Shamir es un
nacionalista y está obsesionado con el nacionalismo. Él mismo, por
supuesto, es un nacionalista extremo -un chovinista gran ruso que ha
absorbido todos los peores aspectos de esta clase de chovinismo más
reaccionario-. Abraza entusiastamente todas las ideas reaccionarias
que han resurgido en Rusia junto con la restauración del
capitalismo. Y pretende que esto representa amor por Rusia, cuando
en realidad es todo lo contrario.
La liquidación de
la economía nacionalizada planificada y el cambio a la economía de
mercado ha significado, como brillantemente pronosticó Trotsky, un
profundo declive de la cultura rusa. La contrarrevolución
capitalista ha traído consigo la prostitución, la drogadicción, el
SIDA, la pornografía, el gran chovinismo ruso, las Centurias Negras,
los pogromos, el antisemitismo, la astrología, la superstición y la
Iglesia Ortodoxa Rusa. ¡Estas son las bendiciones con que el
capitalismo ha castigado al pueblo ruso!
Lenin y los
bolcheviques borraron toda la fétida suciedad reaccionaria acumulada
durante mil años de zarismo. Ahora ha regresado y amenaza con
inundar la sociedad rusa, atascando y envenenando cada uno de sus
poros. ¿Qué dice Israel Shamir sobre todo esto? Él no tiene
problemas con el capitalismo, siempre y cuando los capitalistas sean
buenos rusos y no judíos o extranjeros. Es un defensor
entusiasta del chovinismo gran ruso e incluso de ese bastión
de la reacción que es la Iglesia Ortodoxa Rusa. También es
un apologista del antisemitismo.
Ya se sabe que
la mejor defensa es el ataque. Para encubrir sus propias tendencias
chovinistas hace una afirmación francamente asombrosa: “A pesar de
su anti-nacionalismo, hay un tipo de nacionalismo que es aceptable
para Woods: el cuasi nacionalismo judío transnacional. Un
comunista como Woods combatiría todo nacionalismo, con la excepción
del judío. Para él, Stalin fue malo, porque toleró y utilizó el
nacionalismo ruso y luchó contra el nacionalismo judío”. (El
subrayado en el original).
Como es habitual, Shamir
hace esta increíble afirmación sin intentar justificarla. Ni una
sola cita, no presenta ningún dato que demuestre cómo, cuándo o
dónde Alan Woods defiende el nacionalismo judío. Si no fuera algo
tan serio resultaría risible. ¡Pero ya está bien de esta payasada!
Los lectores de http://www.marxist.com/ son
perfectamente conscientes de cuál es, y siempre ha sido, nuestra
actitud hacia el sionismo reaccionario.
La verdadera
razón por la cual Shamir hace esta acusación tan escandalosa es para
desviar la atención de mis afirmaciones específicas sobre Stalin -el
ídolo de Shamir- y su violenta política antisemita. Yo dije
que una de las características más repulsivas del estalinismo fue su
antisemitismo. Esto es cierto y se puede demostrar fácilmente que es
verdad. Shamir intenta salir del apuro embaucándonos con esto:
“¿Quiere decir Woods que Stalin adhirió a la teoría
racial de las razas semíticas y nórdicas? Poco probable: ese hijo de
Georgia no era particularmente nórdico”.
En primer
lugar, el antisemitismo no es una prerrogativa exclusiva de las
“razas nórdicas” (cualquiera que se supongan que sean). En segundo
lugar, el origen georgiano de Stalin de ningún modo significa que
estuviera libre de prejuicios nacionales y raciales. Más bien lo
contrario, la historia conoce más de un ejemplo de personas
procedentes de pequeñas naciones oprimidas que adoptaron la
ideología de las naciones opresoras y se convirtieron en los
opresores nacionales más violentos.
El propio Hitler
no era alemán sino austriaco, eso no impidió que se convirtiera en
un rabioso imperialista y chovinista alemán. Pero hay un ejemplo aún
mejor, Napoleón Bonaparte era de origen corso y por lo tanto
pertenecía a una pequeña nación oprimida por Francia. En su
juventud coqueteó incluso con al nacionalismo corso. Pero cuando
llegó al poder en París se convirtió en un exponente extremo del
imperialismo, militarismo y centralismo burocrático francés.
La evolución de Stalin fue similar. Aunque no podía
ni siquiera hablar un ruso decente, adoptó la ideología del más
crudo chovinismo gran ruso. Lenin comprendió esto y denunció el
chovinismo gran ruso de Stalin con los términos más duros e incluso
rompió relaciones personales y de camaradería con él.
Y por último, pero no menos importante, tenemos el
ejemplo del propio Israel Shamir, que vive en Jaffa y
presumiblemente es judío pero que ha decidido que debería defender
la política antisemita de Stalin y denunciar a todos sus críticos
como “nacionalistas judíos”. Si sólo fuera una cuestión de Israel
Shamir oponiéndose al reaccionario imperialismo israelí, no habría
diferencia entre nosotros. Ese es el deber de cualquier persona
progresista o de izquierda, ya sea judío o gentil. Pero ir al otro
extremo e intentar excusar el antisemitismo, o al menos encontrar
disculpas para él, francamente resulta criminal. Este tipo de cosas
realmente ayuda al sionismo y desacredita al comunismo. No es
comunismo en absoluto. Sólo es sionismo dado la vuelta al
revés.
El antisemitismo de Stalin
Contra todas las evidencias, Shamir niega que en
la URSS bajo Stalin existiera antisemitismo. Protesta indignado:
“¿Quiere decir [Alan Woods] que los judíos fueron
perseguidos como grupo racial bajo Stalin? Obviamente no, porque la
hija de Stalin estaba casada con un judío: algunos de sus mejores
camaradas y dirigentes del partido tenían mujeres judías (de Molotov
a Voroshilov) -o yernos y nueras judíos (Malenkov, Kruschev). Basta
de racismo. ¿Fueron discriminados los judíos bajo Stalin? En 1936,
durante el pináculo del poder de Stalin, su gobierno incluía a nueve
judíos, entre ellos el Ministro de Relaciones Exteriores Litvinov,
del Interior (servicios secretos) Yahoda, el de comercio exterior,
etc. ¿Expresó alguna vez Stalin odio o incluso un agudo rechazo de
los judíos? No; en realidad declaró que habría que fusilar a todo
antisemita”.
