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Los peligros profesionales del poder
Por Christian Rakovski -
Monday, Dec. 06, 2004 at 1:09 AM
En 1927, estando prisionero en Siberia por el estalinismo, este destacado dirigente bolchevique inicia (en una carta a otro camarada en similares condiciones) el estudio analítico de las causas del proceso de degradación de la Revolución de Octubre. Su método y sus ideas generales son la base de gran parte de los análisis posteriores sobre este tema, y diríamos que sin siquiera recogen toda su riqueza. El tema de la diferenciación social dentro de una clase que accede al poder, a partir de los propios mecanismos del poder, no había sido abordado antes dentro de la literatura marxista. Se trataba de un problema nuevo, y hoy ya es un problema viejo, pero a la orden del día. Puesto nuevamente al día todos los días. (Los enfatizados son de mi autoría, L.M.)
Querido camarada Valentinov: En sus "Meditaciones sobre las masas",
fechada el 8 de julio, examinando el problema de la "actividad" de la
clase obrera, usted trata una cuestión fundamental: la de la
conservación por el proletariado de su papel dirigente en nuestro
Estado. A pesar de que todas las reivindicaciones
de la Oposición tienden hacia ese fin, estoy de acuerdo con usted en
que no ha sido todo dicho sobre esa cuestión. Hasta el presente,
nosotros la hemos examinado siempre en relación con el conjunto del
problema de la toma y la conservación del poder político, mientras
que, para esclaracerlo más, habría sido necesario tratarla
separadamente, como asunto especial de valor propio. En el fondo, los
mismos acontecimientos se han encargado de colocarla en primer plano.
La oposición exhibirá siempre, como uno
de sus méritos ante el partido, del cual nadie podría despojarla, el
de haber dado la alarma a tiempo sobre la terrible declinación del
espíritu de actividad de las masas trabajadoras, y sobre su
indiferencia creciente hacia el destino de la dictadura del
proletariado y del Estado soviético. Lo que caracteriza la ola de escándalos
que acaban de ser revelados, lo que constituye el más grande peligro,
es, precisamente, esta falta de actividad de las masas trabajadoras, y
su indiferencia creciente hacia el destino de la dictadura del
proletariado y del Estado soviético. Lo que caracteriza la ola de escándalos
que acaban de ser revelados, lo que constituye el más grande peligro,
es precisamente esta pasividad de las masas (pasividad superior aún
entre las masas comunistas que entre las sin partido) hacia las
manifestaciones de despotismo sin precedentes que se han producido.
Los obreros han sido testigos, y las han dejado pasar sin protesta, o
bien se han contentado con murmurar un poco, por temor de aquellos que
estaban en el poder, o por indiferencia política. Desde el asunto de
Chubarovsk (para no remontarnos más arriba) hasta los abusos de
Smolensk, de Artiemovsk, etc., Usted escucha siempre la misma canción:
"Nosotros lo sabemos ya desde hace tiempo...". Robos, prevaricaciones, violencias,
garrafas de vino, increíbles abusos de poder, despotismo ilimitado,
ebriedad, desocupación: se habla de todo esto como de hechos ya
conocidos, no desde hace meses sino desde hace años, y también hay
cosas que todo el mundo tolera sin saber por qué. Sólo tengo necesidad de explicar que
cuando la burguesía mundial vocifera sobre los vicios del Estado
Soviético, nosotros podemos ignorarla con tranquilo desprecio.
Conocemos muy bien la pureza moral de los gobiernos y de los
parlamentos burgueses del mundo entero. No podemos tomarlos como
modelos. Entre nosotros se trata de un Estado obrero. Nadie puede
ignorar los terribles daños ocasionados por la indiferencia política
en la clase obrera. Además, la cuestión de las causas de esta
indiferencia y de los medios para eliminarla se revela esencial. Pero
esto nos obliga a tratarla de una manera fundamental, científica,
sometiéndola a un análisis profundo. Tal fenómeno merece que le
acordemos toda nuestra atención. Las explicaciones que usted da son, sin
ninguna duda, correctas. Cada uno de nosotros las ha ya expuesto en
sus discursos. Ya han encontrado en parte su lugar en nuestra
Plataforma. Y sin embargo, estas interpretaciones y los remedios
propuestos para salir de la penosa situación, han tenido y tienen aún
un carácter empírico; se refieren a cada caso en particular sin
ordenar el fondo de la cuestión. A mi juicio, esto se produce porque la
cuestión misma es una cuestión nueva. Hasta el presente hemos sido
testigos de un gran número de casos en que el espíritu de iniciativa
de la clase obrera se ha debilitado y ha declinado hasta el punto de
llegar al nivel de la reacción política. Estos ejemplos no habían
aparecido, tanto aquí como en el extranjero, mientras duró el período
en que el proletariado seguía combatiendo por la conquista del poder
político. Carecemos de ejemplos de declinación del
ardor del proletariado una vez conquistado el poder, por la simple
razón de que el nuestro es el primer caso en la historia en que la
clase obrera lo conserva durante tan largo tiempo. Sabíamos hasta
ahora qué podía ocurrirle al proletariado, cuales podían ser las
oscilaciones de su estado de espíritu, cuando es una clase oprimida y
explotada; pero recién ahora podemos evaluar en base a hechos los
cambios de su estado de espíritu cuando toma en su manos la dirección.
