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EL "POPULISMO FALLIDO" en America Latina
Por Eduardo Posada Carbó - Sunday, Mar. 13, 2005 at 11:13 AM

Rafael Núñez encontraban algunas semejanzas entre la historia de nuestro país y la Argentina, pero no con esas figuras más bien despreciadas: "cómo ha variado el ensangrentado mísero feudo de Rosas, Quiroga, Aldao y otros caudillos bajo cuya planta parecía agotarse la yerba como bajo los cascos de los caballos de Atila"[viii].

Una respuesta al historiador Jeremy Adelman

EL "POPULISMO FALLIDO"
Y LA DEMOCRACIA COLOMBIANA

Por Eduardo Posada Carbó

Las bases de la democracia en el mundo andino, ha observado el historiador Jeremy Adelman, enfrentan hoy "problemas serios". Entre los países de la región, Colombia sufre según él la "peor crisis". Pero en Venezuela y Perú la situación es igualmente grave. ¿Cómo explicar tanto descalabro?

En un reciente ensayo en la revista New Left Review[i], Adelman - profesor en la Universidad de Princeton -, critica el diagnóstico que identifica la crisis con la noción de "estados fracasados" - en apariencia generalizado en algunos círculos de Washington. Tal es, en efecto, un concepto equívoco de consecuencias políticas que advierte.[ii] Según él, dicha noción "oscurece el origen de la crisis en el norte y centro de los Andes". Para entender estos desastres, sugiere en cambio "rastrear las experiencias históricas claves que le dieron forma a la región".

¿Cuáles son estas "experiencias históricas claves"? ¿Sirve su diagnóstico alternativo para desentrañar los orígenes de la crisis? ¿Y acaso logra al final alejarse del concepto de "estado fracasado"? En las siguientes líneas intento responder a la explicación que Adelman ofrece sobre los actuales problemas andinos desde una perspectiva colombiana. Expertos en Venezuela y Perú podrán juzgar mejor que yo la validez de sus hipótesis frente a dichos países.

Durante los últimos años, la llamada "comunidad internacional" ha comenzado a prestar mayor atención a los problemas de Colombia - resultado en parte de los esfuerzos diplomáticos colombianos por "internacionalizar la paz". No siempre esta mayor atención se traduce en un mejor entendimiento de la realidad colombiana. Por el contrario, con frecuencia se apresuran interpretaciones que sólo contribuyen a
confundir un cuadro de por sí confuso. [iii] Estas narraciones, difundidas en el exterior, pueden eventualmente influir decisiones que afectarían el curso de la nación.

La razón de mi respuesta a Jeremy Adelman obedece entonces a mi profunda convicción sobre las serias y negativas consecuencias que para el futuro colombiano podría tener la aceptación de su tesis sobre el origen de la crisis en el mundo andino.

I. Caudillos y guerras civiles: ¿peculiaridades andinas?

La primera "experiencia histórica clave" propuesta por Adelman es "el patrón de formación del estado". Aquí - en Venezuela, Perú y Colombia -, las luchas de
independencia habrían sido las más violentas del continente. Una vez expulsados los españoles, el sueño de la confederación bolivariana se disolvió en las luchas internas el caudillismo, un fenómeno universal en el mundo hispanoamericano pero que en los Andes se habría manifestado como "una maldición especialmente aguda". Aquí la guerra habría sido una "especie peculiar" de constructor de estados: a diferencia de Europa después de Westfalia, donde los sistemas políticos fueron el resultado de guerras entre estados, en la región andina ese papel lo cumplieron las guerras dentro de los estados.

No deja de sorprenderme tanto juicio simplista y ligero en un historiador tan avezado.[iv] Puede que en algunas regiones andinas los niveles de violencia hayan sido particularmente altos durante las luchas de independencia. Pero no es claro que ellos hayan sido uniformes en los tres países que él señala. [v] Mucho menos que todos ellos hayan tenido el mismo "patrón de formación de estado". Durante la época formativa de estas repúblicas, por ejemplo, la manera de gobernar de Santander difirió sustancialmente de la de Páez. Allí se originan dos tradiciones constitucionales de cursos diversos.[vi] Es además equívoco y falso identificar al caudillismo como una particularidad "exclusivamente andina": es difícil además encontrar réplicas en Colombia de las figuras que quizá más han servido de modelo a los estudios del caudillo latinoamericano - Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas, o el Chacho Peñaloza.[vii] Políticos colombianos como Rafael Núñez encontraban algunas semejanzas entre la historia de nuestro país y la Argentina, pero no con esas figuras más bien despreciadas: "cómo ha variado el ensangrentado mísero feudo de Rosas, Quiroga, Aldao y otros caudillos bajo cuya planta parecía agotarse la yerba
como bajo los cascos de los caballos de Atila"[viii].