Esto es absolutamente increíble. Hoy es
de conocimiento común que Stalin fue un rabioso antisemita. Y de
hecho, los ejemplos que Shamir intenta utilizar demuestran lo
contrario a lo que pretende. Más que cualquier otra cosa su actitud
ante esta cuestión revela un punto de vista completamente
reaccionario, algo absolutamente ajeno a las tradiciones de Lenin y
el Partido Bolchevique.
La revolución bolchevique dio
libertad a los judíos, como la revolución cubana supuso la libertad
para los afrocubanos, sobre la base de la total igualdad social,
legal y política. Después de 1917 Lenin y los bolcheviques incluso
garantizaron que aquellos judíos que lo desearan pudieran vivir en
su propia región autónoma, la zona conocida como Birobidzan. Este
fue un gesto de los bolcheviques para demostrar que el nuevo estado
obrero estaba poniendo fin a todas las formas de discriminación. La
gran mayoría de los judíos no aceptaron esta oferta porque sentían
que sus derechos estaban garantizados en la Rusia
post-revolucionaria.
Pero este no fue el caso con el
régimen estalinista. Ya en su lucha contra la Oposición de Izquierda
Stalin utilizó el antisemitismo, insistiendo en que Trotsky,
Zinoviev y Kámenev eran judíos y que “los judíos estaban causando
problemas en el Comité Central”. Los dirigentes de la Oposición de
Izquierda fueron todos expulsados del Partido Comunista y
arrestados. Stalin publicó un edicto: “No es casualidad que la
oposición esté dirigida por judíos. Esta es una lucha entre el
socialismo ruso y elementos ajenos”. Semejantes declaraciones
habrían sido motivo de expulsión del partido cuando Lenin vivía.
Pero para Shamir no sólo son aceptables sino que son loables,
¡porque había “demasiados” judíos en el Partido Comunista!
En 1930 Stalin cerró Yevslektsia, una
entidad oficial soviética destinada a descubrir los incidentes
antisemitas, supuestamente porque el número de incidentes
antisemitas había descendido. Esto probablemente era verdad. La
clase obrera soviética fue educada por los bolcheviques en un
espíritu internacionalista y no toleraría el racismo. Sin embargo,
con la afluencia de campesinos atrasados de las aldeas durante la
industrialización de los primeros planes quinquenales, el problema
resurgió y fue alentado desde arriba, primero de forma tácita,
después más abiertamente.
La revolución bolchevique
comenzó, como hemos visto, con una campaña contra el antisemitismo y
la promoción del idioma y literatura yiddish. En determinado momento
llegó a haber 400 periódicos en yiddish. En 1938 no había ninguno.
Los estalinistas liquidaron las instituciones judías, las
editoriales, asociaciones culturales y arrestaron a sus empleados.
La firma del Pacto Hitler-Stalin dio luz verde para que la oculta
burocracia estalinista y antisemita se expresara más abiertamente.
Shamir cita el caso de Máximo Litvinov, el Comisario
Soviético para Asuntos Exteriores de los años treinta como una
prueba de que no había antisemitismo en la Rusia de Stalin. Lo que
no menciona es que Litvinov fue destituido en el mismo momento en
que se firmó el Pacto Hitler-Stalin como una cortesía a Hitler. La
Unión Soviética no podía enviar a un judío a hablar con Hitler, no
fue esa la única “concesión” de ese tipo.
Durante la
alianza nazi-soviética desde agosto de 1939 hasta el 22 de junio de
1941, los medios de comunicación soviéticos utilizaban la frase
“racismo reaccionario” en lugar de la palabra “fascismo” que ya no
se podía mencionar y, menos aún, criticar. Beria envió una circular
a los comandantes de los campos de concentración prohibiendo llamar
a los prisioneros “fascistas” a modo de insulto. Fue diez días
después de la invasión alemana, el 2 de julio de 1941, cuando Stalin
permitió alguna crítica pública de la Alemania nazi.
Cuando la URSS fue invadida por Hitler, se permitió
de nuevo la agitación antifascista. En marzo de 1942 al Comité Judío
Antifascista (JAFC) se le asignó la tarea de recoger fondos en EEUU
para los costos de la guerra soviética. Solomon Mikhoels, el famoso
actor y director del Yiddish Art Theatre, e Itzik Feffer, un poeta
yiddish, fueron enviados a EEUU en mayo de 1943 para una gira de
seis meses. Fue un gran éxito.
Sin embargo, el peor
período de antisemitismo vendría después de la Segunda Guerra
Mundial. Stalin en esta época probablemente estaba loco y
ciertamente paranoico. Veía enemigos por todas partes,
particularmente judíos. El 20 de noviembre de 1948 el JAFC fue
oficialmente disuelto. El 28 de enero de 1949 unos 100 miembros del
comité fueron encarcelados acusados de “cosmopolitas desarraigados”.
Más tarde los miembros del JAFC fueron acusados de formar parte de
una conspiración sionista-estadounidense contra la Unión Soviética.
Stalin ordenó ejecutar a Solomon Mikhoels y después
hizo pasar por encima de él un camión para que pareciera que había
muerto a causa de un accidente. La fuente principal de esta
revelación es la hija de Stalin, Svetlana, que escuchó a su padre en
enero de 1948 ordenar a través del teléfono la liquidación del
actor. Después siguió un gran funeral de estado y un obituario
henchido en Pravda llorando “la gran pérdida”. Esto es
absolutamente típico del cinismo de Stalin.
Sus
siguientes víctimas fueron unos 110 miembros del JAFC, todos
acusados de espionaje, propaganda nacionalista y el intento de
establecer una república judía en Crimea como “cabeza de puente”
para el imperialismo norteamericano. El juicio a los 15 principales
miembros del JAFC comenzó el 8 de mayo de 1952. Trece fueron
ejecutados por un pelotón de fusilamiento el 12 de agosto de 1952.
Después Stalin acusó a los médicos del Kremlin de
intentar envenenarlo. Todos eran judíos. Fueron brutalmente
torturados para sacarles confesiones falsas y algunos de ellos
murieron en las torturas, pero Stalin no estaba satisfecho. Su furia
aumentó cuando el MGB no consiguió sacar las confesiones que él
quería. En diciembre de 1952, unos pocos meses antes de su muerte,
desvariaba en el CC:
“Aquí, ¡mira qué gente! sois
hombres ciegos, gatitos, no veis el enemigo; qué haríais sin mi, el
país perecería porque no sois capaces de reconocer al enemigo [...]