Esta posición política como clase
dirigente no está exenta de peligros; antes bien, los encierra muy
grandes. No me refiero a las dificultades objetivas que emergen del
conjunto de la situación histórica (el cerco capitalista exterior y la
presión pequeño burguesa en el interior del país), sino a las que son
propias de toda clase dirigente, a consecuencia de la toma y el
ejercicio del poder mismo, de la capacidad o incapacidad de usarlo.
Usted comprende que estas dificultades
continuarían existiendo, hasta cierto punto, aún si el país se
compusiese exclusivamente de masas proletarias, y sólo hubiera Estados
Obreros en el exterior. Estas dificultades podrían ser denominadas
"los peligros profesionales" del poder. En verdad, la situación de una clase que
lucha por el poder difiere de la de una clase que ya lo tiene entre
sus manos. Repito que, al hablar de peligros, no aludo a las
relaciones con las otras clases, sino, más bien, a las que se crean en
las filas mismas de la clase victoriosa. ¿Qué representa una clase cuando ha
pasado a la ofensiva? Un máximo de unidad y de cohesión. Todo espíritu
de oficio o de grupo, sin hablar de los intereses personales, pasa a
segundo plano. Toda la iniciativa está en manos de la masa militante
misma y de su vanguardia revolucionaria, ligada a esa masa del modo
más intimo y orgánico. Cuando una clase toma el poder, un sector
de ella se convierte en el agente de este poder. Así surge la
burocracia. En un Estado socialista, a cuyos miembros del partido
dirigente les está prohibida la acumulación capitalista, esta
diferenciación comienza por ser funcional y a poco andar se hace
social. Pienso aquí, en la posición social de un
comunista que tiene a su disposición un automóvil, un buen
departamento, vacaciones regulares y recibe el salario máximo
autorizado por el Partido; posición que difiere de la del comunista
que trabaja en las minas de carbón y recibe un salario de 50 ó 60
rublos por mes. En lo que concierne a los obreros y a los empleados,
usted sabe que ellos están divididos en dieciocho categorías
diferentes ... Otra consecuencia es que algunas de las
funciones cumplidas en el pasado por el Partido en su conjunto y por
la clase entera, se han convertido en atribuciones del poder, es
decir, solamente de un cierto número de gente de ese Partido y de esa
clase. La unidad y la cohesión, que antes eran
la consecuencia natural de la lucha de clases revolucionaria, no
pueden conservarse ahora sino por una serie de medidas destinadas a
preservar el equilibrio entre los diferentes grupos de dicha clase y
del partido, subordinando esos grupos al fin fundamental. Pero esto constituye un proceso largo y
complicado. Consiste en educar políticamente a la clase dominante, de
manera de volverla capaz de manejar el aparato estatal, el Partido y
los sindicatos, y de dirigir esos organismos. Repito: es una cuestión de educación.
Ninguna clase ha venido al mundo en posesión del arte de gobernar.
Dicho arte se aprende por la experiencia únicamente, como lección de
los errores cometidos. Ninguna constitución soviética, aunque sea
ideal, puede asegurar a la clase obrera el ejercicio sin obstáculos de
su dictadura y de su control gubernamental, si el proletariado no sabe
utilizar los derechos que le acuerda esa Constitución. La falta de armonía entre la capacidad
política y la destreza administrativa de determinada clase y la forma
jurídica-constitucional que ella establece para su uso después de
conquistado el poder, es un hecho histórico comprobable en la
evolución de todas las clases, y en parte, también, en la de la
burguesía. La burguesía inglesa, por ejemplo, libró varias batallas no
solamente para rehacer la Constitución conforme a sus propios
intereses, sino también para colocarse en situación de aprovechar sus
derechos y de participar plenamente del sufragio. La novela de Carlos
Dickens, "El Club de Pickwick", incluye varias escenas de esta época
del constitucionalismo inglés, cuando el grupo dirigente, asistido de
su aparato administrativo, volcaba el coche que conducía a las urnas a
los electores de la oposición para que estos no pudiesen llegar a
tiempo al comicio. Este proceso de diferenciación es
perfectamente natural en la burguesía triunfante o que está a punto de
triunfar. En efecto, tomado en el sentido más amplio del término, ella
está constituida por una serie de agrupamientos y aún de clases
económicas. Nosotros conocemos la existencia de la grande, de la media
y de la pequeña burguesía industrial y de una burguesía agraria.
