Julio López
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1919: PRIMERA INSURRECCION OBRERA EN ARGENTINA
Por a - Sunday, Jan. 08, 2006 at 11:33 AM

El martes 7 de enero de 1919, los termómetros porteños indicaban una calurosa jornada estival: 34° grados de temperatura, que treparían a 35,5 hacia las 2 de la tarde. A pesar del sofocante calor, en la barriada de Nueva Pompeya se verificaba una inusual actividad: efectivos del cuerpo de Bomberos y personal de la comisaría 34° ocupaban desde temprano posiciones estratégicas en la escuela “La Banderita” y en la fábrica textil de don Alfredo Bozalla.

1919: PRIMERA INSURRECCION OBRERA EN ARGENTINA

El martes 7 de enero de 1919, los termómetros porteños indicaban una calurosa jornada estival: 34° grados de temperatura, que treparían a 35,5 hacia las 2 de la tarde. A pesar del sofocante calor, en la barriada de Nueva Pompeya se verificaba una inusual actividad: efectivos del cuerpo de Bomberos y personal de la comisaría 34° ocupaban desde temprano posiciones estratégicas en la escuela “La Banderita” y en la fábrica textil de don Alfredo Bozalla.
Barricada obrera en Av. Alcorta y Pepirí. A las tres de la tarde, un piquete huelguista de la casa Vasena, ayudado por una aguerrida vecina conocida como “La Marinera”, se disponía a interceptar una vez más –como lo venía haciendo desde el 2 de diciembre- a una chata conducida por “crumiros” (carneros) que, con custodia policial, partió desde el depósito de la firma ubicado en San Francisco y Tres Esquinas, con destino a los talleres de Cochabamba y La Rioja.
Un insulto a los carneros, el arrogante gesto policial de amenazar con las armas, un palo blandido por una mujer del pueblo, un piedrazo que surcó la avenida Alcorta; la chata se detuvo, y sus guardianes se cubrieron detrás del vehículo. Y apenas sonó el primer tiro, se inició un verdadero pandemonium: como obedeciendo a una señal, bomberos, policías y esquiroles comenzaron a hacer un nutrido fuego de fusil Máuser, revólver Colt y carabinas Winchester, desde el edificio de la escuela, desde los árboles que hay más allá de la misma, desde la fábrica de Vasena, desde la de Bozalla, y desde otras áreas menores de tiro, ametrallando prolija y sistemáticamente las viviendas obreras que tenían frente suyo.
El terror se apoderó del barrio. En medio de la mayor confusión todos –huelguistas, vecinos, mujeres, pibes- corrían hacia cualquier parte, desesperados por escapar de esa gigantesca vorágine de plomo y pólvora, que se abatía sin piedad sobre cualquiera que no atinara a buscar refugio.
Hacia las 5 y media de la tarde, cuando cesaron las últimas descargas, con el humo producido por la ignición de la pólvora flotando todavía en el aire, los aún aturdidos vecinos salieron a la vereda para encontrarse con un cuadro dantesco: toda la cuadra de Alcorta al 3400 –donde estaba el local de la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos, cuyos referentes principales eran los obreros Mario Boratto y Juan Zapetini- fue literalmente acribillada a balazos. Hasta tal punto, que las dos únicas bombitas de luz que alumbraban la peluquería de don José del Cármine, fueron alcanzadas por los tiros.
Mientras las ambulancias de la Asistencia Pública trasladaban decenas de heridos a los hospitales, quedaban en la calle los cadáveres de Toribio Barrios, español, muerto de un sablazo policial en la cabeza mientras huía procurando explicar que él no era huelguista; Santiago Gómez, a quien una bala de Máuser le impactó en el cráneo mientras intentaba cubrirse tras una puerta cancel; y en el patio de su casa, el joven Juan Fiorini, a quien un proyectil le atravesó el pecho mientras le cebaba un mate a su madre. Ocurre que su casa, como casi todas las del barrio, era de madera.
La conmoción por el salvajismo de este verdadero atentado terrorista se extendió velozmente a la ciudad, motorizado por los adherentes a la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) del V Congreso, de orientación comunista anárquica, que declaró inmediatamente la huelga general por tiempo indeterminado, en repudio al bárbaro crimen.