Todo judío es un espía potencial de los Estados Unidos” .
(Jonathan Brent, Vladimir Naumov, Stalin’s Last Crime. The Plot
Against the Jewish Doctors. 1948-1953. p.171. Perennial. Nueva
York. 2004).
Frustrado por su fracaso en la obtención
de las confesiones que necesitaba dio instrucciones a Ignatiev y
Ryumin:
“¡Golpeadles! Golpeadles con golpes
mortales. ¿Qué sois? Trabajáis como camareros de guantes blancos. Si
queréis ser chequistas, quitaros los guantes”. (Ibid.)
En julio de 1952 Stalin ordenó una investigación
sobre la corrupción y la mala gestión del MGB, provocando la
expulsión de gran parte del personal dirigente, la mayoría eran
judíos. Stalin ordenó el arresto de todos los coroneles y generales
judíos del MGB, un total de 50 oficiales y generales veteranos
fueron puestos bajo arresto (p. 102). En 1952 Stalin dio a Ignatiev
de modo terminante su opinión de los oficiales del MGB:
“Los chequistas no pueden ver nada más allá de sus
narices [...] están degenerando en papanatas, y [...] no quieren
cumplir las directrices del Comité Central”. (Ibid., p. 134).
La razón del Complot contra los Médicos era que
Stalin estaba preparando una nueva edición de los juicios de Moscú.
Planeaba liquidar a todos aquellos que habían sido sus colegas más
cercanos, como Vycheslav Molotov. Shamir cita el hecho de que la
esposa de Molotov, Polina Molotov (P.S. Zhemchuzhina) fuera judía.
Dónde estaba el antisemitismo, pregunta, y no espera una respuesta.
Olvida mencionar que Stalin obligó a Molotov a separarse de su
esposa judía y que ella fue exiliada en 1949 por un voto directo del
Politburó, Molotov se abstuvo.
La esposa de Molotov
fue acusada de traición cuando se desató la campaña contra los
“cosmopolitas desarraigados”. Según Roy Medvedev: “El día del
funeral de Stalin, 9 de marzo, también era el cumpleaños de Molotov.
Cuando abandonaban el mausoleo, Kruschev y Malenkov querían
felicitarle, a pesar de la ocasión, y le preguntaron qué quería como
regalo. ‘Devuélvanme a Polina’, respondió fríamente, y se marchó.
Dos años más tarde, Mikunis se topó con Molotov en el privilegiado
hospital del Kremlin en Kuntsevo [donde Stalin tenía una de sus
dachas]. ‘Me acerqué a él y le pregunté cómo podía un miembro del
Politburó permitir el arresto de su esposa. Me miró fríamente y me
preguntó quién creía que era yo. Le respondí que era el secretario
general del Partido Comunista Israelí y por eso le estaba
preguntando”. (Citado por Roy Medvedev. All Stalin’s Men.
Nueva York. 1985. pp. 98-99 y 102-3).
Estos eran los
años de la masiva campaña de prensa contra los “cosmopolitas
desarraigados” que era una forma que apenas encubría el nombre
en clave para los judíos. Entre 1948 y 1952 miles de intelectuales,
científicos, dirigentes políticos, personal de seguridad del estado
y otros profesionales judíos fueron arrestados, interrogados,
encarcelados o despedidos de sus funciones.
En la
noche del 12 de agosto de 1952, veinticuatro figuras destacadas de
la cultura de la Unión Soviética fueron rodeadas por el MGB y
muertas a tiros en los sótanos de la prisión de Lubyanka. Esa misma
noche, 217 escritores y poetas yiddish, 108 actores, 87 pintores y
escultores, y 19 músicos, desaparecieron. La mayoría fueron enviados
a campos de concentración del Gulag en Siberia como trabajadores
esclavos. Era el equivalente a una condena a muerte y muchos no
regresaron. Entre los veinticuatro asesinados estaba Peter Markish,
considerado el mejor escritor en yiddish.
También
asesinaron al poeta Itzhik Feffer, un amigo de Lazar Kaganovich, y
al escritor David Bergelson, que era amigo de Polina Molotov. El 28
de febrero de 1953 hubo deportaciones a Siberia de un gran número de
judíos de Moscú. Se hicieron planes para iniciar la deportación en
masa de otras zonas de la Unión Soviética. ¡Y todavía Israel Shamir
no puede ver evidencias del antisemitismo de Stalin!
Stalin e Israel
Resulta muy
sorprendente que Shamir no cite otra prueba contundente que
“demuestra” el amor de Stalin por los judíos: su apoyo a la
creación del estado de Israel. Presumiblemente no quiere
mencionar este pequeño detalle porque alguien podría llegar a la
conclusión de que Stalin, y no Alan Woods, era el verdadero
nacionalista judío. Pero como nuestro amigo de Jaffa por una vez
parece haber perdido el habla, le refrescaremos la memoria.
En 1947 Andrei Gromiko [embajador de la URSS a la
ONU] apoyó entusiastamente la formación del estado judío en la ONU.
Incluso los sionistas estaban asombrados por este apoyo pródigo a su
causa. En el debate de la ONU Gromiko declaraba: “El pueblo judío ha
estado estrechamente vinculado con Palestina durante un período
considerable de la historia... Como resultado de la guerra, los
judíos como pueblo han sufrido más que cualquier otro pueblo. El
número total de la población judía que ha perecido a manos de los
ejecutores nazis se calcula aproximadamente en seis millones. El
pueblo judío por lo tanto estaba luchando por crear un estado propio
y sería injusto negarle ese derecho”.
En todo el
discurso del diplomático soviético en ningún momento menciona el
pequeño detalle de que la tierra de Israel estaba ocupada por
millones de árabes. La aprobación de Moscú en el Consejo de
Seguridad de la ONU fue crítica para la partición que hizo la ONU de
Palestina y que llevó a la fundación de Israel. Esto no tenía nada
que ver con la preocupación por los judíos o los árabes, sino que
simplemente era una maniobra típica de la política de las grandes
potencias. En aquella época los estados árabes estaban bajo el
control del imperialismo francés y británico. La Guerra Fría estaba
en su punto álgido y Stalin quería poner un pie firme en Oriente
Medio a expensas de las potencias occidentales. Israel simplemente
era un peón de este juego.