Sucesos como las guerras y las revoluciones producen reagrupamientos
en las filas de la propia burguesía. Nuevas capas aparecen y comienzan
a desempeñar su papel, por ejemplo, los propietarios, los adquirentes
de bienes nacionales, los llamados "nuevos ricos", que suelen surgir
tras una guerra que ha durado cierto tiempo. durante la Revolución
Francesa, en el período del Directorio, estos "nuevos ricos"
constituyeron uno de los factores de la reacción. Examinada en su conjunto, la historia del
triunfo del Tercer Estado en Francia, en 1789, es sumamente
ilustrativa. En primer lugar, este Tercer Estado era considerablemente
heterogéneo. Englobaba a todos aquellos que no pertenecían a la
nobleza o al clero; no sólo a las diversas variedades de la burguesía,
sino también a los obreros y a los campesinos pobres. Sólo gradualmente, tras larga lucha y
sucesivas intervenciones armadas, el Tercer Estado adquirió, en 1792,
grandes posibilidades de participar en la administración del país. La
reacción política iniciada aún antes del Thermidor consistió en que el
poder comenzó a pasar, tanto formal como materialmente, a manos de un
número de ciudadanos cada vez más restringido. Poco a poco, primero
por la fuerza de las cosas, y, en seguida, legalmente, las masas
populares fueron eliminadas del gobierno del país. Verdad es que, en aquel caso, la presión
de las fuerzas reaccionarias se hizo sentir ante todo sobre las
ligaduras que vinculaban en un gran conjunto a las diversas clases del
Tercer Estado. Y es seguramente cierto que, al examinar las
diferenciaciones internas de la burguesía, no encontraremos contornos
de clase tan acentuada como los que separan, por ejemplo, a la
burguesía y al proletariado, es decir, dos clases que juegan un papel
enteramente diferente en la producción. Además, en la Revolución Francesa,
durante el período de declinación, el poder no intervino solamente
para eliminar, siguiendo las líneas de diferenciación, grupos sociales
que, ayer aún, marchaban juntos, unidos por un mismo fin
revolucionario, sino que, además, desintegró masas sociales más o
menos homogéneas. Por un proceso de diferenciación funcional, la nueva
clase dirigente destaca de su seno a los círculos de altos
funcionarios. Tales fisuras, ante la presión de la contrarrevolución,
convirtiéronse en verdaderos abismos. Añádase a ello que la misma
clase dominante engendra contradicciones en el curso de la lucha.
Los contemporáneos de la revolución
francesa, quienes participaron en ella y, más aún, los historiadores
de la época siguiente, se interesaron acerca de las causas de la
degeneración del Partido Jacobino. Más de una vez, Robespierre puso en
guardia a sus partidarios sobre las consecuencias de la intoxicación
del poder. Dueños de él, los previno no volverse demasiado
presuntuosos, no "inflarse", cómo él decía, no contagiarse de vanidad
jacobina, como diríamos ahora nosotros. Pero, como abajo veremos,
Robespierre mismo contribuyó grandemente al desplazamiento de la
pequeña burguesía, que gobernaba con el apoyo de los obreros
parisinos. Omitimos aquí los testimonios
contemporáneos acerca de la descomposición del Partido Jacobino, por
ejemplo, su tendencia a enriquecerse, su participación en los
contratos, abastecimientos, etc. Mencionemos, más bien, un hecho
extraño y conocido: la opinión de Babeuf, para quién la caída de los
jacobinos se vio grandemente estimulada por la fascinación que sobre
ellos ejercieron las damas de la nobleza. Babeuf se dirigía a los
jacobinos en estos términos: "¿Qué hacéis pues, plebeyos pusilánimes?
Hoy, ellas os estrechan en sus brazos, mañana, os estrangularán". Si
hubieran existido automóviles en el tiempo de la Revolución Francesa,
habríamos encontrado también el factor del "haren-automovil" indicado
por el camarada Sosnovsky como uno de los que desempeñan un papel de
primer orden en la formación de la ideología de la burocracia del
Partido. Lo que juega el papel más serio en
el aislamiento de Robespierre y del Club de los Jacobinos, aquello que
los separa completamente de las masas de obreros y pequeños burgueses,
es, además de la liquidación de todos los elementos de la izquierda,
comenzando por los "rabiosos", los hebertistas y los chaumettistas, y
la Comuna de París en general, la eliminación gradual de todo
principio electivo y su reemplazo por el de los nombramientos.