De esta manera comenzaba la más importante insurrección obrera que haya conocido la historia argentina, por su extensión y profundidad, llamada por las clases dominantes “Semana Trágica”, aunque el pueblo siempre la conoció como “Semana de Enero”.
Al día siguiente, la huelga se extendió a los sindicatos de la otra central obrera existente por entonces, la FORA del IX Congreso, cuyos afiliados abandonaron el trabajo sin esperar la orden de sus vacilantes líderes. Por su parte. la FORA del V convocaba a las sociedades obreras del interior del país a “mantenerse en contacto”. Durante todo el día una multitud silenciosa desfiló por el local de los metalúrgicos. Es de imaginarse la honda impresión que debió causar a la gran cantidad de gente que pasó por allí, después de atravesar la puerta despedazada a tiros, encontrarse con una sala cuyas paredes estaban completamente cubiertas de agujeros de bala; y en cuyo centro se hallaban los cadáveres ensangrentados de Gómez, Barrios y la tercer víctima, rodeados de obreros de rostros lívidos y puños apretados, todos sumergidos en un ambiente cargado de tensión, donde sólo el silencio podía expresar la ira contenida mejor que los gritos y las imprecaciones.
El 9 de enero, día fijado para el entierro de las víctimas, Buenos Aires estaba casi completamente paralizada; desde temprano los piquetes de huelguistas recorrían las calles cerrando los comercios y deteniendo los tranvías que aún no se habían plegado a la medida de fuerza. Cerca de la una de la tarde, un monumental cortejo fúnebre –calculado en unas doscientas mil personas- partió desde Pompeya llevando los féretros a pulso, encabezado por un grupo de auodefensa armado con revólveres. Desde mucho antes la muchedumbre se había ubicado en las esquinas, a la espera del paso de la manifestación.
Al pasar por los talleres Vasena, ocurrió la primera agresión a la columna: los matones contratados por Vasena hicieron fuego contra ella desde la azotea. El grueso continuó su marcha tomando por avenida Corrientes hacia la Chacarita, mientras que importantes grupos se desprendían e intentaban incendiar las instalaciones embistiendo los portones con carros de basura convertidos en carrozas de fuego.
Este, nuestro barrio de Almagro, también fue testigo de aquellas jornadas: En la esquina de Corrientes y Angel Gallardo se cambiaron varios tiros entre el pueblo y los bomberos, logrando poner en fuga a éstos últimos; en Corrientes, entre Yatay y Lambaré, se quemaron completamente dos coches de la compañía Lacroze; un muchacho, creyendo que los primeros tiros provenían desde el convento Jesús Sacramentado, comenzó a tirarle piedras; desde el edificio religioso se abrió fuego, y la multitud furiosa atacó la iglesia, armando una gran pira en la nave central, donde se quemaron imágenes y bancos de madera.
El asustado capellán Uscher escribirá poco después al Arzobispo Espinosa: “Con muebles y objetos diversos hicieron una gran fogata en el templo, y dos más en la calle, sin contar la de los tranvías de la esquina, que también fue alimentada largo rato con objetos del colegio e iglesia”. al día de hoy, cualquier visitante podrá ver en el centro de la nave unas cerámicas en forma de rombo; es el lugar donde se hizo la pira, que quedó así por no conseguirse reponer el piso original.
Reiniciada la marcha, se produjo un nuevo tiroteo al pasar frente a la comisaría 21°, seis cuadras mas adelante.
La columna arribó finalmente a la Chacarita hacia las siete de la tarde. Y en momentos en que hablaba el concejal socialista Antonio Zaccagnini, se inició un nuevo ataque contra los asistentes, quienes debieron desbandarse para salvar sus vidas, llegando incluso a esconderse en las fosas recién abiertas.
Esa noche, mientras se producían disturbios en toda la ciudad, el Ejército –al mando del general Luis Dellepiane- concentraba en Buenos Aires una tropa de 30.000 hombres, incluido un cuerpo de soldados provenientes de Salta.
La policía, completamente desbordada por los acontecimientos, se replegó en las comisarías, dominada por el terror; a tal punto que, como relató el comisario Romariz, llegó a tirotearse entre sí en el interior del Departamento Central de Policía, al creer que una columna huelguista efectuaba un ataque armado.
Al margen de este supuesto, las calles quedaron en poder de los obreros, quienes dispusieron que los únicos vehículos autorizados para circular debían estar identificados con la sigla de la FORA pintada en una bandera roja . Los canillitas solamente voceaban dos periódicos obreros: “La Protesta” y “La Vanguardia”.