La política de Stalin fue
un desastre para los partidos comunistas de Oriente Medio. En
Damasco la multitud saqueó los locales del Partido Comunista después
de que Gromiko pronunciara su discurso en las Naciones Unidas a
favor de la partición de Palestina. El Partido Comunista de
Palestina tenía militantes tanto árabes como judíos y siempre había
apoyado la posición de un estado para los dos pueblos. Pero como
estaba vinculado a la Unión Soviética también sufrió una gran
pérdida de apoyo. Tradicionalmente había tenido estrechos contactos
con los partidos y movimientos comunistas de los países árabes
vecinos, como Siria, Egipto y Líbano, pero todos se rompieron.
La creación de un estado judío en Palestina fue un
acto completamente reaccionario, porque el territorio ya estaba
ocupado por los árabes palestinos. Trotsky dijo que esto sería una
trampa cruel para el pueblo judío. La historia ha demostrado que
tenía razón. El hecho de que Stalin apoyase la creación de Israel en
1947 no significa que fuera un pro-judío, sino sólo que había
puesto los estrechos intereses nacionales de la burocracia de Moscú
por encima de los intereses de los judíos, árabes y de la clase
obrera mundial.
Shamir sobre Rusia
Shamir está en total desacuerdo con mi crítica a
Ziugánov por su “caracterización de Rusia hoy como una colonia
oprimida por los capitalistas extranjeros” puesto que “este análisis
deja la puerta abierta a una política de colaboración con la
‘burguesía nacional progresista’ (rusa) frente a los malos
capitalistas extranjeros”. Incluso intenta darme una lección sobre
esta cuestión:
“Compañero Woods: los capitalistas
occidentales son ciertamente malos para la salud de los rusos y de
otras naciones que no son del Primer Mundo. Y los verdaderos
comunistas -los que usted llama estalinistas- estuvieron por la
colaboración con la burguesía nacional no-compradora contra el
imperialismo occidental”.
¡Aquí por lo menos hemos
llegado al punto central de la cuestión! Shamir no se opone al
capitalismo en Rusia. Sólo se opone a los capitalistas
occidentales, no a los rusos. Además, considera que la tarea de
los comunistas rusos no es luchar contra el capitalismo, sino apoyar
a la “burguesía nacional no-compradora frente al imperialismo
occidental.
El desmantelamiento de la economía
nacionalizada planificada en la URSS fue una catástrofe para la
clase obrera. Ha llevado a un colapso sin precedentes de las fuerzas
productivas y de la cultura, un declive profundo de los niveles de
vida, la sanidad y la miseria para millones de personas. Pero para
Shamir (y Ziugánov) el problema no es la ausencia de una economía
nacionalizada planificada sino sólo el hecho de que estén implicados
los capitalistas extranjeros.
El abandono del
marxismo leninismo aquí ha quedado al descubierto con toda su
crudeza. Lo que tenemos aquí es precisamente todo aquello contra lo
que advertí en mi último artículo. Al presentar a Rusia como un país
“semicolonial”, los ex-comunistas encuentran la excusa para entrar
en coalición con la burguesía rusa contra los intereses de la clase
obrera rusa. Esto es lo que está socavando al PCFR y está
desprestigiando la idea del comunismo en Rusia.
En
primer lugar, ¿quiénes son esto llamados “burgueses nacionales
no-compradores” de los que Shamir habla con tanto cariño? Todo
el mundo en Rusia sabe que son un hatajo de ladrones que están
luchando entre sí para ver quién consigue la parte del león de la
propiedad que han saqueado a la población en la llamada
privatización (es decir, el saqueo de la propiedad estatal).
Francamente, es un escándalo que alguien que se llama a sí mismo
comunista apoye de alguna forma esta actividad
contrarrevolucionaria.
No se trata en absoluto de
elegir entre ninguno de estos gángsteres. No obstante, en las
pasadas elecciones ¡el PCFR tenía en sus listas más empresarios que
cualquier otro partido! He aquí la razón por la que tuvieron un
resultado tan malo. Los trabajadores correctamente se sentían
asqueados del espectáculo de un partido que se llama comunista y se
comporta de esa manera. A pesar de esto, nuestro amigo en Jaffa
defiende a los dirigentes del PCFR frente a las críticas de Alan
Woods. Les aconseja que continúen por ese camino que llevará al
partido de un desastre a otro. Con amigos como este realmente ¡quién
necesita enemigos!
Los comunistas de Rusia no son
niños pequeños que no puedan comprender las cuestiones sencillas. Y
la cuestión más simple de todas es esta: que los comunistas deben
defender los intereses de los trabajadores contra los
capitalistas. ¡La colaboración de clase no es la política de los
comunistas! El PCFR, si se quiere recuperar y jugar el papel que
debería, tiene que romper decididamente con la burguesía, luchar
contra el capitalismo y volver al programa y política
revolucionarios de Lenin.
La revolución cubana y
el internacionalismo
Con el propósito de hacerse
popular en Cuba, Shamir también menciona de pasada que en la
revolución cubana Castro “unió a los cubanos contra los
yanquis”. Pero espere un momento Sr. Shamir, ¡no corra tanto!
¿Ha olvidado el pequeño detalle de que Fidel Castro nacionalizó la
economía y expropió no sólo a los capitalistas extranjeros sino
también a los cubanos? ¿No comprende que si no hubiera actuado de
esta forma la revolución cubana nunca hubiera tenido éxito?
Como en cualquier otra cuestión, Shamir distorsiona y
falsifica la historia de la revolución cubana para que entre dentro
del esquema estalinista. ¡Pero para su desgracia, ésta no encaja!
Como hemos visto, quienes estaban a favor de la colaboración de
clases (“unidad de todos los cubanos”) no eran Fidel Castro y sus
seguidores, sino el estalinista Blas Roca y su pandilla. Castro
no “unió a todos los cubanos” sino a las masas revolucionarias -los
trabajadores, campesinos y la intelectualidad revolucionaria-, que
apoyaban la expropiación revolucionaria de los banqueros,
terratenientes y capitalistas cubanos, junto con sus amos
imperialistas.