El envío de comisarios de los ejércitos a
ciudades donde la contrarrevolución levantaba cabeza, no sólo era
legítimo sino indispensable. Pero cuando, poco a poco, Robespierre
comenzó a reemplazar los jueces y los comisarios en las diferentes
secciones de París que, hasta entonces, habían designado mediante
elección a dichos funcionarios, cuando llegó a nombrar presidentes de
Comisión Revolucionarios e, incluso, llegó a sustituir por
funcionarios a toda la dirección de la Comuna, todas estas medidas
tuvieron por resultado reforzar el poder de la burocracia y matar la
iniciativa popular. Así, el régimen de Robespierre, en lugar de
impulsar la actividad revolucionaria de las masas -ya oprimidas por la
crisis económica y, ante todo, por la crisis alimenticia- agravó el
mal y facilitó el trabajo de las fuerzas antidemocráticas. Dumas, el presidente del Comité
Revolucionario, se quejaba ante Robespierre de no encontrar jurados
para el Tribunal; nadie quería cumplir esas funciones. Pero Robespierre concluyó por sufrir en
carne propia esta indiferencia de las masas parisinas cuando, el 10 de
Thermidor, lo llevaron por las calles de París, herido y sangrando,
sin ningún temor de que las masas populares intervinieran en favor del
dictador de la víspera. De toda evidencia, sería ridículo
atribuir la caída de Robespierre y de la democracia revolucionaria al
principio de los nombramientos. Sin embargo, sin ninguna duda, esto
aceleró la acción de los otros factores. De todos ellos, el decisivo
fueron las dificultades de aprovisionamiento
causadas, en gran parte, por 2 años de malas cosechas. Añádanse las
perturbaciones originadas por el traspaso de la gran propiedad rural
de la nobleza al pequeño productor campesino, y el alza constante de
los precios del pan y de la carne, debido a que, al comienzo, los
jacobinos no quisieron recurrir a medidas administrativas para
reprimir a los campesinos ricos y a los especuladores. Cuando,
finalmente, y presionados por las masas, se resolvieron a sancionar la
"Ley del Máximun", las condiciones del mercado libre y de la
producción capitalista, impidieron que ella jugase otro papel que el
de simple paliativo. Pasemos ahora a la realidad que vivimos.
Creo, ante todo, que es necesario indicar que, cuando empleamos
expresiones tales como "el Partido", "las masas", etc., no debemos
perder de vista el contenido que la historia de los últimos diez años
ha puesto en estos términos. La clase obrera y el Partido -no ya
físicamente, sino moralmente- ya no son lo que eran hace diez años. No
exagero cuando digo que el militante de 1917, habría tenido dificultad
para reconocerse en la persona del militante de 1928. Un cambio
profundo ha tenido lugar en la anatomía y en la fisiología de la clase
obrera. A mi juicio, es necesario concentrar
nuestra atención sobre el estudio de las modificaciones de los tejidos
y de sus funciones. El análisis de los cambios sobrevenidos logrará
mostrarnos el mejor modo de salir de la situación creada. No tengo la
intención de presentar aquí este análisis; me limitaré solamente a
algunas observaciones. Hablando de la clase obrera, es necesario
encontrar respuestas a toda una serie de preguntas, por ejemplo:
¿cuál es la proporción de obreros y
empleados que trabaja actualmente en nuestra industria que ha entrado
después de la revolución, y cuál la de aquellos que trabajaban desde
antes? ¿cuál es la proporción de obreros y
empleados de la industria que trabaja sin interrupción? ¿Y cuál la de
quienes sólo trabajan accidentalmente? ¿Cuál es la proporción en la industria de
los elementos semiproletarios, semicampesinos, etc.? Si descendemos y penetramos en las
profundidades mismas del proletariado, del semiproletariado y de las
masas trabajadoras en general, sólo encontraremos sectores enteros de
la población de los cuales nadie se ocupa entre nosotros. No quiero
hablar aquí únicamente de los desocupados, que constituyen un peligro
siempre creciente y que, en todo caso, es un sector que ha sido
claramente indicado por la Oposición. Pienso en las masas reducidas a
la mendicidad, en los semi-pauperizados que, gracias a los subsidios
irrisorios entregados por el Estado, están en el límite del
pauperismo, del robo y de la prostitución. No podemos imaginar cómo la gente vive, a
veces a unos pasos apenas de nosotros. Llega la ocasión en que
enfrentamos fenómenos cuya existencia no habría podido sospecharse en
el Estado soviético y que dan la impresión de descubrirnos
súbitamente, un abismo. No se trata de defender la causa del Poder de
los Soviets invocando el hecho de que no ha logrado desembarazarse de
la triste herencia legada por el régimen zarista y capitalista. No,
pero en nuestra época, bajo nuestro régimen, descubrimos la existencia
de fisuras en el cuerpo de la clase obrera, a través de las cuales la
burguesía podría introducir una cuña. En ciertos períodos, bajo el régimen
burgués, la parte conciente de la clase obrera arrastraba, detrás
suyo, a esta masa numerosa, comprendida en los semivagabundos. La
caída del régimen capitalista debía llevar la liberación al
proletariado entero. Los elementos semivagabundos consideraban a la
burguesía y al estado capitalista responsables de su situación.