En Colombia y Venezuela no hubo guerras externas que, como en la experiencia europea, contribuyesen a la formación de sus estados, como sí las hubo en Argentina o Uruguay. Cierto. Sin embargo, el Perú, en alianza con Bolivia, se enfrentó con Chile en 1836-1839. La Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), así como la Guerra del Pacífico (1879-1883), pudieron haber contribuido a consolidar los respectivos estados nacionales en Argentina, Uruguay o Chile. Pero ninguno de ellos escapó del problema de las guerras civiles.[ix]

Chile, paradigma de estabilidad, sufrió tres después de la inauguración del orden portaliano - 1851, 1859 y 1891.[x] En 1868, un senador argentino calculaba que su país había sufrido unas 117 revoluciones en la década anterior. Seguiría, por lo menos, la guerra civil de 1880 que resolvió de una vez por todas la disputa entre las provincias y Buenos Aires, y las elecciones presidenciales en favor del General Julio A. Roca. La consolidación nacional impulsada por el roquismo tuvo aún que superar nuevas guerras civiles en la década de 1890.[xi] ¿Y cómo leer la historia de la formación del estado uruguayo sin tener en cuenta esas luchas intestinas que parecen ocupar casi todo el siglo diecinueve?[xii]

Adelman se equivoca, pues, al encontrar características peculiarmente andinas en fenómenos universales al continente. Pero además menosprecia las peculiaridades de cada una de las naciones andinas en su afán por encontrar una explicación común al
origen de las respectivas crisis en Venezuela, Colombia y Perú. El papel de los militares y de los partidos políticos, la influencia de la Iglesia, la composición étnica, los niveles de movilización electoral, las fragmentaciones regionales, los grados de centralización política: las diferencias que el peso relativo de cada uno de éstos y otros elementos hubiese tenido en la formación histórica de dichos países parecerían no tener importancia alguna.[xiii] El brochazo del caudillismo sería suficiente para un retrato andino de sistemas políticos casi homogéneos durante el siglo diecinueve - todos, al parecer, igualmente autoritarios, clientelistas, sin mayores avances constitucionales, ni cambios en el tiempo.

II. Las falsedades del "populismo fallido"

Para ser justos, Adelman sólo le dedica un par de párrafos a esa "primera experiencia histórica clave" que nos propone para explicar los orígenes de la crisis andina. Sin embargo, su hipótesis central es aún más débil y problemática. En un salto abrupto desde los fines de siglo a las consecuencias de la crisis de 1930, concentra su atención en la "decisiva coyuntura" de 1945-48. Ignoremos por el momento el período que
desprecia.

Ignoremos también su nuevo desprecio por las distintas experiencias históricas de Colombia, Venezuela y Perú durante casi toda la primera mitad del siglo veinte.

Según Adelman, "por encima de las diferencias de superficie, los tres países de la región revelan un patrón común": todos habrían sufrido un "populismo fallido".

El populismo, como es sabido, se identifica con los regímenes de corte plebiscitario que impusieron Perón en Argentina o Vargas en Brasil. En la lista se añaden el México de Cárdenas y el gobierno del MNR en Bolivia. Adelman les define como "sistemas aún de carácter autoritario, pero sustancialmente más incluyentes que sus predecesores, basados en una amplia gama de fuerzas sociales". Estos regímenes buscaron "extender ciertos derechos básicos a los
trabajadores pobres, recalibrando las relaciones entre gobernantes y gobernados".

Cualesquiera hubiesen sido sus faltas, "el populismo... amplió el horizonte político de estas sociedades permanentemente".

El orígen de la crisis andina estaría, pues, según Adelman, en la orfandad de esta experiencia, o más bien en su frustración histórica: "lo que le faltó a las estados andinos, en términos de trasladar las luchas populistas a una república populista, fue un bloque dominante capaz de integrar a las masas verticalmente en una nueva configuración política".