¿Qué representa esto de “unir a todos
los cubanos”? La revolución cubana no triunfó bajo la bandera
reaccionaria y antimarxista de la colaboración de clases y el
filisteísmo nacional -la bandera de Blas Roca y los estalinistas-.
La revolución rompió radicalmente con el imperialismo norteamericano
y, por lo tanto, también con ese sector de la sociedad cubana que
estaba orgánicamente unida al imperialismo estadounidense. Esto
no es la llamada “unidad de todos los cubanos”. A eso se le llama
lucha de clases revolucionaria. Sobre esta base la revolución
triunfó. Pero si Fidel Castro hubiera seguido la política de Blas
Roca e Israel Shamir todo se habría destruido.
Esta política revolucionaria provocó las iras del
imperialismo norteamericano en Cuba y llevó a la intervención de
Bahía de Cochinos. Los trabajadores, campesinos y sectores
progresistas de la intelectualidad unieron fuerzas en la defensa de
la revolución. Pero los elementos burgueses cubanos y sus parásitos
dependientes se unieron contra Castro -en Miami- donde permanecen
hasta el día de hoy.
El patriotismo de las masas
cubanas es inseparable de su devoción a la revolución y orgullo ante
sus conquistas. La lucha contra el imperialismo estadounidense ha
sido naturalmente una cuestión central para la revolución cubana
desde los días del gran revolucionario cubano José Martí e incluso
antes. Pero la lucha contra el imperialismo norteamericano no se
ganó entregando la dirección de la revolución a la llamada burguesía
“nacionalista no-compradora”. Esta fue la bancarrota política de los
estalinistas cubanos, como hemos podido ver.
El
internacionalismo del Che Guevara
La revolución
cubana desde el principio estuvo inspirada en el internacionalismo
proletario. Este estaba personificado por el Che Guevara, ese
excepcional líder de la revolución cubana. El Che nació en Argentina
y luchó en la primera línea del frente de la revolución cubana. Pero
en realidad era un verdadero internacionalista y un ciudadano del
mundo. Al igual que Bolívar tenía la perspectiva de una revolución
latinoamericana.
Después de su trágica muerte hubo
muchos intentos de convertir al Che Guevara en un icono inocuo, una
cara para una camiseta. Es presentado por la burguesía como un
romántico bienintencionado, un idealista utópico. ¡Esto es indigno
para la memoria de un gran revolucionario! El Che Guevara no fue un
soñador sin esperanza sino un revolucionario realista. No fue
casualidad que el Che intentara extender la revolución a otros
países, no sólo de América Latina, sino también de África. Entendía
muy bien que, en última instancia, el futuro de la revolución cubana
estaba determinado por esto.
Desde el principio, el
destino de la revolución cubana ha estado ligado a los
acontecimientos a escala mundial. ¿Cómo podría ser de otra forma
cuando una revolución está desde su nacimiento amenazada por el
estado imperialista más poderoso sobre el planeta? La revolución
cubana -como la revolución rusa- tuvo un tremendo impacto
internacional, especialmente en América Latina y el Caribe. Ese
sigue siendo el caso hoy en día. El Che intentó encender la chispa
que prendería fuego a todo el continente. Quizá cometió un error en
cómo propagarla, pero nadie puede cuestionar la corrección de sus
intenciones y su idea fundamental: que la única forma de salvar a la
revolución cubana era extendiéndola por América Latina.
Desgraciadamente, de la experiencia cubana se sacaron
algunas conclusiones equivocadas. El intento de exportar el modelo
de guerra de guerrillas y los “focos” llevó a una derrota terrible
tras otra. Hubo varias razones para esto. En primer lugar, la
insurgencia cubana había tomado por sorpresa al imperialismo
estadounidense. Pero pronto aprendieron las lecciones y cada vez que
aparecía un “foco”, lo aplastaban inmediatamente antes de que
pudiera extenderse.
Un hecho más importante fue que
la mayoría de la población de América Latina ya vivía en las
ciudades. La guerra de guerrillas es un método de lucha típico del
campesinado. Por lo tanto, aunque puede jugar un papel importante
como auxiliar, no puede jugar el papel principal. Ese papel está
reservado para la clase obrera en las ciudades. Y las tácticas por
consiguiente deben ser las adecuadas.
Esto se puede
ver en la experiencia de Venezuela donde el intento de organizar una
guerra de guerrillas fue un completo fracaso. La revolución
venezolana se está desarrollando esencialmente como una revolución
urbana, basada en las masas de las ciudades y apoyadas por el
campesinado. El movimiento bolivariano de Hugo Chávez ha utilizado
la lucha parlamentaria de una forma muy efectiva para movilizar a
las masas. Pero ha sido el movimiento de las masas lo que ha
derrotado en tres ocasiones a la contrarrevolución.
El destino de la revolución cubana está ahora
orgánicamente vinculado a la revolución venezolana. La una depende
de la otra. Si la revolución venezolana es derrotada, la revolución
cubana estará en un gran peligro. Hay que hacer todo lo posible para
impedirlo. Pero debemos aprender de la historia. La revolución
venezolana ha conseguido milagros, pero todavía no está terminada.
Como la revolución cubana, la revolución venezolana
ha comenzado como una revolución democrática nacional. El programa
defendido por Hugo Chávez es el programa de la democracia burguesa
avanzada. Sobra decir que la clase obrera debe luchar enérgicamente
por cada reivindicación democrática que limite su fuerza. Pero la
experiencia ha demostrado ya que la oligarquía y el imperialismo son
enemigos mortales de la democracia. Ellos harán todo lo posible para
destruir la revolución.
¿Por qué el imperialismo
estadounidense está tan decidido a destruir las revoluciones cubana
y venezolana? Es por el efecto que están teniendo en todo el
continente. Los imperialistas están aterrorizados porque Cuba y
Venezuela se conviertan en un punto de atracción. Por esa razón
están decididos a liquidarlas.
La idea del Che era
iniciar veinte Vietnam en América Latina. Esa no era una mala idea,
pero no era posible en aquella época, en parte porque las
condiciones no estaban lo suficientemente maduras, pero
principalmente debido al modelo equivocado de la guerra de
guerrillas que se seguía. Pero ahora las cosas son diferentes. La
crisis del capitalismo ha tenido unos efectos devastadores en
América Latina, y esto ha tenido consecuencias revolucionarias.