Para entonces la FORA del IXº declaró formalmente una huelga, que sus simpatizantes habían llevado a la práctica desde los primeros momentos. Esta posición motivó una inmediata réplica de los “quintistas”, que en su comunicado del 10 de enero, decía: “Reunido este Consejo con representantes de todas las sociedades federadas y autónomas, resuelve:
Proseguir el movimiento huelguístico como acto de protesta contra los crímenes del Estado consumados en el día de ayer y anteayer.
Fijar un verdadero objetivo al movimiento, el cual es pedir la excarcelación de todos los presos por cuestiones sociales.
Conseguir la libertad de Radowitzky y Barrera, que en estos momentos puede hacerse, ya que Radowitzky es el vengador de los caídos en la masacre de 1909 y sintetiza una aspiración superior.
Desmentir categóricamente las afirmaciones hechas por la titulada F.O.R.A. del IX congreso, que hasta el miércoles a la noche sólo ‘protestó moralmente’, sin ordenar ningún paro. La única que lo hizo fue esta Federación.
En consecuencia, la huelga sigue por tiempo indeterminado. A las iras populares no es posible ponerles plazo; hacerlo es traicionar al pueblo que lucha. Se hace un llamamiento a la acción.
¡Reivindicaos, proletarios! ¡Viva la huelga general revolucionaria! – El Consejo Federal.”
La huelga cobró fuerza en el interior del país, principalmente en las ciudades de Córdoba, Mar del Plata y Rosario, y en innumerables localidades de provincia, como lo prueban los telegramas que llovían sobre el ministro del Interior yrigoyenista pidiéndole más tropas para reprimir.
En esos momentos en que las fuerzas represivas del Estado se hallaron en la incertidumbre, irrumpió en las calles un grupo de civiles –todos miembros de familias “cajetillas”- armados y organizados en el Centro Naval por el almirante Domeq García, monseñor D’Andrea y el Vicario General de la Armada monseñor Piaggio, cuya misión principal consistió en atacar huelguistas y miembros de la comunidad judía: eran los “Defensores del Orden” o “guardia blanca”, nombre que cambiaron a los pocos días por el de “Liga Patriótica Argentina”. Fue este grupo el que incendió la imprenta del diario anarquista “La Protesta”.
Con el paso de los días, el movimiento empezó a debilitarse; poco a poco la represión ganó las calles, la FORA novenaria levantó inmediatamente su medida de fuerza, exhortando a volver al trabajo, mientras los “quintistas” hacían esfuerzos inauditos por prolongarla, lo que concentró sobre ellos todo el peso de la represión hasta que, finalmente, tuvieron que dar la lucha por finalizada, debiendo pasar a la clandestinidad. Años después, la FORA del IXº se transformaría en la Unión Sindical Argentina (USA), organismo que dio origen a la actual CGT.
El 17 de enero los últimos sectores volvieron al trabajo. La huelga fue ganada por los obreros de Vasena, quien tuvo que aceptar las condiciones de su personal.
Hipólito Yrigoyen, presidente de la Nación, fue el cómplice objetivo de la represión militar, policial y parapolicial que produjeron las masacres más numerosas al movimiento obrero en el período que abarcó su gobierno.
Algunas fuentes sostienen que en el transcurso del movimiento fueron asesinadas entre 700 y 2000 personas, heridas más de 4.000, y detenidas unas 55.000 en todo el país. La isla Martín García fue la prisión para los que serían deportados, mientras que los que eran argentinos fueron a dar con sus huesos al penal de Ushuaia.
Nunca se pudo saberse con certeza el número de trabajadores muertos, ya que la bancada radical en el Congreso, aliada a los conservadores, obstaculizó toda investigación sobre la represión. La misma actitud tendría tiempo después con las masacres de la Forestal y de la Patagonia. Décadas más tarde alzarían las manos para amnistiar con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final a los genocidas del ’76.
El escritor y militante anarquista Rodolfo González Pacheco escribirá: “La historia no alza cadáveres ni se nutre únicamente de gestos; perpetúa ideas, alumbra definiciones, lo que pasa de pueblo en pueblo, de siglo en siglo, en el concepto cada vez más amplio de la libertad humana”.

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