Para comenzar, estamos frente a un argumento "contrafactual": si estos países
hubiesen "gozado" de las experiencias populistas, hoy quizá no estarían en crisis - tal es la lógica del argumento. Como todo "contrafactual", es un argumento de imposible verificación que tendría además que aceptar que, para el caso colombiano,
Gaitán se habría comportado en el poder como un Perón, lo que no es de todas maneras muy claro. Ambas figuras se inscriben en tradiciones políticas diversas. Herbert Braun ha mostrado cómo la carrera política de Gaitán debe entenderse dentro del arraigado civilismo constitucional colombiano.[xiv] Perón, por el contrario, surge de una tradición militar politizada. Desde una perspectiva conceptual surgen otras vaguedades y hasta contradicciones que es necesario examinar.

Populismo y caudillismo son dos categorías de análisis tan vagas como afines. No creo, como ya lo he sugerido, en la utilidad del "caudillismo" para explicar la política colombiana del siglo diecinueve. No obstante, recientes estudios del fenómeno de los "caudillos", le atribuyen a dicho concepto características parecidas a las que Adelman identifica con el populismo. Según Ariel de la Fuente los caudillos de la provincia argentina de La Rioja -el Chacho Peñaloza, en particular -, habrían cumplido precisamente ese papel de articulación de las masas populares para defender sus intereses frente a los de las élites[xv].

A partir de su mismo enfoque conceptual, habría aquí entonces una contradicción que Adelman tendría que resolver: ¿por qué fenómenos tan similares cumplen funciones tan disímiles en los dos siglos - lo que es una maldición en el diecinueve, el caudillismo, se convierte en bendición en el veinte, el populismo? ¿O acaso se está sugiriendo que el caudillismo en el cono sur fue un fenómeno cualitativamente distinto que en el mundo andino?

La propuesta de Adelman, tendría que advertirse, no es original: Marco Palacios ya había sugerido que la "ausencia de populismo" explicaría la violencia política y social en Colombia.[xvi] Pero ambos parecen estar manejando interpretaciones distintas del "populismo". Pues mientras Adelman considera que la experiencia populista fue igualmente fallida en Venezuela y Colombia, Palacios sostiene que en
Venezuela "el populismo facilitó la democracia pactada de 1958 y la realización de un conjunto de reformas sociales que ahorraron a los venezolanos la violencia
política, aun en la década guerrillera de 1960". ¿Hubo o no entonces populismo en Venezuela?

La hipótesis del "populismo fallido" estaría sugiriendo, por supuesto, un récord histórico de casi exclusivos desastres al no haberse abrazado el modelo de las
"repúblicas populistas". En 1991, sin embargo, Miguel Urrutia escribió un excelente ensayo donde, al explicar las razones de la ausencia de populismo en Colombia, mostró de paso las bondades - económicas, sociales y hasta políticas -, de no haber "gozado" de su experiencia.[xvii] A fines de 1980, era claro para Urrutia que el despreciado sistema colombiano había producido crecimiento económico, mejoras
significativas en la distribución del ingreso, y gastos gubernamentales relativamente progresistas.[xviii] Adelman parece ignorar la tesis de Urrutia.

Ni se molesta en analizar si quiera con mediano detenimiento los desarrollos socio-económicos en las siguientes décadas de la "frustración populista". En sus descripciones comunes al mundo andino, señala que el problema de estos países fue el no haber transformado sus respectivas economías "de su dependencia en los bienes primarios de exportación hacia un modelo de industrialización orientado al mercado doméstico". Esta descripción no se ajusta a la experiencia histórica colombiana.

Aquí la política económica tendió a orientarse hacia la protección industrial desde la década de 1930, aunque sin los extremos de los nacionalismos económicos que proliferaron en el continente. James Henderson ha sugerido además la necesidad de
apreciar el paradójico pero extraordinario crecimiento que el país vivió durante los años de la Violencia (1945-1960), así como sus significativas transformaciones sociales.[xix]

Ninguna de estas complejidades aparece en la lectura colombiana del ensayo en New Left Review. Sin mayores exámenes, el lector debe aceptar simplemente que el "aborto del levantamiento populista" de 1945-48 condujo a la dictadura militar y a ésta sucedió el Frente Nacional - "una regresión oligárquica que no hizo nada por responder a las causas subyacentes de la guerra civil". Claro que éste fue un lugar común dominante en amplios círculos académicos, al que Adelman apenas suscribe sin reconocer los juicios más sutiles de la historiografía reciente.[xx]

La hipótesis del "populismo fallido" como explicación de las crisis andinas tiene otro problema adicional: estaría sugiriendo que el populismo fue benéfico a los países donde se instauró - habría conducido a la armonía social y política y evitado la violencia. Tal propuesta es, por lo menos, controvertible. Adelman no puede desconocer "la ola de brutales dictaduras militares" que se apoderó del Cono Sur en las décadas de 1960 y 1970 - "regímenes represivos diseñados para aplastar la política de masas radicales que típicamente sucedieron a las formas tempranas de populismo", soluciones draconianas que, como el mismo señala, no ocurrieron en los Andes.[xxi]

Pero atribuye la ausencia de tan brutales experiencias "en parte al freno de los desarrollos" ciudadanos en los Andes, otra hipótesis discutible en países como Venezuela y Colombia que desde 1958 se han gobernado bajo formas democráticas, así sea con imperfecciones.[xxii] Su ensayo tampoco se ocupa de estas omplejidades.

