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critica anarquista al marxismo
Por a. m. bonanno -
Sunday, Feb. 05, 2006 at 12:21 AM
"Pero era necesario protegerse del peligro de especialización y militarización que una restringida minoría de militantes intentaban imponer a decenas de miles de compañeros que estaban luchando con todos los medios posibles contra la represión y contra los intentos del Estado –más bien débil a decir verdad- de reorganizar la gestión del capital. "
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EL PLACER ARMADO
a. m. bonanno
Nota: El concepto de gioia participa en italiano tanto del sentido de placer como de gozo, alegría, juego, plenitud, desbordamiento de la vida.
PRÓLOGO A LA EDICIÓN INGLESA DE 1993
Este libro se escribió en 1977 al mismo tiempo en que tenían lugar en Italia luchas revolucionarias, y aquella situación, ahora profundamente distinta, debería tenerse en cuenta al leerlo hoy.
El movimiento revolucionario, incluyendo el anarquista, estaba en una fase de desarrollo y todo parecía posible, incluso una generalización del conflicto armado.
Pero era necesario protegerse del peligro de especialización y militarización que una restringida minoría de militantes intentaban imponer a decenas de miles de compañeros que estaban luchando con todos los medios posibles contra la represión y contra los intentos del Estado –más bien débil a decir verdad- de reorganizar la gestión del capital.
Esa era la situación en Italia, pero algo similar estaba teniendo lugar en Alemania, Francia, Reino Unido y otros sitios.
Parecía esencial impedir que las muchas acciones llevadas a cabo cada día por los compañeros contra los hombres y las estructuras de poder, fueran arrastradas hacia la lógica planeada de un partido armado como las Brigadas Rojas en Italia.
Este es el espíritu del libro. Mostrar cómo una práctica de liberación y destrucción puede irrumpir desde una placentera lógica de lucha, en vez de una mortal rigidez esquemática dentro de los cánones preestablecidos de un grupo dirigente.
Algunos de estos problemas ya no existen. Han sido resueltos por las duras lecciones de la historia. El derrumbe del socialismo real de repente redimensionó para bien las ambiciones dirigentes de los marxistas de cualquier tendencia. Por otra parte, no se ha extinguido, sino posiblemente avivado, el deseo de libertad y comunismo anarquista que se está propagando por doquier, especialmente entre las generaciones jóvenes, en muchos casos sin recurrir a los símbolos tradicionales del anarquismo, sus slogans y teorías también consideradas con un comprensible pero no compartible rechazo visceral.
Este libro ha recobrado vigencia, pero de una manera diferente. No como crítica a la pesada estructura monopolizante que ya no existe, sino porque puede hacer notar las potentes capacidades del individuo en su camino, con placer, hacia la destrucción de todo lo que le oprime y le regula.
Antes de terminar debería mencionar que se ordenó la destrucción de este libro en Italia. El tribunal supremo italiano ordenó que se quemara. Todas las librerías que tenían una copia recibieron una circular del Ministerio de Interior ordenando su incineración. Más de un librero se negó a quemar el libro, considerando tal práctica equivalente a la de los nazis o la inquisición, pero por ley el volumen no se puede consultar.
Por la misma razón el libro no se puede distribuir legalmente en Italia y a muchos compañeros que tenían copias se las confiscaron durante una vasta oleada de redadas, llevadas a cabo con ese propósito.
Fui sentenciado a 18 meses de prisión por escribir este libro.
Alfredo M. Bonanno
Catania, 14 julio 1998
La giogia armata
En París, 1848, la revolución fue una fiesta sin un principio o final
Bakunin
I
¿Por qué diablos estos benditos muchachos disparan a Montanelli en las piernas? ¿No habría sedo mejor haberle disparado en la boca?
Por supuesto que sí. Pero además habría sido más grave. Más vengativo y sombrío. Dejar coja a una bestia como esa puede tener un lado más significativo, más profundo, que va más allá de la venganza, del castigo por la responsabilidad de Montanelli, periodista fascista y siervo de los amos.
Lisiarle significa obligarle a claudicar, hacerle recordar. Por otra parte, es una diversión más agradable que dispararle en la boca, con pedazos de cerebro saliendo a chorros por los ojos.
El compañero que cada mañana se levanta para ir a trabajar, que se pone en camino en la niebla y camina hacia la sofocante atmósfera de la fábrica, o la oficina, para volver a ver las mismas caras: el capataz, el cronometrador, el espía de turno, el estakhanovista-con-siete-niños-que-mantener, siente la necesidad de revolución, de lucha y de choque físico, incluso mortal. Pero además siente que todo eso le debe aportar algo de placer ahora, no después. Y nutre este placer con sus fantasías, mientras camina cabizbajo en la niebla, mientras pasa horas en trenes o tranvías, mientras se ahoga bajo las inútiles prácticas de la oficina o ante los inútiles tornillos que sirven para mantener los inútiles mecanismos del capital juntos.
El placer remunerado, fines de semana libres o vacaciones pagadas por el jefe, es como pagar para hacer el amor. Parece lo mismo, pero hay algo que falla.
Cientos de discursos se apilan en libros, panfletos y periódicos revolucionarios. Es necesario hacer esto, es preciso hacer aquello, hay que ver las cosas así, como dijo éste o como dijo aquél, porque ellos son los verdaderos intérpretes de estos o aquellos del pasado, estos en letras mayúsculas que llenan los sofocantes volúmenes de los clásicos.
También es necesario tener estos a mano. Forma parte de tu liturgia. El no tenerlos podría ser un mal signo, sería sospechoso. De acuerdo que tenerlo a mano puede ser útil, siendo volúmenes pesados siempre se pueden usar para tirárselos a la cara a algún pelmazo. No una nueva, pero no obstante una agradable confirmación de la validez de los textos revolucionarios del pasado (y del presente).
Nunca hay nada sobre el placer en estos tomos. La austeridad del claustro no tiene nada que envidiar de la atmósfera que uno respira en sus páginas. Sus autores, sacerdotes de la revolución de la venganza y el castigo, pasan su tiempo pesando y contabilizando culpas y penas.
Por otra parte, estos vestales en vaqueros han hecho voto de castidad, por tanto lo esperan y lo imponen. Quieren ser recompensados por su sacrificio. Primero abandonaron los cómodos ambientes de su clase de origen, después pusieron su capacidad al servicio de los desheredados, después se han acostumbrado a utilizar un lenguaje que no es el suyo y a soportar sábanas sucias y camas sin hacer. Por tanto, que les escuchen, al menos.
Sueñan con revoluciones ordenadas, principios pulcramente elaborados, anarquía sin turbulencias. Cuando la realidad toma un giro diferente empiezan a gritar “provocación”, vociferando hasta hacerse escuchar por la policía.
Los revolucionarios son gente devota. La revolución no.
Llamo a un gato un gato
Boileau
II
Todos estamos preocupados con el problema revolucionario de cómo y qué producir, pero nadie habla del producir como problema revolucionario.
Si la producción es la base de la explotación capitalista, cambiar el modo de producción significa cambiar el modo de explotación, no eliminarla.
Un gato, aunque lo pintes de rojo, es siempre un gato.
El productor es sagrado. No se toca. Santifica, mejor, su sacrificio, en nombre de la revolución, y el juego está hecho.
¿Y qué comeremos?, se preguntan los más preocupados. Pan y estopa, responden los realistas simplificadores, con un ojo en la olla y otro en el fusil. Ideas, responden los chapuceros idealistas, con un ojo en el libro de los sueños y otro en el género humano.
Cualquiera que toca la productividad muere.
El capitalismo y aquellos que luchan contra él, se sientan el uno junto al otro sobre el cadáver del productor, con tal de que el mundo de la producción continúe.
La crítica de la economía política es una racionalización del modo de producción con el mínimo esfuerzo (de aquellos que disfrutan de los beneficios de la producción). El resto, aquellos que sufren la explotación, deben tener cuidado de que nada falte. Si no, ¿cómo viviríamos?
Cuando sale a la luz, el hijo de la oscuridad no ve nada, como cuando andaba a tientas en la oscuridad. El placer le ciega. Le mata. Así que dice que es una alucinación y lo condena.
Los burgueses, panzudos y mantecosos, gozan de su opulento no hacer nada. Gozar es, por tanto, pecaminoso. Eso significa compartir los mismos estímulos que la burguesía y traicionar a los del proletariado productor.
No es verdad. Los burgueses hacen enormes esfuerzos para mantener el proceso de explotación en marcha. También ellos están estresados y nunca encuentran tiempo para el placer. Sus cruceros son ocasiones para nuevas inversiones, sus amantes son quintas columnas para conseguir información de la competencia.
La diosa productividad mata incluso a sus humildes servidores. Arranca sus cabezas, nada más que saldrá un diluvio de inmundicia.
El hambriento desgraciado abriga sentimientos de venganza cuando ve al rico rodeado de sus siervos. Destruir al enemigo antes que nada. Pero que el botín se salve. La riqueza no se debe destruir, se debe utilizar. No importa lo que sea, qué forma toma o qué perspectivas de empleo permita. Lo que cuenta es arrancársela al que actualmente la detenta, para disponer todos libremente de ella.
¿Todos? Por supuesto, todos.
¿Y cómo ocurrirá eso?
Con la violencia revolucionaria.
Bonita respuesta. Pero, en concreto, ¿qué haremos después de haber cortado tantas cabezas que nos aburramos? ¿Qué haremos cuando no encontremos más patrones aunque los busquemos con linterna?
Entonces será el reino de la revolución. A cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades.
Presta atención, compañero. Aquí huele a contabilidad. Se habla de consumo y producción. Seguimos en la dimensión de la productividad. La aritmética hace que nos sintamos seguros. Dos y dos son cuatro. Nadie podrá desmentir esta “verdad”. Los números gobiernan el mundo. Si lo han hecho desde siempre, ¿por qué no deberían hacerlo por siempre?
Todos necesitamos algo sólido y duro. Piedras sobre las que construir un muro contra los impulsos que empiezan a ahogarnos. Todos necesitamos objetividad. El patrón jura por su cartera, el campesino por su arado, el revolucionario por su pistola. Abre un respiradero crítico y todo el andamiaje objetivo caerá.
En su pesada objetividad, el mundo cotidiano nos condiciona y nos reproduce. Todos somos hijos de la banalidad diaria. Incluso cuando hablamos de “cosas importantes” como la revolución, nuestros ojos están todavía pegados al calendario. El patrón teme la revolución porque le privaría de su riqueza, el campesino hará la revolución para conseguir un pedazo de tierra, el revolucionario para verificar su teoría.
Si se ve el problema en estos términos, no hay diferencia entre cartera, tierra y teoría revolucionaria. Estos objetos son puramente imaginarios, meros espejos de la ilusión humana.
Sólo la lucha es real.
Distingue al patrón del campesino y establece la alianza entre éste y el revolucionario.
Las formas organizativas de la producción de objetos son los vehículos ideológicos que cubren la sustancial ilusión de la identidad individual. Esta identidad viene proyectada en la imaginación económica del valor. Un código establece su interpretación. Algunos elementos de este código están en manos de los patronos, como hemos aprendido con el consumismo. También la tecnología de la guerra psicológica y la represión total son elementos de una interpretación del ser hombres a condición de ser productores.
Otros elementos del código están disponibles para un uso modificativo. No revolucionario, sino simplemente modificativo. Pensemos, por ejemplo, en el consumismo de masas que ha sustituido al consumismo de lujo en los últimos años.
Pero luego hay otras formas más refinadas. El control autogestionado de la producción es otro elemento del código de la explotación.
Y así sucesivamente. Si a alguien se le ocurre organizarme la vida, nunca podrá ser mi compañero. Si intentan justificar esto con la excusa de que alguien debe “producir” o todos perderemos nuestra identidad de seres humanos y seremos vencidos por la “salvaje naturaleza”, contestamos que la relación hombre-naturaleza es un producto de la burguesía marxista iluminada. ¿Por qué quieren convertir una espada en una horca[1]? ¿Por qué el hombre debe siempre procurar distinguirse de la naturaleza?
Los hombres, si no alcanzan lo que es necesario,
se fatigan por lo que es inútil.
Goethe
III
El hombre necesita muchas cosas.
Esta afirmación se interpreta normalmente en el sentido de que el hombre tiene necesidades, y que está obligado a satisfacerlas.
Se tiene, de este modo, la transformación del hombre de una unidad bien precisa históricamente en una dualidad (medio y fin al mismo tiempo). En efecto, se realiza en la satisfacción de sus necesidades (es decir en el trabajo) y es, por tanto, el instrumento de su propia realización.
Cualquiera puede ver cuánta mitología se oculta en estas afirmaciones. Si el hombre no se diferencia de la naturaleza sin el trabajo, ¿cómo puede realizarse en la satisfacción de sus necesidades? Para hacer esto debería ser ya hombre, por tanto debería haber satisfecho sus necesidades, por tanto no debería tener necesidad de trabajar.
La mercancía construye por sí misma la profunda utilidad del símbolo. Se convierte así en punto de referencia, en unidad de medida, en valor de cambio. Empieza el espectáculo. Se asignan los papeles. Se reproducen. Hasta el infinito. Sin modificaciones dignas de mención, los actores se empeñan en recitar.
La satisfacción de las necesidades se convierte en efecto reflejo, marginal. Lo más importante es la transformación del hombre en “cosa” y con el hombre todo lo demás. La naturaleza se convierte en “cosa”. Usada, es corrompida y los instintos vitales del hombre junto con ella. Un abismo se abre entre el hombre y la naturaleza, que se debe rellenar. La expansión del mercado mercantil se encarga de esto. El espectáculo se expande hasta el punto de devorarse a sí mismo junto a sus contradicciones. El escenario y el público entran en una misma dimensión, proponiéndose a un nivel superior, más amplio, del espectáculo mismo, y así hasta el infinito.
Quienes escapan al código mercantil no reciben su objetivación y caen “fuera” del área real del espectáculo. A estos se les señala. Están rodeados por alambres de espino. Si no aceptan la propuesta de englobarlos, si rechazan un nuevo nivel de codificación, se los criminaliza.
Su “locura” es evidente. No está permitido negar lo ilusorio en un mundo que ha basado la realidad en la ilusión, lo concreto en lo ficticio.
El capital gestiona el espectáculo sobre la base de las leyes de la acumulación. Pero nada se puede acumular indefinidamente. Ni siquiera el capital. Un proceso cuantitativo absoluto es una ilusión, una ilusión cuantitativa. Los amos entienden esto perfectamente. La explotación adopta diferentes formas y modelos ideológicos, precisamente para garantizar, de un modo cualitativamente diferente, esta acumulación, ya que no puede continuar indefinidamente en el aspecto cuantitativo.
El hecho de que el proceso entero sea paradójico e ilusorio es algo que no le importa mucho al capital, porque es precisamente él quien lleva las riendas y fija las reglas. Si tiene que vender ilusión por realidad y eso hace dinero, entonces vamos a seguir sin hacer demasiadas preguntas. Son los explotados los que pagan la cuenta. Así que depende de ellos advertir la ilusión y preocuparse de reconocer la realidad. Para el capital las cosas están bien como están, aunque estén basadas en el mayor espectáculo del mundo.
Los explotados casi sienten nostalgia por esta ilusión. Han crecido acostumbrados a sus cadenas y se han aficionado. De vez en cuando sueñan con sublevaciones fascinantes y baños de sangre, pero luego se dejan engañar por los discursos de los nuevos líderes políticos. El partido revolucionario extiende la perspectiva ilusoria del capital a horizontes que nunca podría alcanzar por sí mismo.
Y entonces la ilusión cuantitativa hace estragos.
Los explotados se unen, se cuentan, se suman, escriben sus conclusiones. Los fieros slogans hacen que los corazones burgueses se estremezcan. Cuanto mayor sea el número más se pavonearán arrogantemente los líderes y más exigentes se convertirán. Elaborarán programas de conquista. El nuevo poder se prepara para extenderse sobre los despojos del viejo. El alma de Bonaparte sonríe satisfecha.
Por supuesto, se programan cambios profundos en el código de las ilusiones. Pero todo se tiene que someter al símbolo de la acumulación cuantitativa. Crecen las fuerzas militantes, por tanto las pretensiones de la revolución. De la misma manera, la tasa de las ganancias sociales que está tomando el lugar de las ganancias privadas debe crecer. Así el capital entra en una nueva fase ilusoria y espectacular. Las viejas necesidades atacan bajo nuevas etiquetas. La diosa productividad sigue dominando sin rivales.
Qué bonito es contarnos. Hace que nos creamos fuertes. Los sindicatos se cuentan. Los partidos se cuentan. Los amos se cuentan. Contémonos también nosotros. El corro de la patata.