Estimaban que la revolución debía aportar un cambio a su condición.
Estas gentes, ahora, están lejos de estar satisfechos; su situación no
ha mejorado ni poco menos. Comienzan a considerar con hostilidad el
poder de los Soviets, y a aquella parte de la clase obrera que trabaja
en la industria. Se transforman, sobre todo, en los enemigos de los
funcionarios de los Soviets, del Partido y de los Sindicatos. Se los
escucha hablar a veces de la clase obrera como de la "nueva nobleza".
No me detendré aquí en la diferenciación
que el poder ha introducido en el seno del proletariado, y que he
calificado más arriba de funcional. La función ha modificado el
órgano mismo, es decir, la psicología de aquellos que se han encargado
de diversas tareas de dirección en la administración y la economía del
Estado ha cambiado hasta tal punto que no sólo objetiva, sino también
moralmente, han cesado de formar parte de esta misma clase obrera.
Así, por ejemplo, un director de fábrica
hace de "sátrapa". A pesar del hecho de que es un comunista, a pesar
de su origen proletario, a pesar de que aún trabajaba en la fábrica
hace unos años, no encarna ante los ojos de los obreros las mejores
cualidades del proletariado. Molotóv puede, con el corazón alegre,
establecer un signo de igualdad entre la dictadura del proletariado y
nuestro Estado, con sus instituciones burocráticas, y, lo que es peor,
con los brutos de Smelensk, los estafadores de Tashkent y los
aventureros de Arniemovsk. Al hacer esto, no logra más que
desacreditar la dictadura sin desarmar el legítimo descontento de los
obreros. Si, prescindiendo de los demás
matices de la clase obrera, pasamos ahora al Partido mismo, nos
encontraremos con los elementos provenientes de las otras clases
sociales. La estructura
social del Partido es más heterogénea que la del proletariado. Esto ha
sido siempre así, naturalmente, con esta diferencia: que cuando el
Partido tenía una vida ideológica intensa, la amalgama social se
fundía en una sola aleación gracias a la lucha de la clase
revolucionaria en movimiento. Pero, el poder, tanto en el Partido como
en la clase obrera, opera diferenciaciones sociales semejantes a las
que separan a las diversas capas de la sociedad. La burocracia de los Soviets y del
Partido constituye, de hecho, un nuevo orden. No se trata de casos
aislados, de desfallecimientos en la conducta de un camarada, sino más
bien de una nueva categoría social,
a la que debería consagrársele un estudio específico. A propósito del
Proyecto de Programas de la Internacional Comunista, yo escribía a
León Davidovich (Trotsky) entre otras cosas: "En lo que concierne al capítulo 4º (el
período transitorio). La manera con que ha sido formulado el papel de
los partidos comunistas en tal período de la dictadura del
proletariado es bastante débil. Sin la menor duda, esta manera vaga de
hablar del papel del Partido hacia la clase obrera y el Estado no es
un efecto del azar. La antítesis existente entre la democracia
burguesa y la democracia obrera está claramente indicada; pero no se
dice una sola palabra para explicar lo que el Partido debe hacer para
realizar, concretamente, está democracia proletaria. 'Atraer las masas
y hacerlas participar en la construcción', reeducar su propia
naturaleza (Bujarín se complacía en desarrollar este último punto,
entre otros, más especialmente en ligazón con la revolución cultural);
son afirmaciones verdaderas desde el punto de vista de la historia y
conocidas desde hace mucho tiempo; pero se reducen a simplezas si no
introducimos la experiencia acumulada en el curso de los diez años de
dictadura del proletariado. "Es aquí que se plantea el problema de
los métodos de dirección, que juegan un rol tan importante.
"Pero nuestros dirigentes no sienten
agrado en hablar del asunto; bajo el temor de que resulte evidente que
ellos mismos están lejos aún de haber 'reeducado' su propia
naturaleza". Si yo fuera el encargado de escribir un
proyecto del programa de la Internacional Comunista, habría consagrado
buen lugar, en este capítulo, a la teoría de Lenin sobre el Estado
durante la dictadura del proletariado y el rol del Partido y su
dirección en la creación de una democracia proletaria, tal como
debería ser, y no de una burocracia de los Soviets y del Partido como
la que existe actualmente. El camarada Preobrayenski ha prometido
consagrar un capítulo especial en su libro Las conquistas de la
dictadura del proletariado en el año II de la Revolución a la
burocracia soviética. Espero que él no olvidará el papel de la
burocracia del Partido, que es mucho mayor en el Estado soviético que
el de su hermana, la burocracia de los Soviets. He expresado la
esperanza de que él estudiaría este fenómeno sociológico específico,
bajo todos sus aspectos. No hay un folleto comunista que, relatando la
traición de la socialdemocracia alemana del 4 de agosto de 1914, no
indique al mismo tiempo el papel fatal que las cumbres burocráticas
del Partido y de los sindicatos jugaron en la historia de la caída de
ese Partido. Por su parte, muy poco ha sido dicho, y esto en términos
muy generales, sobre la función desempeñada por nuestra burocracia de
los Soviets y el Partido, en la disgregación del Partido y del Estado
Soviético. Es un fenómeno sociólogico de la máxima importancia que no
puede, sin embargo, ser comprendido y profundizado en toda su gravedad
si no examinamos las consecuencias que ha tenido el cambio de la
ideología del partido de la clase obrera. ¿Usted pregunta qué ha sido del espíritu
de actividad revolucionaria del Partido y de nuestro proletariado? ¿A
dónde ha ido a parar su iniciativa revolucionaria? ¿Dónde están sus
intereses ideológicos, su valor revolucionario, su orgullo proletario?