Ni parece percatarse de la lógica final de su argumento, pues esas "brutales represiones" del Cono Sur - la negación de toda modalidad democrática - fueron el instrumento para acabar allí con la guerrilla de origen marxista, influenciada por la
revolución cubana, que sobrevivió en Colombia.

III. Narrativa de equívocos

Si su explicación del origen histórico de la crisis andina es fallido - conceptual y empíricamente -, su narrativa del "espiral" y "anatomía de decadencia" de estos
países en las útltimas dos décadas está llena de juicios simplistas, errados y mal informados. No es éste el lugar para examinar en detalle cada una de sus
imprecisiones.[xxiii] Me interesa sí señalar cómo nuevamente su hipótesis general tampoco se ajusta al caso colombiano.

Adelman retoma el argumento: "desde la Segunda Guerra Mundial hasta el final de la Guerra Fría, las tres principales sociedades andinas siguieron entonces un camino común que las separó del resto de Latinoamérica": en vez de seguir el modelo de la
repúblicas populistas, Venezuela, Perú y Colombia intentaron crear sistemas en apariencia estables pero sin transformar las relaciones entre gobernantes y
gobernados. A comienzos de la década de 1990, estos regímenes se habrían agotado.

La recesión de los años ochentas, comparable en su impacto a la de 1930, "tuvo un efecto opuesto en política: esta vez, ... la respuesta dominante a la crisis económica no fue populismo sino el turno de la ortodoxia neoliberal.

Dictada desde el Norte, implementada sin coherencia gubernamental o consentimiento popular". A fines de la década de 1980, mientras Brasil, y el Cono Sur gozaban de un "ciclo de renovación democrática... los estados andinos se sumían en una espiral de violencia, corrupción y creciente desespero social... Una nueva
generación de líderes políticos comenzó a surgir, explotando la paciencia exhausta con establecimientos que habían controlado el juego desde su decisión de no reimaginarse los estados bajo líneas más democrático populares en los años 40s".

La secuencia común a los Andes parecería evidente en dicha narrativa: populismo abortado, democracias limitadas, recesión y crisis económica en los 80,
neoliberalismo impuesto por los gringos en contravía del electorado, explosión de corrupción y violencia, crisis y mesianismo. Dudo que en los tres países estos
fenómenos se hayan sucedido obedeciendo a un mismo patrón y en los mismos ritmos. Su aparente exclusividad en contraste con el resto del continente es falso.

Alfonsín se vio en dificultades para contener las asonadas de los "carapintadas" en el seno de su ejército. Collor de Mello y Salinas de Gortari protagonizaron los más sonados escándalos. La tal "ortodoxia neoliberal" no se aplicó con igual ortodoxia en todo el continente y el país que la aplicó con más rigor - Chile -, es hoy la nación más estable, de mayor afluencia y con indicadores sociales prometedores. Y en Colombia sencillamente la tal secuencia no funciona.No hay que repasar mucha
economía para saber que Colombia no "perdió" la década de 1980, como pasó en casi todo el resto del continente. Las medidas de apertura económica no tuvieron el carácter tan drástico de nuestros vecinos. Pero de todas formas aquí no hubo "gran viraje" para enfrentar la crisis, a diferencia de Venezuela, Perú o Argentina. Como lo muestra un estudio de Fernando Cepeda Ulloa, la política aperturista no fue precedida
de una crisis económica, y fue una promesa del programa gubernamental de César Gaviria en su campaña por la presidencia en 1990.[xxiv] En el panorama nacional no ha aparecido un Chávez o un Fujimori, aunque los enemigos políticos del Presidente
Alvaro Uribe intentan asimilarlo al mandatario peruano - error en el que también cae Adelman, quien no hace mayores esfuerzos por apreciar las complejidades de la
política colombiana, más allá de denunciar sus anomalías.[xxv] Según él, aquí el "orden institucional que se selló a mediados de 1950 persistió hasta fines de siglo".