Y cuando paremos de contarnos intentemos dejar las cosas como estaban. Si el cambio es necesario, hagámoslo sin molestar a nadie. Se penetra muy fácilmente en los fantasmas.
La política reaparece periódicamente. A menudo el capital encuentra soluciones geniales. Entonces la paz social nos golpea. El silencio del cementerio. La ilusión se generaliza de un modo tal que el espectáculo absorbe casi todas las fuerzas posibles. Todo enmudece. Después se releen los defectos y la monotonía de la puesta en escena. La cortina se levanta en situaciones imprevistas. La máquina capitalista acusa los golpes. Entonces redescubrimos el empeño revolucionario. Ocurrió en el sesenta y ocho. Todo el mundo con los ojos desorbitados. Todos ferocísimos. Octavillas por todas partes. Montañas de octavillas y panfletos y papeles y libros. Viejos matices ideológicos alineados como soldaditos de plomo. También los anarquistas se redescubrieron a sí mismos. Y lo hicieron históricamente, de acuerdo con las necesidades del momento. Todos torpes. Los anarquistas también, torpes. Algunas personas se despertaron de su espectacular sueño, y buscando alrededor espacio y aire que respirar, viendo a los anarquistas dijeron: ¡por fin! Aquí están con los que quiero estar. Poco después se dieron cuenta de su estupidez. Tampoco en esa dirección las cosas fueron como habrían debido ir. Allí también: estupidez y espectáculo. Y entonces alguno huía. Se encerraba en sí mismo. Se apeaba. Aceptaba el juego del capital. Y si no lo aceptaba era desterrado, incluso por los anarquistas.
La máquina del 68 produjo los mejores sirvientes civiles del nuevo Estado tecnoburocrático. Pero además también produjo sus anticuerpos. Los procesos de la ilusión cuantitativa se hicieron visibles. Por una parte recibieron nueva linfa para construir una nueva visión del espectáculo mercantil. Por otra sufrieron resquebrajaduras.
Se ha vuelto evidente la inutilidad de la confrontación al nivel de producción. Tomad las fábricas, y los campos, y las escuelas, y los barrios, y autogestionadlos, decían los viejos anarquistas. Destruyamos el poder en todas sus formas, añadían justo después. Pero sin penetrar más a fondo, no mostraban la verdadera realidad de la lacra. Aunque conscientes de su gravedad y su extensión, prefirieron ignorarla, poniendo sus esperanzas en la espontaneidad creadora de la revolución. Sólo que querían esperar los resultados de esta espontaneidad con las manos sobre los medios de producción. Ocurra lo que ocurra, sea cual sea la forma creativa que tome la revolución, debemos tener los medios de producción. Y para hacer eso empezaron a aceptar todo tipo de compromisos. Para no alejarse demasiado del lugar de las decisiones espectaculares terminaron creando otra forma de espectáculo, algunas veces incluso más macabro.
La ilusión espectacular tiene sus reglas. Quien quiera gestionarla debe someterse a ellas. Debe conocerlas, imponerlas y jurar sobre ellas. Quien no produce no es un hombre, la revolución no es para él. ¿Por qué deberíamos tolerar a parásitos? ¿Deberíamos ir a trabajar en su lugar quizás? ¿Deberíamos asegurar su supervivencia? Además, ¿toda esta gente sin ideas claras y con la pretensión de hacer lo que les apetezca, no resultarán ser “objetivamente”útiles a la contrarrevolución? Por tanto será mejor atacarles inmediatamente. Sabemos quienes son nuestros aliados, de qué lado queremos ponernos. Si queremos dar miedo, entonces vamos a hacerlo juntos, organizados y en perfecto orden, y que nadie ponga los pies en la mesa o se baje los pantalones.
Organicemos nuestras organizaciones específicas. Formemos militantes que conozcan perfectamente las técnicas de lucha en los sectores de producción. Sólo los que produzcan harán la revolución, y nosotros estaremos allí para impedir que hagan bobadas.
No, todo eso está equivocado. ¿De qué modo podríamos impedirles hacer bobadas? En el plano del espectáculo ilusorio de la organización hay algunos que son capaces de hacer más ruido que nosotros. Y tienen aliento de sobra. Lucha en el lugar de trabajo. Lucha por la defensa del empleo. Lucha por la producción.
¿Cuándo romperemos el cerco? ¿Cuándo pararemos de perseguirnos el rabo?
El hombre deforme siempre encuentra espejos que le hacen ser bello.
De Sade
IV
¡Qué locura es el amor al trabajo!
Qué gran habilidad escénica la del capital, que ha sabido hacer que el explotado ame la explotación, el ahorcado la cuerda y el esclavo las cadenas.
Esta idealización del trabajo ha sido la muerte de la revolución hasta ahora. El movimiento de los explotados ha sido corrompido por la penetración de la moralidad burguesa de la producción, la cual no es sólo ajena al movimiento sino contraria a éste. No es una casualidad que los sindicatos fueran los primeros en ser corrompidos, precisamente por su mayor cercanía a la gestión del espectáculo de la producción.
Es necesario oponer la estética del no trabajo a la ética del trabajo.
Debemos oponer a la satisfacción de necesidades espectaculares impuestas por la sociedad mercantil la satisfacción de las necesidades naturales del hombre revalorizadas a la luz de la necesidad primaria y esencial: la necesidad de comunismo.
De este modo la valoración cuantitativa de la presión que las necesidades ejercen sobre el hombre se desmorona. La necesidad de comunismo transforma todas las otras necesidades y su presión sobre el hombre.
La miseria del hombre objeto de explotación ha sido vista como la base de la redención futura. El cristianismo y los movimientos revolucionarios se dan la mano a través de la historia.
Debemos sufrir para conquistar el paraíso o para adquirir la conciencia de clase que nos llevará a la revolución. Sin la ética del trabajo la noción marxista de “proletariado” no tendría sentido. Pero la ética del trabajo es un producto del mismo racionalismo burgués que permitió a la burguesía conquistar el poder.
El corporativismo vuelve a salir a la superficie, a través de la malla del internacionalismo proletario. Todos luchan dentro de su propio sector. Como mucho establecen contactos con sectores similares de otros países, a través de los sindicatos. A las monolíticas multinacionales se oponen monolíticos sindicatos internacionales. Hagamos la revolución, pero salvemos la máquina, el instrumento de trabajo, ese objeto mítico que reproduce la virtud histórica de la burguesía, ahora en manos del proletariado.
El heredero de los destinos de la revolución es el sujeto destinado a convertirse en el consumador y actor principal del espectáculo futuro del capital. La clase revolucionaria, idealizada a nivel del conflicto de clase como beneficiaria de su resultado, se desvanece en el idealismo de la producción. Cuando los explotados son recluidos dentro de una clase se han confirmado ya todos los elementos de la ilusión espectacular, los mismos de la clase burguesa.
El único camino que los explotados pueden tomar para escapar del proyecto globalizador del capital es el que pasa por el rechazo del trabajo, de la producción y de la economía política.
Pero el rechazo del trabajo no se debe confundir con “falta de trabajo” en una sociedad basada en el trabajo. El marginado busca trabajo. No lo encuentra. Se le empuja a la guetización. Es criminalizado. Todo esto forma parte de la gestión del espectáculo productivo como un todo. Tanto los que producen como los desempleados son indispensables para el capital. Pero el equilibrio es delicado. Las contradicciones estallan y producen varios tipos de crisis, en cuyo interior se produce la intervención revolucionaria.
Por tanto, el rechazo del trabajo, la destrucción del trabajo, es la afirmación de la necesidad del no-trabajo. La afirmación de que el hombre puede autoproducirse y autoobjetivarse a través del no trabajo, a través de los estímulos que la necesidad de no trabajo le procura. La idea de destruir el trabajo es absurda si se ve desde el punto de vista de la ética del trabajo. Pero ¿cómo? Tanta gente está buscando trabajo, tanta sin empleo, ¿y tú hablas de “destrucción del trabajo”? El fantasma luddista aparece y pone a todos los revolucionarios-que-han-leído-todos-los-clásicos a temblar de miedo. El esquema del ataque frontal y cuantitativo a las fuerzas del capital debe permanecer intacto. No importan los errores y sufrimientos del pasado, no importan las vergüenzas y traiciones. ¡Adelante, mejores días vendrán, de nuevo hacia delante!
Para espantar a los proletarios y empujarles a la atmósfera estancada de las organizaciones de clase (partidos, sindicatos y movimientos parásitos), basta con hacer ver dónde se anega hoy el concepto de “tiempo libre”, de la suspensión del trabajo. El espectáculo ofrecido por las organizaciones burocráticas del tiempo libre está hecho aposta para deprimir incluso las imaginaciones más fértiles. Pero este modo de actuar no es más que una cubierta ideológica, uno de los muchos instrumentos de la guerra total que constituye la base del espectáculo como un todo.
La necesidad de comunismo transforma todo. A través de la necesidad de comunismo la necesidad de no trabajo pasa del aspecto negativo (contraposición al trabajo) al positivo: la completa disponibilidad del individuo ante sí mismo, la posibilidad total de expresarse libremente, ruptura de todos los esquemas, incluso de aquellos considerados fundamentales e indispensables, como el esquema de la producción.
Pero los revolucionarios son gente obediente y tienen miedo a romper todos los esquemas, incluido el de la revolución si éste constituye –en cuanto esquema- un obstáculo a la plena realización de cuanto el concepto significa. Tienen miedo de encontrarse sin arte ni parte. ¿Alguna vez te has encontrado con un revolucionario que no tenga un proyecto revolucionario? ¿Un proyecto que está bien definido y presentado claramente a las masas? ¿Qué raza de revolucionario sería aquella que pretendiera destruir el esquema, la envoltura, el fundamento de la revolución? Golpeando los conceptos de cuantificación, clase, proyecto, modelo, misión histórica y otras antiguallas similares, uno podría correr el riesgo de no tener nada que hacer, de ser obligado a actuar en la realidad, modestamente como cualquier otro. Como millones de otros que están construyendo la revolución día a día sin esperar el signo de un fatal vencimiento de plazos. Y para hacer esto se necesita coraje.
Con los esquemas y los juegos cuantitativos se está en lo ficticio, esto es, en el proyecto ilusorio de la revolución, una amplificación del espectáculo del capital; con la abolición de la ética productiva se entra directamente en la realidad revolucionaria.
Es difícil incluso hablar sobre tales cosas porque no tiene sentido hablar de ellas en las páginas de un tratado. Pero reducir estos problemas a un análisis completo y definitivo sería perder el punto. Lo mejor sería una discusión informal capaz de ocasionar esa sutil magia de los juegos de palabras.
Hablar seriamente del placer es una verdadera contradicción.
Las noches de verano son pesadas.
En las pequeñas habitaciones se duerme mal.
Es la Vigilia de la guillotina.
Zo d’Áxa
V
Los explotados también encuentran tiempo para jugar. Pero su juego no es placer. Es una liturgia macabra. Una espera de la muerte. Una suspensión del trabajo para descargar la violencia acumulada en el curso de la producción. En el ilusorio mundo de la mercancía, jugar es también ilusorio. Nos imaginamos que estamos jugando, mientras no se hace otra cosa que repetir monótonamente los roles asignados por el capital.
Cuando nos hacemos conscientes del proceso de explotación lo primero en que se piensa es en venganza, lo último es el placer. La liberación es vista como recomposición de un equilibrio roto por la perversidad del capitalismo, no como la llegada de un mundo de juego que sustituirá al mundo del trabajo.
Es la primera fase del ataque a los amos, la fase de la conciencia inmediata. Lo que nos golpea son las cadenas, el látigo, los muros de las prisiones, las barreras sexuales y raciales. Todo eso debe caer. Por eso nos armamos y golpeamos al adversario, al responsable.
En la noche de la guillotina yacen las bases de un nuevo espectáculo, el capital reconstruye sus fuerzas: primero caen las cabezas de los patronos, después las de los revolucionarios.
Es imposible hacer la revolución sólo con la guillotina. La venganza es la antecámara del poder. Quien quiera vengarse necesita un jefe. Un jefe que le conduzca a la victoria y restaure la justicia herida. Y quien quiere venganza se verá llevado a envidiar la posesión de lo que le han quitado. Hasta la abstracción suprema, la expropiación de plusvalía.
El mundo del futuro debe ser un mundo en el que todos trabajen. ¡Bien! Entonces habremos impuesto la esclavitud para todos excepto para aquellos que la hacen funcionar y que, precisamente por esto, serán los nuevos amos.
Sea como sea, los amos deben “pagar” por sus culpas. ¡Bien! Habremos llevado de este modo la ética cristiana del pecado, de la condena y de la expiación al interior de la revolución. Sin hablar de los conceptos de “deuda” y “pago”, de clara derivación mercantil.
Todo esto forma parte del espectáculo. Cuando no se gestiona directamente por el poder, puede ser reanudado fácilmente. El cambio de papeles forma parte de las técnicas dramatúrgicas.
Puede ser indispensable atacar con las armas de la venganza y el castigo en un cierto nivel del enfrentamiento de clases. El movimiento puede no tener otras. Es, entonces, el momento de la guillotina. Pero los revolucionarios deben ser conscientes de los límites de estas armas. No pueden hacerse ilusiones ni ilusionar a los demás.
En el cuadro paranoico de una máquina racionalizadora como el capital, el concepto de revolución de la venganza puede también entrar a formar parte de las continuas modificaciones del espectáculo. El movimiento aparente de la producción se desenvuelve gracias a la bendición de la ciencia económica, pero en realidad se basa en la antropología ilusoria de la separación de tareas.
No hay placer en el trabajo. Ni siquiera en el trabajo autogestionado. La revolución no puede reducirse a una simple modificación de la organización del trabajo. No sólo a eso.
No hay placer en el sacrificio, en la muerte, en la venganza. Como no hay placer en contarse. La aritmética es la negación del placer.
Quien desea vivir no produce la muerte. La transitoria aceptación de la guillotina conduce a su institucionalización. Pero al mismo tiempo, quien ama la vida no abraza a su explotador. En caso contrario odiaría la vida y amaría el sacrificio, el autocastigo, el trabajo y la muerte.
En el cementerio del trabajo siglos de explotación han acumulado una montaña de venganza. Los jefes del movimiento revolucionario se sientan impasibles en esta montaña. Estudian el mejor modo de beneficiarse de ella. La carga de violencia vengadora debe ser dirigida hacia los intereses de la nueva casta de poder. Símbolos y banderas. Slogans y complicados análisis. El aparato ideológico se dispone a hacer lo que sea necesario.
La ética del trabajo hace posible esta instrumentalización. Quienes aman el trabajo quieren apoderarse de los medios de producción, no quieren que se avance ciegamente. Saben por experiencia que los jefes han tenido una fuerte organización de su parte para hacer posible la explotación. Piensan que sólo una organización igualmente fuerte y perfecta podrá hacer posible la liberación. Hagamos todo lo posible, la productividad debe salvarse.
Qué inmenso engaño. La ética del trabajo es la ética cristiana del sacrificio, la ética de los amos, gracias a la cual las masacres de la historia se han sucedido con preocupante regularidad.
Esta gente no puede comprender que es posible no producir plusvalor, que incluso pudiendo producirlo se puede rechazar hacerlo. Que es posible afirmar contra el trabajo una voluntad no productiva, capaz de luchar no sólo contra las estructuras económicas de los patronos sino también contra las ideológicas, que atraviesan todo el pensamiento occidental.
Es indispensable entender que le ética del trabajo constituye también la base del proyecto revolucionario cuantitativo. No tendría fundamento un discurso en contra del trabajo hecho por las organizaciones revolucionarias metidas en la lógica de crecimiento cuantitativo.
La sustitución de la ética del trabajo por la estética del placer no impide la vida, como tantos compañeros preocupados afirman. A la pregunta ¿Qué comeremos? se puede responder, con toda tranquilidad “lo que produzcamos”. Sólo que la producción no sería ya la dimensión en la que el hombre se autodetermina, la producción pasaría a la esfera del juego y del placer. Se podrá producir, no como algo separado de la naturaleza, que una vez realizado se reúne con ella, sino como algo que es la naturaleza misma. Por lo cual será posible parar la producción en cualquier momento, cuando haya suficiente. Sólo el placer será imparable. Una fuerza desconocida para las larvas civilizadas que pueblan nuestra era. Una fuerza que multiplicará por mil el impulso creativo de la revolución.
La riqueza social del mundo comunista no se mide por la acumulación de plusvalía, aunque sea gestionada por una minoría llamada partido del proletariado. Esta situación reproduce el poder, negando el mismo fundamento de la anarquía. La riqueza social comunista viene dada por la potencialidad de vida que se realiza tras la revolución. La acumulación cualitativa, no cuantitativa (aunque sea gestionada por un partido), debe sustituir a la acumulación capitalista. La revolución de la vida sustituye a la mera revolución económica. La potencialidad productiva a la producción cristalizada. El placer al espectáculo.