¿Está usted sorprendido de que haya tanta apatía, tanta mezquindad,
pusilanimidad, arribismo y otras muchas cosas que podría añadir yo
mismo? ¿Qué ha ocurrido para que gente que tiene un pasado
revolucionario estimable, cuya honestidad personal no arroja ninguna
duda y que ha dado pruebas de su devoción a la Revolución en más de un
caso, se encuentren convertidos en lastimosos burócratas? ¿De dónde
viene esta horrible Smerkiakovstchina (2) de la cual habló Trotsky en
su carta sobre las declaraciones de Antonov-Ovseenko? Pero si se puede esperar cualquier cosa
de aquellos procedentes de la burguesía y de la pequeña burguesía,
intelectuales, "individuos" en general, desde el punto de vista de las
ideas y de la moralidad, ¿cómo explicar el mismo fenómeno cuando se
trata de la clase obrera? Muchos camaradas, han observado esa
pasividad y no pueden disimular su decepción. Es verdad que otros camaradas han visto,
en el curso de una cierta campaña llevada por la cosecha de trigo,
síntomas de una robustez revolucionaria, probando que los reflejos de
clase viven aún en el Partido. Muy recientemente, el camarada Ischenko
me ha escrito (o, más exactamente, ha escrito en tesis que debió haber
enviado igualmente a otros camaradas) que la cosecha de trigo y la
autocrítica se deben a la resistencia de la sección proletaria de la
dirección del Partido. Desgraciadamente, es preciso decir que esto no
es exacto. Los dos hechos, resultan una combinación urdida en las
altas esferas, y no son debidos a la presión de la crítica de los
obreros; es por razones políticas, y, a veces, por razones de grupo o
-digámoslo- de fracción, que una parte de las cumbres del Partido pone
en práctica esta línea. No se puede hablar más que de una sola presión
proletaria: la dirigida por la Oposición. Pero, es preciso decirlo
claramente, esta presión no ha sido suficiente para mantener la
Oposición en el interior del Partido; más bien, ella no ha logrado
modificar su política. León Davidovich ha demostrado con toda
una serie de ejemplos irrefutables el rol revolucionario, verdadero y
positivo que ciertos movimientos revolucionarios jugaron con su
derrota: la comuna de París, la insurreción de diciembre de 1905 en
Moscú. La primera aseguró el mantenimiento de la forma republicana de
gobierno en Francia, la segunda abrió la vía a la reforma
constitucional en Rusia. Sin embargo, los efectos de estas derrotas
conquistadoras son de corta duración si no están reforzadas por una
nueva ola revolucionaria. Lo más triste es que ningún reflejo se
produce dentro del Partido y de la masa. Durante dos años, se ha
venido librando una lucha excepcionalmente áspera entre la Oposición y
las altas esferas del Partido. En el curso de los dos últimos meses,
se han desarrollado acontecimentos que habrían debido abrir los ojos a
los más ciegos. Sin embargo, nadie hasta el presente advierte que las
masas del Partido estén interviniendo. También es comprensible el pesimismo de
algunos camaradas, que percibo igualmente a través de su pregunta.
Babeuf, al salir de la prisión de la
Abadía, echando una mirada a su alrededor se preguntaba qué había sido
del pueblo de París, de los obreros de los barrios de Saint-Antoine y
Saint-Marceu, aquellos que el 14 de julio de 1789 habían tomado la
Bastilla, el 10 de agosto de 1792, las Tullerías, que habían sitiado
la Convención el 30 de mayo de 1793, sin hablar de tantas otras
intervenciones armadas. Resumía sus observaciones en una sola frase,
donde se siente la amargura del revolucionario: "Es más difícil
reeducar al pueblo en el amor a la libertad, que conquistarla".