Ni el ocaso del Frente Nacional, ni la elección popular de alcaldes, introducida en 1986, ni la Constitución de 1991 - y su catálogo de nuevas instituciones -, ni los resultados del proceso de paz que le precedió, parecen haber tenido significado alguno en ese cuadro casi inmutable, excepto por su aparente podedumbre total.[xxvi]

IV. Una historia comparada fallida

Podría dársele crédito a Jeremy Adelman por el esfuerzo de introducir un sentido histórico en las crisis andinas y por abandonar las perspectivas nacionales en favor de un acercamiento comparativo. Como lo ha sugerido John H. Elliot, la función social del historiador consiste en recordarles a las sociedades que no se puede darle la espalda al pasado impunemente.[xxvii]

Elliot también subraya las ventajas del enfoque comparativo: nos obliga a reconsiderar el supuesto carácter único de nuestras propias historias nacionales. En definitiva, según Elliot, el valor de la historia comparativa reposa "no tanto en descubrir similitudes como en identificar diferencias".[xxviii]

No obstante, el esfuerzo de Adelman en esta ocasión es fallido. En vez de orientar, su sentido histórico - lleno de distorsiones, equívocos y vacíos - confunde. Su intento de hacer historia comparada tampoco cumple su objetivo. Como ya lo sugerí, en su afán
por encontrar un patrón común para explicar los orígenes de la crisis, pasa por alto las significativas diferencias entre los distintos países andinos, y le atribuye exclusivamente a la región características que son generales al continente. Por encima de todo, su hipótesis central - que el origen de los problemas se encontraría en la experiencia abortada del populismo, - no recibe ningún respaldo empírico sólido.

Es una hipótesis, en su naturaleza, inverificable. Pero Adelman ni siquiera se ocupa de examinar los postulados de su especulación "contrafactual". Y especula sobre el tema sin hacer referencias a la profunda crisis institucional que sufre hoy Argentina -
el paradigma, en tiempos de Perón, de la república populista. Pues si el origen de la crisis andina se encuentra en la ausencia histórica de populismo peronista, el corolario de esta proposición tendría que ser una Argentina hoy de instituciones democráticas
robustas. ¿O no?

En sus conclusiones, enfoca su ataque al concepto de "estado colapsado" que supuestamente domina la política externa norteamericana, atado a la lucha contra el terrorismo. Ni el concepto es exclusivo a los círculos oficiales de Washington, ni la preocupación por consolidar los respectivos órdenes estatales en los países en crisis es una imposición externa. Adelman critica la emergencia de una noción de "estado" que es difícil de reconocer desde una perspectiva colombiana: "un poco más que una asociación entre soldados y recolectores de impuestos para restaurar orden". Aquí ninguno de los principales sectores políticos que defiende la necesidad de modernizar
y fortalecer el estado tiene en mente esa visión tan simplista, de caricatura. Su propuesta no logra al final plantear una alternativa al concepto de "estado
colapsado": su descripción es también la de unos estados en absoluta descomposición,
sin mayores complejidades institucionales ni conquistas democráticas. La discrepancia sólo estaría en su explicación del orígen del problema: la ausencia
histórica del populismo.

"Como la historia de una pesadilla", escribió Germán Arciniegas desde Buenos Aires en 1956, "el peronismo está muerto pero no enterrado". Casi medio siglo después, Jeremy Adelman ha resuelto ahora revivir el cadáver para explicar la crisis actual del
mundo andino. En un juego contrafactual, impreciso y falso, termina legitimando las desastrosas experiencias populistas, las de ayer y las de hoy. Que el cadáver sigue sin ser enterrado lo comprueba la pesadilla actual venezolana. Ante la nostalgia del
"populismo fallido", alimentada por el texto de Adelman, sería oportuno repasar las sabias advertencias de Germán Arcinigiegas contra regímenes demagogos que ofrecen "democracia y bienestar", y "en el poder, las promesas se han resuelto en el pan amargo de la dictadura".[xxix]


Referencias bibliográficas

_____

[i] Jeremy Adelman, "Andean impasses", New Left Review, Noviembre-Diciembre de 2002, vol 18, pp. 41-2.