Las condiciones para la revolución están madurando en
todas partes. En realidad, en el momento actual, no hay un solo
régimen capitalista estable desde Tierra del Fuego hasta el Río
Grande. Con una dirección correcta no hay razón para que no triunfe
una revolución proletaria en uno o varios países latinoamericanos en
el próximo período. Lo que hace falta no es nacionalismo y
bloques con la burguesía reaccionaria, sino un programa socialista
revolucionario y el internacionalismo proletario revolucionario.
A propósito, la consigna “¡Patria o muerte!”,
lejos de ser un anatema para mí, en este caso es
perfectamente aceptable. Una vez llevada a cabo la revolución, una
vez que los terratenientes y los capitalistas han sido expropiados,
fue necesario (y aún lo es) defender la revolución cubana con todos
los medios a su disposición contra la política agresiva del
imperialismo norteamericano y los complots de los
contrarrevolucionarios internos.
El contenido
objetivo de la consigna “¡patria o muerte!” es por lo tanto
la defensa de la revolución. Así es como lo entienden las
masas cubanas. Y así es como nosotros lo entendemos. Y como
consideramos que el deber de todos los marxistas es la defensa
incondicional de la revolución cubana contra la agresión
imperialista y la contrarrevolución interna, esta consigna no
representa para mí más problema que la consigna: “¡Defensa de la
república soviética!”
Nuestra actitud hacia esta
consigna no está determinada por el nacionalismo sino por
consideraciones revolucionarias. La defensa de Cuba significa la
defensa de las conquistas de la revolución cubana. Pero si el
capitalismo fuera restaurado en Cuba -algo a lo que nos oponemos
completamente- ¿acaso sería correcto continuar con la misma consigna
y apoyar a un sector particular de los contrarrevolucionarios
capitalistas, ayudándolos a saquear la propiedad estatal basándose
en que son “buenos capitalistas cubanos?” La pregunta se
contesta a sí misma.
Falsos amigos
Israel Shamir se presenta como un amigo de Cuba.
Antes que él, muchos como él se presentaron como “amigos de la Unión
Soviética”. Cantaban alabanzas a la URSS de una manera totalmente
acrítica. Negaban que hubiera problemas en el “paraíso socialista”,
hasta que colapsó. Por lo tanto en parte deben ser considerados
responsables de la catástrofe.
La “lealtad” de Shamir
es completamente inútil. Es como la del marinero “leal” del Titanic
que a la gente que decía que había un iceberg le recomendaba que se
callara y regresara a sus camarotes. ¡Todo era perfecto! El pueblo
de Cuba no se compone de tontos que creen en cuentos de hadas. Y
aquellos miembros del Partido Comunista cubano que permanecen leales
al comunismo (y hay muchos) no están interesados en ilusiones
azucaradas, adulaciones falsas y mentiras. Ellos quieren saber la
verdad.
La verdad es que en Cuba, como en la URSS,
hay elementos que quieren regresar al capitalismo. No es necesario
decir que un regreso al capitalismo en Cuba sería un desastre
terrible, no sólo para el pueblo de Cuba, sino para los trabajadores
y los pueblos de todo el mundo. ¡Esto hay que impedirlo a toda
costa! Pero no se evitará si negamos que la amenaza existe. Además,
los elementos pro-capitalistas más peligrosos están dentro de los
estratos superiores de la sociedad cubana, del estado e, incluso,
del partido.
Para su mayor crédito, Fidel Castro se
ha opuesto implacablemente a un regreso al capitalismo. Rechaza
firmemente la privatización de los medios de producción y el
desmantelamiento de la economía planificada. Ha resistido
valerosamente la presión y las bravuconerías del imperialismo. Esta
posición merece todo el apoyo. Pero en sí misma no es suficiente
para salvar a la revolución cubana.
¿Qué ocurrirá
cuando Fidel finalmente desaparezca de la escena? Sabemos que hay
sectores que están esperando en los márgenes, dispuestos a pasarse
al programa capitalista y apoderarse de los bienes privatizados como
hicieron en Rusia. Y como en Rusia, un gran número de estos
elementos se autodenomina “comunista”. Tienen posiciones
privilegiadas y las utilizarán cuando llegue el momento para saquear
la propiedad del estado y convertirse en capitalistas privados.
La única esperanza es confiar en los trabajadores y
campesinos cubanos y en los sectores revolucionarios de la juventud
que no tienen interés en regresar al capitalismo. En última
instancia, sin embargo, la única garantía real para la revolución
cubana es la extensión de la revolución socialista a través de toda
América Latina.
La necesidad más apremiante es
fortalecer la vanguardia proletaria y reforzar ese sector que quiere
luchar para defender la economía nacionalizada planificada y que
permanece leal a las ideas del marxismo leninismo. Es necesario
iniciar una discusión seria sobre las perspectivas para las
revoluciones cubana y venezolana, y para el movimiento marxista a
escala mundial. Esa discusión estaría incompleta sin la
participación de los trotskistas, que son los más firmes defensores
de las revoluciones cubana y venezolana.
Una burda
caricatura
Llegado a este punto, nuestro amigo en
Jaffa comienza a echar espuma por la boca. Se le han acabado los
argumentos y recurre a los rudos improperios. Su obsesión con los
trotskistas crea un cuadro oscuro que será suficiente para provocar
un hormigueo por las espinas dorsales del puñado de viejas
babushki que aún desfilan arriba y abajo de la Plaza Roja
llevando retratos de Stalin:
“La saga de Woods es un
recuerdo oportuno del lamentable estado del trotskismo occidental de
nuestros días. Los trotskistas occidentales se mantienen a distancia
de sus otros compañeros; sabotean la revolución local en nombre de
la ‘revolución mundial’; son antipatrióticos, antinacionalistas,
incapaces de atraer a las masas, relacionados a menudo con círculos
nacionalistas judíos. Sus consignas apuntan exclusivamente a las
minorías; piensan en gays e inmigrantes, en judíos y padres únicos;
pero la mayoría de la gente no les interesa. Esta atracción
explícita y obsesiva hacia las minorías es una tendencia
no-comunista, incluso anticomunista. El comunismo está a favor de la
mayoría contra la minoría; por el desposeimiento de la minoría en
nombre de la mayoría”.