La negación del mercado espectacular de la ilusión capitalista impondrá otro tipo de intercambio. Del ficticio cambio cuantitativo a uno real cualitativo. La circulación no se basará en objetos ni por tanto en su ilusoria reificación, sino en el sentido que los objetos tienen para la vida. Y un sentido “para la vida” debe ser un sentido de vida, no de muerte. Por tanto, estos objetos estarán limitados al momento en que sean intercambiados, y tendrán un significado diferente según las situaciones que determinen el intercambio.
El mismo objeto podrá tener “valores” profundamente distintos. Se personificará. Nada que ver con la producción tal y como la conocemos en la dimensión del capital. El propio intercambio tendrá un sentido diferente visto a través del rechazo a la producción ilimitada.
No existe el trabajo libre. No existe el trabajo integrado (manual-intelectual). Lo que existe es la división del trabajo y la venta de la fuerza de trabajo, es decir, el mundo capitalista de la producción. La revolución será siempre y solamente la negación del trabajo, la afirmación del placer. Toda tentativa de imponer la idea del trabajo “sólo trabajo”, sin explotación, del “trabajo autogestionado” en el cual los explotados se reapropian de la totalidad de proceso productivo es una mistificación.
El concepto de la autogestión de la producción es válido sólo como esquema de lucha contra el capital, de hecho no se puede separar del concepto de autogestión de la lucha. Si se extingue la lucha, la autogestión no es nada más que la autogestión de la explotación. Realzada victoriosamente la lucha, la autogestión de la producción se vuelve superflua, porque después de la revolución la organización de la producción es superflua y contrarrevolucionaria.
En la medida en que te lanzas a ti
mismo, todo es destreza y fácil victoria; sólo si de
repente te conviertes en quien coge la pelota que
una eterna compañera de juegos te lanza, a tu centro, en todas sus fuerzas, en uno de esos gran-
des y divinos arcos de constructores de puentes,
sólo entonces saber cogerla es una fuerza –no
tuya, de un mundo.
Rilke
VI
Todos creemos tener experiencia del placer. Cada uno de nosotros cree haber gozado al menos una vez en la vida.
Sólo que esta experiencia de placer ha sido siempre pasiva. No ocurre que gozamos. No podemos “desear” nuestro placer ni tampoco obligar al placer a presentarse.
Todo esto, esta separación entre nosotros y el placer, depende de nuestro estar “separados” de nosotros mismos, cortados en dos por el proceso de explotación.
Trabajamos durante todo el año para obtener el “placer” de las vacaciones. Cuanto éstas llegan nos sentimos “obligados” a “divertirnos” por el hecho de estar de vacaciones. Una forma de tortura como cualquier otra. Lo mismo pasa con los domingos. Un día espantoso. El enrarecimiento de la ilusión del tiempo libre nos muestra el vacía del espectáculo mercantil en el que vivimos.
Buscar placer en las entrañas de cualquiera de las variadas “versiones” del espectáculo capitalista sería una locura. Pero eso es exactamente lo que el capital busca. La experiencia del tiempo libre programado por los explotadores es letal. Te hace desear ir a trabajar. Uno acaba por preferir un muerte cierta a una vida aparente.
Ningún placer real nos puede llegar a través del mecanismo racional de la explotación capitalista. El placer no ha fijado reglas que lo categoricen. Aun así, debemos poder desear el placer. De otro modo estaríamos perdidos.
La búsqueda del placer es por esto un acto de voluntad. Un firme rechazo de las condiciones fijadas por el capital, es decir, de sus valores. El primero de estos rechazos es el rechazo al trabajo. La búsqueda del placer sólo puede venir a través de la búsqueda del juego.
Así el juego asume un significado diferente del que estamos acostumbrados a darle en la dimensión del capital. Como ociosidad serena, el juego que se opone a las responsabilidades de la vida es una falsa y distorsionada imagen de lo que realmente es. En la realidad de la lucha contra el capital, en el presente periodo del enfrentamiento y en sus relativas contradicciones, el juego no es un “pasatiempo”, sino un arma de lucha.
Por una extraña ironía, los papeles están invertidos. Si la vida es algo serio, la muerte es una ilusión, en cuanto que mientras estamos vivos la muerte no existe. Ahora, el reino de la muerte, es decir, el capital, que niega nuestra verdadera existencia como seres humanos y nos reduce a “cosas”, es “aparentemente” muy serio, metódico, disciplinado. Pero su paroxismo posesivo, su rigurosidad ética, su obsesión por hacer, esconden una gran ilusión: el vacío total del espectáculo de la mercancía, la inutilidad de la acumulación indefinida, el absurdo de la explotación. Así la gran seriedad del mundo del trabajo y de la productividad oculta una total carencia de seriedad.
Al contrario, la negación de este mundo obtuso, la búsqueda del placer, del sueño, de la utopía, en su declarada “falta de seriedad”, oculta la cosa más seria de la vida: la negación de la muerte.
Incluso en este lado de la barrera, en el enfrentamiento físico con el capital, el juego puede asumir formas diversas. Se pueden hacer muchas cosas “juguetonamente”, aunque muchas de las cosas que hacemos las hacemos “seriamente”, llevando la máscara de muerte que hemos tomado prestada del capital. El juego se caracteriza por un impulso vital, siempre nuevo, siempre en movimiento. Actuando como lo hacemos cuando jugamos cargamos nuestras acciones con este impulso. Nos liberamos de la muerte. El juego nos hace sentir vivos. Nos da la emoción de la vida. De la otra forma asumimos todo como un deber, como algo que “debemos” hacer, como una obligación.
En esta emoción siempre nueva, totalmente opuesta a la alienación y la locura del capital, podemos identificar el placer.
En el placer reside la posibilidad de ruptura con el viejo mundo y de identificación de nuevos objetivos, de necesidades y valores diferentes. Incluso aunque el placer, en sí mismo, no pueda considerarse el objetivo del hombre, es indudable su dimensión privilegiada, voluntariamente identificada, que hace diferente el enfrentamiento con el capital.
La vida es tan aburrida que no tenemos otra
cosa que hacer que gastar nuestro sueldo en la
última falda o camisa. Hermanos y hermanas,
¿cuáles son vuestros deseos reales? ¿estar sen-
tados en un bar, la mirada distante y vacía,
aburrido, bebiendo un insípido café? O quizás
VOLARLO O PEGARLE FUEGO.
The angry brigade
VII
El gran espectáculo del capital nos ha engullido hasta el cuello. Actores y espectadores de turno. Alternamos los papeles, cada uno se queda boquiabierto mirando a los otros o hace que los otros se fijen en uno. Hemos subido todos a la carroza de cristal, aun cuando sabemos que no es más que una calabaza. Las ilusiones de la madrina han anulado nuestra conciencia crítica. Ahora debemos jugar el juego. Al menos hasta medianoche.
Miseria y hambre siguen siendo los elementos propulsivos de la revolución. Pero el capital está extendiendo el espectáculo. Pretende introducir nuevos actores en escena. El mayor espectáculo del mundo continúa sorprendiéndonos. Cada vez es más complicado y cada vez mejor organizado. Nuevos payasos están listos para subir a la tribuna. Nuevas fieras serán domadas.
Los defensores de lo cuantitativo, los amantes de la aritmética, entrarán los primeros y serán cegados por los focos de las primeras filas. Llevarán detrás de si a las masas de la necesidad y las ideologías del chantaje.
Pero lo que no podrán eliminar será su seriedad. El mayor peligro al que harán frente será una sonrisa. En el interior del espectáculo del capital el placer es mortal. Todo es lúgubre y funeral, todo es serio y ordenado, todo es racional y programado, precisamente porque todo es falso e ilusorio.
Además de las crisis, además de las contradicciones del subdesarrollo, además de la miseria y el hambre, el capital deberá sostener la última batalla, la decisiva, contra el aburrimiento.
También el movimiento revolucionario deberá librar sus batallas. No sólo las tradicionales contra el capital, sino otras nuevas, contra sí mismo. El aburrimiento lo está atacando desde dentro, lo está rompiendo, haciéndolo asfixiante, inhabitable.
Dejemos solos a los que aman el espectáculo del capital. Aquellos que están tranquilos y felices recitando hasta el final sus papeles. Esta gente piensa que realmente las reformas pueden cambiar las cosas. Pero esto es más una cubierta ideológica que otra cosa. Saben muy bien que cambiar los papeles es una de las reglas del sistema. Ajustando las cosas un poco en el momento se obtiene el resultado de ser útil al capital.
Después está el movimiento revolucionario donde no faltan aquellos que atacan verbalmente el poder del capital. Esta gente causa una gran confusión, recurren a grandes frases pero no impresionan a nadie, mucho menos al capital, que los usa socarronamente para la parte más difícil de su espectáculo. En los momentos en que precisa un solista, hace salir a escena a uno de estos personajes. El resultado es penoso.
La verdad es que es necesario romper el mecanismo espectacular de la mercancía, entrando en el dominio del capital, en los centros de coordinación, en el núcleo mismo de la producción. Imagina qué maravillosa explosión de placer, qué gran salto creativo hacia delante, qué extraordinario objetivo “sin objetivo”.
Solo que es muy difícil traspasar el mecanismo del capital placenteramente, con los símbolos de la vida. La lucha armada es, a menudo, símbolo de muerte. No porque dé muerte a los amos y a sus sirvientes, sino porque pretende imponer las estructuras del dominio de la muerte. Concebida de manera diferente, realmente sería placer en acción, cuando fuese capaz de romper las condiciones estructurales impuestas por el mismo espectáculo de la mercancía como, por ejemplo, el partido militar, la conquista del poder o la vanguardia.
He aquí otro enemigo del movimiento revolucionario, la falta de comprensión. Cerrazón ante las nuevas condiciones del conflicto. La insistencia en imponer modelos pasados que ya se han convertido en parte del espectáculo de la mercancía.
El desconocimiento de la nueva realidad revolucionaria alimenta un desconocimiento teórico y estratégico de las capacidades revolucionarias del movimiento mismo. Y no viene a cuento afirmar que hay enemigos tan cercanos como para hacer necesaria una intervención inmediata, más allá de las precisiones internas de carácter teórico. Todo esto oculta la incapacidad de afrontar la nueva realidad del movimiento, la incapacidad de superar errores del pasado que tienen graves consecuencias en el presente. Y esta cerrazón alimenta todo tipo de ilusiones políticas racionalistas.
Las categorías de la venganza, del líder, del partido, de la vanguardia, del crecimiento cuantitativo, tienen sentido sólo en la dimensión de nuestra sociedad, y es un sentido que favorece la perpetuación del poder. Si uno ve las cosas desde el punto de vista revolucionario, es decir, de la eliminación total y definitiva de todo poder, estas categorías dejan de tener sentido.
Moviéndonos dentro del no-lugar de la utopía, trastocando la ética del trabajo en el aquí y ahora del placer realizado, nos encontramos en el interior de una estructura del movimiento que está muy lejana de las formas históricas de organización.
Esta estructura se modifica continuamente, escapando a toda tentativa de cristalización. Se caracteriza por la autoorganización de los productores en el lugar de trabajo, y la simultánea autoorganización de las formas de lucha contra el trabajo. No tomar los medios de producción a través de las organizaciones históricas, sino rechazar de la producción a través del empuje de estructuras organizativas que se modifican continuamente.
Lo mismo ocurre en la realidad no garantizada (parados, trabajo temporal). Las estructuras emergen sobre la base de la autoorganización, estimuladas por la huida del aburrimiento y la alienación. La introducción de objetivos programados e impuestos por una organización ajena a estas estructuras mataría al movimiento y lo relegaría al espectáculo de la mercancía.
Muchos de nosotros estamos atados a esta visión de la organización revolucionaria. Incluso los anarquistas, que rechazan la organización autoritaria, no dejan de reconocer validez a sus formaciones históricas. Sobre esta base aceptamos que la realidad contradictoria del capital puede ser atacada con medios similares. Lo hacemos porque estamos convencidos de que estos medios son legítimos, emergentes del mismo terreno del enfrentamiento con el capital. Rechazamos admitir que alguien pueda no ver las cosas como nosotros lo hacemos. Nuestra teoría es idéntica a la práctica y la estrategia de nuestras organizaciones.
Hay muchas diferencias entre nosotros y los autoritarios. Pero todas se hunden ante nuestra fe común en la organización histórica. Se llegará a la anarquía a través de la obra de estas organizaciones (las diferencias –sustanciales- sólo aparecen a través de métodos aproximativos). Pero esta fe demuestra algo muy importante: la pretensión de toda nuestra cultura racionalista de explicar el movimiento de la realidad, y de explicarlo de un modo progresivo. Esta cultura se basa en la idea de la irreversibilidad de la historia y en la capacidad analítica de la ciencia. Todo esto nos hace ver el momento presente como el punto de confluencia de todos los esfuerzos del pasado, como el punto más alto de la lucha contra el poder de las tinieblas (la explotación capitalista). Así nosotros estaríamos, de un modo absoluto, más avanzados que nuestros predecesores, capaces de elaborar y poner en práctica teorías y estrategias organizativas que serían el resultado de la suma de todas las experiencias pasadas.
Todos aquellos que rechazan esta interpretación se encuentran automáticamente fuera de la realidad, que es por definición historia, progreso y ciencia. Quien rechaza es antihistórico, antiprogresista y anticientífico. Condenas sin apelación.
Reforzados con esta coraza ideológica salimos a la calle. Aquí nos encontramos con una realidad de lucha estructurada de modo diferente. Estas estructuras actúan sobre la base de estímulos que no entran en el cuadro de nuestros análisis. Una pacífica mañana, durante una pacífica manifestación autorizada, la policía empieza a disparar, la estructura reacciona, los compañeros también disparan, los policías caen ¡Moraleja! La manifestación era pacífica, para que haya degenerado en pequeñas acciones de guerrilla debe haber habido provocación. Nada puede salir del cuadro perfecto de nuestra organización ideológica, que no es sólo una “parte” de la realidad, sino que es “toda” la realidad. Lo que vaya más allá es locura y provocación.
Se destruyen algunos supermercados, algunos negocios, se saquean almacenes de comida y armerías, se queman coches de gran cilindrada. Es un ataque al espectáculo mercantil, en sus formas más conspicuas. Las nuevas estructuras se mueven en esa dirección. Toman forma de repente, con una mínima orientación estratégica preventiva indispensable. Sin alardes, sin grandes premisas analíticas, sin complejas teorías de apoyo. Atacan. Los compañeros se identifican con estas estructuras. Rechazan las organizaciones del equilibrio del poder, de la espera, de la muerte, su acción es una crítica concreta de la posición de espera, suicida, de estas organizaciones. ¡Moraleja! Ha tenido que haber provocación.
Se atacan los modelos tradicionales de “hacer” política. Se incide fuerte y críticamente sobre el movimiento mismo. Se usan las armas de la ironía. No limitada al estudio cerrado de un escritor, sino en masa, por las calles. No sólo los siervos de los amos, los ya reconocidos, a nivel oficial, sino los guías revolucionarios de un pasado lejano y reciente, se encuentran en dificultades. La mentalidad del jefe de poca monta líder de un grupo es puesta en crisis. ¡Moraleja! La crítica sólo es legítima contra los amos, y según las reglas fijadas por la tradición histórica de la lucha de clases. Quien se desvíe del seminario es un provocador.
A la gente le hastían las reuniones, la lectura de los clásicos, las manifestaciones inútiles, las discusiones teóricas, las infinitas distinciones, la monotonía y la extrema miseria de ciertos análisis políticos. Ante todo esto la gente prefiere hacer el amor, fumar, escuchar música, caminar, dormir, reír, jugar, matar policías, lisiar periodistas, ajusticiar magistrados, volar comisarías. ¡Moraleja! La lucha es legítima sólo cuando es comprensible para los jefes de la revolución. En caso contrario, existiendo el riesgo de que la situación se escape a su control, tiene que haber habido provocación.
Date prisa, compañero, dispara pronto al policía, al juez, al jefe, antes de que una nueva policía te lo impida.
Date prisa en decir no, antes de que una nueva represión te convenza de que es inútil, loco, de que aceptes la hospitalidad del malcomió.
Date prisa en atacar al capital, antes de que una nueva ideología lo haga sagrado para ti.
Date prisa en rechazar el trabajo, antes de que un nuevo sofista de diga, una vez más, que “el trabajo te hace libre”.
Date prisa en jugar. Date prisa en armarte.
No habrá Revolución hasta que no bajen los cosacos.