Nosotros hemos visto por qué el
pueblo de París olvidó la atracción de la libertad. El hambre, la
desocupación, la liquidación de los cuadros revolucionarios (numerosos
dirigentes habían sido guillotinados), la eliminación de las masas de
la dirección del país, todo esto llevó a tan gran lasitud moral y
física de las masas, que el pueblo de París y del resto de Francia
tuvo necesidad de 37 años de respiro antes de comenzar una nueva
Revolución. Babeuf formuló su programa en dos
palabras (me refiero a su programa de 1794): "La libertad y la Comuna
elegida". Debo hacer aquí una confesión: no me he
dejado nunca arrullar por la ilusión de que era suficiente para los
líderes de la Oposición presentarse en los mítines del Partido y en
las reuniones obreras para hacer pasar a las masas al campo de la
Oposición. Siempre he considerado tales esperanzas, que provenían
sobre todo de los dirigentes de Leningrado (3), como cierta
sobrevivencia del período en que ellos tomaban las ovaciones y los
aplausos oficiales como expresión del verdadero sentimiento de las
masas, y los atribuían a su popularidad imaginaria. Iré aún más lejos: esto explica, para mí,
el brusco viraje de su conducta. Ellos pasaron a la Oposición esperando
tomar rápidamente el poder. Es con ese fin que se unieron a la
Oposición de 1923 (4). Cuando alguien del "grupo sin dirigentes"
reprochó a Zinoviev y Kamenev haber dejado caer a su aliado Trotsky,
Kamenev les respondió: "Nosotros teníamos necesidad de Trotsky para
gobernar; para reingresar al Partido es un peso muerto". Sin embargo, el punto de partida, la
premisa, habría debido ser que la obra de educación del Partido de la
clase obrera, es una tarea larga y difícil, tanto más cuanto que los
espíritus deben limpiarse de todas las impurezas introducidas en ellos
por la práctica de los Soviets y del Partido, y por la burocratización
de esas instituciones. No se ha de perder de vista que la
mayoría de los miembros del Partido (sin hablar de los jóvenes
comunistas) tiene la concepción más errónea de las tareas, de las
funciones y de la estructura del Partido, debido a la concepción que
la burocracia les enseña con su ejemplo, su conducta práctica y sus
fórmulas estereotipadas. Todos los obreros que ingresaron al Partido
después de la Guerra Civil, entraron, en su mayor parte, después de
1923 (la promoción Lenin); ellos no tienen ninguna idea de lo que era
en otro tiempo el régimen del Partido.
La mayoría entre ellos está desprovista de esa educación
revolucionaria de clase, vivida durante la lucha, en la vida, en la
práctica conciente. En el pasado, esta conciencia de clase se
adquiriría en la lucha contra el capitalismo. Hoy, ella debe formarse
por la participación en la construcción del Socialismo. Pero nuestra
burocracia ha reducido dicha participación a una frase hueca, y los
obreros no pueden adquirir en ninguna parte esta educación. Se
entiende que excluyo como medio anormal de educar a la clase el hecho
de que nuestra burocracia, bajando los salarios reales, empeorando las
condiciones de trabajo, favoreciendo el desarrollo de la desocupación,
empuja a los obreros a la lucha que eleva su conciencia de clase;
pero, entonces, ella es hostil al Estado socialista. Según la concepción de Lenin y de todos
nosotros, la tarea de la dirección del Partido consiste, precisamente,
en preservar al Partido y a la clase obrera de influencias corruptoras
de los privilegiados, de los favores y de las tolerancias inherentes
al poder, en razón de su contacto con los restos de la antigua nobleza
y pequeño burguesía, habría debido premunirse contra la influencia
nefasta de la NEP, contra la tentación de la ideología y de la moral
burguesas. Al mismo tiempo, nosotros teníamos la
esperanza de que la dirección del Partido llegaría a crear un nuevo
aparato, verdaderamente obrero y campesino, nuevos sindicatos,
realmente proletarios, una nueva moral en la vida cotidiana.
Debe reconocerse francamente, claramente,
en voz alta e inteligible: el aparato del Partido no ha cumplido esa
labor. En esta doble tarea de preservación y educación, ha demostrado
la incompetencia más completa; ha fracasado; es insolvente.
Desde hace tiempo estamos convencidos de
que lo pasado en estos últimos ocho meses pone en evidencia para todos
que la dirección del Partido avanza por el más peligroso de los
caminos. Aún hoy sigue por esa ruta. Los reproches que le dirigimos no
conciernen, por así decirlo, al aspecto cuantitativo de su trabajo,
sino, más bien, al cualitativo. Subrayamos esto pues, de otro modo,
volveríamos a sumergirnos en cifras con los éxitos innumerables e
integrales obtenidos por los aparatos partidario y soviético. Ha
llegado el momento de poner fin a este charlatanerismo estadístico.