[ii] Una discusión perceptiva se encuentra en Philip McLean, "Colombia: Failed, Failing or Just Weak", The Washington Quarterly, Summer, 2002. Véase mi artículo "Sobre los estados colapsados", en http://www.ideaspaz.org http://www.ideaspaz.org/>

[iii] Otro ejemplo de un artículo pobremente informado sobre el conflicto colombiano, que merecería también un detallado examen, es el de Julia E. Sweig, "What kind of war for Colombia?", publicado en la prestigiosa revista Foreign Affairs, Septiembre-Octubre, 2002. Sobre el creciente papel de la comunidad internacional véase mi ensayo "Doing something in Colombia", Inter-American Dialogue, Working Paper, Agosto 2002, y Pilar Gaitán et. al.,
Comunidad internacional, conflicto armado y perspectivas de paz en Colombia (Bogotá, 2002). Para una discusión general sobre el impacto de las
narrativas externas que poco contribuyen a hacer claridad sobre los conflictos armados internos, véase Michael Ignatieff, The warrior's honor. Ethnic war and modern conscience (Londres, 1999).

[iv] Entre otros trabajos, Jeremy Adelman es el autor del libro Republic of capital: Buenos Aires and the legal transformation of the Atlantic World (1999), y editor de Colonial legacies. The problem of persistence in Latin American History (Nueva York, 1999).

[v] Sobre los distintos niveles de violencia en las guerras de independencia en la Nueva Granada y Venezuela, véanse las observaciones de Malcolm Deas, en su libro Intercambios violentos (Bogotá, 1999). Una versión en inglés se encuentra en David Apter, ed., The legitimation of violence (1998).

[vi] Véanse el texto de Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático. Estudios sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de
Venezuela (Caracas, 1919), y el libro de David Bushnell, The Santander regime in Gran Colombia (Newmark, 1954). En otro texto he sugerido prestar atención a las elecciones de 1835-37 y a sus divergentes resultados como eventos constitucionales formativos en ambas repúblicas. Véase mi ensayo, "Alternancia y república: elecciones en la Nueva Granada y Venezuela, 1835-37, en Hilda Sábato, ed., Ciudadanía política y formación de las
naciones. Perspectivas históricas de América Latina (México, 1999). Venezuela, sin embargo, había roto en 1958 con esa tradición constitucional descrita por Vallenilla.

[vii] El tema ha sido inspirado por la obra clásica del escritor argentino Domingo F. Sarmiento, Facundo publicada por primera vez en 1845. Véanse,
también de Sarmiento, Los Caudillos (Buenos Aires, 1928), y Lucas Ayarragaray, La anarquía argentina y el caudillismo (Buenos Aires, 1904). John Lynch, en su estudio sobre los caudillos, incluye como uno de sus prototipos al General Páez, pero su modelo es Rosas, a quien le dedicó una comprehensiva biografía. Los "caudillos" uruguayos también han llamado la
atención de los interesados en el tema. Véase, por ejemplo, John Charles Chasteen, Heroes on horseback. A life and times of the last gaucho
caudillos (Albuquerque, 1995). La literatura sobre caudillos se ha inspirado así mismo en experiencias mexicanas.

[viii] Rafael Núñez, "Progresos de la república argentina" (1886), en La reforma política (Bogotá, 1945), vol II, p. 249. Sobre las dificultades de
identificar al "típico caudillo latinoamericano" en la política colombiana del siglo diecinueve, véanse las observaciones de Malcolm Deas en su ensayo "Venezuela. Colombia y Ecuador", en Leslie Bethell, ed., Spanish America after independence, c.1820-1879 (Cambridge, 1987).

[ix] "Una cuenta del número de guerras civiles durante el siglo XIX sería alta para Venezuela, Bolivia, Argentina, Uruguay, México y casi toda la América Central", en Deas, Intercambios violentos, p. 26. Es imposible entender los orígenes de la Guerra del Paraguay sin apreciar sus vínculos con las guerras intestinas de Uruguay y Argentina. Véase, por ejemplo, el libro reciente de Thomas L. Whigham, The Paraguayan War. Causes and early conduct
(Londres y Lincoln, 2002), especialmente capítulos 3 y 6. Sobre el papel de las guerras, civiles y externas, en la formación del estado en latinoamérica, véase Fernando López-Alves, State formation and democracy in Latin America, 1810-1900 (Durham y Londres, 2000). Este trabajo, que compara las
experiencias de Argentina, Uruguay, Colombia, Venezuela y Paraguay, sugiere un impacto mucho más complejo de las guerras en la formación de los
respectivos estados que el modelo simplista planteado por Adelman.

[x] Véase Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (Santiago, 1987).