Coeurderoy
VIII
Incluso el juego en la lógica del capital es enigmático y contradictorio, que lo usa como uno de los componentes del espectáculo de la mercancía. Adquiere una ambigüedad que no posee en sí mismo. Esta ambigüedad proviene de la estructura ilusoria de la producción capitalista. De esta forma, el juego deviene en suspensión de la producción, un paréntesis de “tranquilidad” en la vida cotidiana. Así el juego es programado y usado escénicamente.
Fuera del dominio del capital el juego es armoniosamente estructurado por su propio impulso creativo. No está ligado a esta o aquello representación deseada por las fuerzas del mundo de la producción, sino que se desarrolla autónomamente. Sólo en esta realidad el juego es alegre, da placer. No “suspende” la tristeza del desgarro causado por la explotación; al contrario, la realiza por completo, devolviéndola participante en la realidad de la vida. De esta forma se opone a los engaños puestos en acción por la realidad de la muerte –incluso a través del juego- para hacer la tristeza menos triste.
Los destructores de la realidad de la muerte luchan contra el reino mítico de la ilusión capitalista, un reino que, aspirando a la eternidad, rueda en el polvo de la contingencia. El placer emerge del juego de la acción destructiva, del reconocimiento de la profunda tragedia que implica, de la conciencia del entusiasmo que es capaz de abatir las telarañas de la muerte. No es cuestión de oponer horror al horror, tragedia a la tragedia, muerte a la muerte. Es una confrontación entre placer y horror, placer y tragedia, placer y muerte.
Para matar a un policía no es necesario ponerse la toga de juez, apresurándose a limpiarla de la sangre de anteriores sentencias. Los tribunales y las sentencias son siempre parte del espectáculo del capital, incluso cuando son revolucionarios quienes juegan esos papeles. Cuando se mata a un policía no se pesa su responsabilidad, el enfrentamiento de clase no se convierte en una cuestión de aritmética. Uno no programa una visión de la relación entre el movimiento revolucionario y los explotadores. Se responde al nivel inmediato de una exigencia que ha venido a ser estructurada en el movimiento revolucionario, una necesidad que todos los análisis y justificaciones del mundo nunca podrían haber impuesto.
Esta exigencia es el ataque al enemigo, al explotador y a sus siervos. Madura lentamente en las estructuras del movimiento. Sólo cuando aparece, el movimiento pasa de la defensa al ataque. El análisis y la justificación moral están río arriba, no en el valle, a los pies de quienes salen a las calles para hacerlos tropezar. Se encuentran en los siglos de violencia sistemática que el capital ha ejercido sobre los explotados. Pero no se encuentran necesariamente de forma completa y lista para usar. Esta pretensión es una ulterior forma de nuestras intenciones racionalizantes, de nuestro sueño de imponer a la realidad un modelo que no se le ajusta.
Hagamos descender a estos Cosacos. No apoyamos el papel de la reacción, eso no es para nosotros. No aceptamos la equívoca invitación del capital. Mejor que disparar a nuestros compañeros o a nosotros mismos, es disparar a los policías.
Hay momentos en la historia en los que la ciencia existe en la conciencia de aquellos que luchan. En estos momentos no hay necesidad de intérpretes de la verdad. Ésta emerge de las cosas. La realidad de las luchas produce la teoría del movimiento.
El nacimiento del mercado marcó la formación del capital, el paso de un modelo feudal de producción al modelo capitalista. Con la entrada de la producción en su fase espectacular la mercancía se ha extendido a todo lo existente: amor, ciencia, sentimientos, conciencia, etc. el espectáculo se ha ensanchado enormemente. La segunda fase no constituye, como mantienen los marxistas, una corrupción de la primera. Es una fase diferente. El capital lo devora todo, incluso la revolución. Si esta no rompe con el esquema de la producción, si pretende imponer una producción alternativa, el capitalismo la engullirá en el espectáculo mercantil.
Sólo la lucha en la realidad del enfrentamiento no puede ser engullida. Algunas de sus formas, cristalizándose en formas organizativas precisas, pueden terminar siendo arrastradas al espectáculo. Pero cuando rompen con el significado fundamental que el capital asigna a la producción, se hace extremadamente difícil. En la segunda fase las cuestiones de la aritmética y de la venganza no tienen sentido. Si son mencionadas adquieren un significado metafórico.
El juego ilusorio del capital (el espectáculo de la mercancía) debe ser sustituido por el juego real del ataque armado contra el capital, por la destrucción de lo irreal y del espectáculo.
Hazlo por ti mismo.
Manual hazlo por ti mismo.
IX
El fácil, puedes hacerlo por ti mismo. Sólo o con unos cuantos compañeros de confianza. No se necesitan grandes medios. Ni siquiera grandes conocimientos técnicos.
El capital es vulnerable. Basta con estar decidido.
Una inmensidad de chácharas nos ha hecho obtusos. No es una cuestión de miedo. No estamos asustados, sólo estúpidamente llenos de ideas prefabricadas. No logramos librarnos de ellas.
Quien está decidido a llevar a cabo sus actos no es una persona corajuda. Es simplemente alguien que ha clarificado sus ideas, que se ha dado cuenta de la futilidad de hacer esfuerzos por jugar bien el papel que le ha sido asignado por el capital en la representación. Consciente, ataca con fría determinación. Y al hacerlo se realiza como hombre. Se realiza a sí mismo en el placer. El reino de la muerte desaparece ante él. Incluso si crea la destrucción y el terror de los amos, en su corazón, y en el corazón de los explotados, hay placer y calma.
Las organizaciones revolucionarias tienen dificultades en comprender todo esto. Imponen un modelo que reproduce la simulación de la realidad productiva. El destino cuantitativo les impide realizar cualquier movimiento cualitativo al nivel de la estética del placer.
Estas organizaciones también ven el ataque armado en clave cuantitativa. Los objetivos se fijan sobre la base del choque frontal.
De esta forma el capital es capaz de controlar cualquier emergencia. Puede incluso permitirse el lujo de aceptar las contradicciones, señalar objetivos espectaculares, explotar los efectos negativos en los productores para agrandar el espectáculo. El capital acepta el enfrentamiento en el campo cuantitativo porque allí conoce todas las respuestas. Tiene el monopolio de las reglas y produce él mismo las soluciones.
Por el contrario, el placer del acto revolucionario es contagioso. Se expande como una mancha de aceite. El juego adquiere significado cuando actúa en la realidad. Pero este significado no cristaliza en un modelo dirigido desde arriba. Se deshace en mil significados, todos productivos e inestables. La conexión interna del juego mismo se consume en la acción de ataque. Pero sobrevive el significado exterior, el significado que tiene el juego para aquellos que están fuera y quieren apropiarse de él. Las conexiones entre quienes juegan primero y quienes “observan” las consecuencias liberatorias del juego son esenciales para el juego mismo.
Se estructura así la comunidad del placer. Una forma espontánea de entrar en contacto. Fundamental para la realización de los más profundos significados del juego. Jugar es un acto comunitario. Raramente se presenta como acción aislada. Si lo hace, a menudo contiene los elementos negativos de la alienación psicológica. No es una aceptación positiva del juego como momento creativo en una realidad de lucha.
Es el sentido comunitario del juego lo que impide la arbitrariedad en la elección de los significados del juego mismo. En ausencia de relaciones comunitarias el individuo podría imponer sus propias reglas y significados, que podrían ser incomprensibles a los demás, haciendo del juego una suspensión temporal de las consecuencias negativas de sus problemas individuales (problemas del trabajo, a alienación y la explotación).
En el acuerdo comunitario el juego es enriquecido por un flujo de acciones recíprocas. La creatividad es mayor cuando proviene de fantasías liberadas y verificadas recíprocamente. Cada invención, cada nueva posibilidad puede ser vivida colectivamente, sin modelos preconstituidos, y tener una influencia vital, incluso por ser simplemente un modelo creativo, incluso si encuentra mil dificultadas para su realización.
Una organización revolucionaria tradicional termina imponiendo a sus técnicos. No puede evitar el peligro tecnocrático. La gran importancia asignada al momento instrumental de la acción la condena a este camino.
La estructura revolucionaria que busca el momento del placer en la acción dirigida a destruir el poder considera los instrumentos usados para llevar a cabo esa destrucción como instrumentos, como medios. Los que usan estos instrumentos no deben convertirse en sus esclavos. Así como quienes no saben usarlos no deben convertirse en esclavos de los que sí saben.
La dictadura del instrumento es la peor de las dictaduras.
El arma más importante de los revolucionarios es su determinación, su conciencia, su decisión para actuar, su individualidad. Las armas concretas son instrumentos que deberían estar continuamente sometidas a evaluación crítica. Es necesario desarrollar una crítica de las armas. Hemos visto demasiadas sacralizaciones de la metralleta y de la eficiencia militar.
La lucha armada no es algo que concierna sólo a las armas. No pueden representar, por sí mismas, la dimensión revolucionaria. Es peligroso reducir la compleja realidad a una sola cosa. De hecho, el juego envuelve este riesgo, el de reducir el experimento vital a juguete, haciéndolo algo mágico y absoluto. No por casualidad la metralleta aparece en el simbolismo de muchas organizaciones revolucionarias combatientes.
Debemos ir más allá para comprender el profundo significado de la lucha revolucionaria como placer, escapando a las ilusiones y a las trampas de una representación del espectáculo mercantil a través de objetos míticos o mitificados.
El capital hace su último esfuerzo cuando encara la lucha armada. Libra la batalla en su última frontera. Necesita el apoyo de la opinión pública para actuar en un terreno en el que no está seguro de si mismo. De ahí que desencadene una guerra psicológica que emplea las armas más refinadas de la propaganda moderna.
En sustancia el capital, en su actual organización física, es vulnerable ante una estructura revolucionaria que decida los tiempos y los modos del ataque. Es consciente de esta debilidad y se apresura en contrarrestarla. La policía no basta. Ni siquiera el ejército. Necesita vigilancia continua por parte de la misma gente. Incluso de la parte más humilde del proletariado. Para hacer esto debe dividir el frente de clase. Debe diseminar el mito de la peligrosidad de las organizaciones armadas entre los pobres, el mito de la bondad del Estado, de la ley, etc.
Por tanto empuja a las organizaciones y a sus militantes a asumir un papel. Una vez en este “papel” el juego pierde todo sentido. Todo se vuelve “serio”, por tanto ilusorio, espectacular y mercantil. El placer se transforma en “máscara”. El individuo se hace anónimo, vive en su papel y ya no es capaz de distinguir entre apariencia y realidad.
Para romper el cerco mágico de la dramaturgia mercantil debemos rechazar los roles, incluido el de “revolucionario profesional”.
La lucha armada debe escapar a la caracterización de la “profesionalidad”, a la que la división de tareas que el aspecto externo de la producción capitalista quiere imponerle.
“Hazlo por ti mismo”. No rompas el aspecto global del juego para empobrecerlo mediante roles. Defiende tu derecho a gozar de la vida. Obstruye el proyecto de muerte del capital. Éste puede penetrar en el mundo de la creatividad del juego sólo si transforma al que juega en jugador, al viviente creador en el muerto que imagina estar vivo.
No tiene sentido hablar del juego si el “mundo del juego” se centraliza. Proponiendo nuestro discurso sobre el “placer armado” debemos también prever la posibilidad de que el capital recoja la propuesta revolucionaria. Y este recoger puede ser hecho a través de la gestión externa del mundo del juego: fijando el rol del jugador, los roles de la reciprocidad de la comunidad del juego, la mitología del ju
CRÍTICA MARXISTA AL ANARQUISMO.
Por EL MILITANTE -
Monday, Feb. 06, 2006 at 12:50 AM
Fundación Federico Engels .. Documentos El
Militante MARXISMO Y
REVOLUCIÓN índice Presentación El presente documento dedica una buena parte de su
contenido a cuestiones teóricas pero sin duda su finalidad es práctica. Al
fin y al cabo la revolución socialista es una cuestión práctica y para
nosotros, como marxistas revolucionarios, la validez de cualquier
aportación en el terreno de las ideas se mide por su contribución al
triunfo de la lucha contra el capitalismo, contra una sociedad injusta que
somete a la mayoría de la población del planeta a la miseria y a la
opresión y, que históricamente, ha dejado de jugar un papel
progresista. La controversia entre el marxismo y el anarquismo no es
algo nuevo. Existe mucho material escrito por los propios clásicos (Marx,
Engels, Lenin y Trotsky por un lado y Proudhom, Bakunin, Kropotkin y
Malatesta por otro) y a él remitimos a todos los que quieran profundizar
más en el tema. Pero si algún sentido tiene ahora un material sobre el
anarquismo desde el punto de vista del marxismo revolucionario, es para
situarlo en el contexto actual de la lucha de clases. Por esta razón, en
la polémica con los seguidores del anarquismo, los marxistas empezamos por
plantear los siguientes interrogantes: ¿Se puede derrocar el capitalismo y
el Estado que lo sostiene? ¿Cómo? ¿Con qué fuerzas? ¿Con qué métodos? ¿Qué
papel juegan los partidos y cuál debe ser nuestra posición, como
revolucionarios, hacia ellos? ¿Y hacia los sindicatos, hacia las
elecciones, hacia el parlamento? ¿Qué reivindicaciones debemos defender y
cuáles combatir? Viejas preguntas que están en la cabeza de miles
de jóvenes y trabajadores que se aproximan ahora a la participación
consciente en la lucha. I. Teoría y práctica del
anarquismo Durante los últimos años la idea central que la
burguesía ha transmitido a través de los medios de comunicación de masas,
de sus ideólogos, sociólogos, subrayaba que el sistema social capitalista
es el fin de la historia. Para ellos, todos los intentos de
transformar la situación y de cuestionar su poder son considerados, como
mínimo, una lamentable pérdida de tiempo. Otros, de una forma más
condescendiente, en la medida en que perciben que esos intentos aún están
muy frescos en la memoria colectiva, optan por presentarlos como actos
cargados de utopía; simpáticos pero sin ninguna posibilidad de triunfo. En
ese sentido, el tratamiento que la burguesía dio y sigue dando al Mayo del
68 francés es un extraordinario modelo de manipulación histórica. Algo
parecido ocurre con el proceso revolucionario de Chile que acabó con el
golpe de Estado de Pinochet en 1973. Pero esos acontecimientos y muchos
otros —como la Revolución de los Claveles en Portugal de 1974, la
Revolución Rusa de 1917 o la revolución española en los años treinta—, por
encima de la visión caricaturizada y simplificada que nos presenta la
burguesía, fueron verdaderos procesos revolucionarios. Eran el reflejo del
cambio brusco que se produjo en la conciencia de millones de trabajadores,
jóvenes, campesinos... y que les impulsaron, parafraseando a Trotsky, "a
tomar el destino de la historia en sus propias manos". La idea del fin de la historia no es nueva. Siempre la
clase dominante cree que el sistema que le permite obtener sus
privilegios, sus beneficios, su prestigio es el único posible, el más
justo, y que por lo tanto es el encumbramiento del progreso humano, la
realización de la sociedad ideal tras siglos de perfeccionamiento y
evolución gradual. Se olvidan u ocultan deliberadamente que el propio
sistema capitalista fue también producto de un proceso revolucionario. Un sistema condenado Si el capitalismo fuera lo único posible la humanidad
estaría condenada a una pesadilla eterna. El sistema social capitalista
significa desigualdad creciente, explotación, desempleo, opresión,
militarismo, hipocresía, manipulación, violencia, ignorancia. Ni siquiera en el periodo posterior a la II Guerra
Mundial, la etapa más próspera de toda la historia del capitalismo, hubo
un sólo día de paz en el mundo. La muerte por hambre es una realidad en
buena parte del planeta. La persecución, el asesinato y la tortura contra
los que defienden los derechos de los más pobres o determinadas ideas
políticas, jamás han dejado de practicarse de una forma generalizada en la
mayoría de los países, incluso en los que aparentan ser "democracias
respetables". En realidad, tan sólo en Japón, EEUU y algunos países de
Europa, se alcanzaron niveles de vida más o menos decentes, debido a la
universalización de la sanidad, de la educación, del seguro de desempleo,
y todo ello, producto de la lucha del movimiento obrero. Pero si algo
caracteriza la etapa en la que vivimos es que todo lo que ha hecho posible
una vida más o menos civilizada está bajo ataque de la burguesía en todos
los países del mundo. El paro ha llegado a cifras similares a los años 30. Tan
sólo en Europa Occidental, según cifras oficiales, hay cerca de 18
millones de parados, el 10,6% de la población activa. La cifra para el
Estado español es de un 16%. Pero incluso en Alemania, el país "fuerte" de
Europa, el desempleo ha superado los cuatro millones por primera vez desde
la época de Hitler. El nivel de pobreza en los países capitalistas avanzados
ha llegado a niveles nunca vistos. Por primera vez en generaciones, tal
como plantea el conocido Informe Petras sobre la situación de la
juventud en el Estado español, los hijos no superarán el nivel de vida de
sus padres. La independencia familiar, el empleo estable es una
perspectiva casi imposible para la juventud. La otra cara de la moneda son los beneficios millonarios
que las multinacionales y los grandes bancos están obteniendo. Beneficios
que salen no tanto de la creación de riqueza como de la reducción
generalizada de los salarios y de los gastos sociales, de la
intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo, de la oleada de
privatizaciones de empresas públicas rentables y, por supuesto, del saqueo
de los países subdesarrollados. La concentración de la riqueza ha llegado a niveles
desconocidos. En EEUU, 500 grandes monopolios controlan el 92% de los
ingresos nacionales. A escala mundial, las mil mayores compañías tenían
ingresos por valor de ocho billones de dólares, lo que equivale a una
tercera parte de los ingresos mundiales. En EEUU, el 0,5% de los hogares
más ricos posee la mitad de los activos financieros en manos de
individuos. Pero paradójicamente donde más han calado todas esas
patrañas de la burguesía acerca de las lindezas del mercado es en los
dirigentes de las organizaciones sindicales y políticas de la clase
obrera. Es lógico que la burguesía trate de convencernos de la
"inevitabilidad" de su sistema y de la superioridad de la economía de
mercado. Lo que no es tan lógico es que esto lo crean los dirigentes de
las organizaciones obreras. Pero esto tampoco es un fenómeno nuevo. Los periodos de
crecimiento capitalista más o menos prolongados, aun aquellos que sólo han
beneficiado a una pequeña parte de los trabajadores de todo el mundo, han
tenido un efecto en los dirigentes de los partidos y sindicatos obreros en
el sentido de aumentar su confianza en el capitalismo, abandonando
cualquier pretensión de transformar la sociedad. Ilusiones en el capitalismo Este fenómeno también se produjo tras el boom
económico de finales del siglo XIX y la primera década del sigo XX. Los
dirigentes de los sindicatos y los partidos obreros de masas de entonces
creyeron que el capitalismo había superado sus crisis, confundiendo una
recuperación temporal con la superación definitiva de la enfermedad.