Oíd las versiones del XV Congreso del Partido. Leed el informe de
Kossior sobre la actividad organizativa. ¿Qué se encuentra? Cito
literalmente: "El prodigioso desarrollo de la democracia del
Partido... la actividad organizativa del Partido se ha extendido
grandemente". Y luego, por supuesto, para reforzar todo
esto: cifras, cifras y aún cifras. Y esto era dicho en el momento en
que había en los expedientes del Comité central documentos que
probaban la terrible desintegración de los aparatos del Partido y los
Soviets, la sofocación de todo control de las masas, la opresión
horrible, persecuciones y un terror jugando con la vida y la
existencia de militantes y obreros. He aquí como la Pravda caracteriza
nuestra burocracia: "Elementos arribistas, hostiles, perezosos e
incompetentes, se empeñan en arrojar a los mejores inventores
soviéticos más allá de las fronteras de la URSS.
Si no se lanza un gran golpe contra estos elementos, con toda nuestra
fuerza, nuestra determinación, nuestro coraje, etc. ..." No obstante, conociendo nuestra
burocracia, yo no estaría sorprendido de escuchar a alguien hablar
nuevamente del desarrollo "enorme" y "prodigioso" de la actividad de
las masas y del Partido, del trabajo organizativo del Comité Central
implantando la democracia, etc. Estoy persuadido de que la burocracia
partidaria y soviética que hoy existe, seguirá cultivando con el mismo
éxito abscesos supurantes a su alrededor, a pesar de los ardientes
procesos que han tenido lugar en el mes último. Esta burocracia no
cambiará por el hecho de haberse sometido a una depuración. No niego,
quede bien claro, la utilidad relativa y la absoluta necesidad de tal
depuración. Deseo señalar, simplemente, que no es únicamente una
cuestión de cambio personal, sino ante todo de cambio de métodos.
A mi juicio, la primera condición
para devolver a la dirección del Partido la capacidad de ejercer un
papel educativo, es reducir la importancia de las funciones de esa
dirección. Las tres cuartas partes del aparato deberían ser
licenciadas. Las tareas del cuarto restante deberían tener límites
estrictamente determinados. Análogo criterio debería aplicarse a las
tareas, a las funciones y a los derechos de los organismos centrales.
Los miembros del Partido deben recobrar
sus derechos, que han sido pisoteados, y recibir garantías válidas
contra el despotismo de los círculos dirigentes que ya conocemos.
Es difícil imaginar lo que pasa en los
niveles inferiores del Partido. Es especialmente en la lucha contra la
Oposición donde se ha puesto en evidencia la mediocridad ideológica de
eso cuadros, así como la influencia corruptora que ejercen sobre las
masas proletarias del Partido. Si en las cumbres, existe aún una
cierta línea ideológica, una línea especiosa y errónea, mezclada, es
verdad, a una fuerte dosis de mala fe, en los niveles inferiores, en
cambio, la demagogia más desenfrenada se ha empleado contra la
Oposición. Los agentes del Partido no han vacilado en utilizar el
antisemitismo, la xenofobia, el odio a los intelectuales, etc. Estoy
persuadido de que toda reforma del Partido que se apoye sobre la
burocracia se revelará utópica. Resumo: observando, como usted, la falta
de espíritu de actividad revolucionaria en las masas del Partido, yo
no veo nada sorprendente en este fenómeno. Es el resultado de todos
los cambios que han tenido lugar en el Partido y en el proletariado
mismo. Es necesario reeducar a las masas trabajadoras y a las masas
del Partido, en el cuadro del Partido y de los sindicatos. Este
proceso es largo y difícil; pero es inevitable; ya ha comenzado. La
lucha de la Oposición, la lucha de centenares y centenares de
camaradas, las detenciones, las deportaciones, a pesar de que no hayan
hecho mucho por la educación comunista de nuestro Partido tienen, en
todo caso, más efecto que todo el aparato tomado en su conjunto. En el
fondo, los dos factores no pueden ser comparados. El aparato ha
despilfarrado el capital del Partido legado por Lenin, no solamente de
una manera inútil sino también nociva. Ha demolido, mientras la
Oposición construía. Hasta ahora, he razonado por
"abstracción", a partir de los hechos de nuestra vida económica y
política que han sido analizados en la Plataforma de la Oposición. Lo
he hecho deliberadamente, pues mi tarea era señalar los cambios que se
han producido en la composición y la psicología del proletariado y del
Partido en relación con la toma del poder misma. Estos hechos quizás
han dado un carácter unilateral a mi exposición. Pero, sin proceder a
este análisis preliminar, resultaría difícil comprender el origen de
los errores económicos y políticos cometidos por nuestra dirección en
lo que concierne a los campesinos y los problemas de la
industrialización, del régimen interior del Partido, y, finalmente, de
la administración del Estado. Astrakán, 6 de agosto de 1928 Los peligros profesionales del poder
Escrito: En Astrakán, el 6 de agosto de 1928.
Fuente: Versión del texto que circuló en internet; no
ha sido cotejada con otras versiones.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, febrero de
2002.
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