Supongo, en cierta forma, que
esto representa un avance. En el pasado, gente como Shamir
describían a los trotskistas como agentes de Hitler y la Gestapo.
Hoy en día esto es bastante difícil, especialmente cuando las
investigaciones en los Juicios de Nuremberg han permitido acceder a
los archivos de la Gestapo, donde no se ha encontrado ningún rastro
de contactos con Trotsky y sus seguidores, pero sí muchos contactos
con la GPU de Stalin, al menos antes del verano de 1941.
Así, nuestro amigo tiene que conformarse con
calumnias menores. Parece que, aparte de ser todos nacionalistas
judíos, nos adaptamos exclusivamente a las minorías, y sólo pensamos
en gays e inmigrantes, judíos y padres únicos. Si las implicaciones
de todo esto no fueran tan serias resultaría cómico. Si el compañero
Shamir echara un vistazo a http://www.marxist.com/ tendría
muchas dificultades para encontrar algo que se parezca remotamente a
esta descripción. Naturalmente, no se ha molestado en mirar, así que
no tiene la más mínima idea de lo que está hablando.
En realidad, la tendencia a la que yo tengo el honor
de pertenecer está basada en el movimiento obrero. Luchamos por el
socialismo nacional e internacionalmente. Como no somos racistas, y
sí internacionalistas, no tenemos más conexiones con los judíos que
las que tenemos con los católicos romanos, protestantes o con los
defensores de la Tierra plana, y probablemente menos. En cualquier
caso, a diferencia de Israel Shamir, no consideramos a las personas
desde un punto de vista racial, religioso o lingüístico, sino
exclusivamente desde un punto de vista de clase.
No
tenemos la postura de defensa de la política de grupos minoritarios
que nos atribuye Shamir, y nunca la hemos tenido. Hemos realizado
una lucha implacable contra las tendencias burguesas y pequeño
burgueses como el feminismo. Pero cuando Israel Shamir dice: “El
comunismo está a favor de la mayoría contra la minoría; por el
desposeimiento de la minoría en nombre de la mayoría”, debemos decir
que esto es sólo una burda caricatura. Además dice lo siguiente: “La
preocupación por las minorías es, por lo tanto, un signo de
anticomunismo. Los trotskistas, por cierto, suministran a los
imperialistas apoyo desde la izquierda”.
Los
comunistas luchamos por los intereses de la clase obrera, que en
la gran parte de los países hoy es la mayoría decisiva de la
sociedad. Pero los comunistas también entendemos la necesidad de
luchar para defender a todas las minorías oprimidas. Si ese no
fuera el caso, los bolcheviques no habrían defendido a los judíos
rusos -como lo hicieron- con las armas en la mano, contra los
pogromos organizados por las Centurias Negras, los chovinistas gran
rusos, que pretendían hablar en nombre de la mayoría. Esta
distorsión burda (y absolutamente típica) de Shamir es un absoluto
escándalo, que no tiene nada que ver con el leninismo.
Durante la guerra civil rusa, los Blancos acusaron a
los bolcheviques de ser “una banda de merodeadores judíos”. La misma
acusación la hizo más tarde Hitler y su maquinaria propagandística,
y ahora la repiten a menudo los fascistas en Rusia y otros países.
Francamente es un escándalo que alguien que pretende estar cerca del
movimiento comunista lo repita. Pero Israel Shamir hace justo eso.
¿No resulta esto sencillamente repugnante?
Sí,
estamos incondicionalmente al lado de cualquier minoría oprimida. La
diferencia entre los comunistas y las tendencias liberales pequeño
burguesas es que nosotros luchamos con los métodos del proletariado,
no mezclamos nuestras banderas con ningún sector de la burguesía o
pequeña burguesía, y explicamos a los oprimidos que la única
solución real a sus problemas reside en la transformación socialista
de la sociedad.
En uno de los primeros discursos de
Lenin después de la revolución celebra la “emancipación de los
judíos” del zarismo. Lenin pronunció deliberadamente un discurso
contra las “calumnias pogromistas a los judíos” sobre un gramófono
después de la Revolución de Octubre. Pero Israel Shamir es
precisamente culpable de esto. Su diatriba contra los trotskistas
está manchada con una calumnia racista. Es un caso claro de
“calumnia pogromista” siguiendo las mejores tradiciones, no de Lenin
y los bolcheviques, sino del más repugnante chovinismo de las
Centurias Negras rusas.
Defendemos una política
leninista de independencia de clase y revolución. Shamir defiende
la unidad nacional, la unidad de la clase obrera y la burguesía, no
sólo con la llamada burguesía progresista, a la que Lenin
particularmente detestaba, sino con las reaccionarias Centurias
Negras contra las que los bolcheviques lucharon hasta la muerte.
Esto representa un total abandono de la política de clase
revolucionaria y su sustitución por la colaboración de clases, es
decir, una renuncia completa del marxismo-leninismo y la liquidación
total del movimiento comunista en todas partes.
El
trotskismo y el futuro del movimiento comunista
Nuestro crítico dice que el movimiento trotskista
en occidente está en un “estado lamentable”, aunque claramente
tampoco tiene conocimiento sobre esta cuestión. Pero como dice la
Biblia: “No miréis la paja en el ojo ajeno, sino que
mirad primero la viga en vuestro propio ojo”. Una imagen más
lamentable que la que hemos visto en los escritos de Israel Shamir
es imposible de imaginar. Es la imagen del estalinismo descarado en
las últimas etapas de su decadencia senil. En las palabras de
nuestro gran poeta nacional británico, William Shakespeare (del que
estoy inmensamente orgulloso), es “sin dientes, sin ojos, sin gusto,
sin todo”.
Shamir dice que no podemos influir en las
masas. Pero los estalinistas en Gran Bretaña hace mucho tiempo que
perdieron toda la influencia que tuvieron alguna vez y han
colapsado. ¡El Partido Comunista decidió disolverse! En todos los
demás países hemos visto una serie de crisis, escisiones y declive.
En el propio país de Shamir el PC es una sombra de sí mismo y está
al borde de la escisión. En Austria ocurre la misma historia. Y en
Rusia el PCFR está en una crisis profunda después de su derrota en
las urnas.