Abandonaron las ideas revolucionarias que originalmente habían defendido y
pasaron a ideas más "realistas", entiéndase
reformistas.. La aceptación de la lógica del sistema capitalista les
llevó muy lejos. Aquel boom económico, desembocó en una crisis
aguda y en la I Guerra Mundial, una guerra imperialista en la que las
distintas potencias se disputaron el mercado mundial utilizando a millones
de jóvenes como carne de cañón. La mayoría de los líderes de los partidos
obreros integrantes de la II Internacional, que ya habían echado el
marxismo y sus ideas revolucionarias por la borda desde hacía tiempo,
abandonaron cualquier posición internacionalista y apoyaron a sus
respectivas burguesías nacionales y los presupuestos de guerra; no sólo
los reformistas, también el ruso Kropotkin, uno de los principales
ideólogos del anarquismo de todos los tiempos, se dejó arrastrar por la
oleada chovinista desatada por la burguesía y se posicionó a favor de Gran
Bretaña, Francia y Rusia durante la guerra. En la actualidad vivimos una situación que tiene un
cierto parecido con aquella; la práctica totalidad de los dirigentes de
las organizaciones obreras creen que la "salud" del capitalismo es
excelente, que el libre mercado ha sido capaz de amortiguar
definitivamente las tensiones sociales precisamente cuando lo más probable
es que el capitalismo entre en una profunda recesión económica. Y al igual
que sus homólogos a principios del siglo XX, apoyan incondicionalmente las
intervenciones militares del imperialismo, en nombre de la "democracia" y
la "libertad". En general suele ocurrir que los "dirigentes" obreros,
más que estar al frente de las movilizaciones, más que anticiparse a los
ataques de la burguesía y preparar a los trabajadores para responderlos,
más que fomentar la desconfianza en la búsqueda de soluciones a los
problemas bajo el capitalismo, más que actuar al fin y al cabo como
dirigentes de la clase, se ponen al culo de la lucha, se oponen a
ella, dificultan el proceso de toma de conciencia, y se convierten en
instrumentos de la burguesía, en sus lugartenientes en las filas del
movimiento obrero. El papel de los dirigentes reformistas Ese es el factor más importante de la situación política
actual, no sólo en el Estado español sino en todo el mundo: el alejamiento
de los dirigentes de las aspiraciones y de los sentimientos de los
trabajadores y de la juventud. Los años de gobierno del PSOE, con una
política que giró progresivamente a la derecha, su "oposición de
terciopelo" a la política del PP una vez en la oposición, la política
sindical de los dirigentes de UGT y CCOO, con la firma de acuerdos que han
permitido al gobierno de la derecha presentar ataques (reforma laboral,
pensiones...) como ¡conquistas para los trabajadores!, son hechos que
influyen en la situación política. ¿Por qué existe esta tendencia, que es un fenómeno que
se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia del movimiento
obrero? En realidad las presiones de la burguesía, del sistema,
se ejercen fundamentalmente sobre los dirigentes de los partidos y de los
sindicatos obreros. En la medida que no tienen una perspectiva
revolucionaria consciente, producto de la compresión real de cómo funciona
el capitalismo, los dirigentes suelen ser mucho más vulnerables a las
presiones de la clase dominante, que les enseña su cara amable, les hace
copartícipes de algunos de sus privilegios y les integra otorgándoles la
credencial de "agentes sociales". Al abandonar la perspectiva de la
transformación de la sociedad, la perspectiva del socialismo, pasan a
aceptar la idea de que cualquier política de mejoras de las condiciones de
vida tiene como límite las posibilidades del sistema. Por eso, en líneas
generales, cuando el margen de maniobra económico que da el sistema es
escaso no sólo se moderan la demandas económicas sino los derechos
sindicales, las libertades políticas..., en coherencia con su idea de
fondo según la cual el capitalismo es el único sistema posible. El Gobierno PSOE llegó a aprobar la ley Corcuera.
Ahora el PP, la derecha pura y dura, utiliza esta ley contra el movimiento
estudiantil y las huelgas obreras, y llega mucho más lejos al suscribir
con el apoyo de los dirigentes del PSOE la Ley de Partidos Políticos, que
constituye el mayor ataque a la libertad de organización, expresión y
reunión desde la caída de la dictadura de Franco. Si nos remontásemos en
la historia, durante la II República el gobierno socialista-republicano
aprobó la ley en defensa de la república, que castigaba con la cárcel
cualquier insulto u ofensa a la autoridad y que fue utilizada a fondo por
la derecha durante el Bienio Negro, para reprimir la lucha de los
trabajadores y los jornaleros. Sin embargo nada ni nadie puede detener el proceso que
conduce a situaciones revolucionarias, a un enfrentamiento abierto entre
las clases. La burguesía y los reformistas pueden retardar el proceso,
pero no evitarlo. La revolución es un proceso objetivo y hunde sus raíces
en la incapacidad del sistema capitalista de hacer progresar la
sociedad. De igual manera que el reformismo es una tendencia
política inevitable, también existen y surgen, en el seno del movimiento
obrero y basándose en la experiencia de los acontecimientos, tendencias
revolucionarias. Cuando la situación de la lucha de clases entra en una
fase más aguda, no es menos cierto que un giro a la izquierda de los
dirigentes puede animar todavía más la radicalización de los trabajadores,
sobrepasando con creces en la práctica, el radicalismo que tienen
los dirigentes de palabra. Eso ocurrió, por ejemplo, con Largo
Caballero, dirigente del PSOE, que llegó a participar en los Consejos de
Trabajo de la dictadura de Primo de Rivera y tras la experiencia de la
primera etapa del gobierno republicano y el ascenso del fascismo en
Europa, defendió la "dictadura del proletariado" y la revolución generando
verdadero entusiasmo entre los trabajadores y campesinos de todo el Estado
español. De la misma manera que las presiones del capitalismo
empujan a la dirección de los partidos obreros hacia la derecha, la clase
obrera ejerce una presión en sentido contrario. La convocatoria de la
huelga general del 20 de junio de 2002 es un ejemplo claro. Fue la presión
del movimiento desde abajo, que se expresaba en huelgas sectoriales muy
radicalizadas, en la oposición del movimiento estudiantil a las
contrarreformas educativas del PP, en las masivas manifestaciones
antiglobalización, lo que empujó a las direcciones de CCOO y UGT a
responder con la huelga al decretazo que recortaba los derechos sociales
de los parados. Por una alternativa revolucionaria de masas En todo caso, el reconocimiento del papel negativo, de
freno, que juega el reformismo es al mismo tiempo un reconocimiento
implícito de su influencia efectiva en el movimiento obrero. Esa
influencia negativa, y sin embargo real, no es algo caprichoso. Obedece
fundamentalmente a la ausencia de una alternativa revolucionaria de masas
frente a los planteamientos reformistas y pro-capitalistas de las
direcciones de la organizaciones obreras. Las tres o cuatro décadas posteriores a la II Guerra
Mundial fueron la época del reformismo por excelencia. La idea de alcanzar
mejoras sin necesidad de una revolución tenía una correspondencia con la
experiencia de millones de obreros en los países capitalistas avanzados.
Esta situación, que fue una realidad restringida a una parte mínima de la
población del planeta, ha ido cambiando a pasos agigantados en los últimos
tiempos. Sin embargo las ideas reformistas dirigentes siguen siendo
predominantes. No existe una relación mecánica entre los procesos
económicos y políticos; aunque los primeros son determinantes, sólo lo son
en último término. Ninguno de los problemas básicos de la población tiene
justificación en las limitaciones de la técnica o de la producción. Éstas
han alcanzado un desarrollo sin precedentes de tal forma que sería posible
acabar rápidamente con el hambre, la miseria, el desempleo, la explotación
infantil, el analfabetismo. Si los medios de producción estuviesen al
servicio del conjunto de la sociedad, si la producción se organizase con
el fin de satisfacer las necesidades sociales y no la obtención privada de
beneficios, todas las lacras sociales desaparecerían. Una sociedad
socialista, basada en una economía planificada democráticamente, con el
control directo y democrático por parte de los trabajadores y de la
mayoría de la sociedad, haría posible la reducción efectiva de la jornada
de trabajo, liberando a la mayoría de la población de la lucha cotidiana
por la supervivencia e implicaría una explosión de cultura y de
inteligencia imposibles de alcanzar bajo el capitalismo. Sin embargo el socialismo no sólo es una buena idea, es
una necesidad y esa necesidad se manifestará tarde o temprano en luchas
más virulentas y explosivas. En todo caso contrarrestar la influencia del reformismo a
favor de las ideas de la revolución es para nosotros el quid de la
cuestión y por tanto el punto más importante para un movimiento
revolucionario consecuente. Si pudiéramos trazar la historia a nuestro antojo
podríamos elegir el estallido de la revolución coincidiendo con el momento
en que al frente del movimiento obrero estuviesen las organizaciones
revolucionarias. Pero eso no está garantizado de antemano, es una tarea,
la tarea más importante. La desgracia de la mayoría de los procesos
revolucionarios como los que hemos mencionado más arriba, es que en los
momentos decisivos no existía una dirección auténticamente revolucionaria,
completamente dispuesta a llegar hasta el final, sin los vicios y las
vacilaciones propias de un largo periodo de práctica reformista. La crítica fundamental del marxismo revolucionario al
anarquismo es precisamente que las concepciones y los métodos propugnados
por este último no sirven para resolver la contradicción señalada más
arriba, es decir, arrebatar al reformismo la hegemonía que tiene sobre el
movimiento obrero y fortalecer las ideas de la transformación socialista
de la sociedad, las ideas revolucionarias. Hoy las ideas anarquistas no tienen, ni de lejos, la
influencia de los años 30 y eso obedece a razones sociales y políticas de
fondo, que luego explicaremos. Sin embargo, en la actual situación
política, ideas antipartido, antiorganización,
antipolítica pueden tener cierto eco entre un sector de la juventud
como respuesta a la nefasta política del reformismo. Algunos grupos
anarquistas incluso rechazan la lucha por reivindicaciones inmediatas,
como si éstas, al igual que la política o la existencia de dirigentes
fueran, al margen de cualquier otra consideración, una manera de
integración en el sistema. Este tipo de planteamientos aparentemente radicales
cuanto más apoyo alcanzan más contribuyen a los intereses objetivos de la
burguesía y del reformismo, aumentan la desorganización del movimiento y
contribuyen al desprestigio de las ideas verdaderamente
revolucionarias. Sin embargo, antes de entrar en las diferencias de fondo
entre el anarquismo y el marxismo, queremos hacer una aclaración
importante. En la historia del movimiento obrero internacional y
concretamente en el Estado español, bajo la bandera del anarquismo
lucharon millones de trabajadores, campesinos y jóvenes revolucionarios.
La CNT en los años 30 era la organización que agrupaba mayoritariamente
los sectores más combativos y sacrificados del movimiento obrero, que
entregaron su vida en los frentes combatiendo el fascismo. El espíritu de
los trabajadores anarquistas en los años 30 sí debe ser para todos los
revolucionarios una fuente de inspiración —desde luego para los marxistas
es así— y una prueba de la capacidad revolucionaria de la clase
trabajadora. Nosotros distinguimos como un hecho muy positivo el
"espíritu anarquista" de luchar contra la opresión del Estado, contra la
hipocresía y las maniobras de la burguesía, contra la participación de los
dirigentes obreros en estas maniobras, contra la mentalidad práctica y
posibilista que caracteriza a la burocracia que se forma en los partidos y
los sindicatos obreros. No sólo compartimos este "espíritu anarquista"
sino que lo consideramos también parte del verdadero "espíritu marxista";
es en realidad un "espíritu revolucionario" que se genera espontáneamente
en las masas y que está presente hoy en muchos trabajadores y sobre todo,
jóvenes. Lo que no compartimos es la ideología anarquista que,
como el marxismo, es un sistema completo de ideas y no simplemente un
espíritu, o la simple suma de nociones sueltas. ¿Individualismo o lucha de clases? Por supuesto que el capitalismo es un verdadero tapón
para el desarrollo individual de las personas. No podría ser de otra
manera tratándose de un sistema que obliga a la inmensa mayoría de la
población del planeta a concentrar todas sus preocupaciones en la
supervivencia cotidiana. Para millones de seres humanos el simple hecho de
estar vivos al día siguiente (superando las inclemencias de la naturaleza,
el hambre y violencias de todo tipo) constituye un auténtico éxito
personal. No es ésa la mejor situación para el desarrollo de todas las
inquietudes individuales implícitas en el género humano. Todo lo
contrario: el capitalismo nos retiene con fuerza en un modo de vida mucho
más animal que auténticamente humano. En ese sentido, la lucha contra el
capitalismo y por una sociedad socialista significará un desarrollo sin
precedentes de todo el potencial creativo, intelectual, físico y moral de
los individuos y cómo no, de toda la colectividad. Pero una cosa es eso y
otra muy distinta es situar al individuo, contrapuesto a la clase obrera,
como el agente fundamental llamado a acabar con la opresión capitalista y
del Estado. Para el marxismo el motor de la evolución histórica es la
lucha de clases. "Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores
y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se
enfrentaron siempre (...); lucha que terminó siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en
pugna", afirmaban Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. La
perspectiva de transformación revolucionaria de la sociedad se basa en el
análisis de las propias contradicciones que genera la sociedad de clases.
La consolidación del modo capitalista de producción frente a la economía
de tipo feudal, el desarrollo y la concentración de los medios de
producción, la generalización del trabajo asalariado, han creado las
condiciones objetivas para la transformación socialista de la sociedad.
