Julio López
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Una tarde de futbol
Por sebastian hacher ((i)) - Monday, Dec. 06, 2004 at 12:41 AM
sebastian@riseup.net

Con Alicia, la madre de un jugador asesinado.

Una tarde de futbol...
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Si hay algo en la vida que no domino, es el fútbol. Patadura congénito, mi relación con la pelota fue siempre conflictiva, y cuando tuve oportunidad me alejé definitivamente de los potreros. Lo mismo pasó con los estadios: la última vez que vi un partido de fútbol desde la tribuna tenía algo así como seis años. Jugaba Vélez de local, y me quedé dormido en el primer tiempo, para despertar sobresaltado con un masivo grito de gol. Asustado, sufrí un ataque de llanto, y desde entonces, sólo volví a una cancha para ver recitales. El último fue el de los Rolling Stones.

Pasé mundiales, copas libertadores y torneos locales, sin remordimientos pero sin crítica alguna, y siempre guardé un enorme respeto hacía la colorida pasión de las hinchadas. Y no fue por alguna convicción borgeana que ignoré tan popular deporte, sino simplemente por falta de interés.

Sin embargo, el domingo pasado, estando en Mar del Plata, rompí mi tradición personal, yendo a ver jugar a la 5ta. de Alvarado, apodado por sus fanáticos como “El Torito de Mataderos”. Se trata de un club local, con base en el barrio Centenario, también llamado El Matadero. De ahí viene el sobrenombre viril que eligieron los fanáticos.

Ya sin posibilidades de salir campeón, Alvarado jugaba de visitante contra Independiente de Mar del Plata. La cancha quedaba en los bordes del Centenario, y tal vez por eso la única tribuna del estadio, con capacidad para unas cien personas, estaba copada hasta la mitad por familiares de los jugadores del club visitante.

Mi objetivo era tomar algunas fotografías. Había ido hasta allí con Alicia, la madre del jugador Claudio Javier Díaz, asesinado por la policía, y ella era mi guía en el mundo futbolero. Llevábamos una bandera que pedía justicia, y la promesa de volver a tiempo para terminar de comer un guiso de fideos.

Cuando llegamos, estaba terminando un partido anterior. Nos acercamos a la zona de vestuarios, para hablar con el entrenador de nuestro equipo, y pedirle permiso para sacar fotos durante el partido. Allí, lo primero que encontré fue un gran revuelo. Un chico se había golpeado en la cadera durante el partido anterior, y todavía estaba ahí, en la camilla, esperando que llegue una ambulancia. En su cara se notaba un dolor enorme, pero resignado, como si tuviera claro que era un gag del oficio. A su alrededor, revoloteaban algunas madres, el entrenador de su equipo y una enfermera que se quejaba, medio en broma y medio en serio, porque “yo a estos chicos los sigo desde siempre, y ahora que crecieron no me dejan entrar más al vestuario con ellos”.

Hacía un calor infernal, y no había sombra casi en ningún lado: el sol reflejado contra las tribunas de cemento es un microondas sin salida de emergencia. Las madres lo matizaban con anteojos negros, y las novias de los jugadores –tan adolescentes como ellos- se refugiaban bajo el amarrete alero de un puestito de panchos y gaseosas, que en tardes como aquella debe cosechar buenas ganancias.

Cuando el equipo de Alvarado comenzaba a calentar en un costado de la cancha, haciendo movimientos coreográficos y rítmicos, nos acercamos a hablar con el entrenador. La propuesta era sacar una foto de Alicia con todo el equipo, y después colgar la bandera pidiendo justicia para Claudio en algún rincón donde no moleste. El entrenador dijo a todo que sí, pero a Alicia le pareció, a último momento, que colgar esa bandera no sería un buen estímulo para el equipo. Para la foto de equipo, todos se ordenaron como profesionales, y al terminar se fueron a cambiarse las camisetas para salir a la cancha.

Fue una entrada gloriosa. Primero lo hicieron todos los jugadores, ensayando un canto ritual inentendible, que me dijeron siempre repiten antes de pisar el césped. Después venía el entrenador, el aguatero oficial y, al final de todo, con un dejo de pánico escenico, su servidor.

La fotografía en el fútbol es para mí un misterio derivado de otro mayor, que es el propio deporte. A eso, hay que sumarle que mi cámara tiene un lente 10 veces mas pequeño que el que se suele utilizar para la fotografía es estadios de fútbol, lo que restringía mi acción a unos pocos metros alrededor mío. Movido por ese interés fotográfico, durante la media hora del primer tiempo fui un fervoroso hincha del win izquierdo.

No me convertí, en esa agitada media hora, en un experto futbolístico. Lo que sí aprendí, siguiendo y esquivando al mismo tiempo al juez de línea, es cómo los intrigados caminos de la pasión pueden lograr que una persona deje cuerpo y alma adentro de la cancha. Desde al aguatero –que casi es expulsado junto al entrenador- hasta el último jugador, todos parecían correr atrás de cada pelota. El partido estuvo lleno de faltas, expulsados, lesionados, y cada centímetro se peleaba con un tesón que yo suponía guardado para los últimos minutos de una final de la copa del mundo.

El referí parecía saber eso, y por eso quizás gritaba como un comandante de gendarmería ofuscado, haciendo oídos sordos a las coloridas puteadas que las madres arrojaban desde la tribuna.

Porque ellas también participan del juego: festejan e insultan, ordenan o se quejan con frases que seguramente no repiten en su vida diaria. Incluso, todas son protagonistas de una particular pelea: con que pelota se juega. Según el reglamento, el equipo local tiene que poner la pelota, y la visita debe tener, por las dudas, un balón suplente. La lucha consiste en que se pierda la pelota del equipo contrario, que siempre pica distinto a lo acostumbrado, y no hay minuto donde no se recuerde tratar de hacerlo.

Poco después de comenzado el segundo tiempo, la batería de mi cámara ya languidecía. Yo me sentía capturado por la agilidad del partido, y me divertía mucho correr atrás de las situaciones, tratando de disparar adelantándome al movimiento de la pelota. Sin embargo, ya sin posibilidad de sacar fotos, pensé que era tiempo de cumplir la promesa de ir a comer el guiso que a fuego lento aguantaba la familia de Alicia. Además, me parecía que para ella quizás no era una situación muy linda seguir en ese lugar, que seguramente le traía tantos recuerdos

Alicia me estaba contra el alambrado, muy cerca del arco rival. No me vio llegar, y aproveché para sacarle una foto en esa posición, concentrada como estaba en el partido. Luego me acerqué para decirle que ya estaba listo para irme. Me pidió que nos quedemos un ratito más, que ya terminaba el partido y que había posibilidades de ver otro gol. Ella murmuraba bajito puteadas e indicaciones.

“Si estuviera mi hijo –me dijo- no podría dejar de gritar”-

Ibamos empatando, y un pibe corría como loco hacía por el win derecho, tratando de meter un centro para desequilibrar el resultado.

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Por sebastian hacher ((i)) - Monday, Dec. 06, 2004 at 12:41 AM
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la nota principal de este artículo es "Menores asesinados por la policía en Mar del Plata" que está disponible acá:

http://argentina.indymedia.org/news/2004/12/242806.php

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Como siempre... muchomaiz Monday, Dec. 06, 2004 at 11:53 AM
Te felicito Gaby Monday, Dec. 06, 2004 at 1:09 AM