“Woods habla con desdeño de un Partido
Comunista ruso de quinientos mil miembros; dudo que su organización
tenga quinientos”, gruñe Shamir.
Cuando Trotsky
criticaba las abominaciones de Stalin y la burocracia, esto era
presentado como un ataque a la Unión Soviética. Eso era una mentira.
Trotsky siempre apoyó la defensa incondicional de la URSS frente al
imperialismo y el capitalismo. Fue la burocracia y la dirección
estalinista del PCUS las que socavaron la economía planificada y
destruyeron la Unión Soviética.
Gente como Shamir
siempre defenderá a la burocracia estalinista de la URSS frente a
las críticas de los trotskistas. Por lo tanto, debe aceptar la
responsabilidad de lo que ha ocurrido en la Unión Soviética. Ahora
no quiere hablar del pasado (¡que descanse en paz!) pero ha
transferido sus afectos al PCFR o, más correctamente, a su
dirección. Pero la burocracia estalinista no era lo mismo que la
URSS, de la misma forma que el PCFR de ninguna manera es la misma
cosa que su actual dirección.
Voy a dejar clara
nuestra posición: nosotros, en absoluto, queremos menospreciar a
todos los militantes del PCFR. Estoy convencido de que en las filas
de este partido y sus seguidores hay muchos comunistas honrados y
dedicados. Pero la dirección de este partido ha abandonado la línea
leninista y consiguientemente ha llevado al partido a una derrota
tras otra. La forma de rearmar el partido es regresando a las ideas,
programa y política de Lenin. El primer requisito previo de esto es
una ruptura radical con el estalinismo y con aquellos que lo
defendieron.
Para nosotros no es motivo de
satisfacción que las fuerzas de la izquierda se hayan debilitado tan
dramáticamente. Pero debemos admitir honestamente que esta situación
es el resultado de décadas de políticas incorrectas que han socavado
al movimiento comunista. También hay que decir que el origen y la
fuente de estas políticas equivocadas no son otra cosa que el
estalinismo y la influencia de la burocracia moscovita que
desprestigiaron al comunismo ante los ojos de las masas. Para
revertir el declive es necesaria una reevaluación fundamental.
En cuanto a las fuerzas del genuino marxismo
(“trotskismo”) tenemos muchas razones para mirar el futuro con
confianza. En realidad, incluso nuestro amigo en Jaffa tiene
confianza en nosotros, de otra forma sería difícil entender por qué
Israel Shamir malgasta su precioso tiempo en atacarnos. ¿No es
cierto que a un movimiento que está en un estado lamentable debería
dejárselo marchitar por sí solo?
No. Parece que
estamos teniendo algún éxito y que los estalinistas (los pocos que
todavía quedan) están preocupados por nuestro éxito. Con el colapso
del estalinismo, las ideas del trotskismo están atrayendo cada vez
más interés a escala mundial. El hecho de que la compañera Celia
Hart haya defendido abiertamente al trotskismo no es casualidad. No
es tampoco un caso aislado. Demuestra la tendencia natural para
aquellos que tienen los intereses del comunismo en el corazón y
desean descubrir la verdad.
Acabo de recibir una
copia de un artículo muy interesante desde La Habana, escrito por
Ariel Dacal Díaz, el editor jefe del periódico La Editorial
Ciencias Sociales de Cuba. El tema del artículo es la causa
de la degeneración burocrática de la revolución rusa. Entre otras
cosas el autor escribe:
“Stalin fue el rostro visible
y representante de la burocracia que gradualmente rompió vínculos
con la esencia bolchevique y que deshizo los endebles mecanismos de
participación política de las masas”.
El autor
continúa: “La burocracia soviética se formó a partir de un proceso
complejo, fuera de los modos históricamente conocidos. Luego se hizo
del poder, dominó el conocimiento y su divulgación, controló los
medios de producción de ideas, garantizando por décadas su
reproducción. El proceso de burocratización tuvo sus orígenes desde
el inicio mismo de la Revolución, pero su consagración como sector
dominante en la sociedad tuvo lugar en la década del 30.
Lenin explicó el surgimiento de la burocracia como
una excrecencia parasitaria y capitalista en el organismo del Estado
obrero, nacida del aislamiento de la Revolución en un país
campesino, atrasado y analfabeto. Sobre este nuevo grupo de
dirigentes, tenía sus propias ideas, sus sentimientos y sus
intereses, Trotsky destacó que ‘estos hombres no hubieran sido
capaces de hacer la revolución, pero han sido los mejores adaptados
para explotarla’”. (Subrayado en el original).
Estas líneas son absolutamente correctas. Demuestran
que los sectores más pensantes de la sociedad cubana están
estudiando cuidadosamente las lecciones de la caída de la URSS y
están buscando respuestas a sus preguntas. Observo con agrado que
entre las fuentes citadas por el autor está el libro que escribí
junto a Ted Grant en 1969: Lenin y Trotsky qué defendieron
realmente.
Los días en que los debates eran
decididos por la GPU con un piolet, los días de los archivos
cerrados y prohibidos hace mucho que se fueron. Sólo los
reaccionarios empedernidos como Shamir lo lamentarán. Ahora es el
momento de que los verdaderos comunistas en todas partes participen
en una discusión honesta y abierta sobre el pasado, el presente y,
sobre todo, el futuro del comunismo.
El debate libre
para el movimiento comunista es como el oxígeno para el cuerpo
humano. Sin él no hay vida. Durante demasiado tiempo el debate
estuvo sofocado y la crítica prohibida. Es la hora de escuchar lo
que otra gente tiene que decir. Si tiene opiniones que desea
discutir, por favor discutámoslas. Simplemente, no recurramos a
falsificaciones y calumnias. Discutamos juntos como comunistas,
¡siguiendo la escuela de Lenin! ¿Qué tenemos que perder?
Lo que hace falta es un debate honesto y democrático
que implique a todas las partes de la opinión comunista, incluido el
trotskismo. La verdadera tradición del Partido Bolchevique era la
tradición del debate democrático. Esa es la tradición que debe
recuperarse. Esa es la única forma en que el movimiento puede
fortalecerse y su futuro estar garantizado.
Londres, 20 de octubre de 2004
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