Esas condiciones son esencialmente dos: un nivel de desarrollo económico y
tecnológico que permita al ser humano planificar conscientemente la
obtención y la reposición de lo necesario para vivir dignamente y la
existencia de una clase social revolucionaria, la clase obrera, con la
fuerza suficiente para derrocar a la burguesía, a los explotadores. Así, aunque tanto el anarquismo como el marxismo tienen
como objetivo inmediato la lucha contra la opresión (hablando en términos
muy generales), ocurre que para los primeros la base que sustenta esta
lucha es la del individuo (en general), contra el Estado (en general) y
para los segundos es la lucha de los trabajadores (una clase social con
intereses históricos y características determinados) contra la
burguesía (otra clase social que también tiene intereses propios y una
forma de actuar característica) y su Estado (el Estado
capitalista o burgués). El pensamiento anarquista clásico lleva implícita una
visión ahistórica de los procesos sociales. El individuo, llamado a
restablecer la justicia, no pertenece a ninguna formación social
determinada, como tampoco le ocurre a la autoridad a combatir. El
surgimiento del Estado, por tanto, aparece desligado de los procesos
económicos y sociales y es un fenómeno que tiene su origen en el
pensamiento puro, que pudo haberse producido en cualquier momento de la
historia de la humanidad. Por la misma lógica desaparecerá la opresión
simplemente por otro acto de voluntad, pero esa vez de signo contrario. En
este sentido el anarquismo abraza completamente al idealismo en el campo
del pensamiento filosófico, desembocando en una visión conspirativa y
organizativa de los métodos de lucha. La naturaleza de clase del anarquismo El anarquismo y el marxismo tuvieron una influencia
clarísima en la lucha de clases desde mediados del siglo XIX. Cualquier
ideología que alcanza determinado eco e influencia refleja también (de una
manera más o menos directa, más o menos consciente) los intereses de
determinadas clases sociales. Establecer estas relaciones ayuda siempre a
comprender la auténtica naturaleza de esas ideologías y situarlas en su
contexto histórico. El anarquismo proclama como objetivo alcanzar una
sociedad en la que los individuos se relacionen libremente, según su
propia voluntad. En el terreno económico esto se concreta en la defensa de
una sociedad libre de productores que intercambian libremente las
mercancías, asociándose libremente entre ellos. A principios del siglo XIX, la gran masa social estaba
compuesta por pequeños productores en el campo y en la ciudad. El
individualismo anarquista tenía una base social en la que apoyarse. Los
pequeños productores querían preservar esa libertad característica de la
fase inicial del capitalismo frente al surgimiento de grandes fábricas, al
creciente papel de la banca y la actuación del Estado al servicio de la
gran burguesía. De hecho, Proudhon, el precursor más inmediato del
anarquismo, defendía una economía mercantil pero sin su desarrollo
ulterior inevitable: la concentración del capital, la desaparición de la
libre producción como efecto de la libre competencia, y la aparición del
monopolio... es decir un capitalismo imposible. En el terreno político
aspiraba a la disolución del poder central en pequeñas comunidades
inspiradas en la época medieval. Los anarquistas del siglo XIX denominaban al anarquismo
como "la Idea". Aunque el radicalismo anarquista atrajo a sectores
descontentos y oprimidos de la sociedad, los primeros activistas de la
"Idea" no proclamaban la lucha de clases sino el humanismo. Refiriéndose
al anarquismo en la Andalucía rural de finales del siglo XIX, Gerald
Brenan en su libro El laberinto español relata lo siguiente: "La
idea’, como se llamaba, era difundida por los pueblos por los ‘apóstoles’
anarquistas. En las gañanías de los cortijos, en las aldeas perdidas, a la
luz del candil de aceite, los apóstoles hablaban de la libertad, la
igualdad y la justicia a auditorios entusiasmados. Se formaban pequeños
círculos en los pueblos y aldeas que creaban escuelas nocturnas en las
cuales muchos campesinos aprendían a leer, se hacía propaganda
antirreligiosa y se practicaba a menudo el vegetarianismo y la abstención
del alcohol. (...) Pero la característica principal del anarquismo andaluz
era su milenarismo ingenuo. Cada nuevo movimiento o huelga era considerado
como la inmediata aparición de una nueva época de plenitud en la que todos
—hasta la Guardia Civil y los terratenientes— serían libres y felices.
Nadie sabía explicar cómo se conseguiría este objetivo: fuera del reparto
de tierras (y ni siquiera esto en algunas zonas) y la quema de la iglesia
parroquial, no existía ninguna propuesta positiva". En las ciudades el movimiento anarquista de mediados del
siglo XIX no actuó independientemente de los partidos políticos que
aglutinaban a la pequeña burguesía radical. El experimento cantonalista
fue aplastado por su falta de objetivos, así como todos los pueblos que,
de una forma totalmente descoordinada con el pueblo de al lado,
proclamaban el anarquismo. La Guardia Civil podía concentrar sus fuerzas a
su antojo ante la carencia total de planes de los insurgentes. La lucha contra la explotación sólo podía tener un
carácter muy desestructurado y repleto de actos individuales de
desesperación frente a la represión, con atentados a diversas autoridades
políticas y militares. Paradójicamente las luchas de las masas acababan
siendo rentabilizadas, pese a los anarquistas, por los partidos burgueses
radicales federalistas. No es ninguna casualidad que el primero en
traducir y difundir los textos de Proudhon en el Estado español fuera Pi i
Margall, artífice del movimiento federalista pequeño burgués de finales
del siglo XIX. La característica fundamental de este periodo es que la
clase obrera no había puesto su sello en los acontecimientos. La presencia
del anarquismo en España, Italia y Rusia era debida precisamente a su
atraso económico en comparación con los demás países capitalistas y la
consecuente debilidad de la clase obrera. La crisis del anarquismo de fin de siglo, más que por los
efectos de la represión policial, era el reflejo de que la lucha se
polarizaba cada vez más claramente entre la burguesía y la clase
obrera. La Internacional bakuninista celebró su último congreso
en 1877. Después de esta fecha, una crisis en la industria relojera
arruinó a las pequeñas empresas familiares de los Alpes suizos, cuyo
espacio fue ocupado por la producción a gran escala en Ginebra. Eso era el
fin del principal punto de apoyo social que tenían los bakuninistas en
Europa y fue algo más que un hecho anecdótico o casual, era un indicio de
los nuevos tiempos. El misionerismo, el terrorismo individual, la búsqueda
del ‘hombre natural’ mediante las escuelas racionalistas, la figura del
bandolero revolucionario, las insurrecciones descoordinadas, el
cantonalismo son fenómenos totalmente ligados a la etapa en la que la
clase trabajadora no podía desplegar toda su capacidad de lucha —por su
debilidad numérica e inexperiencia— ni su temple revolucionario, del que
el marxismo no es más que su condensación teórica. Por "la Idea", por la anarquía, dieron la vida miles de
oprimidos. Pero el anarquismo, aunque coetáneo del marxismo, nació mirando
hacia el pasado. Se sustentaba en clases sociales que, aunque oprimidas,
iban a quedar relegadas a un segundo término en la medida en que la lucha
de clases iba teniendo dos protagonistas cada vez más claros: la clase
obrera y la burguesía. En cambio, cuando los postulados de Marx y Engels
salieron a la luz, la clase obrera apenas había desplegado una pequeñísima
parte de su peso social, su capacidad de lucha y su potencial para
convertirse en el sostén de una nueva sociedad. El surgimiento de la clase obrera Dentro del régimen feudal se fueron desarrollando los
primeros pasos de la economía capitalista. Con el florecimiento de la
economía mercantil la burguesía fue escalando en la pirámide social. Las
revoluciones burguesas, que fueron un enorme progreso para la humanidad,
transfirieron el poder político, el control del Estado, a una clase que de
hecho ya tenía el poder económico. Con la clase obrera ocurre lo contrario. Conforme el
capitalismo se desarrolla la riqueza se concentra cada vez más en manos de
la burguesía. Los trabajadores no pueden vivir más que vendiendo su fuerza
de trabajo a los capitalistas que detentan todos los medios de producción
necesarios para el funcionamiento de la sociedad. No sólo eso, la
burguesía, basándose en su riqueza, inunda a toda la sociedad de sus
valores, su ideología... En cambio la única fuerza de la que dispone la
clase obrera es la de su unidad consciente para la transformación de la
sociedad. La clase obrera, como otras en otros momentos históricos,
es una clase oprimida, pero con propiedades específicas que le permiten
acabar con la opresión capitalista. El trabajo asalariado generalizado y la concentración de
los obreros en empresas, superando los límites del pequeño taller,
favorecen el desarrollo del sentimiento de solidaridad, de lucha
colectiva, de que su trabajo es sólo una parte de una producción que es
social, en la que participan otros trabajadores de otras fábricas y de
otras ramas. Por eso en un trabajador difícilmente arraiga el sentido de
propiedad sobre el instrumento de trabajo o sobre la fábrica. La enorme
amplitud de los intercambios de mercancías entre las diferentes ramas,
países, etc. obliga a los trabajadores a tener una visión más amplia del
funcionamiento de la sociedad que un productor aislado en su parcela, por
poner un ejemplo. La clase obrera actúa de forma independiente frente a la
burguesía porque es la única que puede adquirir conciencia de que la
sociedad puede seguir funcionando sobre otras bases, prescindiendo de la
burguesía. Potencialmente tiene la última palabra en el funcionamiento de
la economía. Nada funcionaría sin el consentimiento de la clase
trabajadora. La clase trabajadora, en la que incluimos los
trabajadores asalariados del campo, no es la única clase oprimida de la
sociedad; también lo son los pequeños comerciantes, los campesinos pobres,
las personas que ni siquiera tienen el privilegio de ser explotadas
y que forman grandes bolsas de miseria en las grandes ciudades, etc. Pero
ninguna de esas clases puede jugar un papel decisivo e independiente en la
lucha por la transformación de la sociedad. Debido a las condiciones en
que trabajan, viven y se relacionan, los trabajadores alcanzan un nivel de
conciencia, de capacidad de organización y de lucha al que no llegan otras
clases sociales. Evidentemente hay que entender que este proceso no es
automático y que pasa por diferentes etapas. El papel que atribuye el marxismo a la clase obrera no
tiene por lo tanto nada de romántico; se basa en el análisis científico y
en la experiencia. Naturalmente el carácter revolucionario de los
trabajadores se revela cuando actúa realmente como clase, es decir
colectivamente y organizadamente. La clase no es la mera suma de los
individuos que la componen y no encontraremos todas las propiedades de la
clase en cada uno de los individuos y en cualquier momento. Cuando la
clase obrera actúa como clase se diluyen los intereses individuales, los
sectores más decididos arrastran a los más indecisos, los más conscientes
ayudan a los menos conscientes, etc. La concepción del anarquismo acerca de la naturaleza del
proletariado es muy imprecisa. Bakunin, por ejemplo, defendía que la clase
más revolucionaria era el lumpemproletariado, porque "estando casi
totalmente incontaminada por toda la civilización burguesa, lleva en su
corazón, en sus aspiraciones, en todas las necesidades y las miserias de
su situación colectivista, todos los gérmenes del socialismo futuro, y que
es la única con suficiente poder hasta hoy en día para iniciar la
Revolución Social y conducirla hasta el triunfo". Mientras el marxismo ve en el desarrollo del
proletariado, por todas las razones que hemos apuntado más arriba, una
mejora de la correlación de fuerzas en la lucha contra el capitalismo, la
concepción bakuninista se fijaba en los sectores de la sociedad más
afectados por la descomposición social que implica el capitalismo,
otorgando al lumpen un papel revolucionario que nunca podrá tener. No falta en la actualidad quien vea en la clase obrera
"contaminación burguesa" por el hecho de tener un coche, o un vídeo u
otras pequeñas necesidades que pueden cubrirse con un salario. Es un
factor que tienen en común tanto los reformistas como los grupos
ultraizquierdistas y anarquistas. Unos pretenden justificar con esta idea
la imposibilidad de luchar por transformar la sociedad y otros para
lanzarse en busca de oprimidos "descontaminados" al margen de las
relaciones de producción, a los que otorgan una capacidad revolucionaria
"pura". El papel de la organización La clase trabajadora, desde su aparición en la escena de
la historia hasta hoy día, también ha tenido un aprendizaje. El primer paso de la clase trabajadora fue unirse en
sindicatos para enfrentarse organizadamente a los patronos. Primero en el
ámbito de cada empresa y luego a nivel de distintos sectores de la
producción, hasta llegar a escala estatal. Pero la experiencia demostró que la organización
sindical, si bien era un paso fundamental, no era suficiente. Las mejoras
salariales, la reducción de las horas de trabajo, las vacaciones..., ni
eran ni son conquistas duraderas. Tarde o temprano, lo que la burguesía da
en un momento determinado lo quita en otro en el que la correlación de
fuerzas le es más favorable. Pronto quedó claro para la vanguardia del
movimiento obrero, la necesidad de una lucha más global contra la
burguesía. Para hacer las conquistas más permanentes, era necesario dar
una perspectiva más general a la lucha económica y por mejoras inmediatas.
También se hacía necesaria la lucha por derechos que no se podían arrancar
fábrica a fábrica, como el derecho a reunión, manifestación, el derecho a
la libre propagación de ideas... Era necesario hacer frente a las
maniobras de la burguesía, a la utilización que ella hacía de las
diferencias culturales y lingüísticas de los trabajadores, de las
diferentes formas de Estado (democracia, dictadura, monarquías
constitucionales, y demás), de la guerra, etc. En definitiva, era
necesaria la participación de los trabajadores en la política como forma
de alcanzar la plena libertad y emancipación de los oprimidos. Igual que la organización en sindicatos, la participación
en la vida política surgió como una necesidad de la lucha de la clase
trabajadora. La clase obrera no podía quedar limitada a la actividad
sindical mientras la burguesía actuaba en todos los frentes de la vida:
político, ideológico, filosófico, cultural, etc... Indudablemente el éxito
en el terreno de la lucha inmediata, sindical, está totalmente ligado a
una lucha política e ideológica correcta, que sea capaz de animar, de
hacer comprender los procesos generales. De hecho la utilización del aparato represivo del Estado
no es el único método, y en muchos periodos ni siquiera el más importante,
que utiliza la burguesía para mantener su dominación. En muchas ocasiones
a la burguesía le basta que cuaje la idea de que cambiar su sistema es
imposible, de que es insustituible; le basta infundir al
proletariado la sensación de que es impotente para hacer frente a
un sistema aparentemente tan poderoso y de encabezar la lucha por otra
sociedad. El principal factor con el que juega la burguesía es la
inconsciencia de la clase trabajadora de su propia fuerza. El dominio ideológico es mucho más cómodo y seguro que la
represión directa. La burguesía utiliza los más mínimos rasgos que
diferencian a un sector de la clase obrera de otro para dividirles y echar
una cortina de humo sobre la verdadera causa de todos los problemas que es
la existencia del capitalismo. Utilizan las diferencias culturales,
lingüísticas, incluso las diferentes condiciones laborales que ellos
mismos han impulsado para intentar crear división. Como reacción a la utilización combinada de todos estos
factores, la clase obrera ha respondido con la única arma a su alcance: la
fuerza de su unidad, primero en la lucha económica organizándose en
sindicatos y luego en el terreno político e ideológico, creando
partidos. Evidentemente la participación de las masas en esos
procesos no es automática ni simultánea. La gran mayoría de los trabajadores no se organizan en
sindicatos o participan en la vida política por inspiración teórica, sino
por la conclusión que sacan de su experiencia cotidiana. Y cuando lo hacen
tampoco abrazan directamente la idea de la revolución socialista o de la
transformación radical de la sociedad. Un sector de los trabajadores y de
los jóvenes sí lo hacen, pero a la inmensa mayoría de la gente le resulta
más fácil aceptar la idea de un cambio gradual de la situación mediante la
suma de pequeñas mejoras sucesivas, evitando así un cambio brusco,
traumático. La idea de transformar la sociedad mediante pequeños cambios y
reformas parece bastante más práctica que la revolución. Eso es muy
normal, la mente también tiende hacia la línea de menor resistencia...