[xi] Véase Lía E. Sanucci, La renovación presidencial de 1880 (La Plata, 1955); Carlos Malamud, "La restauración del orden. Represión y amnistía en
las revoluciones argentinas de 1890 y 1893", en Eduardo Posada Carbó, ed., In search of a new order. Essays in the politics and society of nineteenth-
century Latin America (Londres, 1998), y "The origins of revolution in nineteenth-century Argentina", en Rebecca Earle, ed., Rumours of Wars: civil conflict in nineteenth-century Latin America (Londres, 2000); Ezequiel Gallo, Farmers in revolt. The revolutions of 1893 in the province of Santa Fé,
Argentina (Londres, 1976).

[xii] Véase Fernando López-Aldes, Between the economy and the polity in the River Plate, Uruguay, 1811-1890 (Londres, Ilas: Research Paper 33, 1993).

[xiii] Un texto que mira al problema colombiano desde una perspectiva comparativa - con atención significativa a Venezuela y Perú, tanto en el siglo XIX como en el XX -, es el de Deas, Intercambios violentos. Para visiones comparativas de las historias de Venezuela, Colombia y Ecuador, véanse sus capítulos respectivos en The Cambridge History of Latin America, que cubren los períodos 1830-1880 y 1880-1930. Deas es también el autor de "Temas comparativos en la historia republicana de Colombia y Venezuela", en Victor Uribe y Luis J. Ortiz, eds., Naciones, gentes y territorios. Ensayos de historia e historiografía comparada de América Latina y el Caribe (Medellín, 2000).

[xiv] Herbet Braun, The assassination of Gaitán: public life and urban violence in Colombia (Madison, 1985).

[xv] Ariel de la Fuente, Children of Facundo. Caudillo and gaucho during the Argentina state-formation process, La Rioja, 1853-1870 (Durham y Londres,
2000). También son asimilables para quienes interpretan estos fenómenos desde perspectivas más críticas. "Neocaudillismo": así llamó Germán Arciniegas a la filosofía peronista. Arciniegas , Entre la libertad y el miedo (Bogotá, 1996), p.21. Quienes estudian el populismo se refieren en ocasiones al "populismo de Rosas del siglo XIX", en Nicos Mouzelis, Politics in the semi-periphery. Early parliamentarism and late industrialisation in the Balkans and Latin America (Londres, 1986), p. 92.

[xvi] Marco Palacios, "Presencia y ausencia de populismo: para un contrapunteo colombo-venezolano", en su libro de ensayos De populistas,
mandarines y violencias. Luchas por el poder (Bogotá, 2001). Palacios discutió su hipótesis en una entrevista con Santiago Montenegro en "Una charla con Marco Palacios", Carta Financiera, 118, abril-junio de 2001.
Palacios es también el autor de El populismo en Colombia (Medellín, 1971).

[xvii] Miguel Urrutia, "On the absence of economic populism in Colombia", en Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards, eds., The macroeconomics of populism in Latin America (Chicago y Londres, 1991).

[xviii] Urrutia, "On the absence of populism", p. 381.

[xix] James D. Henderson, Modernization in Colombia. The Laureano Gómez years, 1889-1965 (University of Florida Press, 2001), capítulo 10.

[xx] Véase, por ejemplo, las observaciones de Daniel Pécaut sobre el Frente Nacional en su ensayo "Presente, pasado y futuro de la violencia", en Jean-Michel Blanquer y Christian Gross, eds., Las dos Colombias (Bogotá, 2002), pp. 35 y ss. Este libro se publicó originalmente en francés en 1996.

[xxi] Adelman, "Andean impasses", p. 52.

[xxii] El lector del ensayo se queda sin saber con exactitud cuál es la naturaleza política de estos regímenes andinos. Al comienzo, Adelman
reconoce que en Colombia la "democracia electoral" tiene las más hondas raíces, pero señala más adelante "el vacío" allí de "la ciudadanía política". Venezuela es descrita a ratos como una "diarquía". Pero en otros apartes aparece, junto con Colombia y Perú, calificada como "poliarquía", el concepto popularizado por Robert Dahl para referirse a las democracias. Los ciudadanos de esos regímenes bajo un "prolongado estancamiento" se habrían cansado de "sólo elecciones rutinarias", y estarían detrás de un "estado más democrático", pero al lector nunca se le dice en qué consiste ese "estado más democrático", a menos que se acepte su
identificación con las añoradas "repúblicas populistas" añoradas. Sobre los conceptos de poliarquía y democracia, véase Dahl, Democracy and its critics
(New Haven, 1989).