hasta que la realidad se hace insoportable. La conciencia humana no es un factor acelerador de los
procesos históricos. Muy a pesar de lo que piensan los idealistas, que
sitúan la evolución histórica a remolque de las ideas, los procesos se dan
precisamente al revés. La conciencia tiene tendencia a adaptarse a la
situación hasta límites insospechados. "Esto está mal, es cierto. Pero si
siempre ha sido así, no es posible cambiarlo". Cuando la inmensa mayoría
de los trabajadores y jóvenes deciden romper con esta rutina e intentan
cambiar las cosas, no lo hacen por haber leído ni una línea de marxismo o
anarquismo, entre otras cosas porque el capitalismo agota las energías de
los trabajadores en largas horas de trabajo, hasta el punto de que lo
último que se propone al llegar a casa por la noche es leer algo "de
teoría". La conciencia siempre refleja con retraso los procesos que se dan
en la base material de la sociedad. ¿Es mala la participación en política? La política es un reflejo de la disputa entre las
diferentes clases sociales por la hegemonía social, aunque normalmente esa
disputa aparezca de forma muy distorsionada y diluida. Es sólo cuando el enfrentamiento entre las clases es más
abierto, por ejemplo durante una huelga general, cuando se hace inevitable
un posicionamiento más claro por parte de todos los políticos, los
partidos, los sindicatos, los intelectuales, los sociólogos y hasta de
todos los que teóricamente abjuran de la política o de ‘los asuntos
terrenales’, como los curas y los jueces. La política de la burguesía es el conjunto de maniobras,
ideas, tácticas, que utiliza para mantener su dominación. La política
burguesa está hecha para confundir, dividir y desmoralizar a los
trabajadores. ¿Cómo contrarrestar esta influencia? Para los marxistas hay que participar en política
defendiendo una auténtica política de clase, denunciando las maniobras y
los engaños de la burguesía. Hay que defender y demostrar que existe un
tipo de sociedad diferente que podemos construir, sin desempleo, sin
miseria, con justicia y con igualdad. Hay que utilizar todas las formas
posibles para que esas denuncias y alternativas lleguen al máximo número
de trabajadores y jóvenes. Hay que agrupar a todos los sectores más
conscientes de la clase obrera para que este trabajo sea más eficaz, para
evitar la dispersión de fuerzas. Hay que participar en política, para que
las ideas revolucionarias tengan una influencia masiva y se conviertan en
una fuerza material. La participación en la vida política ha sido considerada
por parte de la clase trabajadora como una necesidad en la lucha contra la
burguesía a lo largo de la historia. Lejos de ser una imposición
‘externa’ o ‘antinatural’ la creación de partidos políticos obreros, a
finales del siglo XIX fue producto de una maduración interna de la clase
obrera, de su capacidad de actuar como clase de una forma independiente,
con fines propios y contrapuestos a los de la burguesía. A la teoría anarquista le ocurre con la política lo mismo
que con el poder o el Estado, es decir, le quita su carácter de clase,
dando más importancia a la forma que al fondo. Ocurre lo mismo con los
partidos, la centralización, la disciplina, las decisiones "desde arriba",
los líderes, etc. No importa si proceden o están al servicio de la
burguesía o del proletariado. En sus inicios los ideólogos anarquistas proclamaban un
odio furibundo contra la lucha sindical de los trabajadores. Desde su
punto de vista, la lucha sindical por mejoras salariales era, por su
propia naturaleza, el reconocimiento del sistema de explotación burgués en
tanto que se reconocía la aceptación de un salario. Cualquier acto que no
condujese inmediatamente a la huelga general revolucionaria contra el
poder era conciliarse con ese mismo poder. El bandolero, el lumpen, la
sociedad medieval con sus pequeños gremios de trabajadores autónomos eran
la fuente de inspiración de los ideólogos anarquistas y no el sindicalismo
obrero. Esos planteamientos chocaban evidentemente con los
trabajadores industriales e iban a contrapelo del propio desarrollo
económico y social. El anarquismo si quería sobrevivir tenía que ganarse
el apoyo del movimiento obrero y con ello dejar cada vez más atrás sus
postulados originales. Surgimiento del anarcosindicalismo La persistencia del anarquismo en algunos países como
España se explicaba menos por razones socioeconómicas —señaladas
anteriormente— y cada vez más por motivos de tipo político. Los dirigentes
de los partidos socialistas de la I Internacional y de la II Internacional
giraron a la derecha abandonando el marxismo que originalmente les había
inspirado. Adoptaron actitudes y políticas que provocaban un rechazo cada
vez mayor entre los trabajadores. Muchos dirigentes socialistas apoyaron a
la burguesía en los momentos decisivos, como en la I Guerra Mundial.
Cayeron en el cretinismo parlamentario, abandonando la lucha de clases y
renunciando definitivamente a la transformación socialista de la
sociedad. Ese fenómeno supuso un enorme balón de oxígeno para el
anarquismo que, aun cayendo en políticas equivocadas, podía presentar a
muchos de sus dirigentes libres de pasteleos con la burguesía. Esto
se produjo en el caso del Estado español, que fue el último país en el que
el anarquismo tuvo una influencia de masas. Sin embargo en la medida en que el anarquismo tuvo un
apoyo más masivo entre los trabajadores asalariados —y no en el productor
individual, su clase ‘natural’— tuvo que desechar, más en la práctica que
en el lenguaje, sus postulados originales. Era insostenible estar en contra de la organización
sindical cuando ésta resultaba ser la tendencia más natural y primaria de
la clase obrera cuando empezaba a participar como clase. Los
planteamientos anarquistas sufrieron un vuelco en un sentido: mientras que
los bakuninistas, y en general los partidarios originarios de la "acción
directa", rechazaban el sindicalismo porque aceptaba "pactos" con la
burguesía y ninguna acción era revolucionaria si no tenía como objetivo
inmediato la abolición del Estado, los anarcosindicalistas contraponían el
sindicalismo, como una actividad legítima, a la actividad política, que
permanecía en el campo de lo prohibido, por ‘autoritario’. Pero la aceptación de la organización sindical de una
forma abierta, esa concesión al campo del ‘autoritarismo’, no dejaba el
anarquismo a salvo de sus contradicciones inherentes, sino que las
agudizaba todavía más. En la medida en que el anarcosindicalismo pudo
influir verdaderamente en la clase obrera sufría cada vez más sus
presiones y también las de la burguesía. Conscientes de su enorme peso
numérico, la no participación en las elecciones se hacía cada vez más
incomprensible. Había que tomar posturas políticas frente a los
acontecimientos nacionales e internacionales. El terrorismo individual y
la lucha sindical sabía a poco a una clase que empezaba a sentir,
intuitivamente, su peso específico en la sociedad. La aversión a la participación en la política podía tener
cierta aceptación sólo en la medida en que la clase obrera no podía jugar
aún un papel decisivo; este rechazo tenía bases firmes mientras la
política era percibida como una pelea por arriba, entre distintas
facciones de la clase dominante —como así ocurrió desde mediados del siglo
XIX hasta principios del siglo XX, con la sucesión pactada en el gobierno
de conservadores y liberales— en la que los trabajadores, dispersos, sólo
eran los invitados de piedra. El anarquismo y la revolución española El proceso revolucionario que sacudió el Estado español
en los años 30 fue una prueba de fuego para todas las tendencias políticas
del movimiento obrero, incluidos los anarquistas que tenían entonces una
influencia masiva entre los trabajadores, a través de la CNT. En este documento es imposible analizar a fondo las
lecciones de la II República y la guerra civil española de los años 30,
pero es muy ilustrativa la postura de la CNT en la cuestión electoral y la
participación en el gobierno para el tema que estamos tratando. La postura tradicional de la CNT era el abstencionismo
electoral. Desde un punto de vista marxista, la transformación socialista
de la sociedad nunca será obra del parlamento sino de la acción
revolucionaria directa de las masas trabajadoras. Eso no significa que
desde el punto de vista de la lucha en la calle, desde el punto de vista
de las tareas prácticas de la clase obrera en su camino hacia la
revolución, "dé igual" quién esté en el gobierno, ni que consideremos
negativa "por principio" la participación de los trabajadores en unas
elecciones. Para ilustrar la idea anterior con un ejemplo, podemos
remontarnos a la época del Bienio Negro. Las circunstancias concretas en
las que se celebraron las elecciones de 1933 fueron de extrema
polarización. Por un lado se presentaba la extrema derecha, ansiosa de
ganar las elecciones para poder reforzar la ofensiva contra el movimiento
obrero desde el gobierno y, por otro lado, el PSOE y otras fuerzas menores
de la izquierda en aquel momento, como el PCE. Sin duda la política del
PSOE desde 1931 había sido decepcionante para millones de trabajadores y
campesinos pero, con todo, había una diferencia abismal con los enemigos
directos y viscerales de la clase obrera, que eran los partidos
encabezados por Gil Robles. Sin embargo la CNT defendió activamente la abstención y
el apoliticismo, hecho que tuvo su efecto en el movimiento obrero que era
donde los anarquistas tenían influencia. Pocos días antes de las elecciones Tierra y
Libertad declaraba: "¡Trabajadores! ¡No votéis! El voto es la negación
de vuestra personalidad. Volved la espalda al que os pida vuestro voto, es
vuestro enemigo, quiere encumbrarse a costa de vuestra candidez. (...)
Para nosotros todos son iguales, porque igualmente enemigos nuestros son
todos los políticos. (...) Nuestros intereses son únicamente el trabajo, y
éste lo defendemos sin necesidad del Parlamento. (...) Ni republicanos, ni
monárquicos, ni comunistas, ni socialistas. (...) No os preocupe el
triunfo de las derechas ni de las izquierdas en esta farsa. Aquí no hay
más que derechas recalcitrantes. La única izquierda auténticamente
revolucionaria es la CNT, y por serlo, no le interesa el Parlamento, que
es un prostíbulo inmundo donde se juega con los intereses del país y de
los ciudadanos". La campaña abstencionista de la CNT no sirvió para
plantear ninguna alternativa revolucionaria a los dirigentes del PSOE y no
impidió la victoria de la CEDA y abrir paso al Bienio Negro, caracterizado
por la feroz represión contra el movimiento obrero y campesino, así como
la recuperación por parte de los ricos de muchas de las conquistas
arrebatadas con la lucha en el periodo anterior. La postura de la CNT causó enormes tensiones en el propio
movimiento anarquista, y en general en el movimiento obrero, que se
reflejaron en el cambio de postura en las elecciones de febrero de 1936.
De una forma mucho más correcta que antes criticaron el programa del
Frente Popular, pero no recomendaron la abstención. La probable liberación
de los presos políticos anarquistas y de izquierdas encarcelados durante
el Bienio Negro, si ganaba el Frente Popular, era una prueba práctica de
que la participación electoral, en aquellos momentos, no entraba en
contradicción en absoluto con las tareas de la Revolución. En un contexto
de extrema polarización entre las clases, seguir defendiendo que daba
igual la "derecha o la izquierda", o que "nosotros no necesitamos
gobierno", hubiera sido un precipitado suicidio para el movimiento
anarquista. Diego Abad de Santillán, en su libro Por qué perdimos
la guerra*, explicó cómo desde las primeras elecciones "las derechas
se acercaron con medio millón de pesetas para que realizásemos la
propaganda antielectoral de siempre". Efectivamente, el abstencionismo
político de la CNT, lejos de ser una posición "apolítica", se encuadraba
perfectamente en los objetivos políticos de la burguesía en aquellos
momentos. Poco después de las elecciones de febrero de 1936 la
burguesía organizó el levantamiento militar del 18 de julio, que fue
respondido por los trabajadores de forma heroica. Decenas de miles de
obreros en todo el Estado asaltaron los cuarteles, sofocando el golpe en
las principales ciudades, tomando el control de las empresas y en general
de la vida del país. Como los marxistas explicaron en aquel periodo, y
especialmente León Trotsky, la victoria contra el fascismo en la guerra
estaba estrechamente vinculada al triunfo de la revolución socialista en
el campo republicano. A pesar de que de hecho los trabajadores tenían el
control de la situación los restos del Estado burgués aún no habían
desaparecido. La política seguida por el Frente Popular, por los
dirigentes del PSOE y del PCE, era la de "primero ganar la guerra y luego
hacer la revolución". Todo su empeño se orientó a reconstruir el maltrecho
Estado burgués y destruir los elementos de poder obrero que se habían
creado en toda la zona republicana, especialmente en Catalunya. Para esa reconstrucción era necesaria una legitimación
por la izquierda que sólo podían ofrecer los dirigentes de la CNT, menos
desgastados que los dirigentes del PSOE y del PCE. Salvo honrosas
excepciones, como la de Buenaventura Durruti, los dirigentes de la CNT
cayeron en la trampa, justo en el momento más decisivo. Ya en agosto de
1936 la CNT participa con el PNV, un partido declaradamente burgués y de
derechas, en la Junta de Defensa Vasca, sin que esa ruptura con la línea
anterior mereciera una explicación en la prensa anarquista. Después
participa en el gobierno de la Generalitat en Catalunya, con los partidos
de la burguesía catalana y finalmente participa en el gobierno central con
cuatro ministros, en un momento en que los líderes estalinistas deciden
pasar a la ofensiva y liquidar los órganos de poder obrero que todavía
subsistían desde la insurrección del 19 de julio. En esencia los dirigentes de la CNT habían abandonado la
perspectiva de la revolución social (por utilizar un término del lenguaje
anarquista) en el mismo momento en que ésta se estaba produciendo y más
que nunca era necesaria una actitud firme y decidida en este sentido.
¡Todos las radicales frases contra "los gobiernos" no impidieron su
participación en él precisamente cuando éste estaba suspendido en el aire
por la propia acción de los trabajadores! ¡Precisamente cuando la
preocupación fundamental de ese gobierno era aniquilar el poder de los
trabajadores en la calle! "La entrada de la CNT en el gobierno central es uno de
los hechos más trascendentales que registra la historia política de
nuestro país. De siempre, por principio y convicción, la CNT ha sido
enemiga antiestatal y enemiga de toda forma de gobierno. "Pero las circunstancias... han desfigurado la naturaleza
del gobierno y del Estado español. "El gobierno en la hora actual, como instrumento
regulador de los órganos del Estado, ha dejado de ser una fuerza de
opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya
el organismo que separa a la sociedad en clases. Y ambos dejarán aún más
de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de elementos de la
CNT"*. Así se expresaba Solidaridad Obrera, principal órgano
anarcosindicalista, para justificar una política que en muy poco se
diferenció del estalinismo y del reformismo. Con la conformidad de los ministros de la CNT se
aprobaron decretos que estipulaban la disolución de los comités obreros
formados en centenares de ciudades y pueblos sustituyéndolos por la vieja
administración burguesa. Asimismo se aprobó un decreto que suprimía los
controles en las carreteras y en las entradas de los pueblos establecidos
por esos comités transfiriendo sus funciones a las fuerzas al Ministerio
de Gobernación. Lo peor es que esta actitud por parte del gobierno no
podía pillar por sorpresa a los dirigentes de la CNT. En un artículo
escrito varios años después de la guerra, Federica Montseny, una de las
principales dirigentes de la CNT y que participó como ministra en el
gobierno afirmaba que "Sabía, sabíamos todos, que a pesar de que el
gobierno no era, en aquellos momentos, gobierno, que el poder estaba en la
calle, en manos de los combatientes y de los productores, el poder
[gubernamental] volvería a coordinarse y a consolidarse y, lo que es más
doloroso y terrible, con nuestra complicidad y con nuestra ayuda,
devorando moralmente a muchos de nuestros hombres"**. Estas palabras encierran el reconocimiento de la total
bancarrota de los dirigentes anarquistas sometidos a la prueba de la
revolución. Es precisamente en los momentos de revolución y
contrarrevolución, cuando las clases sociales actúan desplegando todas sus
energías, cuando se revelan con más fuerza que nunca las tendencias
ideológicas fundamentales, desapareciendo el envoltorio y los aspectos
formales con los que se podían presentar en tiempos de relativa paz
social. Así, en el conflicto real entre las fuerzas de la revolución y
la contrarrevolución los postulados acerca del ‘Individuo’ y la
‘Autoridad’ quedaron relegados, cada vez más, a un cascarón vacío de
contenido. Pero tanto la política como la naturaleza aborrecen el
vacío. Ese vacío sólo podía ser rellenado en aquel momento por el
"realismo" tras el que se escondían los estalinistas y los reformistas,
con su programa a favor de reconstruir el Estado burgués y no molestar a
las potencias occidentales, o con una alternativa revolucionaria que
defendiese consolidar el poder de los trabajadores sobre la base de los
comités de obreros y soldados, su coordinación estatal y la defensa de un
programa revolucionario que pasara por la expropiación de la propiedad
capitalista, el control obrero de la producción y la extensión de la
revolución a Europa y el norte de África. Lo que quedó claro en esos
acontecimientos decisivos fue que el apoliticismo anarquista no sirvió ni
para combatir al fascismo, ni para construir una alternativa
revolucionaria al reformismo y al estalinismo. Para el marxismo no se trata de analizar si la política
es buena o mala en general. Lo único que se puede decir de la política en
general es que si tú no vas a ella, ella viene a ti. En el campo de la
acción, de la lucha de clases, el apoliticismo no existe más que como una
variante reaccionaria de la política. Documentos El Militante
una crítica del
anarquismo
.
I. Teoría y práctica del anarquismo
II. Por una organización
revolucionaria
III. El Estado
IV. El
socialismo
Epílogo
I. Teoría y práctica
del anarquismo
II. Por una
organización revolucionaria
http.//argentina.elmilitante.org
ideología y más ideología
Por comunista antibolchevike -
Monday, Feb. 06, 2006 at 3:59 AM
cica_web@yahoo.com
Ideología anarquista e ideología marxista. Dos expresiones anacrónicas de un movimiento obrero que ya no existe o, en todo caso, se encuentra en descomposición.
Ambos hacen una caricatura del otro y lo "refutan" con el único objeto de conservar el título de la ideología de la revolución. "Síganme a mí!" "No, a mí!" Ninguno de los dos busca la clarificación colectiva sobre los pasos a dar para destruir a este sistema, ambos se limitan a hacerse autobombo y descalificarse mutuamente en la disputa de seguidores.
Los debates sobre ideologías y autores no sirven para nada más que para generar divisiones al pedo y falsas unidades. El debate necesario es mucho más práctico y por lo tanto más directo: los fines y los medios.
Bonanno esto lo tiene mucho más claro que muchos anarquistas, aunque Bonanno peca del mismo sectarismo anti-Marx que tozudamente sigue sosteniendo el anarquismo.
Sobre los marxistas, ni hablar. Este nota de El Militante es todo un ejemplo de caricaturización, calumnia y amalgama del oponente que no tiene nada que envidiar a un documento stalinista. Parece que los anarquistas fueran, en el mejor de los casos, unos pequebuses boludos que no son marxistas porque no entendieron la teoría marxista o que su antiautoritarismo es algo infantil que le hace el juego a la reacción. Por lo tanto, el móvil de esta "crítica" al anarquismo no es otro que justificar las prácticas autoritarias de los marxistas en general y de El Militante en particular.
La "crítica" al anarquismo de El Militante y otros similares no está dirigida a una clarificación teórica de la clase sobre la práctica necesaria para superar la sociedad de clases, sino a la descalificación del anarquismo como infantil, pequeñoburgués, funcional a la reacción, anti-organización, pseudoliberales y otras boludeces con el objetivo bien práctico y concreto de erigir a la ideología marxista-leninista (en su variante troskista, en este caso) como la verdadera ideología revolucionaria y, por lo tanto, en su expresión organizada (el Partido) como la verdadera organización revolucionaria.
En otras palabras "nosotros tenemos la razón porque nuestra teoría es la correcta y la anarquista es incorrecta, asi que sigan a nuestra teoría, esto es: sígannos a nosotros".
Los anarcosindicalistas y plataformistas no son muy distintos a los marxistas en este punto. A veces, incluso, hacen chantaje moral para evitar cualquier crítica: "nosotros fuimos los más reprimidos, por lo tanto el que nos critica es un autoritario".
Las corrientes del anarquismo que han actualizado los ideales ácratas a las condiciones actuales, haciendo una crítica de la ideología y del obrerismo, han sido la insurreccional y la anticivilización (ver la recomendable web http://raksasa.bitacoras.com).
El debate verdadero, entonces, no es marxismo o anarquismo. El debate es sobre los medios prácticos para alcanzar la sociedad sin clases ni Estado, el comunismo, la anarquía.
Con quien no comparte este objetivo ni vale la pena hablar. Con quien sí lo comparte, sí vale la pena hablar. Pero no en términos ideológicos, sino en términos prácticos.
No se trata de armar una teoría revolucionaria aparte de la práctica y limitarse a aplicarla. Se trata de debatir qué pasos prácticos damos aquí y ahora para llegar al objetivo. Y en ese debate práctico es donde nos damos cuenta que el fin no justifica los medios, sino que los medios condicionan al fin.
Una vez elegido el fin, esto condiciona cierto rango de medios para alcanzarlo, porque para un fin determinado sólo son adecuados una cierta variedad de medios. No podemos usar medios reaccionarios si nuestro objetivo es la revolución. No podemos usar medios alienantes si nuestro objetivo es terminar con la alienación. No podemos usar medios autoritarios si nuestro objetivo es terminar con el autoritarismo.
Es en este debate práctico sobre los medios (y no sobre ideología o autores o hechos históricos) donde veremos que hay marxistas y anarquistas no revolucionarios por un lado y marxistas y anarquistas revolucionarios por el otro.
El Debate Verdadero: Qué Pasos Practicos
Por Brutus -
Monday, Feb. 06, 2006 at 4:13 AM
amasagarcas.jpg, image/jpeg, 600x450
¡zaaac!
¡Brutus o Colonia!
¡Corrrrtacogotes Hasta la Victoria!
Brutos Saludos
x
Por Xoruyo -
Monday, Feb. 06, 2006 at 4:39 AM
Guarda que ahora viene el incombustible Xor a poner las cosas en su lugar!.
al disque neutral y a los del militante
Por edu -
Monday, Feb. 06, 2006 at 8:40 AM
en realidad no se a que te refieres con que los anarquistas supuestamente seguimos creyendo en una clase obreara que ya no existe. parece te dio pereza leer el articulo de bonanno. en si el no solo niega el mito marxista (e inclusive el anarco sindicalista) de el proletariado, sino que en si niega la existencia de un sujeto privilegiado. mas bien llama a la insurrecion de los explotados contra la burguesia hacia la destruccion de la sociedad capitalista.
en tanto que el anarquismo solo ha sido renovado por el anarco insurrecionalismo o el anarco primitivismo es solo hablar parte de lo que se discute en el anarquismo. deberian chekear planteamientos como los que se desarrollan en USA como los de graeber y el anarquismo sin adjetivos o el del grupo de municipalismo libertario y ecologia social de murray bookchin.
en si el adjudicarnos una negacion dogmatica o algo asi de lo que planteo marx me huele a la tipica santificacion de marx por parte de los marxistas y de uno que otro que no se llama asi pero que a la final lo son (como los "autonomistas"). en si a los anarquistas no nos interesa tanto marx que la revolucion en si y si hay algo bueno que marx o negri o holloway o lafargue nos pueda aportar nos da lo mismo. en si en eso creo hay mas libertad en el anarquismo dado a que no nos autocalifcamos como seguidores de una gran personalidad como es el calificativo de "marxistas" lo cual como bien alguna ves noam chomsky llamo la atencion, es medio caudillesco y medio huele a iglesia.
ahora eso de que solo discutamos la revolucion y como avanzamos, pues diria que en si es un planteamiento bueno pero es claro que los anarquistas siempre sospecharemos a los marxosos y sus planteamientos de siempre andar buscando a el PARTIDO. asi pues con esa tontera cagaron la revolucion rusa que estaba muy basada en soviets autonomos que recogian la diversidad de culturas y regiones rusas. asi pues los bolcheviques la cagaron y fueron poco a poco forzando a lagente a su maquinaria burocratica. por otro lado esto significa tambien que los marxosos tambien en ese periodo a los anarquistas y otros que cirticamos la idea de partido y de "centralismo democratico" osea CENTRALISMO despues con su maquinaria despues nos persiguen y hasta nos matan. eso hicieron en la revolucion rusa y en la revolucion cubana mientras al mismo tiempo eliminaban todo espacio de democracia de los trabajadores y de autogestion. por estas razones tenemos que debatir a los marxistas.
ahora pueden venir los autonomistas, que por lo que parece son medio abundantes en argentina, que disque el pensamiento de marx y el de lenin son dos cosas distintas, pues la verda si y no dado a que si marx disque era antiestatal como ellos queiren hacer ver o disque no planteaba en realidad la transicion de "socialismo" antes de comunismo como algo que nesecite erigir un estado, pues entonces poruqe diablos marx entro en conflcito con bakunin en la internacional.
en tanto debemos entrar en debate con los marxistas desde el punto de vista anarquista. esa cancion de que "todo esto es un debate entre ideologias e ideologico" suena a fukuyamam o daniel bell o algo asi. esto no es negar que el criticar a las ideoloigas sea algo nesesario, en si el anarquismo puede hablar mucho de eso, sino que eso suena como que entonces no pensaremos y partiremos desde ninguna posicionamiento frente a las cosas. es claro que la experiencia nos debe guiar gacia que es lo acertado pero por ahi tienes a los marxosos disque "antirevisionistas" que argumentan que el exito fue lo que se hizo con stalin y el que critique al estalinismo es un revisionista que niega ver la verdad evidente de que esa es la via correcta a la "revolucion". asi pues una dictadura media fascista de persecucion paranoica y de sometimiento brutal del campesinado es llamado revolucion y via exitosa. el pragmatismo estalinista es una forma muy clara de no caer en el debate "absurdo" "ideologico".
el texto de bonnano no quiere decir que el anarquismo es mejor que el marxismo sino que el marxismo se propone cosas distintas que el anarquismo en el andar y en tanto hay que denunciar estas cosas diferentes por su autoritarianismo y antirevolucionarismo.
-sobre el articulo de los del militante, pues ya lo habia leido y el "neutral" compañero/a en mucho teiene razon . es una rticulo viciado con criticas simplistas. en mucho creo casi la mitad de el lo que esta criticando no es en realidad el anarquismo sino el posmodernismo o el postestructuralismo o lo de el "fin de la historia". el subtitulo "una crtica al anarquismo" es extraño.
cuando ya se comienza a hablar del anarquiso se acusa a este de ser "idealista". pues yo diria que algunos anarquismos y anarquistas talves lo son pero que hay mas idealista que el creer cosas como que "la lucha de clases es el motor de la historia" y que el proletariado es el que hara la revolucion y peor el leninismo en si y su teoria de la vanguardia de "revolucionarios profesionales" que supuestamente tienen la verad revolucionaria y el pueblo no. esto no es solo idealismo sino inclusive platonismo no solo en su idealismo sino en su elitismo autoritario conservador y elitista. como bien advirtio kropotkin, el idealismo tene o una cara religiosa para decir que la verdad esta en algo divino o sagrado o milagroso, o por otro lado en unos iluminados, en una elite. a la larga las dos cosas son opresivas poruqe le quitan la libertad de desicion y les niegan sus capacidades a la gente.
que si los anarquistas oponenmos a la nocion de clase la de individuo. pues si y no. al marxismo para que reconozca que hay individuos hay que forzarle. en el anarquismo es mas facil encontrar el reconocimiento de los dos. el anarquismo tiene tanto a un stirner como recurso como al anarco sindicalismo. para este anarquista ni stirner ni lso anarco sindicalistas tiene la razon o talves ambos la tienen.
que disque los anarquistas somos pequeñoburgueses, pues engels era dueño de fabrica y marx especulo en la bolsa. el cheguevara era profesional medio y fidel castro era inclusive hijo de latifundista. asi tambien buenaventura durruti fue obrero de origen y manuel marulanda (el jefe actual de las FARC) es de origen campesino. pues ahi dejemos este punto o si quieren dejemoslo con la frase "el marxismo es pequeñoburgues poruqe quiere que una tecnocracia gobiernoe y la clase media es la que suele ser la sede de los intelectuales".
que los anarquistas rechazamos la organizacion. pues si y no. los hay como los que organizaron cosas como la CNT, asi como los anarco insurrecionalistas que solo quieren grupos de afinidad para acciones. para mi las dos cosas son valiosas y en tanto, como dice el buen texto "ai ferri corti" el punto no es que es mejor o cual es la verdad sino como se mezclan estas cosas.
que poruqe no participamos en elecciones. para que vamos a participar en elecciones y hacer el "partido anarquista". siendo cinico creo que seria para siempre tener el placer de decirles que "ahi esta subieron al poder y se vendieron". Por otro lado poruqe nunca nos comimos el cuento de que solo las elecciones son la politica, o por otro lado, si nos declaramos apoliticos o antipoliticos es poruqe no queremos ser politicos profesionales poruqe todos debemos ser politicos, no solo unos pocos. todos tenemos cerebro, razon y sentimos y todos somos un mundo especifico que debe tener soberania sobre si mismo como para que haya algien que decida por mi sobre mi.
si los de la CNT la cagaron al unirse al gobierno pues no fue anarquista de su parte unirse al gobierno. en si de todas formas las mayores victorias contra franco en la guerra civil fueron de las milicias de la CNT.
esto es a lo que me refiero...
Por comunista antibolchevike -
Monday, Feb. 06, 2006 at 4:21 PM
esta es una de las razones por la que, si bien comparto el objetivo de la anarquía, me niego a ser anarquista...
no soy neutral, simplemente digo que me aburren y me seguirán aburriendo los que discuten ideológicamente marxismo vs anarquismo A PRINCIPIOS DEL SIGLO XxI!!!!!
y la discusión práctica sobre fines y medios donde está? en ningún lado, lo único más o menos útil en ese sentido de todo lo que dijiste fue tu crítica al bolchevismo y a la teoría de partido en general, cosas que comparto desde ya (es obvio, ¿no?) pero todo lo demás fue parte del mismo autobombo anarquista y anti-marxista de siempre
en fin, seguiré esperando a alguien que quiera discutir en serio y no a alguien que me llame "autonomista", "disque neutral" y otras cosas por el estilo simplemente porque me niego a entrar en la competencia ideológica marxismo-anarquismo y, para colmo, sigue reivindicando a la CNT.
Nace un auténtico profeta rojo
Por Triunvirato Rojo -
Wednesday, Feb. 08, 2006 at 3:39 AM
Si pensamos que dentro del anarquismo y del marxismo hay heterodoxos y dogmáticos, surge un nuevo dios rojo más allá de estas peleas, llamado "comunista antibolchevique" . Ya la clase obrera no tiene que discutir los pasos prácticos a seguir. Ya nuestro "comunista antibolchevique"(¿?) nos ilumina el sendero.
Si vos sos un anacrónico marxista o anarquista es porque todavía no te diste cuenta de que ha surgido un nuevo Mahoma en el cual tendrás que lavar tu pecado original de ideas anacrónicas y moverte como una montaña a visitarlo a algún café. Y no se te ocurra blasfemarlo, acusándolo de autonomista. Porque la ira divina recaerá en Indymedia
¡Dios es grande y "comunista antibolchevique" es su profeta! (que los compañeros musulmanes no se ofendan. Queremos desenmascarar a un pedante como el "comunista" antibolchevique que se hace el heterodoxo y acaba de instalar una nueva religión)
Si la clase obrera no puede discutir política, si no conserva una ortodoxia ideológica, si está condicionada por los medios, entonces ¿quién reinterpreta la política arbitrariamente, el ortodoxo o el pedante que se ríe del ortodoxo? En última instancia toda ortodoxia tiene medios y fines. El pedante llamado "comunista antibolchevique" (sic) oculta los medios y los fines, pero los tiene y como un Falso Profeta que no quiere discutir algún día nos revelará la Verdad Absoluta.
oh, Marxismo-Leninismo, guárdanos de los falsos profetas
Por Pajero Rojo -
Wednesday, Feb. 08, 2006 at 4:46 AM
Como soy un fanático religioso, veo toda mi amenaza a mi religión como la obra de otro fanático. ¡Ni quiero pensar en que existan ateos, eso es demasiado! Dios no crearía ateos.
Yo sé lo que la clase obrera necesita, porque con el poder de mi Ideología ya lo tengo todo cocinado. Por eso me dedicaré a condenar a todo blasfemo que, en vez de delinear el Camino Verdadero que yo profeso, o proponer otro alternativo, cometa la herejía de decirle a la clase obrera "¡pensad por vosotros mismos!".
Dios guarde a mi Partido, mi Comité Central, mi Inquisición.
y si piensa?
Por Triunvirato Rojo -
Wednesday, Feb. 08, 2006 at 4:59 AM
Si un consejo obrero piensa hacerse bolchevique, vos qué harías, charlatán? La diferencia entre nosotros y vos es que no somos hipócritas. Ya el mote antibolchevique te obligaría a pasarlos a degüello a ese consejo de obreros, o a botonearlos, claro que en nombre la misma autodeterminación de la que a vos hacés demagogia, a lo Zamora
ABAJO EL ANARQUISMO!!!!!!!!!
Por FRENTE POPULAR INTERNACIONAL(FIP) -
Tuesday, Feb. 28, 2006 at 2:20 PM
frente_internacional@hotmail.com
acaso los anarquistas no se dan cuenta que fue la FALTA DE ESTADO lo que produjo a inicios de la humanidad; que ya que la razòn era poca y la inteligencia escasa, que EL INDIVIDUALISMO SE CONVIRTIERA en EL INICIO DE LA CREACION DE CLASES SONCIALES, DESARROLLANDOSE CADA VEZ PEOR LOS PROBLEMAS QUE HASTA HOY NOS AQUEJAN? ¡¡LOS PROBLEMAS CONTRA LOS QUE "LUCHA" AHORA EL ANARQUISMO!!
ESTO ES ESTÙPIDO, pues el anarquismo no se da cuenta que la razòn ahora peor casi no existe y mucho menos la inteligencia, ¿o es que acaso los anarquistas no se dan cuenta de ello?.
entonces como van a abolir el estado , si por mas que convensan a la gente de su "socialismo y armonia sin estado", abra tan poco desarrollo humano para manenerlo?
¿pero es que no se dan cuenta que la ùnica manera es un estado que apunte en contra de esta terrible situacion mundial?
no basta mucho pensar que ese es un estado que apunte en contra de ese individualismo degradativo, que este capacitado para reaccionar con la fuerza necesaria en contra los alienados ataques que los individualistas poderosos (la clase dominante mundial), manden para restituir su alienada estructura.
ese estado no es mas que el ESTADO ROJO!!
EL ANARQUISMO DEBE DARSE CUENTA DE ESTO Y PENSAR LA MEJOR FORMA CON OTROS BUENOS SOCIOLOGOS DE CONTRUIR EL ESTADO POPULAR MUNDIAL!!!
frente popular internacional(fip)
¡ùnete al frente!