[xxiii] A continuación, sin embargo, señalo algunos ejemplos de las imprecisiones que surgen a todo lo largo del ensayo: En las elecciones de 1946, describe la división liberal entre Gaitán y un "candidato de la vieja guardia": éste de la "vieja guardia" es el hijo de un immigrante libanés, Gabriel Turbay, con distintas credenciales de "outsider" que las de Gaitán, pero de ninguna manera de la "vieja guardia". El M-19 se presenta como la "principal fuerza guerrillera", condición que le cabría mejor a las Farc. Se señala que los grupos guerrilleros secuestran "colombianos ricos", desconociendo que este crimen afecta a otros sectores. Las drogas ilícitas aparecen como consecuencia de la "atrofia estatal" y el "decrecimiento económico": quiza sea el caso de otros países andinos, pero en Colombia podría argumentarse lo contrario - la violencia y corrupción asociadas con el narcotráfico afectaron las instituciones estatales -; y los auges de la marihuana - sin referencias en el ensayo - y la cocaína ocurrieron en momentos de crecimiento económico, excepto en la última década cuando se expandió el cultivo de coca. El texto sugiere - en la secuencia de la
narrativa - que el Plan Colombia se habría adoptado cuando la posición de Pastrana frente al proceso de paz se había deteriorado, cuando en verdad su
adopción fue casi simultánea al proceso. La Iniciativa Regional Andina (ARI) se presenta como una evolución bélica que coincide con la presidencia de
Uribe, cuando fue discutida en el congreso de los Estados Unidos por lo menos desde julio del 2001. En general, los tiempos de la narrativa del ensayo son
vagos y desordenados. Adelman prefiere las referencias generales a las distintas décadas que cubre - por ejemplo, "...a fines de la década de
1980...", "...en los años 90s...". En ocasiones, cuando intenta precisar, comete entonces errores: Rodrigo Lloreda no renunció en Junio de 1999, sino
en mayo; Pastrana no ordenó retomar la zona de distensión en marzo de 2002, sino en febrero - equivocaciones menores, si se quiere, pero que completan un cuadro de imprecisiones. Sobre el ascenso político de los descendientes de
imigrantes libaneses: Louise Fawcett de Posada y Eduardo Posada Carbó, "En la tierra de las oportunidades: los sirio-libaneses en Colombia", Boletín
Cultural y Bibliográfico, XXIX (29), 1992, pp. 18-19. Sobre el problema del secuestro: Pax Christi, La industria del secuestro en Colombia (Utrecht, 2002). Sobre el impacto de la violencia del crimen organizado: Mauricio Rubio, Crimen e impunidad. Precisiones sobre la violencia (Bogotá, 1999).
Una cronología del proceso de paz bajo la administración Pastrana puede seguirse en Edgar Téllez et. al., Diario íntimo de un fracaso. Historia no
contada del proceso de paz con las Farc (Bogotá, 2002).

[xxiv] Véase Fernando Cepeda Ulloa, Dirección política de la reforma económica en Colombia (Bogotá, 1994). Para el contraste con Venezuela, véase
el libro de Moisés Naim, Paper tigers and minotaurs. The politics of Venezuela's economic reforms (Washington, 1993).

[xxv] Como tampoco sería correcto descalificar la política económica del actual gobierno con el peyorativo de "modelo neoliberal", de uso tan corriente. Sobre la futilidad de la expresión, véase la reciente intervención de Fernando Cepeda Ulloa en un foro de la revista Semana, "¿Un nuevo consenso sobre el modelo?".

[xxvi] Ejemplos más detallados de cambios "inclusivos" en el sistema desde 1986 tendrían que referirse a experiencias políticas como las del movimiento de Antanas Mockus, o el de los indigenistas que han conquistado representación en el Congreso y la gobernación del departamento del Cauca. Para estudios recientes que cubre estos y otros aspectos, véase Francisco Gutiérrez Sanín, ed., Evolución del sistema político colombiano (Bogotá, 2002). Ver también Blanquier y Gros, eds., Las dos Colombias. Los dilemas de la democracia colombiana se examinan en Ana María Bejarano y Eduardo Pizarro, "From 'restricted' to 'besieged': the changing nature of the limits to democracy in Colombia", en Scott Mainwaring, ed., libro en prensa.

[xxvii] John H. Elliot, National and comparative history. An inaugural lecture delivered before the University of Oxford on 10 May 1991 (Oxford,
1991), p. 5.

[xxviii] Idem, pp. 23-24.

[xxix] Arciniegas, Entre la libertad y el miedo, pp. 28 y 35.

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